ESCALANDO
La Muerte estaba allí sentada al borde,
—la Muerte que yo vi no era delgada,
ni huesuda, ni fría,
ni en sudario envolvía su espesa cabellera—.
La Muerte estaba sola como siempre,
haciéndose un chaleco de ganchillo,
sentada en una piedra de la roca,
estaba distraída, no debió verme,
en seguida gritó: «¡No te tocaba!»
y se puso a tejer como una loca.
—Podrás llevarte entonces estos versos,
estas ganas de amar y este cigarro
podrás llevarte el cuerpo que me duele
pero cuidado con tocar mí alma.
A la Muerte la tengo pensativa
porque no ha conseguido entristecerme.