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El adepto proscrito
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--Supuse que te gustaría estar sobre aviso --dijo Jervais, circunspecto, observando de soslayo al adepto--. Esta situación ha supuesto una inesperada sorpresa para muchos de nosotros. Dada tu posición, estoy seguro de que querrán interrogarte en persona cuanto antes.
Johanus no pasó por alto el tono de voz del novicio. Jervais quería dejar muy claro que se había puesto en un compromiso al compartir esta noticia con el adepto.
--Has sido muy considerado al venir a verme. Supongo que habrían terminado por dejarse caer para convocarme. Les ahorraré las molestias y regresaré directamente.
--Espléndido. En ese caso, te acompaño.
--¿No te echarán en falta? --preguntó Johanus--. No, nada de eso. Ya has hecho suficiente. No quiero que corras el riesgo de incurrir en una falta disciplinar por mi culpa.
Jervais ya había abierto la boca para exponer sus argumentos, minuciosamente preparados. Sabía que, con los Astores en la ciudad, Johanus no tardaría en ser sometido a diversas y peliagudas preguntas. Si todo iba bien para el adepto durante los arduos interrogatorios que se avecinaban, no le haría ningún daño recordar que había sido Jervais el que había estado a su lado durante el largo y meditabundo viaje al encuentro con los inquisidores. Y si se torcían las cosas, en fin, seguro que los poderes fácticos sabrían apreciar el hecho de que hubiera sido Jervais el que les había entregado al "adepto proscrito". Lo más probable era que eso le ganase una reputación deliciosamente infame entre los novicios.
--No tiene importancia. --Jervais ensayó su sonrisa más conciliadora--. Tu regreso les supondrá tal alivio que ni se fijarán en mí. Nos va a hacer falta una mano firme que gobierne el timón mientras dure esta crisis.
Una expresión de preocupación, y algo más --¿culpa?-- ensombreció el rostro de Johanus.
--Así que Sturbridge continúa... indispuesta. --Se recuperó enseguida, temiendo haber revelado demasiado. No sabía a ciencia cierta qué le había ocurrido a la regente Sturbridge. Sabía que había resultado herida, profundamente herida, en el momento de la Liberación. Helena le había dicho que Sturbridge llevaba semanas entrando y saliendo del letargo. Johanus sabía que los detalles sobre el estado de la regente se mantendrían estrictamente en secreto para las novicias. No serviría de nada promover la intranquilidad o, peor aún, el oportunismo en las filas.
Si Jervais reparó en la vacilación del adepto, no hizo ningún comentario al respecto.
--Han estado preguntando por ti y por la regente. Helena se ha pasado aislada toda la noche.
Johanus archivó esta nueva información. El hecho de que se omitiera mencionar a Sturbridge resultaba preocupante. Sugería que podría estar sumida en uno de lo que Helena describía como los "episodios" de la regente. Sin Helena ni nadie capaz a mano, no había forma de saber qué daño podría causar Sturbridge a los demás o a sí misma. Tan sólo esperaba que el maestre Ynnis estuviera ocupándose de la regente.
--No --insistió Johanus, con firmeza--. Ve tú delante; yo te seguiré en cuanto pueda. De ese modo puedo decirles que pensaba que estabas en la capilla en todo momento. No me lo perdonaría si me preguntaran acerca de tu ausencia de la capilla... tendría que denunciarte y me sentiría desconsolado.
--Bobadas. Nadie quiere estar solo en momentos así. La preocupación, la duda, anidan en tu interior y se enconan. Deberías saber que, pase lo que pase, algunos siempre te respaldaremos.
--Gracias, Jervais, pero aquí no tengo nada que temer. No he hecho nada. Los Astores serán tan concienzudos como justos. Confío en que sepan llegar al fondo de la cuestión. Y yo no estoy en ese fondo --añadió, de un modo significativo.
Se daba cuenta de que tendría que encontrar otra manera de desembarazarse del ambicioso novicio. Tras considerarlo, se le ocurrió una idea. Dio una palmada en el hombro a Jervais, y le dijo:
--Aunque sí que hay algo que puedes hacer por mí. Es un asunto delicado. ¿Puedo confiar en ti?
Jervais no consiguió ocultar el destello depredador que le iluminó la mirada.
--Estoy a su servicio, Adeptus.
--Según parece, quizá me detengan de inmediato a mi regreso a la capilla. No tendré ocasión de ocuparme de ciertas tareas rutinarias que he desatendido durante mucho tiempo. Me preocupa sobre todo cierta carta que tendría que haber echado al buzón hace días. Va dirigida a un antiguo colega. De Atlanta. Supongo que comprendes mi preocupación.
Jervais asintió, comprensivo.
--Desde luego. Cualquier colega de Atlanta estará en una situación ciertamente precaria. --No se le escapaba el hecho de que Atlanta hubiera sido una de las primeras fortalezas de la Camarilla en sucumbir a la reciente ofensiva del Sabbat. Los Tremere ya no mantenían ninguna presencia oficial en la ciudad. Cualquier colega que tuviera allí Johanus debía de estar en una misión sumamente delicada... y sumamente encubierta.
A menos, claro está, que este amigo por correspondencia jugara con el otro equipo. Interesante, ya lo creo, pensó Jervais. En cualquier caso, comprendía por qué no quería Johanus que una epístola de ese tipo cayera en manos de los Astores.
Procuró que no se le notara la codicia en la voz.
--Sería una lástima que tu socio corriera peligro por algo tan insignificante como un retraso en la entrega de una carta. Yo me ocuparé de que salga de inmediato a mi regreso.
--Gracias. Muy amable por tu parte. La encontrarás en mi sanctum, en el cajón de abajo del escritorio. La dirección ya está escrita en el sobre.
--¿Y la llave?
--Ah, sí. La llave. El sanctum está protegido interdire confluratorum. No tienes más que asegurarte de no llevar puesto nada de color negro y podrás pasar sin peligro.
--Nada de color negro --repitió Jervais, como un loro. La comprensión y la admiración teñida de envidia se cernieron sobre él simultáneamente--. Como la túnica de un novicio, por ejemplo...
--Sí --repuso Johanus, sonriendo--. Eso sería un desliz imperdonable.
--¿Cualquier otra que deba... saber?
--Ahora que lo dices, me parece recordar que la mesa también está protegida de alguna manera. Pero seguro que sabrás apañártelas. Siempre has sido un alumno aplicado.
--El adepto me halaga, pero le rogaría humildemente que intentara recordar la naturaleza exacta de la protección del escritorio. Sería una lástima que me fuera imposible deshacerme... quiero decir, "echar al buzón", la carta en cuestión.
--Bueno, ya que me lo pones así, déjame que piense. Era algo sencillo. Ah, sí, ya lo tengo. Un articulador de miedo. En el último cajón. He descubierto que meter la mano en un lugar cerrado y oscuro tiene siempre algo de catártico. Tú no serás miedoso, ¿verdad? ¿Las serpientes, el fuego, nada de eso?
--No --respondió Jervais, lacónico. Al parecer, el asunto no le parecía tan gracioso como al adepto--. ¿Más cosas igual de sencillas?
--No si no te pones a husmear por ahí. Gracias de nuevo, Jervais. Si preguntan por mí en la capilla, diles que acudiré en cuanto pueda escabullirme sin provocar la alarma.
--Gracias, Adeptus. Puede confiar en mí sin dudarlo.
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Antígona escuchó bastante poco de la conversación de los dos nombres por culpa del clamor que imperaba en el gimnasio. El sonido de los pasos de Jervais al acercarse, no obstante, era inconfundible. Se sobresaltó y se puso en movimiento. Regresó sigilosamente al gimnasio y se embozó en el anonimato de la aglomeración como si se arropara con un chal.
Se demoró lo suficientemente cerca de la puerta para observar a Jervais y seguir sus movimientos. Tenía que saber cuándo sería seguro colarse por donde había venido él. Tenía que llegar a Johanus antes de que también él se fuera a la capilla. Cuando el adepto hubiera regresado a los confines de la casa capitular, lo habría perdido. No había forma de saber cuándo volvería a verlo, o si volvería a verlo siquiera.
Jervais abrió las puertas de par en par. En su cabeza, saqueaba ya los secretos más celosamente guardados del sanctum del adepto. Su entrevista con Johanus había salido mucho mejor de lo que había imaginado. En lugar de limitarse a escoltar al adepto de vuelta a la capilla, Jervais había recibido una de esas oportunidades únicas a las que un hombre alerta y avispado podría sacar el máximo provecho. Se sentía inusitadamente complacido con el resultado de la velada.
Ya había dado cuatro o cinco zancadas decididas hacia el núcleo de la multitud cuando se detuvo en seco, como si le hubiera asaltado una duda repentina. Antígona vio cómo se reflejaba la consternación en su rostro. Sintió que se le encogía el estómago cuando el hombre giró despacio, como la torreta de un tanque, y clavó la mirada en su dirección.
--Antígona. --La sonrisa de Jervais era tan tensa y tirante como el tono de su voz. Había hablado en voz baja, pero aún así se había sobrepuesto limpiamente al ruido de fondo y a la maldición mascullada de ella. Enderezó la espalda, alisándose de manera inconsciente la raya marcada, casi marcial, de su puño izquierdo. La insignia de su rango centelleó argéntea.
Antígona sabía que estaba acorralada. No tenía manera de escabullirse delicadamente en ese momento. Con la paciencia de una araña, el novicio se acercó a ella.
--Jervais --respondió Antígona, con frialdad, cuando lo tuvo delante. Se había situado incómodamente cerca de ella, separados los rostros apenas por unos centímetros. Eso la sacó de quicio. Barajó en su mente los posibles resultados de este desafortunado encuentro. Ninguna de las opciones la complacía demasiado.
Su primer instinto había sido el de huir, pero se mantuvo en el sitio, obstinada. Empero, cuanto antes pudiera marcharse, mejor. Decidió que lo mejor sería tomar la ofensiva.
»Me alegro de haberte encontrado. Preguntaban por ti en la capilla. Será mejor que regreses inmediatamente, antes de que tu ausencia sea más palpable.
--Gracias por preocuparte. Lo cierto es que iba de camino. No hace falta, por cierto --dijo Jervais, con una sonrisa torcida--, que molestes al adepto. Ya está al corriente de los últimos acontecimientos de la capilla. Acudirá enseguida. Vamos, no pongas esa cara de abatimiento. ¡Vas a tener que aplicarte mucho más en el futuro si aspiras a tomar la delantera a tus mejores! Aunque ya que estás aquí, podrías acompañarme a la capilla. Hay ciertos asuntos que quería discutir contigo. En privado.
--Eres muy amable, pero he venido en representación de la regente y no puedo entretenerme en estos momentos. Y, dado que te esperan con tanta urgencia, lamentaría distraerte con mi conversación. Otra vez será, espero. --Hizo ademán de dar media vuelta y volver a zambullirse en la multitud.
Jervais la agarró por el codo y se situó a la par de ella.
--¿En representación de la regente? En ese caso, no deberías ir por ahí sin escolta en una misión tan importante. ¿Y si te ocurre cualquier cosa aquí en medio de tantos personajes sin escrúpulos? Por cierto, qué estás haciendo por ahí sin uniforme. --Su voz se convirtió en un susurro confabulador--. ¿No será que viajas... de incógnito?
Antígona se liberó delicadamente de su presa. Habían llegado a la linde de la aglomeración y se encontraban a la sombra de las gradas.
--Qué bien que esto te haga tanta gracia, Jervais. Seguro que la regente se parte de risa cuando le diga que has puesto en peligro esta misión. Ahora, si eso es todo, tengo cosas que hacer. Y tú me estás cortando las alas.
Jervais hizo caso omiso de la amenaza.
--Llevo casi toda la semana intentando localizarte. Desde lo del accidente en el domicilium de las novicias. Si no te conociera, pensaría que intentabas darme esquinazo.
Al oír hablar del domicilium de las novicias, Antígona sintió como si le hubieran dado un mazazo en el estómago. Se había declarado un incendio, se había sublevado un espíritu guardián y Antígona había dado la orden de condenar a tres novicias a una flamígera muerte definitiva.
¿De eso hacía sólo una semana? El dolor era reciente, pero el peso de esa decisión se había convertido en una carga constante, como si hiciese toda una vida que la había tomado. Tres vidas, pensó, contrita.
Salió de su introspección y se dio cuenta de que Jervais seguía hablando, desde hacía tiempo:
--...No creerías que nos habíamos olvidado de todo, ¿no? ¡En ese incendio murieron tres de los nuestros! Tres de nuestros amigos, nuestros hermanos y hermanas, arrebatados. Y fuiste tú la que apretó el gatillo. La gente querrá pedirte explicaciones, Antígona. Y no sólo los Ast... no sólo nuestros invitados. Eres una chica lista y sé que no hace falta que te lo deletree. Pase lo que pase, la situación en la capilla se va a volver bastante incómoda para ti.
--Hice lo que tenía que hacer --musitó Antígona--. El fuego, había que poner en marcha el sistema de defensa. Nos enfrentábamos a un escenario de evacuación. Se habrían perdido más de tres vidas, Jervais.
--Ésa es tu opinión. No vas a convencerme de que compensa las vidas de tres de nuestros hermanos y hermanas. Dudo mucho que puedas convencer a un tribunal. Sin embargo, seguro que tú te sentiste... gratificada. Decidiendo quién vive y quién muere. --Su voz rezumaba una evidente malicia.
--No fue así --insistió Antígona, meneando la cabeza con vehemencia--. No tienes ni idea. Tú no estabas atrapado en medio de la conflagración. No estabas ahí fuera con los equipos de emergencia...
--No, pero Marcus sí que estaba atrapado en medio. Y Clarissa. Y Livonia. Y ahora están muertos. Y, por cierto, yo sí que estaba "ahí fuera". Colaborando con el equipo de urgencias. Todavía conservo las quemaduras para demostrarlo. Oí cómo dabas la orden por el intercomunicador. Pero no te vi allí.
Jervais hablaba con tanta intensidad que ni siquiera parecía darse cuenta de que empezaba a llamar la atención de las personas cercanas.
--¡Jervais! --La voz de Antígona era un susurro feroz--. Me parece que éste no es momento ni lugar...
--Pues acompáñame y zanjemos este asunto. En privado.
Antígona negó con la cabeza.
--Mira, no tengo tiempo para esto. Tengo que ocuparme de este asunto para la regente y ahora mismo no puedo escabullirme. Y tú, aquí plantado discutiendo sobre esto, no consigues más que poner en peligro esta misión. Vete. Te veré en la capilla.
--Esperaré.
--No. Además, seguramente tarde un rato. Vete.
--Puedo esperar.
--Jervais, empieza a parecer que me voy a pasar aquí casi toda la noche y cuanto más tiempo pierdo hablando contigo, más tardaré en empezar. No me gusta denunciar a nadie por interferir con la seguridad de la capilla, porque ya sabes cómo se pone Helena con ese tipo de...
--No te preocupes --dijo Jervais, sonriendo ampliamente--. Helena ha sido... detenida. Pero no pasa nada. Ya tendremos nuestra charla en privado. Has sido de gran ayuda. Verás, lo único que me hacía falta saber era que no regresarías a la capilla hasta primera hora de la mañana.
Una lenta comprensión y un frío temor se abatieron sobre Antígona simultáneamente.
--No sé por qué tendría que interesarte eso --dijo, cautelosa.
--Me interesa mucho. Verás, tenía a Marcus en gran estima. Era mi confidente. Y vi cómo moría. No, no me des la espalda. Me gustaría que me escucharas. ¿Alguna vez has visto a alguien morir abrasado, Antígona? Con nuestra especie, lo cierto es que se acaba enseguida. Es sorprendentemente rápido. Primero la caricia de las llamas. Luego la carne que gime a modo de respuesta, se ampolla...
--¡Basta! Lamento la muerte de Marcus. De veras. Esa decisión es algo que revivo todas las noches. Pero no pienso quedarme aquí plantada, escuchando tus...
--Ojalá pudiera creer eso --pensó Jervais en voz alta--. Que lo lamentas, digo. Que lo sientes de veras. Eso significaría mucho para mí. Por eso pienso ir a asegurarme de que sea verdad.
--¿Me estás amenazando?
Jervais arqueó una ceja.
--Quisiera comprender, apreciar tus sentimientos a este respecto. Y quisiera que tú comprendieras exactamente lo que siento yo. Exactamente.
--Creo que no te entiendo.
--Es muy fácil: no es ningún secreto que te has hecho con una mascota nueva en la capilla. Ah, no te sorprendas. Yo mismo me he tropezado con este amiguito tuyo, este tal Mr. Felton, de vez en cuando. No alcanzo a comprender cómo es posible que los poderes fácticos permitan a alguien como tú, una novicia sin distinción ni mérito alguno, acoja a un aprendiz. No me corresponde a mí poner en duda las decisiones de la regente. Asumiendo, claro está, que la regente esté al corriente de tu pequeño reclutamiento.
Antígona no pudo sino observarlo horrorizada al empezar a comprender dónde quería llegar.
»Sería una lástima que le sucediera algo a tu querido Mr. Felton. Algo incendiario, digamos. Sobre todo estando tú lejos de la capilla. Haciendo un recado personal para la regente. Toda la noche.
Jervais se encogió de hombros y dio media vuelta, adentrándose en la multitud.
--¡Maldito seas, Jervais! Tócale un pelo y expondré al sol tu asqueroso cadáver empalado. ¿Me oyes?
Jervais levantó una mano para decir adiós y se perdió de vista entre las bulliciosas filas de los muertos.