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La emperatriz de la India

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Cuando Sturbridge cruzó el círculo de fragmentos de cristal artísticamente ordenados, su rostro se compuso en una hierática máscara mortuoria. Se enderezó con porte regio y alisó como pudo las arrugas de su túnica.

Unos cuantos pases arcanos era todo lo que necesitaba. Stephens volvía a estar frente a ella, invocado de las profundidades de las criptas a las que lo había expulsado. Al círculo invertido que era el gemelo de éste. Su cara mostraba aún la misma expresión indignada. Seguía vocalizando los mismos improperios y amenazas. Era como si nunca se hubiera ido.

Despotricó en silencio un momento, incapaz de imponer su voz a la barrera del diagrama místico. No tardó en percatarse de la futilidad del gesto y se sumió en una inmovilidad malhumorada.

Sturbridge permitió que se desfogara. Dejó que el silencio flotara entre ambos, que el momento se prolongara hasta ver los primeros indicios de incomodidad por parte de él... hasta estar segura de que había comprendido que estaba a su merced.

Cuando habló al fin, su tono era sucinto, seco, la voz de quien lleva décadas acostumbrada a impartir órdenes.

--Eres un intruso en mi casa. Has asesinado a mi novicia. Responderás por estas infracciones.

Sturbridge se agachó para cambiar de sitio un trozo de cristal y retirar uno de los símbolos de apoyo del diagrama. Este gesto abría las esclusas del dique que había contenido las palabras del hombre y éstas brotaron como un torrente.

--¡...esa jovencita tiene que responder de muchas cosas! Y no es la única. ¿Qué te propones encerrándome aquí?

Sturbridge ignoró la perorata de Stephens.

--Te alegrará saber, sin duda, que la señorita Baines ya no supone ninguna amenaza para ti. A mí no me alegra tanto. Dime enseguida quién eres y por qué has asesinado a mi novicia.

Stephens no estaba dispuesto a colaborar.

--Ya está bien. Yo no he asesinado a nadie, como tú bien sabes. Tu "novicia" y tú me atrapasteis en este maldito diagrama. --Dio un tentativo paso adelante. Sus manos impactaron en la línea de las protecciones exteriores y las retrajo, maldiciendo y frotándose las muñecas.

--Soy Aisling Sturbridge, señora de esta casa. Responderás a mis preguntas. Luego decidiré si deberías ser puesto en libertad o no. Te he preguntado quién eres y por qué has asesinado a mi novicia.

Stephens sopesó la posibilidad de arrojarse contra las protecciones, pero se lo pensó mejor. Su punto fuerte pasaba por otros derroteros. Cambió de táctica.

--Lo único que queríamos era hablar con la chica --dijo, con una nota conciliadora--. Me llamo Stephens. Hemos venido en misión oficial de la Casa Madre. No le he tocado ni un pelo a tu novicia y está claro que ella seguía con vida cuando tú manipulaste el diagrama y me arrojaste a las catacumbas. Mira, sólo intento hacer mi trabajo. ¿No podemos volver a la capilla y discutirlo? Si le ha sucedido algo a la chica, te ayudaremos a llegar al fondo de la cuestión. --Le dedicó lo que esperaba que fuese una sonrisa irresistible.

--¿Sólo intenta hacer su trabajo? ¿Quiere que crea, Mr. Stephens, que es usted un asesino profesional?

--Aguarde un momento. Yo no he dicho nada de eso. Soy investigador, señorita Sturbridge. De la Casa Madre. De Viena. Seguramente esto no la pillará desprevenida...

--Puede usted llamarme regente Sturbridge. Y, por favor, no crea que podrá escapar a tu castigo parapetándose tras esta débil tapadera. Usted no es ningún investigador.

Stephens abrió la boca para protestar, pero Sturbridge lo atajó bruscamente.

--Ahora mismo, ni siquiera es usted representante de la Casa Madre. Si lo fuera, se habría presentado formalmente ante mí a su llegada... como están obligados a hacer todos los emisarios de la Casa Madre según la cédula concedida a esta casa. Como no lo hizo, es un intruso.

--Le aseguro, señorita Sturbridge, que precisamente íbamos...

--Pero digamos que se hubiera presentado como le, correspondía --volvió a interrumpirlo Sturbridge--. Y que a mí me satisficieran sus supuestas credenciales... y que, por algún motivo, me sintiera inclinada a solicitar su ayuda para llevar a cabo una investigación. Entonces, y sólo entonces, podría decidirme a honrarlo con el título de "investigador". Aunque lo mismo podría llamarlo "la Emperatriz de la India". Para serle sincera, una Emperatriz de la India con mi bendición impondría mucho más en esta casa que alguien al que un burócrata de Viena haya decidido llamar "investigador". ¿Ha quedado esto claro?

--Comprendo cómo se siente, señorita Sturbridge, pero nuestras credenciales son auténticas. Me complacería mostrárselas formalmente, si fuese usted tan amable de... --Indicó con un gesto el diagrama de contención.

La mirada de Sturbridge era inflexible.

--Si le es más fácil apreciar su situación en términos de su confinamiento, Mr. Stephens, me parece aceptable. En cualquier caso, el hecho es que usted sigue sin gozar de autoridad oficial. Está atrapado, literalmente, entre dos lugares. Se le consiente que hable únicamente gracias a la merced de mi justicia, para responder por sus acciones. Se le consiente existir, me temo, únicamente gracias a la merced de este diagrama, admitámoslo, bastante traicionero.

--¿Me está usted amenazando, señorita Sturbridge? Seguro que sabe que obstruir una investigación de los Astores constituye de por sí una acción criminal. Hay hermanos que han visto la luz del sol por el simple hecho de ocultarnos información pertinente. Amenazar abiertamente la integridad de un investigador...

Sturbridge esbozó una sonrisa.

--Ah, me malinterpreta usted, Mr. Astor. Yo no amenazo. No soy yo, a fin de cuentas, la que le impide ocuparse de sus asuntos. Es este condenado diagrama. Si de mí dependiera, intentaría liberarlo de inmediato. Pero mi comprensión de este diagrama es meramente imperfecta. Me temo que si intentara liberarlo a usted ahora, podría causarle daños permanentes... involuntariamente, se entiende.

El gesto de Stephens se tornó grave. Sturbridge vio que había comprendido sus insinuaciones. Pero el hombre se repuso para realizar una última intentona desesperada. Mirándola a los ojos, dijo:

--Creo que sabe cómo liberarme.

Toda la fuerza de su voluntad y su adiestramiento se canalizó a través del tenue e invisible conducto que unía sus miradas. El poder crepitaba bajo la superficie de aquel flujo de sílabas, inocentes en apariencia.

Sturbridge le sostuvo la mirada. Cuando habló, su voz era tan fría como una puñalada.

--Entonces, ¿quiere que lo intente?

La confianza de Stephens se tambaleó, pero no pensaba echarse atrás ahora.

--Hazlo --ordenó.

La regente asintió lentamente.

--Pues ponte de rodillas.

Aquello lo cogió desprevenido. La miró intrigado.

--La vínica forma que se me ocurre para liberarte consiste en llevar este malhadado rito a su conclusión. Si quieres ser libre, tendrás que cooperar. O puedo renunciar a intentarlo, destruir el diagrama y dejar que sufras la descarga. Tú eliges.

Stephens se arrodilló.

--Ahora te vas a dirigir a mí como la legítima regente de esta casa y vas a jurar que acatarás mis normas mientras sigas siendo mi invitado.

Stephens sonrió y zangoloteó la cabeza, riéndose entre dientes. Haciendo acopio de dignidad, se puso de pie lentamente, sacudiéndose la ceniza y el hollín que le ensuciaba las rodillas.

--Muy bueno, señorita Sturbridge. Por un instante me había engañado. Que le ayude a completar el rito...

--Lo digo muy en serio, Mr. Stephens. Lo único que le pido es una muestra de cortesía elemental hacia su anfitriona. Si no está dispuesto a concederme esto siquiera, no tenemos nada más que discutir.

Stephens decidió intentarlo por última vez. Quizá pudiera hacerle ver los hechos.

--Mire, sabe que no puedo hacer eso, señorita Sturbridge. Mi juramento es para la Orden. Y mi deber bien pudiera obligarme a hacer cosas que, francamente, una dama como usted no debería tolerar en sus huéspedes. Hemos venido para poner fin a una serie de asesinatos, señorita Sturbridge. Eso no es algo que se tome a la ligera. Haremos lo que sea necesario para restaurar la seguridad de esta capilla. Y si eso implica pisar unos cuantos callos y saltarse unas cuantas convenciones sociales... en fin, consideraría que es un precio muy pequeño.

--Ya veo --dijo Sturbridge, al cabo--. Comprenderá usted entonces que diga que el riesgo de que usted muera me supone un precio demasiado elevado a cambio de correr el riesgo de ponerlo en libertad. De buena fe le garantizo que no puedo intentar liberarlo de este diagrama, Mr. Stephens.

--En tal caso, yo diría que estamos en un punto muerto. Usted no puede sacarme... por miedo a matarme, como usted dice. Y ninguno de los dos podemos quedarnos aquí plantados, mirándonos con mala cara hasta que amanezca. ¿Alguna sugerencia?

Sturbridge no le devolvió la sonrisa.

--¿Está usted seguro de que no quiere pensárselo? Le ofrezco la oportunidad de gozar de mi protección. Podrá irse libremente y no sufrirá daño ni reproche alguno mientras permanezca en mi casa. También se librará de la indignidad de verse obligado por sus colegas a hacer algo que pudiera... pesarle.

Stephens negó con la cabeza, compungido.

--No se lo tome como algo personal, señorita Sturbridge. Pero no estoy seguro de qué podría servirle mi promesa si tuviera que quebrantar un juramento para realizar otro.

--No lo tenía a usted por un idealista, Mr. Stephens. Evidentemente, si decide usted despreciar mi protección, yo no me hago cargo de...

--¿Quiere que sea más pragmático, señorita Sturbridge? Sinceramente, aun entre los muros de esta capilla, su "protección" no vale gran cosa. Y si tengo que elegir entre usted o Viena, no voy a pensármelo dos veces.

Era Sturbridge la que hubo de mostrarse desconcertada en ese momento.

--Le agradezco su franqueza, Mr. Stephens. Ya veo que no piensa cambiar de opinión al respecto. Es una lástima. Las cosas habrían sido mucho más fáciles, para ambos, si hubiera accedido usted a prometerme su apoyo. Me temo que ahora nos hemos quedado sin opciones. Tendrá que regresar usted a las criptas por una temporada. Dígame, ¿lo estiman sus colegas, Mr. Stephens?

Stephens meneó la cabeza ante el súbito cambio de conversación.

--No sé si la sigo, señorita Sturbridge.

--Verá, se me ocurre que su "vida", a falta de una palabra mejor, bien pudiera ser lo único de valor que pueda aportar a las negociaciones con sus compañeros. Dígame, Mr. Stephens, ¿cómo tiene usted más valor para sus compañeros, vivo o muerto?

Stephens había recuperado su porte suficiente y flemático.

--Eso no le va a funcionar, señorita Sturbridge. Los Astores no negocian con secuestradores. Sugiéralo siquiera y acabarán con usted en el...

Sturbridge se encogió de hombros.

--Qué pena. Entonces, supongo que lo mejor sería fingir que ha ocurrido un accidente. Oh, no se sorprenda, Mr. Stephens. Aunque los rumores digan lo contrario, no tengo por costumbre asesinar novicias ni invitados. Sólo lo menciono porque me gustaría que pensara en mi oferta durante su confinamiento.

Stephens quiso responder, pero Sturbridge hizo un gesto de negación con la mano y atajó sus palabras. Él siguió vocalizando invectivas mientras ella se inclinaba sobre el diagrama y lo devolvía a las criptas.

Cuando su imagen hubo desaparecido, Sturbridge deshizo el diagrama meticulosamente, eliminando toda posible salida. Se preguntó cuánto tardarían en echarlo de menos. Luego se dispuso a restablecer el portal de acceso a la Capilla de los Cinco Distritos.