—20—

 

Me bajo de mi auto. Al final, no lo termine vendiendo, no fue necesario en realidad.

Llevo una botella de vino blanco en la mano derecha y en la izquierda mi bolso de mano.

Traigo puesto un vestido color negro de mangas largas, ajustado, hasta la rodilla. Es bastante sobrio y elegante o por lo menos lo suficiente para la ocasión. Casi no llevo maquillaje o accesorios. Mis zapatos son sandalias de plataforma de color crema.

Nuevamente, tuve que alisar mi cabello para poder darme un poco de decencia. Siempre tengo la impresión que con los rizos me veo más… salvaje. Antes, me gustaba, pero ahora con Ethan, no estoy tan segura.

Toco el timbre de la casa de Ethan.

Es una casa muy linda, de clase media alta con un estilo antiguo. Las paredes conservan el color del cemento o del material del que fue hecha, no sabría decir exactamente cuál es porque tiene una apariencia rugosa. Es de una planta y está llena de árboles y arbustos a los lados de ella. Es grande, tanto en ancho como en alto. El pórtico es la cosa más bonita que he visto, parecidas a las que sacan en las películas de la casa de dos ancianos. Tiene dos ventanas enormes que dan directamente a la calle.

La verdad, la casa de Ethan, es impresionante.

A los segundos de haber tocado el timbre, Ethan, aparece en la puerta.

—¡Qué bien que ya llegaste! —dice después de darme un rápido beso en los labios—. Me estaba comenzando a desesperar con la práctica de mi padre con ese disque socio.

—Lo siento —me compadezco de él.

—Gracias, Aby. No creo que sea de tu agrado la plática, pero no tengo alternativa más que llevarte con ellos —dice quejumbroso.

—Tranquilo, he aguantado suficientes platicas aburridas en mi vida, una más no hace daño —lo tranquilizo.

—Ya veremos… —murmura.

Entramos a su casa, y le paso la botella de vino.

—No era necesario que trajeras nada —dice tomándola.

—Pero yo quería.

Niega con la cabeza y trata de aparentar molestia, pero ya sé que no es así, sobre todo cuando reprime una sonrisa.

—¿Qué te parece si primero conoces a mi madre que está en la cocina y luego pasamos a la sala?

—Me parece perfecto —concuerdo.

Estábamos en un pasillo, y a lo lejos escuchaba la voz de dos hombres, ambos reían y hablaban lo suficientemente fuerte como para escucharlos desde aquí, pero no tanto para saber de qué hablaban.

—Ven conmigo —dijo tomándome la mano.

Me llevo por un pasillo largo, pasamos por una puerta que en realidad no tenía puerta, pero vi que ahí era la sala, aunque no pude ver quienes estaban en ella, dado que el sillón no se reflejaba desde donde pasamos. Nos dirigimos directo a la cocina, pasando por otras puertas cerradas.

Al entrar, observe primero la gran mesa que conformaba el comedor. Era enorme, de madera y con suficientes sillas para diez personas.

La cocina, estaba a la derecha del comedor. Una cocina bastante rustica con toques modernos. Era como la de esas películas antiguas de los 80´ sobre la esposa perfecta, pero con electrodomésticos modernos. No se miraba mal, pero si me puso los bellos en punta.

—¿Mamá? —llamo Ethan, a una mujer que se encontraba muy entretenida, sacando algo del horno.

Cuando se dio vuelta, me di cuenta de a quien le había sacado Ethan esos lindos ojos. Simplemente era una señora muy hermosa. Imponente, pero tierna. Una combinación muy extraña. Una rubia hermosa, alta y refinada, era lo que tenía frente a mí.

—Hola, querida —saludo efusivamente, acercándose a mí, y dándome dos besos, uno en cada mejilla—. Debes de ser Abigail.

Ya me imaginaba que en esta casa nadie me diría Cassandra. No me molestaba que me dijeran mi otro nombre, pero no me acostumbraba del todo.

—Un gusto, señora —trate hacer mi mejor sonrisa, y creo que no me salió del todo bien ya que me sentía incomoda.

Ethan dejo la botella de vino en la encimera.

—No me digas señora, llamame Beatriz —dijo alegremente.

—Entonces, es un gusto, Beatriz —dije.

—Eres preciosa, no te hace justicia la descripción que hace Ethan, sobre ti —me alaga.

—Gracias —respondo.

—La verdad —comienza a decir Ethan—, ninguna cosa que yo dijera, te haría justicia —pone su mano en mi cintura y me da un beso en la frente.

Por un momento mis piernas flaquearon y tuve que contenerme para no lazarme sobre él.

Estos momentos eran los que me hacían querer correr más con la relación. Lo quería todo con él. Pero no podía apresurarme tanto.

Papá, decía que era bueno que yo tratara de ir más lento, que disfrutara de un noviazgo antes de hacer cualquier cosa que conllevara “responsabilidad” —así le llamo a tener relaciones sexuales—. Yo le pregunte su opinión, pero la respuesta… me dejo impaciente.

Mi padre ya conocía a Ethan. Lo había conocido un día antes de que Ethan, me preguntara si quería ser su novia. Resulta que llego a mi casa, y yo, por supuesto, no estaba. Ya lo había planeado el muy truhan. Sabía que estaba trabajando. Hablo con mi padre, una charla muy “amena”, según lo que dijeron ambos, pero se me hace que fue un momento tenso. Creo que mi padre lo analizo de dos maneras: como padre, y como psiquiatra. La ventaja de Ethan, y con lo que se terminó ganando la confianza de mi papá, es que le pidió permiso para ser mi novio, cosa que me desconcertó cuando me lo conto al día siguiente después de que yo le dijera que SI.

Ethan, le cayó bien a mi padre gracias a eso, y gracias a que es un buen chico, pero tampoco era como para que mi papá, no le fuera a quitar el ojo de encima.

—Se ven tan lindos juntos —dice con amor maternal, Beatriz.

Sonreí porque no sabía qué hacer.

—Y bien, ¿Qué tal tu trabajo, Abigail? —me pregunto Beatriz.

—Va muy bien —conteste con sinceridad—. Mi jefa es una buena mujer, un poco insistente con querer hablar sobre mi padre, pero —me encojo de hombros—, parece llevar bien que no haya respuesta por parte de él.

—Si, ya Ethan me conto sobre eso. Yo no podría hacer eso —dice mirando al cielo y haciendo un gesto exagerado.

—No madre, tu no hubieras podido hacer eso, pero si dejaste que mi padre lo hiciera por ti —le reprocho Ethan.

—No seas así. Yo solo deje que Marvin, se esforzara más por lo que quería —dijo en tono digno y me guiño un ojo.

Me reí un poco.

—¿Le puedo ayudar en algo? —pregunte para cambiar el tema.

—Ya termine. No te preocupes —contesto tranquilamente—. Ethan, podrías llamar a esos hombres tan bullicios que están en la sala —le dijo con una gran sonrisa que hacía ver que estaba bromeando.

Me quede en la cocina con Beatriz, cuando Ethan se fue a buscar a su padre y al que podría ser su socio.

—Cariño, te puedo preguntar una cosa personal —dijo Beatriz.

—Por supuesto —conteste con un poco de miedo escondido detrás de mi seguridad.

Siendo mi suegra, debería estar asustada de todo lo que me dijera. Siempre se dice que las suegras son las peores, y aunque, Beatriz, no lo parecía, no sabría si lo era o no. No podía poner las manos al fuego por ella.

—¿Cuáles son tus intensiones con mi hijo? —pregunto seriamente, achicando sus ojos y viendo fijamente.

Podía sentir como estaba tratando de debelar todos mis secretos, y me sentí feliz que ella en realidad no pudiera ver lo que yo cargaba. Mi pasado, no era algo para estar orgullosa.

Resople mentalmente.

—Las mejores, se lo juro —conteste—. Ethan, es un hombre especial. Jamás he conocido a alguien como él, y lo quiero mucho, a pesar de no conocerlo de toda la vida.

Asintió lentamente, analizando mi respuesta.

Después de un momento, sonrió.

—Me parece bien —dijo más tranquila—. Pero ten cuidado, que si le haces algo malo…

—No me atrevería a eso —dije antes de que ella concluyera su amenaza.

Asintió nuevamente.

Entro un hombre, parecido a Ethan. Misma altura, mismo cabello, mismo todo. Era guapo.

Me di cuenta que probablemente, Ethan, mejorara con la edad. Y estaba segura que así seria. Lo veía en su padre.

Es más, si siguiera tras hombres adultos, casados y en general, solo buscara sexo; seguro que pusiera en mi mirada a ese hombre.

Ahora, ya solo lo miraba como mi suegro.

—Abigail, ¿verdad? —dijo con una voz ronca, que no se parecía a la de Ethan. Más bien, se parecía a la de un militar.

Eso hizo que un escalofrío bajara por mi espalda.

Al parecer no solo tendría que lidiar con una suegra que no parecía del todo confiada en mí, sino que también con un suegro difícil.

Bien, lo puedo manejar.

—Un gusto, señor —extendí mi mano, cuando él lo hizo.

—Igualmente —dijo con dureza, analizándome, así como había hecho Beatriz.

—¿Y los demás? —pregunto Beatriz, haciendo caso omiso al tono de su marido.

—Ya vienen —contesto secamente el padre de Ethan.

Comenzaba a temer que me tuviera que ver como Romeo y Julieta, cuya relación no prospero gracias a sus familias. Esperaba que no pasara eso con Ethan y conmigo.

—Y dime, Abigail ¿Qué es lo quieres hacer cuando crezcas? —pregunto el padre de Ethan.

—Vamos, Marvin. Ella ya trabaja —contesto por mí, Beatriz.

—Sí —afirme yo, tratando de no escucharme arrogante—. Pero quiero estudiar —seguí.

—Qué bueno, ¿y qué es lo que has pensado estudiar? —dijo Marvin.

—Quiero estudiar lo mismo que mi padre, señor —conteste.

Comenzaba a sentirme sofocada ante tanta pregunta, pero no podía hacer nada. Solamente podía contestar. Lo bueno es que no me había hecho ninguna pregunta difícil o de la que tuviera que mentir.

—¿Psiquiatría? —dijo confusa, Beatriz.

—Sí, me he dado cuenta que es muy interesante. Quizás ha influido también, un poco, que mi padre comenzara a hablarme de su empleo, pero me gusta, porque me ayuda a entender como funciona el pensamiento humano, y no lo sé, me pareció que la psicología no cumpliría mis ansias de conocimiento como la psiquiatría —afirme.

—Papá, no comiences con tus interrogatorios —dijo Ethan, cuando entro en la cocina—. Y ahora vamos, que te espera tu futuro socio.

Me tomo de la mano y le dio un leve apretón.

No me había dado cuenta que esta medio temblando, y que no estaba respirando como debía.

Sí que sería bastante incómodo. 

“Con el tiempo mejorara” —me dije.

Los padres de Ethan, salieron primero, llevando toda la comida con ellos.

—Lo siento por el interrogatorio, pero eso es lo que gano cuando no por gusto eres hijo único —se disculpó.

—No importa —le recorte con un beso corto.

Caminamos hasta el comedor, que no estaba muy lejos, solo a unos pasos.

—Bueno, te presento a la novia de mi hijo —dijo Marvin cuando entramos—. Abigail, te presento a mi futuro socio, Sebastián Evans.

Me quede de piedra al ver a ese hombre sentado al lado derecho del Marvin, quien estaba a la cabeza.

—Un gusto —dije poniendo mi mejor sonrisa falsa.

—Igualmente, Abigail —contesto Sebastián con un tono sugerente y una sonrisa prepotente.

Mi suerte no podía ser peor.

Esto era una mierda. Todo era una mierda.

Se había ido por el caño la cena, y probablemente también mi relación con Ethan.

Sentí como la bilis se me subía por la garganta. Esto era terrible. Sebastián, podría cumplir sus amenazas ahora.

Ahora comenzaba a preguntarme si era casualidad que estuviera aquí, o si era planeado por él.

Quién sabe si también Marvin, el padre de Ethan, podría estar en esto y tal vez por eso me miraba feo. Rece un plegaria al cielo para que no fuera así.

Me recordé de algo que dijo mi padre: “veras las consecuencias de tus actos, y quizás eso no te guste, pero deberás afrontarlas”.

Comenzaba a verlas, y él tenía razón, no me gustaban en absoluto.

—Siéntate a la par de Sebastián, hijo —dijo Beatriz—. Y Abigail que se siente a la par mía.

Sonreí y me separe de mi novio.

Al menos no estaría a la par de él, eso ya era suficiente.

Me senté a la par de Beatriz.

Sebastián, no dejaba de verme. Ya sabía yo que me había reconocido, que quizás nunca me había quitado la mirada desde que deje el club.

¡Qué ilusa había sido al pensar que me había dejado en paz!

—Abigail —dijo Beatriz—, me comento Ethan, que ya de nuevo vives con tu padre, y que se mudaron de la casa en la que él vivía antes.

—Así es. No me gustaba irlo a ver solo los domingos, y él quiso mudarse a una mejor zona —conteste mintiendo solo un poco.

No le podía decir que la verdad era que nos habíamos mudado porque la señora Araujo y su familia seguían viviendo frente a nosotros. Y que también, otra razón era porque mi padre desistió de esperar a mi madre, o eso creía yo.

—¿Y a donde vive ahora? —pregunto Sebastián lamiendo sus labios— Porque me han dicho que la colonia Haltman es impresionante.

—Justo allí vivo —respondí dándome cuenta que tenía razón, él no me había perdido la pista. Sabia donde vivía y probablemente que hacía.

La plática continuo, pero por gracia divina, se dejó de centrar en mí, y en lugar de eso, las preguntas iban de Sebastián a Marvin. 

Comencé a comer en silencio. Y para mi suerte a nadie le importo. Pero, si me fije como de vez en cuando, Sebastián me miraba y sonreía con suficiencia, dándome a entender que me tenía en sus manos.

Antes de que Beatriz, sirviera el postre, que era lo único que había faltaba en la mesa, me disculpe y pedí prestado el baño.

Debía refrescarme. Me estaba poniendo claustrofóbica, y empeoraba a cada segundo.

Me encerré en el baño que me habían dicho. Estaba cerca de la sala, era la primera puerta a la derecha.

Moje un poco de papel higiénico y me lo pase por toda la cara. No me hacía sentir mejor, pero era mejor eso que nada. Debía mantenerme serena durante todo el resto de la noche.

Tocaron la puerta del baño.

Me di una mirada rápida al espejo y respire hondo antes de abrir la puerta, pero en lugar del salir, fui empujada hacia adentro. Era Sebastián.

—Nos volvemos a encontrar —dijo petulante.

—Esto no es un encuentro casual ¿No es así? Lo planeaste. ¿Desde hace cuánto me sigues? ¿Qué haces aquí? ¿De verdad quieres hacer negocios con el señor Marvin o es una de tus tetras? —dije desafiante.

—Sigues siendo una yegua indomable —dijo en lugar de responder.

—Dejate de tonterías y dejame en paz.

Estaba muy enojada, y tenerlo tan cerca, no ayudaba en nada.

—Te diré algo. No diré nada de tu… actividad extra a tu novio, si tú me das lo que quiero —puso su mano en mi cintura y me acerco a él.

Comencé a alterarme mucho, no me sentía bien. Estaba mareada y mi respiración era superflua.

—Tal y como lo imagine. Tú no te has atrevido a decirle nada acerca de que no eres un ángel —me torturo diciéndolo en mi oreja.

—Dejame en paz —lloriquee entre dientes.

No lloraba, aun. Pero me sentía frágil.

—No preciosa rubia. Yo cuando miro algo y lo quiero, no me importa lo que tenga que hacer, yo lo obtengo. Así que hazte el favor y se mía, si no quieres que le cuente cosas muy interesantes a tu novio y a su familia —amenazo.

—No puedes hacerme esto, solo soy tu capricho, y él significa mucho para mí —me callé al darme cuenta de su plan—. ¿Esperaste a que esto sucediera? —pregunte consternada—. ¿Acaso no tienes límites?

>> Ethan, es el único novio que he tenido. El único hombre que quiero para mí. El único que no me ve por mi físico.

>> ¿Esperaste tanto para darme un golpe tan doloroso? —pregunte al borde de las lágrimas.

Me dolía mucho el hecho de pensar en contarle todo a Ethan. Él me despreciaría cuando supiera todo, y solo empeoraría que se lo dijera alguien más. Pero yo no quería decírselo, no quería tener que enfrentar el momento en que me dejara tirada.

El oxígeno comenzó a faltarme.

—No le digas nada, por favor —roge desesperada.

—No lo hare, rubia. Al menos no lo hare si me da lo que quiero —paso su mano por mi cara.

—¿Qué es lo que quieres?

—Te quiero a ti —dijo con firmeza.

—No puedes tenerme. Nadie puede.

—No te quiero por el resto de tu vida —explico—, solo digamos por una semana. Toda mía. Todo el día. Sé que lo que te pido es una nada a comparación de mi silencio. Y mira que ya deje a tu exjefe en paz.

No podía pensar en nada. Estaba en cero.

Su petición era demasiado para mí.

Sin previo aviso, puso sus labios sobre los míos, y me beso rudamente. Era un beso en el que solo él se estaba moviendo. Sus manos, estaban en mi espalda, apretujándome contra su pecho.

Me aparte rápido.

—Piénsalo, rubia —dijo lamiéndose los labios, y saco una tarjeta de su bolsillo y me la puso en el escote.

Salió sin decir nada.

Me enjuague la boca en cuanto estuve sola. No quería nada de Sebastián en mí. Me sentía sucia.

Quise llorar.

Esto era horrible.

Guarde la tarjeta más adentro de mi vestido, no quería que nadie la viera.

Me di viento con las manos, y me calme.

Salí del baño y me dirigí al comedor. De lejos, llame a Ethan, quien se disculpó con todos en la mesa al pararse.

—¿Qué sucede? Te ves pálida —dijo Ethan, una vez estuvo frente a mí.

—Nada, solo que mi padre me llamo, dijo que se había quedado varado en el camino a casa, y me pregunto si podía irlo a traer —me excuse con la primera mentira que se me ocurrió.

—Oh, está bien. Si quieres te acompaño —propuso.

—No es necesario. Gracias de cualquier forma. Por favor, disculpame con tus padres —le dije.

—Está bien, te llevo a la puerta.

Me tomo de la mano, y caminamos en silencio hasta la puerta. Una vez ahí, me despedí con un beso en la mejilla, no pude darle un beso en la boca.

—Nos vemos luego —dije con la voz quebrada.

—¿Segura que no te pasa nada? —pregunto con angustia.

—Sí, todo bien —fingí una sonrisa, pero me salió aguada.

Me solté de su mano, y me aleje a mi auto.

No pude voltear atrás. Solo arranque el coche.

Trate no llorar en el camino, pero tuve que detenerme casi al llegar a mi casa, estaba desesperada y no sabía qué hacer.

No se me ocurría a quien preguntarle, solo mi padre y yo sabíamos todo lo que había hecho, bueno, nosotros, y alguien más…

Saque mi celular de mi bolsa de mano que por suerte había logrado agarrar antes de ir al baño y marque el número.

—Luis, ¿podemos vernos? —pregunte llorando.