Al llegar a mi pequeño departamento, me derrumbo en la cama.
No se cuan mal me puede ir de ahora en adelante, pero parece que lo que hice es lo que tuve que haber hecho desde un inicio.
Solo espero que la conocida de Luis, de verdad me acepte como su asistente, aun cuando yo no tengo el mínimo conocimiento sobre el derecho o si quiera sobre trabajar. Necesito más que nunca trabajar, en lo que sea, pues el dinero que tengo solo me durara unos días más.
Escucho el pitido de mi celular.
Me estiro para tomarlo de mis cosas.
Al encontrarlo, me fijo que tengo un mensaje de voz. Seguramente la llamada cayó cuando estaba hablando con Sebastián, o con Luis. Lo extraño, es que era ya muy noche cuando me llamaron, y nadie hace eso.
Marco rápidamente el número para poder escuchar el mensaje de voz.
—“Tiene un mensaje del número 5007—3245, si desea escucharlo, marque uno” —dice la contestadora.
Le pulso el botón de aceptar, para poder escucharlo.
—“Cassandra —escucho la voz de mi padre, medio quebrada. Carraspea, antes de proseguir—, solo quería decirte que… leí tu carta… —se queda callado un momento—. Quiero hablar contigo, hija. Los dos necesitamos volver a hablar, o mejor dicho, hablar por una vez. Nada de gritos, nada de berrinches, solo hablar como desde hace años tuve que haberlo hecho.
Suspira cansado.
—Yo también te quiero, hija” —la llamada termina.
Me quedo viendo el celular en mi mano.
Jamás me espere que mi padre me llamara, más aun cuando ha pasado tanto tiempo desde que deje la carta.
Estoy emocionada por escucharlo.
Me dijo que me quería… nunca lo había hecho, al menos que yo recuerde.
Quisiera poder llorar, pero mis ojos ya no quieren.
Esto me ha hecho el día.
Ha veces las personas dan por sentado que sus padres los quieren, yo nunca lo hice. Siempre tuve la impresión que si era, pero escucharlo decirlo, aunque sea solo por teléfono, me hace feliz. Hace que me olvide de todo lo malo que paso.
Me gusta el giro que ha dado este día, ya sea que solo dormiré feliz por ello, lo hare.
Mantendré esta emoción, todo lo que pueda.
Tiro de la almohada a mi pecho, y me abrazo a ella.
Nunca me di cuenta de cuanto me hacía falta la figura paterna, y seguramente también la materna, pero al final, prefiero todo lo que ha ocurrido a seguir como estaba antes.
Reafirmo lo que había pensado hace días, y definitivamente, es bueno que haya dejado el trabajo, y por fin haya cerrado capítulo con Luis.
Ya no quiero buscar a más hombres, no los necesito para ser feliz. Ya no necesito tener relaciones sexuales para sentirme útil.
Ahora tengo el teatro, tengo un amigo por fin. Y estoy segura que todo esto ha pasado por un bien mayor.
***
Me levanto a las 10 de la mañana al escuchar cuando me cae un mensaje de texto al celular.
Me estiro toda, para poder tomar mi teléfono, y adormitada logro ver, que es un mensaje de Luis. Supongo que lo último que sabré de él. Eso espero.
Llame a mi conocida, que por cierto, se llama Daniela Martínez, le comente sobre ti, y ya sabes, lo que habíamos hablado, y ella acepto gustosa. Quiere que seas su ayudante.
Presentate mañana sábado a su oficina, te queda como a tres cuadras de donde vives actualmente. La dirección es: calle tulipán, intercepción 5, #42.
Ella te espera a las 8:30 A.M.
Cuidate ángel.
Al menos sé que ya tengo trabajo, aunque no sepa bien que hare.
No importa, me esforzare, sea lo que sea que ella me ponga a hacer… lo haré lo mejor que pueda, con ánimos.
Necesito mucho este trabajo, y tendré que hacer todo para poder mantenerlo.
También, espero que la paga sea someramente buena, porque el departamento vale $200 dólares mensuales, más los $50 de la mensualidad de las clases, a las que probablemente tendré que cambiarme de grupo o dejarlo por el trabajo, más los gastos de comida y gasolina, que serían otros $100 o $150 dólares… mínimo, me tendrían que pagar $400 dólares, lo cual es un poco arriba del mínimo del salario. Y lo peor, es que necesito el dinero para ya, porque dentro de poco, no tendré ni que comer.
Tengo ganas de llorar, al pensar en todas las responsabilidades que tengo.
No es divertido ser adulto y cuidar de uno mismo.
Reviso el refrigerador, y no tengo más que una caja de leche a la mitad.
¡Que basura!
Respiro profundamente.
Tengo hambre, por supuesto que la tengo, pero no tengo mucho dinero para poder gastar a lo loco. Y aunque sé que el trabajo no queda lejos, lo cual me permitirá poder ir caminando, no estoy segura que no ocupare el auto para nada.
Necesito ponerlo a la venta, si quiero salir adelante, porque los panfletos que antes puse, no dieron resultado.
Voy a mi cartera, y saco mi billetera.
Vierto todo mi dinero en la cama y lo cuento.
Cierro los ojos, al ver que solo tengo $36 dólares.
Eso no me alcanzara para casi nada. Quizás para un poco de comida, para una semana o con mucha suerte, dos semanas.
Me rasco la cabeza.
Lo bueno de todo esto, es que solo soy yo, no tengo a mi cargo a nadie. Por más que me duela… pero no tengo hijos, ni hermanos a los cuales cuidar.
Tengo que comenzar a verle el lado bueno a todo. Sino, corro el riesgo de deprimirme.
Junto todo el dinero, y lo vuelvo a guardar en mi billetera.
Saco el recipiente con leche del frigorífico, y vierto un poco en un vaso. Guardo el resto, y tomo lo que puse en el vaso.
Mi estómago tendrá que aguantar con ello, al menos por ahora.
Falta mucho para las clases de actuación, y estoy emocionada por ello. Hoy es la audición para ver si tendré aunque sea un papel mínimo en la obra. Lógicamente, yo quisiera el protagónico, pero habrá muchas actrices buenas ahí o al menos a nuestro nivel.
Agarro el libreto de la obra, y comienzo a repasar mi parte, una y otra vez.
Tengo que estar más que preparada.
***
Me acaban de llamar.
Mi cuerpo reacciona sin siquiera darme cuenta. Estoy caminando directamente hacia el escenario.
Las manos me sudan como nunca antes me había pasado. Mis piernas tiemblan y temo que en cualquier momento me vaya a caer, y termine de arruinar todo para mí.
No sé cómo ve vaya a salir la voz cuando comience a decir el dialogo, pero solo quiero que salga igual que ayer o mejor.
Tampoco estoy segura de ser buena, o al menos lo suficientemente como para recibir un papel secundario o cualquiera.
He estado toda mi vida acostumbrada a fingir frente a los demás, incluso, a fingir frente a mí. Estoy acostumbrada a actuar cada día, a cada momento. Ahora que lo pienso… nunca he dejado de actuar desde que mi vida se detuvo hace mucho tiempo.
Mi mente se queda en blanco cuando estoy frente a esas cuatro personas que están juzgándonos.
Respiro hondo.
Este es mi dialogo. Soy yo quien habla. No es actuar. Es ser sincera a través de un soliloquio hecho para una obra.
Comienzo a decir cada una de las palabras plasmadas en la obra, cada una de ellas dicha con la intensidad que me hacen sentir. No puede ser de otra forma.
Al terminar, nuevamente estoy llorando, y de alguna forma, he acabado en el suelo.
Poco a nada recuerdo de que es lo que ha pasado, solo siento como cada ojo que hay en el auditorio, me está mirando.
No comprendo, ¿Habré cambiado parte del soliloquio? ¿Qué es lo que ha ocurrido?
Trato de recordar todo lo que paso, pero mi mente recuerda que lo único que dije fue lo que estaba en el guion, nada más que eso. Pero parecería que no es así.
Se respira un aire pesado en el ambiente.
Me levanto y me limpio las lágrimas.
Miro a cada uno de los jueces, y luego bajo del escenario sintiéndome un poco ridícula con todo lo que acaba de pasar.
Quizás solo son ideas mías.
Me voy directamente a la última fila del teatro, y me quedo ahí sentada, sola, durante todo lo que falta de las audiciones. No quiero irme a mi casa, y estar sola.
Sé que desde que estoy pequeña, así ha sido siempre. Siempre he estado sola, con mi alma.
Al menos antes tenía, de cierta forma a mi padre, pero ahora ya nada tengo.
Tengo que volver a recordar que todo lo que ha pasado es para bien. Para un bien que ni siquiera yo puedo ver cuál es su magnitud.
Estar sola me ayudara a madurar, a hacerme responsable y a cuidarme verdaderamente de mí. Aunque no se cuanto más pueda soportar de esta manera.
Hasta ahora, he logrado comprender que no sirvo solo para acostarme con los hombres, aunque debo entender para qué soy buena.
Quiero valorarme, de verdad que sí. Y hasta hace unos momentos, no lo había hecho nunca. Ni siquiera cuando era una niña lo hacía.
Siempre he querido sentirme querida por alguien, pero nunca llegue a quererme lo suficiente.
De ello, no le puedo echar la culpa a nadie. Yo sola he provocado que me hunda en la miseria.
Las audiciones terminan. Y observo como todos aplauden y se levantan de sus asientos, despidiéndose.
Han dicho que, el lunes, estará la lista con las asignaciones de los papeles.
Me levanto, y camino lentamente hasta la salida.
No he traído el carro, porque no hubiera tenido para la gasolina, y no hubiera sido inteligente de mi parte hacerlo.
En fin, debo acostumbrarme a la vida que ahora tengo.
—¡Hey, Cass! —me llama Anabel, que viene corriendo desde el otro lado del teatro.
Sonrió al ver cómo viene vestida en esta ocasión. Bastante similar a la primera vez que la vi. Siempre con su loca cabellera verde. Esta vez, parece que hizo un intento por verse bastante decente, pero no lo logro. Lleva una falda de tres tiempos colorida, y unas botas de combate marones que no combinan en nada con la falda, y mucho menos con esa camisa de estilo campesina color turquesa que lleva puesta. Al menos, hoy anda con el pelo recogido, y no hecho un lio, como siempre.
—Hola, Anabel —la saludo, agitando la mano.
—¿Oye, por qué no vamos a dar una vuelta? —me sugiere pasando su mano por mi hombro, rodeándome.
—Claro.
Salimos del teatro, a paso tranquilo.
—¿Y bien…? —pregunto a sabiendas de que ella siempre tiene algo entre manos.
No somos muy amigas, porque casi no nos vemos y mucho menos hablamos todos los días. Con suerte, nos hemos encontrado una o dos veces al mes, pero es agradable.
—Pues… ya sabes —comienza a hablar—, quería preguntarte… ¿Cómo lo haces?
—Hacer ¿Qué? —pregunto sin comprender la pregunta.
—Oh, ya sabes, a traer a los chicos, verte perfecta, y de paso, actúas bien… —parece incrédula, pero no se siente como que estuviera envidiosa.
—No es así —respondo pensando en todo lo que soy.
—Claro que sí —afirma categóricamente.
Me suelta, y me da media vuelta sujetándome de mis hombros, para que la vea de frente.
—Lo vi ahí, ahora mismo. Me refiero a que, te veías muy guapa, elegante, aun cuando te caían mares de lágrimas. Todos los chicos, y hombres en general, estaban babeando por ti. En parte, supongo que es por la idea arcaica de proteger a una mujer indefensa; y dejame decirte que tu parecías una ahí adentro —señala con su dedo al auditorio que ha quedado detrás de nosotras.
Me rio con ganas, al escucharlo.
No soy indefensa, pero supongo que no me caería mal algo de protección.
—De paso, eres la única que logro mostrar tantas emociones con el papel de Minerva. Estoy segura que te lo darán. Pero no me cabe en la cabeza ¿Cómo es que lograste agregar ese párrafo, y que se sintiera como que lo decía la obra?
—¿Cuál párrafo? —cuestiono consternada.
Ya lo presentía. Sabía que había hecho una tontería.
—¿Cómo que cual? El que hablaba acerca de cómo una mujer a veces se ve en la encrucijada de decidir dejar al amor de su vida por no hacerle daño, o algo así. Fue muy impactante. Digo, de verdad ¿Cómo haces para que todo te salga bien? No me mal entiendas, no estoy envidiosa, pero si quiero saber el secreto.
La miro con un poco de tristeza.
Si ella supiera…
—Mi vida no es perfecta, pero te puedo decir que entiendo mucho más de lo que quisiera a Minerva.
—¿Por qué? No me digas que tienes un hijo —se toca el corazón escandalizada.
¡Bingo!
Bueno, no lo tengo en sí, pero en parte es como si lo tengo.
—No, pero si se lo que se siente tener mucho equipaje y no poder descansar al decirle a todos la verdad —aclaro.
—¿Qué escondes? —me ve un inquietud.
—Nada malo. Pero, como ya te dije, mi vida no es perfecta. Te contare algo, porque creo que eres buena persona, y no te considero una mujer que le anda contando a medio mundo las cosas —me rio un poco.
—Claro que no soy así —dice ofendida.
Sonrió al ver su gesto extraño.
—Por supuesto.
>> Mira, yo me he pelado con mi padre, he hecho cosas malas de las que no estoy orgullosa, y cargo con todas ellas. Me arrepiento de mucho, pero no puedo arreglar nada. Por ello, es que no creas que porque una persona se ve bien físicamente tiene todo arreglado.
>> Tú quieres saber cómo hago para llamar la atención de los hombres, pero eso no te servirá de nada. No te servirá de nada o de casi nada ser como soy yo. Lo bonito se lleva por dentro, Anabel. Además, tú eres muy bonita, y no necesitas que un hombre o cualquier persona te lo diga.
Callo por un momento pensando en las tonterías que le acabo de decir, sin saber si esa es la razón por la cual me pregunto. Creo que acabo de meter la pata.
—Perdón —pido, antes de que ella me reclame o se burle de mi locura—. No pretendía decir eso, no creo que tengas baja autoestima. Solo basta mirarte para saber qué sabes quién eres.
Me ve con melancolía, y una sonrisa floja aparece en sus labios.
—A mí me gusta quien soy. Pero a los chicos parecen solo gustarle las chicas como tú. Ya sabes, rubias, de ojos azules, de piel de porcelana, y con un cuerpazo. Yo… soy muy diferente a lo que ellos quieren. Solo me ven como una amiga, y ni siquiera una amiga buena, sino una con la que se pueden reír y distraerse.
>> Quiero gustarle a alguien —se sonroja.
—Eso es una tontería —le regaño—. Los hombres me ven a mí, como algo temporal. Mujeres como tú, son lo que ven para casarse en un futuro. Y como ya dije… —recuerdo lo que Luis me dijo antes de dejarnos de hablar—. Te diré algo que me dijo una persona, afuera; habrá un hombre que te mirara a ti, y sabrá quien eres y te querrá por quien eres. No te conformes con menos. Anabel, creeme, a veces las cascaras más bonitas, esta podridas por dentro.
La miro fijamente, y ella me sostiene la mirada.
—Eso suena bien, pero es poco probable que pase —responde con tristeza.
—No lo es. No creo que sea difícil, si no te rindes con menos. Debes creer que hay alguien afuera, que mire más allá de tu físico, que mire la luz que irradias. Yo la miro. Tienes una sonrisa increíble, eres alegre sin importar que, y eso, debe de valer mucho más que un simple cuerpo.
—Gracias —me sonríe ampliamente—. Aunque es una lástima que no seas un hombre —se burla.
Me rio.
—De nada. Y sí, es una lástima —concuerdo.
—Ven, te invito a comer —me pasa su mano por mi hombro.
Suspiro feliz.
Las cosas tienen solución, me consuelo, positiva.
***
Paso la noche conociendo a Anabel, intercambiando algunas experiencias divertidas sobre los chicos, o simplemente hablando de cosas vanales.
Para mi suerte, ella paga la cuenta e incluso, me invita a un helado luego de cenar.
Me agrada mucho. Es una buena chica.
Al llegar a mi departamento, después de unas dos horas, alisto uno de mis vestuarios más formales para mañana. No sé qué es lo que hare, o si de verdad ya tengo el trabajo, o si mañana será una entrevista.
Estoy ansiosa y nerviosa. Pero sobre todo, estoy más relajada al saber de qué ya no tendré un trabajo que ocultar.
Eso me recuerda que tengo que hablar con mi padre, para ver si era verdad que quería hablar conmigo.
Tomo el teléfono, y miro que aún son las nueve, y si no ha cambiado su horario, ha de seguir despierto. Pero no me atrevo a hablarle. No he hablado con él desde que deje la casa. Una carta no es igual que hablar con una persona.
Marco el número antes de que me arrepienta.
A los dos tonos, escucho su voz.
—¿Cassandra?
—Hola —digo con voz baja.
—¡Por Dios!, pensé que no me llamarías —dice alegre.
Se hace un silencio incómodo.
—Ayer escuche tu mensaje. Dijiste que querías hablar conmigo.
—Claro, hija. Pero si no te importa, me gustaría que habláramos en persona.
—Eso sería agradable —menciono con un nudo en la garganta.
—Perfecto. Que tal te parece si nos vemos el domingo, para que almorcemos juntos —propone entusiasta.
—Muy bien papá, nos vemos el domingo —contesto.
—Te quiero, hija —dice antes de colgar.
Me quedo ilusionada, viendo el móvil.
Creo que debo de olvidarme, también, de la idea de que estoy sola. Vivo sola, pero por primera vez, tengo amigos, y estoy hablando con mi padre.
Supongo que uno debe de caer en una cueva, para después ver la gloria de la luz, muy Platónico mi comparación, pero se siente de esa manera.
Enciendo mi laptop, y me conecto con el wifi de mi vecina, o sea, la mujer a la que le pago la renta. Ella me ofreció atentamente, el wifi.
Leo mis correos, pero no tengo nada, puro spam. Abro facebook, y nada, solo, que nuevamente, tengo menos amigos, pero, eso ya me da lo mismo.
Algún día tenía que suceder eso. Algún día debería de dejar de importarme no ser popular. Ese día, es hoy.
Termino cerrando la cuenta, y me pongo a buscar una página para anunciar la venta del carro. Relleno el formulario de dos páginas y pongo una foto del auto, y el precio estimado “negociable”.
Al terminar, apago la laptop.
Por alguna razón, me siento feliz, viva.