Al entrar en el cuarto, todo está oscuro, exceptuando la leve luz que proviene de una de las lámparas que están en la esquina que ilumina ligeramente la figura de mi acompañante, Sebastián.
Esta sentado en el sillón, el que se encuentra al lado derecho del cuarto.
Al otro lado, hay un pequeño bar con dos bancos frente a la barra. En el centro hay una tarima redonda, y para mi sorpresa, también hay un tubo en la tarima.
¡Más vale que supuestamente aquí no había nada de eso!
Bueno, realmente afuera no hay ningún tubo en el cual bailar. Y, es lógico que yo no supiera que aquí había uno, pues, es primera vez que entro en uno de ellos.
Ahora que lo pienso… a pesar de ya llevar un mes o algo así, en este lugar, nunca había entrado a uno de los privados, ni siquiera por curiosidad. Ni sabían que había dentro de aquí. Nunca pregunte.
No es que no tuviera intriga sobre todo esto, pero no se me ocurrió preguntar.
He de decir, que el cuarto no es muy amplio, ni hay muchas cosas, pero tampoco esperaba que hubiera una cama, puesto que no podemos acostarnos con los clientes, la menos no dentro del local.
Sebastián, está sentado de un modo muy relajado; con las piernas extendidas frente a él, y todas abiertas. Se ha quitado el saco y este cuelga al otro lado del sillón en el que está sentado. En su mano derecha, tiene una copa, que sospecho, es de Whisky en las rocas. La corbata que lleva puesta, es la misma que tome el primer día que lo vi; la reconozco a pesar de la poca luz. Tiene puesta una camisa blanca, que se ajusta a su cuerpo, y más por la forma en la que se encuentra sentado, medio despatarrado.
Al darse cuenta de mi presencia, me voltea a ver, y observo una sonrisa insinuante, formándose en sus labios.
Si no fuera porque es un hijo de puta… me gustaría, y mucho. Pero la realidad es muy diferente. Él no es un hombre con el que hay que estar, ni siquiera para el sexo. Es de esos de los que hay que cuidarse, porque si no te pueden arrastrar con ellos, a lo que según Dante, sería el último círculo del infierno.
Si bien, Luis, es un hombre controlador, pero presiento de que en el caso de Sebastián, es mucho peor. Él tiene algo misterioso y escalofriante en su actuar, y en su rostro. Es bello como ningún otro hombre que he visto, incluso, más que el propio Luis, pero eso no le quita que sea, peculiarmente inquietante.
—Ven acá —ordena con un tono severo y seductor.
Le sonrió ampliamente.
No voy a caer de nuevo con un hombre que me quiera solo para solventar sus deseos sexuales.
—¿Qué quieres que baile? —le pregunto evadiendo acercarme a él, y me dirijo directamente a la tarima.
Cuando estoy sobre el pequeño círculo, me apoyo en el tubo.
Si quiere que baile usando esta cosa, no sé cómo hare, porque no he ocupado uno. Igual de cualquier manera, puedo ver la manera de moverme alrededor de él.
—Ven acá —repite más molesto.
Achico mis ojos y, dejo de sonreír.
Sebastián, tiene el ceño fruncido, y la boca tan apretada que se le ha hecho una fina línea. Suelta la expresión poco a poco, y luego toma un largo trago de su bebida, acabándosela.
—¿Sabes que estoy pagando por tu tiempo? —comenta soberbio, sin mirarme.
Respiro el nudo de rencor que se me acaba de acumular en mi pecho.
Camino con la mejor sonrisa que puedo poner y me quedo frente a él.
—Así bonita. Me gusta que me obedezcan.
“Seguro que le encanta ser obedecido y venerado”
—¿Gustas que te sirva más? —aprieto los dientes de forma imperceptible, mientras señalo su vaso con el dedo.
—Siéntate, por favor —dice con displicencia, palmeando el sillón justo a la par de él.
Resignada a que tendré que hacer todo lo que él me diga, me siento un poco alejada de Sebastián, lo más que puedo, que no es mucho.
Espero, callada. No quiero iniciar ninguna conversación con él. De hecho, ni siquiera sé porque acepte. El dinero no es suficiente incentivo para meterme en esta situación tan incómoda. No vale todo lo que me darán por estar un tiempo justo este hombre con ese semblante tan oscuro.
Me mira divertido, pero una diversión espeluznante, siniestra.
No tengo ni idea que pensamiento rondara su cabeza, ni los quiero conocer…
—Dime, rubia, ¿Cuál es tu nombre completo? —pregunta, borde.
—Cassandra. Ya lo habías oído —contesto con una sonrisa bien actuada y un tono hipócritamente amable.
Abre mucho los ojos y luego, se recompone en el asiento y se acerca más a mí.
—Me gustas mucho, pero con tu actitud… —sonríe abiertamente, con una sonrisa maliciosa—, me enamoras.
Me quedo alucinada.
¿Cómo que le enamora esto…?
Es simplemente ilógico.
—Nunca nadie se me ha resistido —explica.
—¿Y por ello hiciste que Luis, me recontratara a toda costa? —pregunto tratando de razonar un poco la situación.
—¿Luis? —cuestiona con curiosidad
—Si, Luis.
—No sabía que tuteabas a tu jefe —me guiña un ojo.
Me quedo petrificada al saber, que he metido la pata; y a lo grande.
—Desde hace unas horas, cuando acepte volver, lo llamo como se me da la gana —trato de arreglar la situación.
—No me engañas, rubia —replica con astucia.
Si, muy justo de él.
Debí prever, que ni todo el dinero del mundo, me prepararía para la plática con Sebastián. Él es demasiado jodido, demasiado astuto. No sé si por experiencia, o simplemente porque su mente trabaja pensando mal de todo, pero, de cualquier forma, no puedo solucionar esto.
Me levanto, sabiendo que solo hay una cosa que hacer.
—¿Cómo quieres que baile? —le digo muy coqueta y seductora.
—Lo que quiero es que dejes de creer que estoy pagándote por un baile —dice perverso.
—Entonces, ya dime la verdad, ¿para qué me has llamado? ¿para qué te has molestado tanto?
—No te das cuenta que lo hago porque me gustas —replica con una mirada profunda, y una voz ronca.
Lejos de parecerme excitante, me da un poco de miedo. Sus ojos son profundos justo ahora, pero no me gusta lo que hay en ese pozo oscuro y siniestro.
—No lo entiendo, no he hecho nada para ello.
Me hala de la mano, y hace que me caiga sentada en su regazo.
—Así te quiero siempre, preciosa, encima de mí. También pudiera ser debajo —alarga una mano, y me toca la mandíbula.
Con su otra mano, me tiene fuertemente agarrada para que no me pueda quitar de su regazo.
Acerca su cara a la mía, y antes de que me percate de lo que hará, me besa. Un beso voraz, deseoso, salvaje.
La sangre me golpea fuertemente los tímpanos, amenazando con dejarme atontada. Se está llevando todo el aire de mis pulmones.
Una de sus manos está por todo mi cuerpo, y la otra mantiene fija mi cara, para que así no me pueda mover ni un centímetro. Es un avorazado.
Pone una mano en mi ceno derecho y lo apretuja con fuerza y luego masajea mi pezón.
No me excita, en realidad una electricidad horrible crece en mí. Se siente similar a la que sentí cuando me toco la primera vez, pero hoy me doy cuenta que quizás no era sexual, sino de miedo.
—¿Sabes por qué me gustas tanto? —pregunta entre besos y chupetes a mis labios.
Su mano se quita de mi pecho y se desplaza por mi abdomen, queriendo ir más abajo.
Yo, no sé cómo actuar, no sé qué hacer. Me tiene inmovilizada, y de paso sea dicho, mi mente no encuentra nada lógico en lo que está pasando y no puedo actuar, es como si solo se encontrara buscando por qué en lugar de la solución. Es frustrante ver como no puedo hacer nada, como mi cuerpo se ha paralizado frente a sus caricias.
—Me gustas, porque eres con un yegua indomable. A mí nunca nadie me había dicho que no —susurra en mi oreja, acariciándola con sus labios.
¡Acaba de compararme con un puto animal!
—Suficiente —grito empujando mi cuerpo fuera de su alcance.
Me pongo de pie en un instante, y me tambaleo rápidamente, y retrocedo lo más lejos que puedo de ese hombre ridículamente guapo, pero sin cabeza ni corazón.
—¿Qué te crees que soy? —pregunto molesta—. No soy un puto objeto, y menos un animal de carga. No puedes creer que me puedes domar como si fuera una rebelde que necesita de latigazos.
Me mira de arriba abajo, comiéndome con sus ojos.
Lo veo tan claro ahora…
—Eres un maldito enfermo —exclamo—. No tienes ni idea de que significa que una mujer te diga no, ¿verdad?
—Nunca he escuchado esa palabra de nadie —aclara con seriedad.
—Pues, escuchala de mis labios. NO. No me voy acostar contigo, no te voy a chupar ni una puta parte de tu cuerpo, no voy a dejar que me manejes. No soy una mierda de yegua indomable.
>>Hace unos años, probablemente, hubiera hecho cualquier cosa por tener sexo. Es más hubieras venido hace unos días y quizás me hubiera bajo las bragas ya, pero no. No soy más así. No quiero a un hombre que solo mire mi cuerpo, o mi cara. Soy mucho más que lo que ves por fuera, y no quiero tener que ver con ninguna personas que solo vea eso.
>>No puede controlarme por lo que sabes de Luis —sus ojos se ensombrecen en cuanto digo su nombre—. Nadie puede chantajearme para que haga algo o lo deje de hacer; y menos un desconocido que no conozco que nada.
Grito frustrada, halándome el cabello ligeramente.
—¿Qué crees que va a pasar preciosa, si no accedes a todo lo que yo quiero? —pregunta poniéndose cómodo en el sillón.
Esta relajado, ya no furioso, o incrédulo. Solo cómodo.
Esto no comienza a tener nada de buena pinta. Nunca la tuvo, pero ahora es peor, mucho peor. No sé de lo que será capaz, pero no quiero averiguarlo.
Esta es la disyuntiva… no quiero averiguar qué es lo que pretende hacer si no hago lo que quiere, pero no quiero hacer lo que él quiera.
Ya tome una decisión… pienso rápidamente.
Yergo mi cabeza, y lo miro con soberbia.
—Por mí, puedes hacer lo que se te dé en hagas. Te dije que de mi obtendrías un no, y lo que crees que puedes hacer… me tiene sin cuidado.
—¿Segura, rubia? —escupe con una sonrisa fastidiosa.
—Dímelo de una buena vez, ¿Qué quieres hacer para coaccionar mi voluntad? ¿Cuál es el costo de tu silencio? —pregunto sin quebrantarme, después de todo, se reduce a esto.
—¿Sabes lo que te hare? —se levanta con tranquilidad y se queda parado justo enfrente mío, mirándome desde arriba—. Niña, yo sé todo de ti, hasta… —sonríe con suficiencia, pero desde aquí abajo, es más aterradora que cualquier otra cosa que he visto en mi vida—, se quién es tu madre —su voz baja hasta ser un susurro.
Me quedo quieta, y se me escapa un jadeo involuntario. Mis ojos arden, y sé que es lo que viene después.
—Sé quién eres, Cassandra. Te he llegado a conocer bastante por medio de documentos. Sé dónde está esa madre que te abandono. También se quién es tu padre, y como se pondrá si se da cuenta que su ÚNICA hija, es una puta, bailando en un burdel. También conozco que has tenido una relación… con alguien mucho mayor que tú. Se todo lo que escondes —concluye amenazante.
¡No puede saber todo lo que escondo! Grita mi cerebro.
Estoy alucinando con esto.
—Estas mintiendo —logro decir.
No estoy llorando, pero ya no puedo mirarlo más. Me siento insignificante. Pensé que solo iría contra Luis.
Hasta hace unos minutos, pensaba en dimitir al trabajo, pedirle perdón a Luis por dejarlo solo, e irme lo más rápido posible.
—Si lo sé rubia. Sé todo de ti. También se lo de tu aborto —susurra y luego levanta mi cara para que mire su mirada de triunfo.
Lo veo horrorizada.
¡Imposible!
Me tiembla la quijada.
Yo no sé nada de él, pero de alguna forma, él se ha enterado sobre cada detalle de mi vida.
—Eres mía, ahora —ruge—. Te tengo en mi poder, niña.
—¡No! —grito lo más fuerte que puedo.
Me alejo, dando trompicones.
Salgo de la habitación oscura y me doy directo donde Luis.
Lo escucho detrás de mí.
—No puedes huir de mí, niña —grita encabronado.
—No me importa —logro decir, me volteo decidida a no caer en su trampa—. Has lo que quieras con esa información, pero, YO—NO—VOY—A—SER—TU—JODIDO—JUGUETE. Comprendelo de una buena vez.
Lo miro quedarse quieto, parado en la mitad del pasillo, y viéndome con odio.
Las piernas me tiemblan, pero giro, y me voy a la oficina de Luis.
¡Quién diría que por halar de la corbata a un hombre estaría en esta situación tan irreal!
No me importa no comer ni mierda en lo que dure mi vida, no me importa nada, solo me importa mi integridad, y no dejare que nadie la pisotee chantajeándome.
Entro a la oficina de Luis. Al oírme entrar, levanta su cara de unos documentos, y se queda con la boca abierta, viéndome. Sus ojos se agrandan.
—¿Qué te hizo? —pregunta en shock.
Me caigo de bruces al suelo.
—Lo sabe todo —suspiro, derrotada.