—13—

 

—¿De qué hablas? —pregunta confuso.

—Me refiero a que ese imbécil de Sebastián, sabe todo acerca de mí; hasta los detalles más escabrosos. No entiendo como se pudo haber enterado de algunas cosas —replico molesta, tratando de contenerme para no explotar con Luis.

Luis, no tiene la culpa de que ese idiota haya averiguado todo… ¿o sí?

Mi mente acaba de tener una epifanía, y da vueltas vertiginosamente.

¿Cómo no se me había ocurrido?

—¿Tú…? —no puedo contenerme, y me acerco a él, y le doy una sonora y dolorosa cachetada—. ¿Le contaste todo, no es así? Le revelaste todo lo que yo ya te había dicho, me hiciste creer que sentías algo por mí… cuando todo este tiempo, solo has querido… venderme —grito sin control.

—¿De qué rayos hablas? —me amonesta Luis, sobándose la mejilla.

—De que el único que sabía que yo, había tenido un aborto, y todo lo demás, eres tú.

Suspira fuertemente, y luego se aleja decepcionado.

Me enojo más, al ver su actitud.

¿Acaso se atreverá a negármelo?

—¿Cómo pudiste después de todo lo que me has hecho, después de que yo te perdonara? —pregunto dolida, con el corazón despedazado.

No sé qué me duele más, haber confiado en una persona que ya una vez se burló de mí, o haber sido tan ingenua para hacerlo.

Fue una tonta al creerle en todas sus palabras, al fiarme de él. No lo tuve que haber hecho. Mi presentimiento me fallo.

—Yo no hice nada —responde finalmente.

—¿Cómo que no hiciste nada? —pregunto con ironía—. Todo lo que sabe Sebastián, no lo pudo saber de la nada.

—¡Claro que no!, pero yo no lo dije —se para frente a mí y me mira fijamente—. Yo no te traicionaría así —dice melancólico con una expresión de sufrimiento.

No sé qué creer. Luis, es la única persona que sabía alguno de los detalles que menciono Sebastián.

—¿Entonces cómo explicas el conocimiento que tiene Sebastián sobre algunas cosas que solo tú sabes? —cuestiono más calmada, pero no del todo.

—Vamos a ver, Cassandra —se sienta en el escritorio—, esa información de tu aborto involuntario, debió haber quedado en el registro de la doctora, quizás con un poco de buena investigación el logro averiguarlo, no lo sé. Lo que si estoy seguro, es que yo no he tenido nada que ver, te lo prometo.

Me quedo callada, sin saber que decir o pensar. No lo quiero ver, temo que mis sentimientos —que aún no he descubierto, que es—, por él, me hagan creer en sus palabras sin antes haberlas analizado.

Todo esto es confuso.

—Piensa en esto, ángel, ¿Qué ganaría yo con ello? —susurra suavemente, como si tratara de calmar mi alma.

—Tal vez te ofreció su silencio —contesto rápidamente.

—Mirame —ordena dulcemente, yo levanto mi vista, y me doy cuenta…

Sus ojos, están cristalinos, profundos, y honestos.

Mi corazón demanda que le crea, y mi cerebro dice que no hay nadie que pueda fingir a ese nivel.

—Dime algo, Luis ¿Por qué estoy aquí?

—¿A qué te refieres? —pregunta sin entender mi objetivo.

Cierro los ojos un minuto, y trato de pensar en cómo explicar todo de la manera correcta.

—Me dijiste que Sebastián, te estaba presionando para que yo regresara, pero también dices que me amas. No puedo creer como puedes poner tu bienestar sobre el mío, o porque le tienes tanto miedo. Ayudame a esclarecer esos vacíos.

>> Te disculpe, no me malentiendas, pero ya no me cabe como es que él supo todo. No solo hablo de lo mío, sino también de tus cosas. Me suena, a demasiada casualidad ¿Acaso no lo ves?

—No sé cómo ha descubierto todo esto, Cassandra. Ahora, la pregunta importante es: ¿Qué quieres hacer? ¿Qué quieres que yo haga? —me veo serio por un milisegundo, y luego mira hacia la esquina—. Ya no me importa lo que él me haga, nunca me importo, solo necesitaba una excusa para volverte a ver y tenerte cerca —comenta apenado.

Su declaración, me impacta fuertemente.

Yo volví, por él, eso yo ya lo sabía. Él me dio la oportunidad de decir no, desde un inicio. Ahora, no puedo echarle la culpa a él por mis propias acciones, seria inmaduro de mi parte.

Pero si estoy decidida a algo.

—Sé que quiero hacer —respondo decidida—. Renuncio, Luis. No puedo seguir aquí. Y, no solo por él, sino también por nosotros. No somos sanos el uno para el otro. Somos tóxicos, y no merecemos esto.

>> Además, está el hecho de que tú tienes esposa, ¡estas casado!, y tienes hijos que atender. No hay lugar para mí en tú vida. Yo ni siquiera tuve que haber iniciado algo contigo. Me siento mal, porque conscientemente engañaste a tu mujer conmigo. Antes no me hubiera importado, pero en este momento, que solo cuento con mis valores, o al menos lo pocos que tengo… no puedo obviarlos sin más.

Ambos nos quedamos sin poder decir nada.

No sé en lo que está pensando Luis, pero su cara esta sin vida, no hay nada ahí que delate una sola emoción.

—No podemos volvernos a ver —prosigo—. Es más, tenemos que olvidarnos del otro. Seguir con nuestras vidas.

—¿Y qué harás, ya que no vives con nadie y necesitas un trabajo? —escucho su preocupación, pero me niego a verlo, no puedo, ya no.

—Ya veré como hago, no importa. Solo… solo quiero que todo este capítulo de mi vida acabe. No quiero volver a pensar en todo lo que paso hoy, no quiero si quiera recordar la plática absurda que tuve con ese hombre.

>> De alguna manera, he cambiado, para mejor, y no quiero que todo este desastre entorpezca lo poco que he logrado hacer con mi vida.

De verdad que no deseo que todo vuelva a como era antes. De nada serviría haber vivido todo lo que he vivido en este tiempo si no he aprendido algo.

Quiero arreglar las cosas con mi padre, pero no lo podré ver si no cumplo mi promesa implícita de madurar y defenderme por mis propios medio. No me di cuenta antes, pero la verdad es que nunca aproveche lo que tenía, nunca valore nada. Ni las comodidades, ni a mi papá, ni siquiera a mí misma.

—A pesar de lo que eso significa… te comprendo, ángel. Siempre serás una parte muy importante de mi vida, pero tienes razón, no somos adecuados como pareja, por todo. Pero me reusó a dejarte tirada sin hacer nada.

Niego con la cabeza.

—No puedo seguir trabajando aquí —repito sin ánimos de seguir hablando.

—No hablo de eso, sino de que te puedo ayudar a conseguir un trabajo —aclara.

—¿Ahhh?

—Conozco a una abogada, que me debe un favor por agilizar una propuesta suya, y ella está buscando un asistente… Sé, que no sabes nada de leyes, ni cosas por el estilo, pero no es necesario.

—No puedo —repito—, sería como estar cerca de ti, de cualquier forma.

—No lo estarás. Como dije, ella es solo una conocida, no mi amiga, y no tengo ningún negocio con ella. Le comentare de quien eres hija, y seguro que te aceptara. Ella conoce a tu padre, y hasta donde sé, se llevan de maravilla —trata de convencerme—. Sería más un favor a tu padre, que a mí.

Pienso en cuanto me queda de dinero… lo difícil que es conseguir trabajo sin un título universitario, sin contactos, sin ninguna referencia.

Una alarma se activa en mi cerebro. Miedo. Tengo pavor a quedarme debajo de un puente, a comer de la basura, además, no podré pagar mis clases de actuación… me encantan, es algo en lo que siento que soy buena, y no lo quiero desaprovechar.

—Bien, gracias. Acepto —digo finalmente, mirándolo por un nanosegundo.

Lo veo sonreír apesadumbrado. Ambos estamos conscientes que esto es un adiós, uno definitivo. Un adiós, que ni siquiera pensé que existía cuando él me engaño, y tampoco cuando renuncie, porque siempre tuve una pequeña parte de mí que lo quería ver, por eso fue que no me importo trabajar conmigo, tampoco lo hice cuando le conteste la llamada telefónica hace pocos días.

La verdad, es que cuando nos reconciliamos, tuve la sensación que no iba a durar, pero… tan poco pensé que iba a ser solo un día. Un día largo, pero al final solo un día.

Apesta, pero es así.

—Voy a extrañar a este Luis, que vi en estos días —comento añorando volver a hace unas horas, cuando me estaba haciendo el amor.

—Me olvidaras —contesta él, seguro.

—Nunca.

—Si, lo harás.

—¿Por qué lo dices? Fuiste mi primer y único amor —me controlo para no llorar.

—Lo afirmo porque ya no me amas, no más.

—Eso no es cierto —respondo perturbada, al escucharlo tan resentido.

—Lo vi hoy.

—¿Cómo puedes decir eso después de lo que hicimos hoy, aquí mismo? —replico.

—Porque, cuando te dije que te amaba… nunca lo dijiste. Sientes algo por mí, pero es porque solo quieres creer que si yo hubiera sido de esta manera hace cuatro años… tú vida, sería diferente. Solo sientes que debes ver lo que hubiera sido, pero no me amas. Lo sé. Lo supe desde que hablamos he hicimos el amor en el coche.

Me quedo callada, contemplándolo por última vez.

Él tiene razón.

Parte de mí, lo sabía, pero me negaba a ver lo evidente. Por eso nunca le dije que estaba enamorada de él, porque ya no lo estoy.

Suspiro.

Me acerco a él. Pongo mi mano derecha sobre su cara y toco el contorno de su bella cara.

—Aun, aunque ya no te amo, siempre serás una parte importante para mí. Fuiste el primer hombre que se fijó realmente en mí. No importa como paso o lo que paso. Me ayudaste a afrontar muchas de mis inseguridades…

—Pero te jodí —reconoce interrumpiéndome.

—Esa fue mi decisión. Pero eso ya no tiene importancia. Ahora, cada quien debe de hacer lo que sea mejor para nosotros. Yo ya no existo para ti, desde este momento. No pienses en lo que pudo haber sido, ni en lo que fue —lo miro fijamente.

—Si tú haces lo mismo, me olvidaras.

—Yo seguiré con mi vida. La vida que ahora tengo, y con la que al fin me siento útil. Y no puedo olvidar que, mi pequeña piedra —hago una broma referente a fracaso de nuestra relación—, fue la que me guio en el camino correcto.

—Solo te pido, que siempre tengas presente que estaré para ti para lo que sea. No importa que, siempre puedes acudir a mí.

Asiento, agotada emocionalmente.

Acerco mi cara a la suya, y le doy un beso en la mejilla, largo y sentimental.

—Cuidate, Luis —me despido.

Me doy media vuelta y camino hasta la puerta.

—Cassandra —me llama sin moverse.

—¿Sí? —volteo, y me sorprendo al verlo, con los ojos llorosos y la nariz roja.

En mi garganta se forma un nudo del tamaño del mundo.

—Te enviare la información del que será tu nuevo trabajo —asegura—. Y… te deseo lo mejor. Espero que encuentres a un hombre que te vea como lo que eres… un ángel.

Asiento lentamente, llorando suavemente. Sacudo la mano y me voy de la oficina, antes de que algo más suceda.