Sacudo mi cabeza.
Lo único que deseo en este momento es olvidar todo lo que ha pasado. Debo despejar mi mente de todo pensamiento de las últimas horas. Tengo que comenzar el día como si estas cinco horas que ya han pasado, no hubieran ocurrido, como si todo fuera una mala pesadilla.
Lógicamente esa es una vil mentira que estoy dispuesta a aceptar, no deseo complicarme la vida con tonterías que no me van ni me vienen.
Me paro de un salto de la cama.
Tengo la íntima convicción que no dejare que nada me estrese a partir de ahora, no voy a dejar que cualquier cosa que tenga que ver con Luis o cualquier otro personaje de mi anterior vida, me lleve a un estancamiento emocional o mucho menos a una depresión, como la que anteriormente he vivido.
Hoy voy a conocer esta parte de la ciudad, y quien sabe tal vez esta vez sea yo la que deje que algún hombre me baile, en lugar de yo bailarles a ellos.
Oí a un chico hace unos días burlándose de unos hombres que estaban haciendo estriptis cerca de unas calles del hotel.
Quién sabe, tal vez lo único que necesito es una buena revolcada para sacarme este cumulo de pensamientos absurdos que cruzan por mi mente a gran velocidad.
También podría ir a ver a la casa de la cultura a ver si me puedo inscribir en un curso o algo así. Necesito mantener distraído mi cerebro al máximo.
Pero lo que sí es principal es pedir el día libre en el trabajo.
Miro la hora.
Son apenas las cinco y media de la mañana, puede que todavía haya alguien en el “Gril dreams”.
Marco rápidamente el número de la oficina de Claudia. No me atrevería llamar a otro lado y luego encontrarme con la voz nada agradable de Luis.
—Bueno —escucho la voz de Claudia un poco molesta, pero tratando de ser cordial.
—Hola, Claudia. Soy yo, Cassandra. Te llamaba para pedirte permiso y faltar hoy al… —trato de ponerle un nombre a lugar donde laboro sin que le escuche ofensivo— …club —concluyo no muy convencida del término—. Necesito faltar porque me ha surgido un imprevisto familiar, ya sabes de esos que uno no se puede zafar.
La primera explicación que se me viene a la cabeza es la que le termino sacando. No puedo decirle que es porque estoy enferma porque fui el amante de nuestro jefe y ahora me han venido a la cabeza todos los recuerdos…
La única cosa que suena coherente y no necesita que alguien más —como un doctor— que la verifique, es la excusa tonta del “imprevisto familiar”.
Además, cualquier persona en un momento de su vida ha hecho uso de ese argumento para salirse con la suya. No importa para que sea, si es para una reunión con amigos, o si es para no llegar a un lugar; no importa, ahí está esta esa excusa que cualquiera puede usar. Claro, la única cosa en la que no puedes ponerla es para compromisos familiares, eso sería ser falto de inteligencia.
En mi caso, simplemente era porque necesito tener un día en el que pueda descansar de ser objeto sexual de los hombres, que por más que me guste, no deja de ser algo aburrido y a eso si le agregas la constante zozobra de no querer ver a Luis. Que para acabarla de cagar, tenía que prohibirme poderme acostar con los hombres que llegaran al club, solo porque creo que se le ha ocurrido que debo seguir siendo solo de él. O sea, no me jodas, necesito un largo respiro de toda esa bazofia inservible.
Escucho como Claudia gruñe un poco. Seguro que no quiere dejarme faltar, porque eso supondría que tendría que reorganizar la rutina, y no solo poner un baile más, sino que maniobrar para que las chicas no se sientan presionadas al tener que ver que hacen con ese tiempo de sobra.
—Muy bien —dice finalmente no muy convencida—. Podrás tener esta noche libre, pero mañana te quiero aquí puntal. Además, de que tendrás que salir más tarde porque luego el jefe ha convocado a una reunión de personal, ya que se organizara una fiesta privada —ironiza la forma en que yo llame al “Gril dreams”—. Así que mañana sin excusas. Escuchaste, Cassandra —finaliza su larga explicación.
—Muy bien, te lo prometo, mañana sin excusas estaré ahí puntual y me quedare hasta la hora de salida —digo algo emocionada por el día que planeo disfrutar a todas mis anchas.
Antes de si quiera darme cuenta que ha sucedido, escucho que me ha colgado el teléfono, sin un adiós, o un hasta mañana, nada de nada. Esa mujer parecía amable cuando me invito al café, pero la verdad es que es molesta y gruñona. Quizás le hace falta un marido.
De cualquier manera, agradezco que me haya dejado faltar un día, porque bien pudo haberme dicho que no o que me lo descontaría.
Un poco desganada, y aun con el corazón arrinconado dentro de mí pecho; me paro y me dirijo a mis cosas a sacar un poco de ropa.
Quizás no me vendría mal correr un poco… —pienso al mirar mi ropa.
Saco una camisa de licra que siempre he ocupado para hacer ejercicio y un pantalón del mismo material. Ambas prendas son ajustadas, demasiado, aun para mí, pero de todas maneras si las hubiera comprado una talla más no me hubieran quedado. Saco también un sostén deportivo un bóxer femenino. No se me hace correcto correr sin ropa interior y tampoco es que me llame mucho la atención la idea de que me termine doliendo el busto gracias a correr medio desnuda.
Cojo la toalla y me meto rápidamente a la ducha.
Por suerte el hotel tiene regulador y el agua de la regadera no cae sobre mi cuerpo como un tempano de hielo.
Me baño por unos quince minutos, hasta que estoy satisfecha con lo limpia que he quedado. Sé que es una tontería mía bañarme antes de ir a sudar como un cerdo, pero no me gusta la idea de ir con todo ese sudor recolectado de la noche y de la madrugada que he pasado, y menos con los restos de lágrimas que había en mi cara y en mi escote. Y por supuesto, no podre duchar al venir de correr, porque eso solo haría que mis músculos dolieran mucho.
Me seco el cuerpo, y me visto lo más deprisa posible.
Como no me he lavado el cabello, me hago una coleta de caballo sujetándolo un poco más socada de lo conveniente.
Una vez cambiada me pongo zapatillas de deporte, las únicas que tengo.
Tomo mi iPod, pero al final decido que no tengo ánimos para correr, así que solo andaré de un lugar a otro, caminando como un turista perdido.
Lo que si necesito con urgencia es un café calientito, porque hasta ahora me doy cuenta que el clima no está caliente, ni siquiera tibio, de hecho, está bastante fresco.
Me pongo, sobre mi camisa deportiva, una sudadera ajustada y salgo del hotel con nada más que mi cartera que llevo escondida en el bolsillo de la sudadera, la llave de mi habitación, y mi teléfono celular. Aunque no entiendo porque llevo el celular cuando ni siquiera lo he usado.
Al salir del hotel, el aire frio de la ciudad me golpea fuertemente.
El sol está saliendo, pero me daña los ojos, por lo que decido ir en dirección contraria.
Son como las seis y media, y no sé si encontrare una maldita cafetería abierta. Ni siquiera hay peatones en la calle, solo uno que otro carro que pasa en la carretera.
A pesar de que no he dormido nada, no me siento con ánimos de dormir, pero tampoco tengo ánimos de mucho. Y menos de pensar.
A veces me pregunto qué seria ser normal, qué sería ser una joven más, de 18 años. Siempre me ha quedado dudas de como hubiera sido mi vida si no me hubiera pasado nada de lo que paso, si Luis no se me hubiera acercado nunca, si mi madre no me hubiera abandonado, si mi padre no se hubiera desentendido de mí, si los niños no me hubieran tratado como una mierda cuando era una niña. La única verdad, es que son muchos hubiera y nada de “así fuera”. En otras palabras, son muchas preguntas y pocas respuestas.
El día de una persona cualquiera, comienza levantándose a tempranas horas para prepararse para asistir a su trabajo, que es probable que odien, luego despertar a sus hijos, que aunque no los odien a veces no les caen del todo bien, después apresurar a medio mundo para estar puntuales… No sé, pero supongo que mi vida y todo lo que me ha pasado, viendo la vida de los demás… no suena tan mal.
No desprecio mi trabajo a pesar de que no me gusta para quien laboro, no me agrada nada tener que vivir en un hotel, pero pudiera ser peor y vivir en un callejón. Me siento feliz porque no soy fea, y sobre todo, porque me gusto. No seré la mejor persona, pero tampoco soy la peor.
No me quejo, mi vida es un asco, pero pudiera estar sumergida en una mierda.
Es cierto que tengo serios problemas para relacionarme, sobre todo con los hombres, porque solo los veo como un objeto para satisfacer mi libido, pero de cualquier manera, para mí el sexo no representa tanto como para las otras personas. Creo que nunca lo comprendí como eso, o no lo quise comprender como eso cuando me di cuenta de todo lo que me había pasado con Luis.
¡Al diablo!
No me voy a poner de analítica solo porque me han pasado un par de cosas malas hoy. Debo avanzar en lugar de retroceder, y ponerme a estudiar el porqué de mis comportamientos no traerá más que incertidumbre y sobre todo… tristeza, y no quiero estar triste, para eso ya tengo un día predilecto.
Camino unas calles más, observando todo a mi paso. No tengo prisa, así que no es necesario que tenga que caminar más rápido o hacer algo diferente a: solo mirar.
Al pasar por un bar que ya está cerrado, me pregunto: ¿Cuánto tiempo más podré trabajar como bailarina?
Supongo que me quedaran al menos unos diez años, pero ¿y luego?
Ahora comienzo a entender lo que mi padre quería decir, pero no tengo porque apresurarme con ello. Por ahora el único plan que tengo es conseguir a un ricachón que me mantenga, pero no tengo ni idea de cómo hacer que uno se enrede conmigo. Lo más probable es que en el trabajo no pueda encontrar ni uno que me vea como una seria propuesta matrimonial, o al menos una novia a la cual poder enseñarle a sus padres.
Pero entonces ¿Dónde puedo conseguir al valiente que me salve de la pobreza?
¡Ah, que fastidio!
Tal vez de verdad no estaría mal ver la posibilidad de estudiar algo, o al menos tener la posibilidad de que un día de estos poder trabajar de otra cosa que no solo sea menando mi culo, por más que me guste, no puede ser eterno.
Cruzo en una esquina y veo un comedor de tamaño mediano que está abierto.
¡Gracias al cielo!
No he comido bien estos días y hoy estoy con un apetito que ni yo misma soporto.
Solo hay unas cuantas personas desayunando, pero eso se debe a la hora, no son todavía las siete aunque ya camine un buen de tiempo.
Me siento en la primera mesa que encuentro.
Una mujer algo mayor se me acerca. Lleva un mandil negro puesto encima de una camiseta tipo polo blanca y unos pantalones formales de color negro.
—Buenos días —sonríe cálidamente, y me recuerda a una abuela bonachona, de esas que solo sacan en la tele. Nada que ver con la mía.
—Buenos días —la saludo sin poder evitar sonreírle.
Con su mano derecha me entrega el menú.
—Cuándo estés lista para ordenar, me llamas, cariño —dice con la voz de un ángel mayor.
Asiento y ella se aleja.
Vale, admito que es agradable ver que al menos una persona te trate con cariño, aunque solo sea fingido. Y si, ayuda que te sonrían en la mañana en lugar de ponerte una cara de buldog que ni ellos mismos se la aguantan.
Hojeo el menú, y rápidamente me decido.
Con una mirada localizo a la camarera y ella entiende rápidamente. Se acerca a mí, y le hago la orden.
—Tráigame, por favor, un jugo de naranja, un café, un panecillo de chocolate, unos huevos revueltos con salchichas y un pan tostado —pido con alegría.
—En seguida —responde con una gran sonrisa.
En unos minutos, mi comida está servida en la mesa y comienzo a comer como una indigente.
No debería comer tanto, porque mi trabajo es exhibir mi cuerpo, pero un día que coma más de la cuenta, no le hace daño a nadie.
Al terminar pago y quedo convencida que este pudiera ser el lugar donde venir a comer de vez en cuando, porque como no tengo ni siquiera donde hacer una maldita sopa enlatada, debo recurrir a comer en lugares de comida rápida o cualquier otro sitio, o incluso ir a la tienda más cercana y solo ingerir yogurts o algo bajo en calorías.
Sigo deambulando por las calles, camino más de dos horas seguidas. De vez en cuando miro mi teléfono para saber qué horas son.
Me he quedado pensando en que a estas alturas de vivir sola, es posible que ya se haya regado el chambre que me han echado de mi casa, de otra forma tendría al menos 10 mensajes que leer a diario, pero en lugar de eso, mi teléfono está más silencioso que cualquier otra cosa, incluso los hombres que antes me llamaban… han dejado de llamar, pero eso supongo que ha de ser por la señora Araujo, seguro se ha encargado de decirle a medio mundo que tengo una enfermedad venérea o algo por el estilo. Al fin y al cabo, no llevo ganas ni para tener sexo.
No me siento deprimida, pero es como si mi adicción hubiera disminuido, aunque no estoy segura a que se deba. Tampoco es que pretenda que ya de sopetón soy una mujer madura que ya no piensa tener sexo ni nada de ellos, pero si me parece que ya no siento tanta necesidad como antes, aunque creo que si me hace falta uno o dos polvos, porque es imperdonable como me puse cuando me toco ese tal Sebastián. Eso me hizo sentir urgida, y no debería volver a pasarme, y peor con un cliente, además del hecho que me trajo problemas, aunque eso no es mi culpa.
Camino unas cuantas cuadras más antes de ver mi celular y darme cuenta que ya son las once de la mañana. He caminado demasiado, y sin rumbo alguno.
Debería regresar por donde vine, es demasiado lo que he caminado, y dudo que pueda seguir caminando así hasta llegar a la frontera.
Doy media vuelta y regreso por mis pasos, la mejor forma para no perderse es no meterse por donde uno no ha ido.
Camino más rápido que antes, y en cuestión de una hora llego nuevamente al comedor.
Decido entrar y pedir algo para llevar. Ya es hora del almuerzo, por lo que se tardan un poco en darme mi comida.
Al salir noto que por donde lleva hacia el hotel, hay unos hombres mal encarados, y uno de ellos me ve de una manera que no me resulta nada grata. Siento como se me hela la sangre con esa mirada horripilante que me está lanzando. Sus ojos recorren mi cuerpo, pero a diferencia de lo que he sentido cuando otros hombres lo hacen, este me hace sentir insegura y una alarma en mi cerebro se activa.
Camino por otro rumbo y lo más rápido posible.
No miro atrás por miedo, pero no sé dónde voy. Estoy medio perdida.
Después de un tiempo de medio trotar cuesta arriba, me siento en la banca un pequeño parque. Exhalo profundamente al ver que nadie me ha seguido y reviso el contenido de mi comida.
No es que se me apetezca mucho, pero ya pague por ella, y como no estoy para desperdiciar dinero, comienzo a comer poco a poco.
Al terminar voto todo y me siento nuevamente en la banca.
Mis ojos se cierran del cansancio, necesito dormir, pero aquí no es un lugar para hacerlo. Aun así cierro mis ojos. La brisa hace que me sienta acogida, y tranquila, como si estuviera bien permanecer en este sitio.
Un papel golpea en mi cara y abro los ojos rápidamente, quitándome el molesto panfleto de mi rostro.
Miro el anuncio y leo que es acerca de una academia de actuación.
¿Actuación?
No, no me llama nada la idea.
Siempre he visto como la gente actúa frente a otros y es algo de lo que no me agrada para nada.
Pero quién sabe si voy a dar una vuelta por ahí, no se tal vez pueda ver algo que me guste o hasta puede llegarme a gustar actuar. No lo sabré si no lo veo, y por supuesto, se supone que hoy haría algo diferente, algo para mí, así que no está del todo mal la idea.
Me levanto de la banca y camino hacia la dirección escrita en el panfleto.
Busco en el móvil la dirección y veo que al otro lado de donde me encuentro está el hotel, aunque no hay calle que las conecte, pero aun así, si me llama la atención esas clases, bien podría ir caminando.
Necesito ahorrar dinero a toda costa.
Me pregunto si mi padre seguirá pagando la factura de mi teléfono o será otra de esas cosas que ya no saldrá de su bolsa. Al menos si ya no lo paga tendrá que llamar y cancelar la línea, y no me cobraran a mí, porque cuando saco la línea estaba a su nombre porque era menor de edad. No podría pagar la cuenta del celular, aun cuando ya ni siquiera lo uso. Tendría que comprar uno pre—pago, pero en estos momentos me da igual todo eso.
¡Estoy más preocupada por quedarme a vivir debajo de un puente, que en ver si tengo un puto teléfono!
Camino durante unos diez minutos y me detengo cuando estoy frente a la dirección que marca el anuncio.
El local no es muy bonito, es un edificio tipo bodega que parece mucho más viejo de lo que debería. La fachada no tienen color, más que el del propio cemento. No tiene más que una puerta y dos ventanas pequeñas a pesar de que es un enorme edificio, al menos en lo alto.
Al lado de la puerta hay un papel pegado a la pared en la que se detallan los horarios en los que está abierto.
Horarios de entrada de 2:00 p.m. a 6:00 p.m.
Falta un poco más de una hora para que abran y no me quiero quedar aquí hasta que eso pase. Seria patético por mi parte hacer tal cosa, además de que estoy muy cansada y no he dormido nada.
Me quedo mirando la pared por un instante.
No sé qué hacer, pero no me quiero quedar por mucho más tiempo aquí parada, como una tonta.
—Hola —dice la un hombre a mi espalda.
Me volteo a ver quién.
Cuando lo veo, me quedo pasmada. Enserio esa voz fuerte y varonil proviene de… un joven de como de unos veinte años de edad, delgado, alto, blanco, de cabello cobrizo, una linda cara pero no es mi gusto, además, lleva puesto unas gafas de moldura oscura que no le quedan bien, y por si fuera poco son de esos lentes que se adaptan a la luz e impiden ver el color de sus ojos. Anda vestido bastante formal para estar en la calle y por estos lugares.
—Hola —contesto con desconfianza.
No me parece que sea un loco o un acosador, pero de cualquier forma no me da confianza que cualquiera me hable en la calle y más si nunca lo he conocido.
—Vi que has estado mirando los horarios, y en tu mano llevas uno de los anuncios que hemos esparcido —comenta alegremente—. Yo soy el ayudante de los maestros que imparten las clases de actuación. ¿Te ha interesado alguna?
Me mira con interés, pero no es el típico interés que normalmente tienen los hombres hacia mí
Asiento un poco aturdida, pero es que me siento como si estuviera en un universo paralelo. Nunca había visto a una persona que irradiará tanta felicidad, y menos que un hombre lo hiciera, parece tan… vivo.
Sacudo mi cabeza con un movimiento imperceptible.
—Excelente —dice con una voz parecida a un grito, que se escucha un poco femenino a pesar de que su voz es ronca. A mí me asusta, pero tratado de disimularlo lo mejor que puedo.
De su portafolio de maestro de secundaria, saca una hoja y me la entrega.
—Estos son los horarios de las clases, y toda la información necesaria para poder inscribirse —me indica con su dedo mientras mi mirada viaja rápidamente por el pedazo de papel.
Lo miro con detenimiento.
—Hay dos clases; una es de actuación clásica y la otra es de actuación moderna. La primera es más tarde, de 4:00 p.m. a 6:00 p.m., y la segunda es dentro de casi una hora, comenzara a las 2:00 p.m. a 4:00 p.m.
Su gran sonrisa me hace devolvérsela, pero es más un movimiento automático que otra cosa.
—Si me disculpas, tengo que irme —señala la puerta derecha de la bodega.
Asiento nuevamente, pero es que de todas formas él se reúsa a dejarme hablar, parece un loro, ¿o solo será la emoción? No tengo ni idea, pero me parece muy poco… normal, que alguien sea tan entusiasta.
—Está bien, gracias —logro decir.
—Bien, te espero — dice antes de meterse a esa vieja bodega.
Miro la hoja que tengo en las manos.
Ni siquiera sabía que había más de un tipo de actuación o como quiera que se llame.
Bostezo del gran cansancio que tengo, y le hago una parada a un taxi que va pasando.
No quiero caminar más. Se me hace que he caminado todo el día y seguro que mi exceso de comida ha desaparecido de mi organismo.
Hablo con el señor que maneja el taxi y le comento sin querer, que me quiero mudar a un departamento, y él me hace mención de una sobrina suya que está alquilando un pequeño departamento para una persona y esta amueblado.
Me quedo sorprendida porque parece caído del cielo, y sobre todo porque se me ha salido la lengua al contarle mis asuntos privados a un simple señor. La verdad es que tiene pinta de buena persona. Al final le pido el teléfono de su sobrina.
También me dice que hay un atajo para poder llegar al “teatro” —que así es como le llaman a esa vieja bodega—, que no me llevara más de diez minutos atravesar desde el hotel hasta el teatro, pero me advierte que lo mejor será que solo lo haga a tempranas horas, porque es a través de un callejón.
Le agradezco por la ayuda y le pago.
Al llegar al hotel, me acuesto en la cama y me duermo al instante.
***
Me despierto toda apurada al escuchar la alarma del teléfono que puse antes de dormirme.
La había puesto para las tres y media de la tarde, pero al fijarme, me doy cuenta que casi son las cuatro y que es probable que no la haya escuchado antes.
La ultima clase del día comenzara dentro de poco, y yo tengo que lavarme la cara y los dientes, y además llegar hasta ahí, y obviamente no puedo usar el carro. Sería una tontería desperdiciar gasolina en ello.
Pero, si me voy a pie, llegare tarde a la clase, aunque eso de debería preocuparme, al final, yo solo voy de oyente y no de alumna, al menos por hoy.
Me levanto de un salto y me voy al pequeño baño. Me lavo la cara y me cepillo los dientes rápida y eficientemente.
Una vez termino de arreglarme, cojo una cartera de las que se cuelgan transversalmente y meto todo lo que necesitare. Compruebo nuevamente la hora en el teléfono y miro que ya son casi las cuatro.
Salgo del cuarto y cierro de un portazo, pero no me importa ni siquiera cuando la señora fea de la recepción me mira con el ceño fruncido.
Recuerdo lo que me dijo el señor del taxi y decido hacerle caso, porque no tengo más remedio.
El pasaje por el que tengo que pasar, queda un poco más arriba que el hotel, pero lo localizo al instante. El callejón, es oscuro, lúgubre, pero como todavía hay sol, y no da tanto miedo.
Al llegar al “teatro”, entro porque la puerta está abierta y observo el lugar. Al igual que la fachada, el interior no está pintado; hay una tarima enfrente de un montón de asientos de butaca que se nota que están bastante antiguos, y la tarima chilla cada vez que alguien se para en ella. Por dentro se ve un poco más amplio que por fuera, pero definitivamente le hace falta buena iluminación y un gran telón para que parezca más un teatro.
Todas las personas que hay dentro —que no suman ni 20—, están cerca de la tarima.
A lo lejos, logro distinguir el cabello cobrizo del chico que me atendió cuando vine al medio día.
Él, está hablando con una chica bastante guapa, de cabello rubio oscuro, de facciones muy femeninas, y delgada aunque más del tipo tabla de surf —nada por delante y nada por detrás—. Él tiene una cara que pareciera que están discutiendo, aunque ella esta relajada. Me pregunto si serán novios. Si fuera así… digamos que ese chico tuvo suerte, y no porque ella sea la gran belleza, pero él esta… mal arreglado y… no lo sé, no parece del chico que sale con una mujer fuera de su alcance. Parecía tan tímido cuando me hablo, y eso que hablo mucho y demás, pero aun así… nunca me miro a los ojos. Fue raro, ahora que recuerdo.
—¡Sí! —suspira una chica, que ni cuenta me había dado que estaba a mi lado—. Él es muy guapo ¿no?
Su tono denota que está enamorada de él, o tal vez peor…
Yo miro en la misma dirección para comprobar si no me he equivocado y yo soy la que he visto mal y la chica este viendo a otro hombre, porque de guapo ese no tiene nada en absoluto.
Miro por una segunda vez, y en efecto no me he equivocado. Solo logro fruncir más el ceño.
No lo comprendo, que le ve.
Guapo no es, atractivo tampoco, ni siquiera suda testosterona. Nada. Es muy simple.
—¿Cuál es tu nombre, nueva? —pregunta la chica.
Me fijo en ella. Es una de esas frikis de cabello verde y vestuario extravagante. No es nada guapa, de hecho, parece más fea con todo ese maquillaje y vestuario ridículo.
—Cassandra —contesto lo más cordial que puedo, pero la verdad es que no se me da nada bien, soy un fiasco en eso de ser gentil—. Y ¿tú?
Le pregunto más por compromiso que por interés.
Me mira antes de pronunciar cualquier cosa. Parece que está estudiando, tal y como yo hice hace un segundo.
—Serias perfecta para interpretar a Clavel —¿Clavel? De qué habla—. Por cierto me llamo Anabel, pero me puede decir Ana —me tiende la mano y con ella una nueva sonrisa, más amplia que la anterior.
Estrecho su mano con la mía, pero no me siento cómoda haciéndolo.
—Oye, pero de verdad eres nueva ¿no? porque de lo contrario me acordaría de ti. Tengo excelente memoria —presume con orgullo—. Además nadie podría olvidarse de una persona como tú; eres preciosa con ese cabello dorado y esa piel tan suavecita y tersa, pareces una Barbie versión miniatura…
Mi cerebro se desconecta de la plática, pero no porque hable como una loca, sino porque nunca ni una mujer me había dicho eso. Ni siquiera mis aduladoras del bachillerato me decían que era bonita, siempre disimulaban diciendo que me miraba genial o algo así. Pero, ¿llamarme Barbie?
¿Podrá ser que le agrado a esta desconocida?
—Ven —toma mi mano y me jala con ella hacia donde están los demás, que es sobre el escenario, porque mientras hablábamos todos subieron a la tarima.
Yo camino o más bien troto detrás de ella para alcanzarla y no hacer que me arranque el brazo, porque sí que tiene fuerza a pesar de ser muy escuálida.
Subimos las gradas y cada una de ellas cruje bajo nuestro peso.
Me suelta y da un estrepitoso silbido para que todos se callen, cosa que resulta bastante bien.
—Todos escúchenme, ella es Cassandra —me señala, se acerca mí, y me susurra, si ya me inscribí, yo niego con la cabeza, pero le digo que estoy viendo—. Viene aquí a ver como es todo y decidir si se inscribe o no, así que compórtense.
Se aleja de mi lado y corre hasta donde está el chico de que me ayudo hace algunas horas.
Todos me miran con curiosidad. Las mujeres tienen cierta mirada irritada a la que ya estoy acostumbrada. Me repasan el cuerpo entero a cada momento; seguramente tratando de encontrarme algún defecto, o a saber porque lo hacen. Los hombres, o mejor dicho adolescente, la mayoría menor que yo, me mira con… de la misma forma que todos los hombres lo hacen, nada nuevo, pero no con la misma intensidad con la que lo hacen los adultos.
A pesar de que en mi trabajo y en todas partes estoy acostumbrada a ser, de cierta forma, un punto focal, esto no me gusta. Me siento como un animal de exhibición.
No es grato ser la nueva.
Al pasar unos segundos que se me hacen eternos, todos vuelven a sus pláticas como si no pasara nada, y saco el aire que estaba conteniendo.
Un chico como de mi edad, vestido a la moda y bastante guapo, se acerca a mí.
—Hola —hace una sonrisa de lado que le sale totalmente fatal.
Yo me aguanto las ganas de reír que tengo, porque es que; si será tonto el niño, ¡hay que ver todo lo que hace para parecer mejor, solo hace que se vea ridículo! Esa es una de las razones por las que no ando con niños de mi edad, esos es totalmente incorrecto.
—Hola —saludo un poco fastidiada pero ocultándolo bajo mi mejor sonrisa falsa.
—¡Qué bueno que hayas venido! —me saluda el chico que me dijo que era el ayudante.
Ni siquiera vi en qué momento se acercó a mí, parece que se escabulle.
—Sí, yo dije que lo haría y heme aquí —contesto animada.
No sé porque, pero este chico me resulta… cómodo, no lo sé.
—Pues qué bueno que te animaras, pensé que estarías en la primera clase, pero —se encoje de hombros—, da igual.
Su sonrisa me tranquiliza.
El otro chico, solo se queda mirándonos, tiene los ojos entornados y el ceño fruncido, pero ni siquiera me importa que este justo frente a mí, no me cae nada bien; y eso que ni siquiera lo conozco.
—Muy bien, espero que te guste lo que estamos haciendo, si quieres hoy te puedes sentar y solo ver —señala con la mano las butacas.
Son horribles como para que yo me siente y ensucie mi ropa con ellas, pero no pienso portarme como una perra y hacerle el feo.
—Está bien, gracias —digo fingiendo estar emocionada.
Camino nuevamente a las butacas y me siento en primera fila, sin interesarme despedirme del otro chico.
¿Por qué diablos decidí esta mañana hacer algo de mi vida?
Y más aún ¿Por qué elegí venir aquí?
Aun así, no parece ser la peor decisión que he cometido en mi vida. Sin embargo, solo el tiempo podrá darme o quitarme la razón. Ojala y la tenga, porque donde este solo sea un error más por no pensar las cosas… me iré a meter a un convento, al menos ahí no tendré que preocuparme por pagar un centavo.
El sonido de la puerta cerrándose fuertemente, me distrae de mis pensamientos. Volteo la cabeza para ver de quien se trata. Una señora de mediana edad, camina con elegancia hasta la tarima. Lleva una capa roja del estilo que usan los pintores, nada más que en su versión elegante, y unos pantalones medio ajustados de color negro. Tiene pinta de ser dominante y seguramente también es la maestra. Se ve flemática.
—Bien todos hagan una fila, rápido —dice con tono autoritario y poniéndose enfrente de todos.
Una vez todos se acomodan, exceptuando el “ayudante”, que se pone al lado de la señora, ella prosigue:
—Espero que todos hayan investigado un poco sobre la tarea que les di. Forme grupos de dos y vamos a interpretar una de mis historias favoritas, utilizando la técnica de Stanislavsky —todos comienzan a dispersarse y a formar pareja—. La obra que interpretaremos es Edipo Rey, de Sófocles. Y más les vale saber algo de la obra, por lo menos la parte principal, en donde Edipo se acuesta con su madre.
Yo me quedo helada al escuchar eso.
¿Cómo que se acostó con su madre?
Qué asco, como es que les gusta leer eso.
—Ya saben que dentro de esta técnica ustedes tienen que saber los antecedentes del personaje. Así que repito tuvieron que haber leído esa obra hace ya mucho tiempo —luego de decir eso se sienta bastante cerca de mí, pero ni tan siquiera me voltea a ver, solo se fija en como todos comienzan a sudar y a ponerse nerviosos.
Yo me quedo mirando sin prestar mucha atención a como cada uno de ellos comienza a decir unas líneas de lo que parece ser la obra que ella menciono. Después de un tiempo, ella les da una orden sobre que pasen a hacerlo enfrente de ella, y con cada pareja que pasa les dice que deben de mejorar. Pasan todos sin excepción alguna. Hay algunos que lo hacen bastante bien y otros totalmente mal; hasta yo que no soy conocedora del tema se cuándo no está nada bien, y algunas de sus actuaciones fueron detestables, fatales.
—Muy bien —se levanta la señora con una cara de fastidio bastante grande—. Les mostrare como se debe hacer. Para hacerlo bien según la técnica de Stanislavsky, hay que saber para comenzar que Edipo Rey, es una tragedia en la que Sófocles pone como uno de los temas principales la fuerza del destino, porque como sabrán las predicciones hechas de que Edipo iba a matar a su padre y se casaría con su madre, al final se terminan haciendo realidad a pesar del hecho que hicieron todo lo posible por no cumplirlo. Ahora venga aquí Ethan —el “ayudante” se levante y va donde ella esta.
¡Vaya al fin se su nombre!
Es un nombre bastante bonito, se escucha fuerte, de hombre, y no de niño. Eso me gusta.
—Has la parte en donde Edipo les confiesa a sus hijas, que son hijas de su propia madre —dice con tono duro y luego se aparta para dejarlo a él en medio de todos.
Ella se vuelve a sentar en su anterior lugar.
Ethan, me ve por un momento y luego a ella, le asiente, como dándole la señal para que inicie.
—“¡Qué tengas ventura y por esta acción que la divinidad te guarde mejor que a mí! ¡Oh hijas! ¿Dónde estáis? Acercaos, venid a estas fraternas, a estas mis manos, que han hecho que veáis así los ojos antes brillantes del padre que os engendro. Yo, hijas que sin ver, ni saber nada, resulte para vosotras padre con aquella en la que fui engendrado. Y lloro por vosotras…”
Él sigue hablando diciendo un dialogo que no entiendo. Por alguna razón su actuación me cautiva. Es como ver a Miguel Ángel pintando la capilla Sixtina, o a Mozart creando la sinfonía nº 40, que tanto me obliga a oír mi padre de niña y a la que tanto le tome aprecio. Es increíble ver como las palabras surgen con tal seguridad de la boca de Ethan, y de forma natural como si fueran las de él, y sus facciones parecen como si de verdad sintiera cada una de esas palabras.
Se siente como ver por primera vez, un atardecer con nubes rosadas y el cielo celeste, con un sol entre anaranjado y rojo bajo un árbol que cumbre parte del cielo.
Quiero eso, quiero sentir esas emociones de la misma manera, deseo poder hacer lo mismo que él hace.
Ya se ahora porque vine aquí.
Quiero aprender a actuar. No, a interpretar emociones, eso es lo que quiero. Quiero saber qué es lo que sienten los demás, que siento yo.
Termina, y aunque yo ya no logre entender ni la mitad, comienzo a aplaudir emocionada, todos lo hacen; pero quizás yo sea la que lo hace más efusivamente.
—Excelente Ethan, como siempre. Ven, así se debe actuar —explica la señora—. Hasta aquí llegaremos hoy —se sube la señora nuevamente a la tarima—. Para mañana, quiero que se lean Electra de Eurípides, que es como la antítesis de Edipo, y vamos a aplicar la misma técnica.
Todos se despiden y la tal Ana me saluda a lo lejos con la mano, pero se va platicando con un chico que parece que le gusta mucho más que Ethan, tiene una cara de embobada que seguro ni ella se la aguanta.
Yo me quedo esperando a Ethan, porque ahora que me decidí, quiero inscribirme lo antes posible, aunque se me hace que tendré que hacerlo para la primera clase porque esta no me dejaría espacio para ir al trabajo, o mejor dicho, para llegar a tiempo al trabajo.
Lo bueno es que no tendré que leer obras que no entienda.
¿O será que ocupan las mismas obras y diferente método? Ni idea.
Después de un momento, la señora se va y deja a Ethan guardando una cosa dentro de una caja que tienen al lado del escenario.
Me acerco a él.
Carraspeo mi garganta cuando llego a estar detrás de él.
—Disculpa —lo llamo.
Él voltea y me regala una gran sonrisa, que hace que mi corazón se sienta feliz.
—¿Sí?
—Quiero inscribirme, ya me decidí. Y por cierto, tu actuación estuvo maravillosa.
Ethan, se pone más rojo que un tomate y eso me hace sonreír, pero no me burlo de él, solo me parece gracioso ver a alguien ponerse rojo por un alago.
—Oh gracias —dice tímidamente. Toma su maletín del suelo y lo abre para sacar dos hojas de papel—. Esta es la hoja de inscripción, no importa a cuál te inscribas porque los requisitos son los mismos, pero si debes poner en la siguiente hoja —le da la vuelta a la página—, cuál es el horario que tomaras, aunque solo es por control.
—Gracias —digo cuando me entrega el papel.
—Entonces… ¿cuál tomaras? —pregunta mirando al suelo.
—La de las dos de la tarde, no me pega con mi trabajo —respondo sin pensarlo.
Me doy cuenta de mi error, pero decido no ponerle mucho interés.
—Además —agrego para que no pregunte por mi trabajo o yo que sé—, por donde vivo no es buena idea pasar muy de noche.
—¿Por dónde vives? —me mira un poco preocupado.
—Vivo en un hotel que queda a unas cuadras de aquí, pero tengo que pasar por un callejón que está a una cuadra —señalo más o menos donde queda, aunque de todas maneras ni lo puede ver porque aún seguimos dentro del teatro.
Se queda pensando por un momento viendo la salida del lugar.
—Entonces te acompaño, así llegas a salvo a tu casa —sonríe nuevamente, y a mí se revuelve el estómago de una forma inusual—. Y me puedes ir diciendo tus datos para poder hacer tu inscripción.
—Gracias —digo realmente agradecida, porque no quiero pasar por ese callejón oscuro yo sola.
Salimos del teatro y comenzamos a caminar en silencio. Él trata de caminar a mi ritmo, pero casi puedo ver como hace un leve esfuerzo para poder llevar mi paso. Seguramente camina más rápido y le incomoda ir tan lento. Por otro lado yo me siento de lo más a gusto, a la par de este espécimen tan fascinante. Un hombre como ninguno que haya visto en toda mi vida.
Representa toda la pureza de la humanidad, por lo menos para mí que nunca la pude apreciar tan de cerca.
—Dime tu nombre completo —dice quitándome el formulario que llevo en las manos y sacando un lapicero del bolsillo de sus pantalones.
—Cassandra, a secas —respondo un poco molesta.
No quiero decirle mi apellido. Es probable que haya oído hablar de mi padre y no quiero que me relacionen con él.
—Muy bien —dice anotándolo—. Ahora, dime tu edad.
—18 —pronuncio con bastante indiferencia.
Vuelve a anotarlo.
—Un número donde poder llamar en caso de emergencia —me mira de reojo.
Creo que ha anticipado mi repuesta pero igual la espera.
—Es el 5945—1354 —doy el número del club donde trabajo.
No quiero que piense que soy tan patética como para no tener a nadie a quien le importe aunque sea esa la pura verdad.
Sigue haciéndome preguntas sin trascendencia y yo sigo contestando con algunas verdades y otras que no lo son en absoluto, pero no lo necesita saber.
Terminamos de llenar el cuestionario juntos, y me dice con un poco de pena que mañana tendré que llevar el dinero para cancelar le mensualidad. Pero en lugar de esperar, saco los $50 dólares y le pago en el momento.
Ethan, no dice nada, solo se mete el dinero en los pantalones sin siquiera contarlo.
Cuando llegamos al hotel, ambos paramos y nos quedamos viendo uno al otro.
—Bueno, gracias por acompañarme —digo jugando con mi mano.
—De nada —sonríe y veo por fin el color de sus ojos cuando se acerca y me da un beso de despedida en la mejilla.
Sus ojos son fabulosos, son de varios colores. Tiene verde musgo, junto con un amarillo miel, y hasta una pizca de un rojo oscuro que rodea su pupila.
Literalmente el aire se sale de mis pulmones al verme reflejada en esos lindos ojos.
Sin darme cuenta por estar pensando en Ethan y sus ojos de sueño… una mano me jala y me aparta rápidamente de él.
—Cassandra, necesitamos hablar —dice Luis, una vez me tiene frente a él.
Parece furioso. Un escalofrío duro pasa por toda mis vertebras.
Me acuerdo que detrás de mi esta Ethan, cuando el posa su mano en mi hombro. Volteo y le doy una sonrisa para tratar de tranquilizarlo.
La cara de Ethan, es de disgusto y se ha puesto ligeramente rojo, sin embargo, cuando ve mi cara, se relaja.
Luis, me arrastra con él hacia un coche que esta aparcado al otro lado de la carretera, pero mis ojos no se apartan de los de Ethan, y le digo adiós con la mano y trato de fingir que no pasa nada.
Una vez dentro del auto, mi mente se queda en blanco.