—8—

 

Tomo fuerza para poder afrontar lo que sea que me espera adentro.

Camino pisando fuerte.

Estoy harta de sus “llamadas” a su oficina, siempre terminan mal, y honestamente yo no tengo nada que hablar con Luis, de hecho, preferiría no tener que ni siquiera oír que alguien lo mencione; claro, eso sería imposible trabajando para él.

Creo saber porque me llama… seguro que será por la misma razón por la que me mando las rosas. Ese maldito nunca se detendrá. ¡Joder!

Paro frente a su puerta.

Tengo unas inmensas ganas de entrar a su oficina y de una tirarle los dientes de un buen derechazo. Mi cabeza arma toda una escena, en la que yo entro sin golpear la puerta, me acerco como un animal buscando a su presa y antes de que él se dé cuenta de lo que ocurre, le pego, una y otra vez, y luego le digo todo lo que se merece. Sería una buena escena, es una lástima que no lo pueda hacer.

Quiero decirle tantas cosas, y a la vez no quiero decirle nada. Lo único que me une a él es el trabajo, y es evidente que estoy todavía aquí, como su empleada, por dos razones: número uno, porque me gusta este trabajo y la emoción que tengo cada vez que subo a la tarima y siento las miradas de deseo de los clientes; segundo, porque lo necesito, necesito el dinero que gano en este lugar.

Lo único que busco en este momento, es que Luis, se dé cuenta que ya no soy la misma niña de 14 años a la que podía manipular y engatusar con una sola palabra. Y mucho menos que me puede tratar como si fuera su sumisa. Se acabó esa Cassandra que él conoció. Ya no puede seguir mandando mi vida a su antojo. Solo soy su empleada y solo le debo obediencia con respecto al trabajo.

No puede seguir hablándome con imperativos u órdenes.

Toco la puerta con mucho ímpetu.

¡Qué me oiga el mundo entero!

Estoy tan enojada que me importa un pepino lo que haga.

Más me vale mostrarme borde desde el principio, así mi querido jefe se dará cuenta que su intento de chantaje emocional no ha servido de nada. Debo mantener la fuerza que nunca tuve para enfrentarlo.

¡Basta de ser su juguete!

—Entra —grita.

¡Ya está hasta gritando!

Cierro los puños fuertemente antes de entrar. Me acabo de encajar las uñas en las palmas, pero no me importa.

Llevo el ceño fruncido y una mirada asesina, como armas. No es mucho, pero Luis jamás las ha visto en mi rostro. Nunca me enoje con él cuando estamos en esa estúpida relación.

—Hola, cariño —me saluda con una gran sonrisa.

Me quedo un instante parada en el umbral de la puerta.

¿Acaso me acaba de llamar cariño?

¿Está bromeando?

¿Qué piensa que con eso voy a caer?

Mientras que yo estoy parada como una tonta, él está sentado, detrás de ese escritorio que solo le hace ver como un puto cabrón con poder, pero no es más que un…

Me tengo que calmar.

La sangre fluye en mis venas con más fuerza.

Es increíble como a las personas como Luis, les vaya de maravilla. Es como si el destino, la vida y hasta las personas, se dedicaran a hacerles la vida más fácil. No hay consecuencias en su vida, no hay ni siquiera un perdón detrás de todo lo que ha hecho.

—¿Qué quieres? —pregunto con hostilidad.

Se levanta de la silla, con una gran sonrisa que cubre todo su rostro.

Me da más desconfianza verlo feliz, aunque con él nunca se sabe de qué humor esta porque está acostumbrado a fingir.

Se acerca hasta donde yo estoy y con una mano cierra la puerta.

Lo tengo a unos dos pasos. Puedo oler su colonia. Huele bien, pero es un olor que detesto.

—Puedes sentarte, si quieres —señala cortésmente el sillón.

Yo, achico mis ojos y lo observo bien.

¿A qué juega?

—Aquí estoy bien, gracias. ¿Para qué me llamabas? —cambio mi actitud y trato de sonreír.

Niega con la cabeza, y descaradamente me mira de arriba abajo. Me muerdo la lengua para no decirle algún improperio.

¿A qué horas me dirá lo que quiere?

Se ríe cuando sus ojos se detienen en mi expresión.

—Te ves cada vez más linda —se relame los labios.

¡Cerdo!

Miro al techo buscando la paciencia que se me está escapando de las manos.

Eso de que me guste que los hombres me observen… no aplica a Luis.

Detesto cuando él me mira. Me siento sucia, como plato desechable, o ya de si, como basura.

—Por favor, dime para que querías que viniera —siseo.

—Primero siéntate y relajate. Te veo tensa, Cassandra.

De mala gana, y tragándome mi orgullo, me siento en el sillón. Fuera de su alcance.

—¿Y bien?

Se sienta en el escritorio, dejando sus piernas largas estiradas, y dobla sus manos sobre su pecho. La camisa se le tensa en los brazos y una parte de su pecho se hace visible, puedo ver la línea que divide su tórax.

Tan sexi como siempre. Sigue gustándote, no lo niegues —grita mi subconsciente.

Un recuerdo invade mi mente.

***

Hace cuatro años.

Miro el mensaje por tercera vez.

Estoy ansiosa de verlo.

Te tengo una sorpresa. Ven al apartamento ahora mismo.

Su mensaje es escueto. Pero jamás me ha dado nada. Bueno, eso sería mentir, me ha regalado la lencería hace ya un mes, pero nada más.

Quisiera que me diera un peluche, o cualquier cosa. Solo quiero algo que ver que me haga sentir que él está conmigo. Que a pesar de que no me demuestra lo que siente con palabras, ese obsequio me diga lo que tanto anhelo escuchar de sus labios.

Suspiro.

Nuestro noviazgo no es como el de otros, eso yo ya lo sé, pero eso no impide que una chica como yo pueda soñar con alguna vez quitarle esa capa de chico fuerte que tiene y poder apreciar sus sentimientos.

¡Como quisiera saber que siente por mí!

Lo quiero tanto… y quiero decírselo, pero no es el momento para hacerlo. Sé que no.

Meto la llave en la ranura de la puerta de nuestro apartamento.

Entro y me emociono al verlo sentado frente al escritorio de madera oscura que trajo hace ya unas dos semanas. No entiendo para que lo trajo, si casi ninguno de los dos pasa aquí. Solo sé que de vez en cuando le gusta ponerme contra la madera y hacerme el amor, o follar, como Luis le dice.

Tiene las manos juntas y está viéndome seriamente.

Se levanta y se acerca a mí.

—Me gusta tu uniforme —dice pasando su mano por la tela fina de la camisa.

—Solo un año más lo usare —le recuerdo—. El otro año estaré en otro colegio y ahí no se lleva uniforme.

Pone su mano en mi nuca y me estampa sus labios en los míos, reclamando mi boca. Cada rincón.

Su otra mano se queda atrapada en mi cintura y me aprieta a su cuerpo.

Un calor se extiende por mis mejillas y toda mi cara. Me tiemblan las manos y las piernas.

Luis, me deja sin poder pensar en nada. Me deja atontada.

Se aleja bruscamente.

—Quitate toda la ropa, solo dejate las bragas —me ordena.

Lo miro fijamente, mientras mi respiración se regula.

Se da la vuelta y se sienta en la cama, poniendo sus largas piernas cruzadas y me mira, esperando a que obedezca.

Comienzo a quitarme la camisa.

—Despacio —ruge.

Desabotono la camisa más lentamente y me descubro primero un hombro y luego el otro, y dejo que la camisa resbale de mi cuerpo y caiga al suelo.

Luis, ha sido el primer hombre que me ha visto desnuda, y todavía me da vergüenza que lo haga. Quiero que me vea, pero no lo sé.

Quito el botón de la falda, y lentamente bajo el cierre. Una vez abajo, dejo que caiga por gravedad, pero se queda en mis caderas y me toca bajarla lentamente.

—Vuelve a subirte la falda, date vuelta y vuélvela a bajar —dice con esa voz sombría que acostumbra a usar cuando está caliente.

Hago lo que él me pide y me subo la falda, me doy vuelta y la bajo otra vez.

Escucho su alterada respiración desde donde estoy.

No entiendo cómo es que no me ha tocado. Normalmente él se deshace de mi ropa como si me quemara, y luego me toma en la cama o donde se le place, nunca espera.

—Gira.

Lo hago y lo veo. Su mirada recorre mi cuerpo, con un deseo inconfundible en sus ojos.

Me comienzo a quitar el sostén y cuando lo dejo caer, miro como su mano pasa ligeramente por su entrepierna.

—Quedate ahí parada hasta que te diga.

Lo hago.

No deja de mirarme, de esa forma tan intensa que tiene de hacerlo, pero esta vez más fuerte. Como si quisiera tenerme y no pudiera. Soy suya, no lo comprendo.

Me tiemblan las manos, y los pies, pero no me muevo.

—Eres muy sexi, Cassandra.

Me caliento. Por su mirada, por sus palabras.

***

Me tuvo parada durante una hora, más o menos. Luego me follo muy duro contra ese maldito escritorio y me dijo que nunca olvidara lo que acababa de darme.

No sabía de qué hablaba. Su regalo no era algo que pudiera percibir, pero fue algo que me marco. Desde ese día no pude evitar sentirme excitada cada vez que un hombre me miraba como lo hacia él, aunque debo aclarar que nunca fue de la misma manera.

El maldito sabe lo que está haciendo, y lo que ha hecho que recuerde. No se le pasa ni una.

—¿Te gusto el ramo de rosas? —pregunta con esa sonrisa que me desconcierta.

—¿Para qué me mandaste a llamar? —vuelvo a preguntar como por centésima vez — ¿Y porque me has mandado rosas?

Mi cuerpo entero tiembla, y no solo de ira.

El recuerdo que acabo de revivir me ha hecho sentir muchas cosas.

Debo de concentrarme en mi odio por él.

¿Cuánto más podré aguantar en este trabajo?

Ya no soporto tenerlo cerca, ni siquiera sé si puedo solo tenerlo como jefe. Estoy llegando a mi límite, lo sé. Me conozco lo suficiente como para saber que en cualquier momento me volverá a romper y explotare, en cuyo caso, ninguna de las alternativas me gusta.

Está expectante, esperando una respuesta que no sea una pregunta, quiere que le responda si me han gustado sus rosas. La ironía con él últimamente, es que todo lo que quise que fuera hace mucho… ahora parece quererlo ser.

Me mata esto. Me mata tener que verlo así.

—Cassandra —me llama dulcemente—, reacciona. Piensa en como éramos hace años, como éramos de felices, como disfrutábamos el uno del otro.  Nosotros dos juntos… —su tono un afrodisiaco para mis sentidos, me llama.

Algo en mí se revienta y comienzo a respirar agitadamente, comienzo a sentirme un poco errática, mi corazón se acelera y lo siento en mis oídos, mis ojos queman porque estoy conteniendo el llanto.

—Tú… no sabes nada —me levanto y lo señalo con mi dedo—. No sabes lo que yo sentía por ti, no sabes lo que ahora me haces sentir. Pero ten algo por certero; JAMÁS—OBTENDRAS—ALGO—DE—MÍ. Me entiendes.

Mi estómago me pide a gritos que busque un baño antes de vomitar sobre el suelo de su oficina. Tampoco quiero que me mire a los ojos y mire todo lo que pasa por mi cabeza, que vea todo el daño que me ha hecho y el que es capaz de hacerme.

Me tiembla la quijada y mis dientes chocan unos contra otros.

—Si no es para el trabajo, te ruego que no te acerques a mí —mi voz se quiebra al final, pero mantengo mi postura y no lloro.

Comienzo a caminar hacia la puerta y él se levanta rápidamente.

—Espera —habla con desesperación.

—¿Qué? —grito sin querer.

Tengo que recordarme que esto lo está haciendo para confundirme, para meterse dentro de mi cerebro y apropiarse de mi razonamiento.

Me jala del brazo y mi cuerpo se golpea contra el de él.

Estoy atrapada en sus brazos, nada separa nuestros cuerpos.

No puedo contener más mi llanto, y mis lágrimas comienzan a deslizarse por mis mejillas.

¡Esto no me lo puede volver a hacer!

Dejo de llorar, llena de furia. No veo nada más que al hombre que más me ha herido en toda mi vida, todo lo demás se ve oscuro, me siento como si estuviera dentro de un banco de niebla.

Con violencia, lo empujo lejos de mí. No funciona mucho, pero él se aleja sorprendido e inquieto.

Me siento agradecida porque se haya alejado de mí, pero eso no lo debería si quiera pensar.

Sin esperar que él me diga nada, salgo de la oficina y corro hasta refugiarme en el cuarto de baño de los empleados, donde vomito todo lo que he comido en el día, que no es mucho ahora que recuerdo.

Me limpio la boca y me lavo las manos y la cara.

—Yo no soy de esas mujeres que va llorando por los hombres —le digo a mi reflejo, aun llena de ira.

Tengo que dejar de verme como la víctima y comenzar a ver las cosas como lo que son.

Miro mi cara en el espejo. Me veo demacrada, más delgada, como si no hubiera comido ni dormido en días. Esto está muy mal.

¿Cómo puedo dejar que un maldito hombre me haga esto?

Me estoy destruyendo sin darme cuenta.

Mis sentimientos por Luis me están volviendo loca. Hace días que no como bien, y no se debe tanto a la falta de dinero. Es segundo día que vomito sin una razón que lo justifique. No duermo con normalidad. Me estoy matando sin darme cuenta.

Yo, hablando de no dejarme controlar por él, y es justo lo que ha estado haciendo. Solo me falta darle mi autorización para volverme a follar y estaríamos igual que hace unos años, nada más que con estaría la diferencia que yo creería que soy yo la que estaría controlando la situación, cuando todo el maldito tiempo ha sido él quien ha hecho todo para volverme a tener como su muñeca.

Eso tiene que cambiar. Si algo cambia en mi vida desde ahora, será porque yo lo desee, no porque alguien más lo haga.

Me enjuago la boca una vez más, y busco en mis cosas un dulce de menta y me lo meto en la boca.

Salgo del baño y me voy directo al camerino a cambiar.

—Hola, chicas —las saludo cuando entro.

Todas están cambiándose o arreglándose.

Me miran y me saludan con una gran sonrisa.

—Y bien, ¿saben de quien es la despedida de soltero? —pregunto muy animada.

Necesito esa sensación que me producen las miradas de los hombres. Esa sensación de poder que me hace que me vean y no me puedan tocar.

Me siento en mi espacio y comienzo a arreglarme lo mejor que puedo.

***

Antes de salir a mi baile de hoy, le digo al Dj, que me ponga una canción en específico.

El Dj, se me queda viendo extraño cuando le digo que ponga “Bad Sometimes” de Randall Breneman. Seguro que no es usual que alguien le pida que transmita una canción.

Antes de salir al escenario me preparo mentalmente para olvidarme de todo y complacer al público y de esa forma complacerme.

Me paro con firmeza en el escenario, la música no ha comenzado y las luces están apagadas, como de costumbre antes de que empiece un número.

Los acordes de la canción que solicite comienzan a retumbar por los altavoces del local.

La luz cegadora se posa en mi cuerpo.

¡Que comience la función!

Me comienzo a mover al ritmo de la canción, contoneando mis caderas de un lado a otro y tocándome por doquier.

Me muevo con habilidad y ligereza.

Estoy en un estado de placer puro.

Gimo, aunque sé que nadie lo escucha, igual puede ver mis labios y eso los puede excitar.

Se dé buena fuente —una de las chicas—, que el club está lleno, a reventar. Hasta donde me contaron, se supone que hoy han venido más jóvenes que de costumbre.

Estoy eufórica, con una energía que se me desborda del cuerpo.

Me muevo sexi, aunque no repito si quiera los pasos que siempre acostumbro a ensañar en la tarde, al venir. Sé que es ir en contra de lo que Claudia me dice que haga. Siempre habla de apegarse a lo establecido, pero hoy no me importa.

Me agacho, hasta tener las rodillas en el suelo, mis manos siguen en mi cuerpo. Abro las piernas, pero no mucho y comienzo a subir y bajar, como si estuviera cabalgando a un hombre. Muevo mis caderas y mi trasero.

Me pongo en cuatro y agito mi cabeza para que mi cabello se mueva alrededor de ella.

Camino felinamente hasta el borde del escenario y me recuesto sobre mis pechos sosteniendo mi barbilla con las manos, y dejando mi trasero levantado, lo muevo de manera sensual.

Miro hacia el público y a pesar de la luz, logro reconocer al hombre con quien hable la vez pasada, creo que su nombre es Sebastián.

Me acerco a él, y logro ver que tiene una bebida en la mano. Se la arrebato con cuidado de no derramarle encima el contenido, y luego me hinco.

Muerdo mi dedo índice, y les enseño parte de mi escote a todos los que están en las primeras filas cuando me agacho y junto mis brazos.

Escucho sus suspiros.

Paso mi mano libre por la pequeña separación entre mis pechos. Siento que sus miradas me encienden más.

Con una sonrisa cubriendo mis labios, miro hacia arriba y levanto la jarra que le he arrebatado a Sebastián y me la echo sobre el cuerpo lentamente.

Escucho como los hombres vitorean mi hazaña.

La lencería se me ha transparentado un poco, y sé que ahora estoy a poco de verme como vine al mundo. ¡Esto es tan erótico!

Me levanto poco a poco, y miro a Sebastián, y le guiño el ojo.

La música ha acabado y con ello, mi acto.

Los hombres se han puesto en pie, y me aplauden efusivamente. Solo Sebastián se ha quedado sentado, observándome.

Me volteo para salir del escenario y sigo meneando mi trasero.

El público pide otro baile, pero eso no se puede por lo que salgo del escenario.

Cuando llego al vestidor, todas las chicas se voltean a verme. Creo que el suceso ha recorrido todo el local.

—Vayaaa —dice una de las chicas que tiene facciones asiáticas.

Están sorprendidas, eso es evidente.

Al pasar los primero segundos, todas parecen adoptar una actitud molesta cuando yo sonrió.

¡Joder!

¿Ahora qué les pasa?

Saco otro conjunto de lencería, y me quito el mojado en frente de ellas, y me pongo el otro. Todas me miran como si me vieran por primera vez. No es costumbre de nosotras vestirnos frente a todas.

La puerta se abre de repente, y algunas se asustan al escuchar el estruendoso ruido que hace al abrirse.

Es Luis.

¡Que sorpresa!

Me termino de cambiar como si él no estuviera ahí, y me comienzo a arreglar el maquillaje. Las chicas, parecen muy tensas y sus miradas van de Luis a mí.

—Estás despedida, Cassandra —vocifera, Luis.

—Bien —le respondo con una sonrisa y le guiño un ojo.

Me quito toda la ropa, mirándolo fijamente, y puedo sentir como su respiración se altera más y más. Sus ojos están por todo mi cuerpo.

Saco la ropa que andaba cuando vine, y me la comienzo a poner poco a poco.

Veo a una de las chicas que me mira de reojo, su cara esta roja y tiene la boca abierta.

Termino de cambiarme, y Luis aún sigue parado al lado de la puerta. Está enojado, pero detecto el deseo en sus ojos.

Recojo mis cosa, y camino a la salida de los vestidores. Al pasar por su lado, le paso rozando el brazo.

—Por cierto —volteo antes de salir— Vete a la MIERDA, Luis. Hijo de puta.

Salgo del área de empleados. Una vez ahí, algo en mi pecho se siente mejor, es como si me hubiera quitado un peso de encima. Sonrió de alegría, y estoy orgullosa por lo que acabo de hacer.

Camino con tranquilidad hacia la salida del club.

Uno de los guardias de seguridad se me acerca.

—El jefe quiere verte —me informa.

—Pues dile, que yo digo que se vaya a la mierda, que me deje en paz. Yo ya no lo quiero volver a ver en mi vida. Jamás. Que si se me vuelve a acercar, le contare unas cosas muy bonitas a su linda y preñada esposa —lo amenazo. 

Miro la cámara que tengo más cercana y le sonrió con cinismo, para luego sacarle mi dedo medio.

Sigo caminando con soltura y segura de mí.

¡Esto se acabó!

Llego a mi auto y me subo.

Al encenderlo, inspiro hondo y conduzco hasta el hotel.

—¡Se acabó! —me repito, riendo.