Al salir del edificio, me dirijo al mercado más cercano. Algo en mi mente me dice que me será más barato comprar en un mercado, que en un supermercado, aunque en mi vida he entrado a uno.
He visto en las noticias algunas cosas, sobre todo de como los desalojan por estar en una zona no permitida.
Antes ni sabía quién era quien llevaba las provisiones a la casa, solo tomaba del frigorífico.
Sonrió. Se siente bien hacer cosas por uno mismo.
Entro a un callejón que está repleto de pequeñas ventas, y vendedores por doquier. Aquí hay de todo, desde una señora vendiendo fruta, hasta un señor que anda lleno su brazo de cosas —lámparas, baterías, fundas para el celular, etc—. Es todo tan… folclórico, pero increíble de alguna manera.
Una señora se acerca a mí, ofreciéndome verduras, y le compro algunas. Más adelante, compro un poco de fruta.
Al final, termino saliendo con unas tres bolsas llenas de comida, y con un costo menor al que pensé. No es que me quede mucho dinero, pero al menos no moriré de hambre, a pesar de que no comeré carne ni nada tan “ostentoso”.
Está bien, comeré más saludable. Quien sabe, tal vez hasta me haga vegana.
Llego al departamento y guardo todo, dejando una banana fuera, y me la como rápidamente.
Tomo mi computadora, e indago algunas recetas para poder hacer comida. Jamás en mi vida he cocinado algo que no se meta al microondas, pero “a situaciones desesperadas, medidas desesperadas”.
Una simple tontería como no saber cocinar, no me detendrá.
Además, tarde o temprano tenía que aprender a hacerlo, o al menos a saber cómo más o menos se hace.
Veo unas recetas fáciles de hacer y que no implican muchas especies o cosas que no tengo. Otras las omito, porque ni idea de a que se refieren algunos términos.
Cierro la laptop.
Tomo el teléfono, y busco dentro de mis contactos el número de Ethan. Necesito hablar con él, para poder saber cómo hare con lo de las clases de actuación. De verdad me interesan, y sé que puedo trabajar y seguir yendo, solo es cuestión de tener ganas de hacerlo, y yo las tengo de sobra.
Responde al segundo tono.
—¿Qué tal, Cassandra? —pregunta con un tono jovial.
—Bien, aquí ya sabes… ¿y tú?
—Pues bastante bien, también. ¿A qué debo el honor de tu llamada? —pregunta medio burlándose.
—Quería preguntarte una cosa, pero no sé si tendrás tiempo para que nos podamos ver.
—Claro, es sábado, y los sábados casi no hago nada. Por supuesto que nos podemos ver. Ya sabes que me encanta platicar contigo —responde cordialmente, tal como acostumbra hacer.
Me encanta eso de Ethan. Él es tan gentil.
Creo que somos polos opuestos, tal vez hasta por eso es que nos llevamos bien, aunque siempre me dan ganas de cuestionarlo sobre su vida, porque a pesar de que nos hemos visto en algunas ocasiones fuera del teatro, y aun dentro de él, hemos hablado, Ethan y yo, no nos conocemos tan bien como quisiera.
—¿Te parece a las 3 P.M? —me muevo inquieta por todo el departamento.
—Me viene bien esa hora. ¡Vah! Cualquier hora me viene bien. Estoy tirado aquí en el sofá haciendo nada —bromea risueño.
—Entonces quedamos a las 3 P.M, en el parque cercano al teatro. Hasta entonces —me despido.
—Hasta entonces, Cassandra —cuelga.
Por alguna extraña razón, siempre me ha gustado como dice mi nombre, se escucha diferente cuando viene de él.
Miro la hora del celular, y son las 11 A.M.
Debo comenzar a hacer mi comida, porque no sé cuánto se tarda uno preparándola.
Abro nuevamente la laptop, y dejo la página de la receta que había elegido.
Saco las verduras que señala para ser una ensalada con un nombre bastante extraña, y luego lavo todo. No porque lo diga la receta, sino porque creo que es lo que se hace.
En la receta, dice que se debe partir la verdura en julianas, pero me toca googlear que significa eso, porque ni idea.
Cuando veo a que se refiere “julianas”, comienzo con la ardua tarea de cortar la tonta verdura de esa manera. ¿Quién diría que en realidad es un poco más difícil de lo que parece?
Sigo cocinando, y al final logro tener un plato con una ensalada, que no se ve como la de la foto de la página web, pero tampoco se ve del todo mal, y esta comible. Posiblemente tiene mejor sabor, pero para ser la primera comida que hago, está bien; no perfecto, ni muy bueno, pero me conformo con un Ok.
Una vez termino de comer, me recuesto en la cama.
Me levanto, y me voy directo hasta donde están las bolsas de sastre que tienen mi nuevo uniforme de trabajo. Saco el contenido, y me doy cuenta que son tres diferente. Del mismo color todos, pero no son de la misma forma, claro exceptuando las chaquetas, esas si son iguales.
El primero, es un pantalón azul oscuro —como lo demás—, y una camisa blanca de manga larga y botones. El segundo es un vestido con cuello redondo, y como era de esperar, no tiene ningún escote. Y el tercero es una falda recta, probablemente hasta la rodilla, y también trae una camisa, pero esta, es manga corta.
No entiendo como una empresa tiene uniformes prefabricados, pero me alegra no tener que usar mi ropa, porque hubiera salido de tono, vistiendo como me visto.
Toco la textura de la ropa, y a simple tacto, me doy cuenta que es un poco incomoda.
Suspiro resignada.
No todo puedo oler a rosas.
Lo cuelgo en mi pequeño armario.
Debajo de las pocas cosas que tengo colgada, tengo unas cuantas bolsas de basura con ropa que no puedo poner colgada o de cualquier otra forma. Quizás debería regalar un poco. Al menos la que definitivamente no volveré a usar.
Miro alrededor. Todo el departamento esta ordenado, no es que tenga mucho que desordenar, pero en cierta forma quisiera que hubiera algo que hacer. Me estoy aburriendo.
Antes tenía cable, internet ilimitado, la posibilidad de rentar películas, de comprar lo que fuere que quisiera, hasta un libro, aunque eso ultimo nunca paso por mi cabeza, hasta ahora es que le encuentro sentido a leer.
Vuelvo a ver todo, y se me ocurre que también pudiera ponerle un rotulo a mi auto, de esa forma, habría más probabilidad que se venda más rápido. No estoy dispuesta a conservarlo. Es un lujo que en este momento no puedo darme.
Es cierto que ahora ya tengo un trabajo que me paga un poco más de lo que necesito para vivir, pero quizás sea mejor venderlo, comprar un más económico, y comprar otras cosas.
Es raro pensar de esa forma, pero ya me acostumbrare a que ya no puedo ver todo de la misma manera.
Miro otra vez la hora del celular, y apenas son las 1:30 P.M.
Ya quiero hablar con Ethan.
Busco el libreto, y lo comienzo a leer completo, solo para distraerme.
Para mí, esta es una de las mejores historias que he leído, junto con la “Letra Escarlata”. Son obras, que dejan un mensaje. Algo que normalmente no veo, o tal vez es porque no lo he hallado. No creo que los autores escriban solo por escribir. Eso sería olvidar la pasión que uno siente por escribir —o que me imagino que sientes—, y solo buscar el dinero.
En fin. No puedo juzgar algo que no conozco.
***
Faltando poco para la hora acordada, me cambio de ropa, por una más cómoda.
Camino a paso apresurado hacia el parque, quería llegar antes que Ethan. Sentía la necesidad de estar a tiempo, o mejor dicho, antes de tiempo. Era extraño, porque normalmente no soy de las que acostumbra a llegar temprano a cualquier parte, pero quería mucho ver a Ethan.
Pensé, en todas nuestras conversaciones, tratando de hallar una idea más concreta de cuanto sabíamos el uno del otro, pero no, no sabíamos mucho sobre nosotros. Lo que era normal, porque hasta hace poco nos habíamos conocido, pero una idea me taladraba el cerebro.
¡Quería saber quién era Ethan!
Una necesidad extraña, que nunca me había pasado, ni siquiera con Luis.
Ethan, me parecía un sujeto encantador, y quería conocer más acerca de él. Era un hombre mágico en mi mundo lleno de personas malas o comunes y corrientes. No todos los días podías ver a alguien como él, y eso llamaba mucho mi atención.
¿Tendría novia?
Suponía que la respuesta era sí, no me creía que un hombre con esos preciosos ojos y esa personalidad tan… No sé ni cómo ponerla, pero definitivamente todas las connotaciones que se me ocurren son buenas.
Algo se movió dentro de mí. No quería que la respuesta fuera sí, no quería que Ethan tuviera ya a alguien en su vida.
Sacudo la cabeza.
Cada vez estoy peor.
Se supone que mantendría lejos de los hombres o algo así.
No —me recuerda mi mente—, no dijiste eso. Pero entonces, ¿Qué es lo que quiero?
No salgo de una para meterme a otra.
Hasta hace un día, estaba con Luis, siendo su amante. Y ese mismo día otro hombre quería conmigo, pero de una forma retorcida, tratándome como si fuera una estúpida yegua rubia a la que tenía que domar.
No me voy a meter con otro, por más que sea muy diferente.
No estaría bien.
Además, no podría contaminar a Ethan, con mi mierda.
Él merece mucho más de lo que yo le puedo dar, él merece a una mujer buena, una mujer noble, que sea igual que él, así, formarían la pareja perfecta.
Sin darme cuenta, hago una mueca de disgusto.
De verdad que no me gusta la idea de alejarme de él, o si quiera dejar de hablar con él.
¡Podía ser su amiga!
Podía seguir con él, hablando con él, y definitivamente mantener a raya mis sentimientos. De cualquier forma, aun no sentía nada fuerte por él. Y conociéndome, había una probabilidad que solo fuera por el hecho que Ethan, para mí, es como algo intocable, y mi mente sigue un poco corrompida, por lo que hay una franja en mi cerebro que puede que quiera solo llenarlo de lodo.
Quizás hasta me veo reflejada en él.
¡Soy Luis!
No, eso sí que no.
Tengo que probarme que, no solo he cambiado y ya no me acostare con cualquier tonto, sino que también debo de ver la manera de no convertirme en lo que tanto odie.
Me toco la cabeza con ambas manos.
¡Estoy jodida!
¿Cómo llegue si quiera a pensar en tanta estupidez?
Ethan, es un increíble ser humano y tiene esos ojos preciosos ¿Pero de eso a gustarme?
Creo que la falta de hierro y vitaminas, me están atrofiando el cerebro, porque no puedo creer la retahíla de pensamientos que acabo de tener.
Llego al parque, faltan cinco minutos. Hubiera tardado menos, pero reduje la velocidad cuando comencé a pensar en eso.
Miro alrededor, y no veo a Ethan. Aún no ha llegado.
Mejor, me dará tiempo para calmarme. No lo podría ver como siempre, sino relajo mi mente, y desechó la idea de que me gusta. Me sentiría avergonzada si él viniera y me hallara, con todas estas imágenes confusas que pasan por mi cerebro, me pondría peor que un tomate.
Me quedo sentado donde estoy, que da la casualidad que es en la misma banca donde me senté tiempo atrás a esperar que viniera Luis por mí… Me toco la frente, abatida.
Por mis propios problemas, me olvide completamente del trato que había hecho con Luis para que donara algo al teatro.
Como puedo ser tan inconsciente de proponer algo y luego no hacer nada por cumplirlo.
Marco su número.
La bilis se me sube por el esófago, hasta casi llegar a mi boca, pero la empujo, tragando con dificultad.
Al tercer tono contesta.
—¿Cassandra? —pregunta desconcertado.
Yo también lo estoy. Se supone que ya jamás iba a hablar con él. Pertenece a mi pasado y ahí se debe quedar, pero esto me trasciende.
No se trata de mí.
—Disculpa que te moleste, Luis. Pero, ¿te recuerdas que cuando me propusiste que volviera hace unos días, te dije que quería algo a cambio, bueno, mejor dicho un favor… lo de remodelar o hacer una donación al teatro donde voy a mis clases de actuación? Quería saber si ¿todavía sigue en pie la oferta de querer ayudar, aunque entre nosotros no exista nada?
Escucho su resoplido contra el teléfono.
—Siempre estaré para ti, ángel. No lo dudes ni por un segundo. Y, si eso es lo que quieres… lo tienes. Siempre, recuerda —luego colgó.
No estaba muy segura de que significaba eso, pero me sonó a que en efecto iba a ayudar.
A los diez minutos, vi aparecer a Ethan, por la esquina del parque.
Llevaba una camiseta blanca, y unos jeans negros, y unos timberland negros. Se miraba mucho más joven. Parecía una versión rara de chico bueno. Una mescolanza de chico bueno vestido un poco de chico malo. Tenía buena pinta.
Su cabello cobrizo esta desarreglado, y se le ve estupendo juntos con sus gafas.
Decir que solo era una mescolanza entre bueno y malo, es una pésima descripción, él se mira único. Inigualable.
Detuve la línea de pensamientos. No podía pensar nuevamente en Ethan, como un pedazo de carne.
Al verme, agita su mano y me da una de esas sonrisas que solo he visto en su persona.
Extraordinario, esa era la palabra que mejor lo describía.
—Me alegro tanto de verte —dice saludándome, dándome dos besos en las mejillas.
El contacto se siente bastante extraño. Mi pie cosquillaba ahí donde él había tocado.
—Igualmente —es la única respuesta que logro articular.
—Acabo de recibir una llamada interesante —menciona mirándome con un brillo en los ojos.
Difícilmente puedo saber porque me cuenta esto, pero creo muy en mi interior que no será nada malo, de lo contrario, no estaría tan feliz. O, tal vez solo era cínico, igual que yo, y estaba disfrutando la agonía mía.
A una persona como yo, medio paranoica por su pasado, no se lo podía decir una cosa como esa, sin que pensara la cosa más ilógica.
Pero era obvio que nadie podía hacer algo tan elaborado como contactar a Ethan, y contarle de mis grandes hazañas. Aunque, si sabía que Sebastián, podría estar detrás de mí, esperando a ver que algo saliera mal.
Nuevamente, eso era poco probable. Cierto, que Sebastián, había desperdiciado recursos y tiempo al investigarme, pero no lo veía suficiente obsesionado para planear algo tan descabellado.
Simplemente, yo estaba torturándome, pensando una y otra cosa mala.
Quizás fuera que hoy todo me había salido bien, y por eso necesitaba que pasara algo malo, pero solo era mi cabeza llevándome a un lugar oscuro.
La realidad, es que mi vida al fin tenía un buen rumbo, y yo era la que estaba soñando despierta, o mejor dicho, teniendo pesadillas despiertas. Ahora comprendía a que se referían que el miedo es antes de que pasen las cosas. Tenemos miedo al futuro, o lo que se supone que pasara en el futuro. Yo le estaba temiendo a un encuentro con Sebastián, porque él sabía cosas de mí. Ciertas cosas que nadie sabía —excepto Luis—, y también estaba la cuestión de mi madre; él la menciono, pero no podía saber a ciencia cierta si solo lo estaba usando como gancho o si de verdad conocía algo que yo no.
Desde luego, lo único que era certero, era que Sebastián es un matón.
—Tierra llamando a Cassandra —se burla, Ethan.
—Lo siento, es que a veces se me olvida que estoy con alguien y me dejo llevar por mis pensamientos —me excuso.
—No hay problema, nos pasa a todos —es condescendiente—. Te decía de mi llama. Lo lograste —agita mi brazo cuando pasa su mano, y me abraza efusivamente.
—¿Lograr, qué? —pregunto desconcertada.
No tenía ni idea de a que se refería.
Pudiera ser que yo me había perdido en mis pensamientos, pero había muchas cosas que yo pudiera lograr y que él me las pudiera dar como buenas noticias. No lo sé, para comenzar estaba lo de la audición. Esperaba que fuera eso, me hiciera muy feliz haberle ganado a toda esa bola de niñas.
—Lo que me dijiste hace unos días de buscar la donación para el teatro. Eres… —se quedó callado, mirando con un intensidad que la sentía hasta mi alma.
¿Podía ver mi negra alma?
No lo creí ni por un minuto. Pero me asusto de todas formas.
No me sentía a gusto siendo quien era en este momento. Me parecía mucho a Minerva en ese sentido. Me veía poca cosa para Ethan. Pero al menos, yo tenía un punto para saber que era cierto. A Minerva la violaron, y a mí… fue por opción propia, y luego en lugar de buscar esa redención de la que tanto hablan en mis libros favoritos, solo busque hundirme más y más en la mierda que había comenzado a descubrir.
Quite mi vista de la suya. No podía con ello.
Estaba tan manchada con mi porquería, que temía que él me llegara a despreciar al saber todo lo que había hecho.
Era una idea loca, puesto que solo existía una forma de que se enterara de con qué clase de persona estaba tratando, y esa era que saliera de mi boca; cosa que por supuesto no saldría. No era tan tonta como para develar mi pasado. Lo había guardado bien desde hace mucho tiempo.
Me volví hacia Ethan, y le sonreí coquetamente.
Solo un poco, no pasaría nada con que él y yo tuviéramos algo. Esta era mi oportunidad de saber que se sentía tener a alguien que de verdad le interesara yo, y no cualquier otra tontería.
Quizás, y solo quizás, Luis tenía razón, y podía encontrar a ese hombre que mirara dentro de mí. Y aunque todo apuntaba a que sería casi imposible encontrarlo a la primera… no perdía nada con intentarlo.
Ethan, comenzó a ponerse rojo. De cabeza a pies. Y fue la cosa más linda que había visto.
Estaba cansada de los hombres que son solo apariencia.
¿Cómo no lo había visto hace mucho?
Los hombres adultos, se creían más que yo por tener experiencia. Les intimidaba un poco que yo fuera atrevida, pero pensaban siempre en mí, como una niña de la cual aprovecharse, a pesar de que siempre fue lo contrario.
—Me gustas —dije escuchando mi latido en mis oídos.
Ethan, se puso más rojo —si es que eso se podía—.
No dijo nada, solo me miro.
Observo sus ojos multicolores. Me siento atrapada por ellos. Son la cosa más hermosa que he visto en mi vida.
—Tú también me gustas —responde tímido, pero firme.
Se acerca a mí, tan cerca, que siento su respiración contra mi mejilla. Me va a besar.
No me siento preparada.
Lo alejo suavemente, con mis manos.
Me felicito mentalmente por mi autocontrol. Lo había querido besar desde que supe cómo me miro, pero no podía. Estaba esa cosa rondando mi cabeza, sobre hacer las cosas bien.
Que no le quisiera decir nada a Ethan de mi pasado, no hacía que yo no quisiera hacer las cosas bien con él.
—Quiero hacer las cosas bien, ir lento —explico al ver su cara.
—Lo entiendo —mueve su mano, nervioso.
—Deseo conocerte mejor. Me gustas, y mucho. Pero… —pensé la manera de cómo decirlo, sin realmente decirlo—, antes he tenido… digamos que dificultades, por lo que quiero que esto —nos señaló—, no sea un juego de niños.
Me sentía rara al decirlo.
Aquí la única que podía estar jugando, era yo. Ethan, era incapaz de hacer una cosa tan baja. Pero yo, por otro lado, tenía desconfianza de mí.
Me miro con el ceño fruncido, pero no dijo nada sobre eso, solo pregunto:
—¿Qué quieres saber de mí, Cassandra? Pregunta lo que gustes.
Su sonrisa era cálida, y me relaje.
No podía temer que mi pasado o en dado caso yo, arruinaría todo.
El pasado debía ser enterrado, y nunca seria de esa manera, si yo no dejaba de recordármelo. Era masoquista por hacerlo.
Sacudí mi mente.
No más.
“Positiva, recuerda” —me dije decidida a olvidar cualquier cosa que no me sirviera, o me hiciera sufrir.
—¿Qué edad tienes? —comencé por lo más sencillo.
—Tengo 23, ¿y tú?
—18 —respondí rápidamente—. ¿Qué más haces, aparte de ayudar en el teatro? ¿o ese es tu empleo?
—Para nada. En realidad, soy estudiante egresado de ciencias empresariales. Me llamo la atención el teatro cuando estaba en la universidad, antes de egresar, y me metí a las clases de actuación de la universidad, así fue como conocí a los maestros que ahora te imparten clases a ti. Ellos tenían el proyecto el teatro al que asistimos ahora, solo era algo extracurricular el primer año. Podía probar los conocimientos que tenía sobre las empresas, aunque ya sé que no es lo mismo. De cualquier forma, la idea me entusiasmo, por lo que cuando me lo propusieron, acepte. De eso ya hace dos buenos años.
—¿Vives con tus padres? —pregunte sin molestarme en ver si le seria incomoda mi pregunta.
—Todavía… pero ya dentro de poco ya no. Solo estoy esperando que me acepten como empleado en la empresa de mis sueños —contesto sin rechistar.
—¿Tienes hermanos?
Para mí, era importante saber de su familia. No porque quisiera ver si tenía dinero, sino porque yo no la tenía, o más bien, solo tenía un padre y una abuela que venía a la ciudad cada seis meses o así.
—No, que va, ya quisiera, pero mis padres no son tan fértiles como ellos hubieran querido —se medió burlo, pero pude notar que estaba siendo sincero.
—Lo siento —trate de remediarlo.
—No tienes porque, no es tu culpa que mi madre no pueda tener hijos —se sentía la pesadez de sus palabras—. Cuéntame algo de ti, Cassandra. Sé muy poco sobre ti, solo que tienes conectes con un senador y que él hará todo por mejorar el teatro, o eso dijo.
Suspire, pensando en que podía contar.
—Soy hija única, también; pero a diferencia tuya, es porque mi madre nos dejó a mi padre y a mí —pare un segundo.
Eso no se había sentido tan mal.
—Mi padre y yo, ahora casi no nos estamos llevando. Hace poco, hice una cosa bastante mala, que preferiría omitir, y él me echo de la casa. Es médico, uno de locos —sonreí—. Claro, no vio venir que su propia hija tenía dificultades, pero —me encogí de hombros—. A veces el dolor de las personas eclipsa a otras.
Asintió levemente.
—¿Por eso no quisiste dar tu apellido, cuando te lo pregunte el primer día? —cuestiono sereno.
—Si, por eso, y porque es algo conocido él. Y siempre he odiado las comparaciones. Él, es un hombre bueno, admirado por mucho de la disque clase alta, y yo, bueno, siempre he sido yo.
—¿Quieres decirme tu apellido? —preguntó con cautela.
Le sonreí feliz.
—Mi nombre completo es: Cassandra Abigail García Escolán —respondí sin inmutarme.
—Me gusta el nombre Abigail —menciono con una agradable mirada que me calentó las venas.
—A mí, no mucho. Es como, muy suave. Y ya sabes, no soy… —recordé como me había llamado Luis, y dije rápidamente— un ángel.
—Nadie lo es —argumento.
—No, pero hay personas que son buenas y otras, que simplemente no —no quise decir mucho.
—De todas formas, te diré Aby, me gusta cómo se oye. Y, a pesar de lo que digas, te queda más. Es más apegado a ti.
—No sé qué decirte. Siempre han dicho Cassandra, no recuerdo nadie diciéndome Abigail, y mucho menos Aby. Te diré, ni si quiera cuando mi papá estaba enojado conmigo, me llamaba por mi nombre completo.
—Tendrás que acostumbrarte, porque así te diré —concluyo alegre.
—Está bien, aprenderé —concuerdo. Una pregunta me hace querer estremecerme—. Esto parecerá tonto, dicho hasta ahora, pero, lo tengo que preguntar de cualquier modo… ¿tienes novia?
Se ríe ampliamente, echando su cabeza para atrás, y dejándome ver su manzana de adán. Quiero besarlo ahí, pero me contengo.
Estamos conociéndonos, lo que se supone que hacen las personas normales, antes de incluso tocarse las manos.
—No, rotundamente, es un no. No tengo novia —responde tratando de controlar la risa—. Creo que eso no los tuvimos que haber preguntado desde antes —menciona con ironía—. Y ¿tu?
—Nop, para nada. Nunca he tenido —respondo con honestidad.
¿Qué si he tenido a varios hombres, o sexos ocasionales? Sí, pero ¿novios? No.
—Enserio —se asombra.
—Pues claro, muy enserio. Mira, dejemos algo claro, antes de que continuemos con las preguntas; hay cosas que son sanas saber de la otra persona, y otras que… no. En mi caso, hay muchas cosas que ni yo quiero recordar. Ya lo dije —me he puesto seria, pero, es momento de aclaralo—, he hecho cosas malas. Por algo me han echado de mi casa. Pero, respetaría si eso impidiera que pudieras hablar conmigo.
—¿Quién eres ahora, Abigail? Contestate a ti misma eso, no me lo digas ¿eres la misma? —pregunta con la misma seriedad.
Me quedo meditando en ello.
—No soy la misma —respondo a pesar de lo que me dijo.
—Entonces, quiero conocer quién eres, omitamos lo que no quieres que sepa. Todos tenemos algo de lo cual nos arrepentimos, a nuestra manera, pero lo hacemos.
—Muy cierto. Gracias —acaricio su mano, que esta sobre su pierna.
Ve su mano, y luego la gira y extiende sus dedos, entrelazándolos con los míos.
—Hasta ahora, lo que he conocido de ti, me gusta —dice sin dejar de mirar nuestras manos.
—Me alegra escuchar eso, porque es lo que soy.
Nos quedamos ahí, sin hablar, por unos minutos.
Él, observa nuestras manos, y de vez en cuando, levanta la mirada me ve y me sonríe. Yo, mientras tanto, solo lo miro a él.
Una voz chillona, me grita en mi cabeza, que es mucho hombre para mí. Alejo ese pensamiento, porque es destructivo, y no me conviene. Debo disfrutar lo que tenga ahora.
Por más que me lo repito día tras día, todavía no me lo creo.
¡Tendré que hacerlo!
Debo llegar a creer que lo malo paso, y ahora estoy de camino a un lugar mejor, a un lugar donde puedo ver todo lo bueno que puede llegar a tener mi vida. Y comienzo con Ethan. El chico con el que siempre tuve que estar. El chico en que siempre me tuve que fijar. Con quien tuve que haber tenido mi historia de amor, aunque eso todavía puede pasar.
Luis, Sebastián, el señor Araujo, Mike Araujo, y un montón más, no eran los indicados, nunca lo fueron. Es una pena que hasta ahora me venga a dar cuenta. Pero hay una verdad innegable: si no hubiera hecho toda la mierda que hice, de la que ya no me quiero recordar, no estaría aquí y ahora.
“Repítetelo una y otra vez, pero no por eso se va a borrar todo lo que has hecho” —susurra mi subconsciente.