—3—

 

El reflector esta sobre mí, enfocándome.

Ya comienzo a acostumbrarme a esa rutina.

Contoneo mis caderas, y luego me agacho lentamente para luego levantarme tocando cada parte de mi cuerpo.

Camino hasta el centro del escenario.

No veo a ningún hombre, es parte de tener un foco alumbrándote solo a ti y que los demás estén en la penumbra. Escucho sus respiraciones, y los tintineos de las copas de licor, pero no veo sus caras, ni sus cuerpos.

Comienzo a bailar otra vez, sintiéndome libre y deseada. Agito mi trasero, muevo mis piernas y toco levemente mis pechos, todo, sin parecer una vulgar cualquiera.

No tengo permitido quitarme la ropa, solo que andemos algo más que la lencería, está permitido, o bueno ese es mi caso, las demás chicas se pueden quitar la parte de arriba de lo que sea que anden puesto.

Dejo que la música sensual llene mi cerebro y mi cuerpo, y sigo moviéndome lentamente, pero con movimientos que hacen que estos hombres —quienes quiera que sean—, suspiren continuamente o se les pare el corazón. Me gusta. Es una sensación inigualable, es embriagante.

Mis manos pasan tocando todo mi cuerpo, y juego con los tirantes de la parte de arriba de mi traje y también con el borde.

Desciendo hasta el suelo, posicionándome en cuatro. Gateo hasta el borde del escenario, moviéndome como un verdadero animal, presa de mis deseos. Mi cadera va hacia la izquierda cuando mi torso está en el lado derecho. Me muerdo el labio.

Logro ver la silueta de un hombre. Hasta donde la luz me permite ver, es un hombre relativamente joven, de unos treinta años de edad, bien vestido. No logro distinguir mayores rasgos; su pelo es corto, aunque no se bien de qué color, tampoco distingo sus ojos, solo veo su barba que cubre su hermosa y definida cara. Podría decir que es mi tipo, aunque dicen que las personas en la oscuridad tienden a verse mucho mejor.

Tomo su corbata y sin arrugarla juego con ella un rato, luego la suelto y me hago un medio Split al hacer que mi pelvis casi toque el escenario. Le toco el torso y la pierna, tratando de darle la mejor mirada ardiente que se me puede ocurrir.

Me voy levantando con las rodillas y quito mis manos de su cuerpo.

Una de las reglas —inamovibles para todas las chicas—, es que tenemos que interactuar con los clientes, no importa si son gordos, feos, calvos, o como sean, tenemos la obligación de hacerlos sentir que actuamos para ellos y que son nuestro más profundo deseo.

Los bailes de Girl Dreams, no involucran meter dinero en las bragas de las bailarinas, y tampoco implican que ellas se desvistan del todo. Como ya dije la mayoría se puede quitar la parte de arriba de su traje —mejor dicho, todas excepto yo—. Tampoco hay un tubo del cual colgarse. Como bien me dijo Claudia —la mujer con quien hable en el centro comercial—, este lugar está diseñado para empresarios, políticos, en general hombres de mucho dinero a los que no les gusta ver las cosas usuales. En realidad mi baile es uno de los más normales, porque no tengo que hacer más que un baile, no ocupo utilería y mi ropa es normal.

También hay bailes privados en donde las chicas pueden hacer casi lo que quieran, incluso quitarse toda su ropa, claro que tienen límites, como por ejemplo que no pueden tener sexo ahí con los clientes, a lo sumo bailar sobre ellos para excitarlos, pero no más que eso. Eso es algo que tampoco puedo hacer, no tengo permitido hacer privados. Lo que implica que no tengo propina.

El lugar es verdaderamente exclusivo. Pocos saben de su existencia y los que saben son hombres adinerados, pero no entra aquí cualquier tonto con una billetera abultada, eso evita que nosotras podamos tener un altercado con un individuo “irrespetuoso”, como les dice Claudia. Se necesita una invitación para poder venir, y si la persona se quiere hacer miembro del club, se analiza su comportamiento y muchas otras cosas. Si son miembros, la entrada y la bebida son gratis, claro, se paga todo un año para serlo y se va renovando la membresía cada año. Por supuesto que los bailes privados no entran dentro de las cosas “gratuitas”, esas se pagan por aparte, y un porcentaje es para la chica o bailarina, y el otro para el club. El porcentaje que se queda el club es algo mínimo, de todas formas.

Con lo que se ganan más, según Claudia, son con los eventos que se hacen, porque aunque el club permanece abierto seis días de la semana —todos, menos lunes—, si hay fiesta, se cierra para los invitados de quien organice el evento y no pudiendo entrar más que los que estén en la lista. Aunque, me comento de que si un hombre pide un baile privado —con antelación, por supuesto—, se le reserva para ese día independientemente que haya un evento.

Salgo del escenario y me dirijo a los camerinos. En realidad solo es un camerino, todas usamos el mismo.

Somos un total de 8 chicas, en las que hay de todos colores y formas. Por ejemplo, esta una chica que se llama Lucia que tiene un bello cabello rojizo y ojos verdes, también hay chicas que parecen asiáticas, aunque no lo son, tal vez solo su descendencia. El caso es que para ser nada más 8, es muy variada las razas.

Todas las chicas, excepto yo, están aquí porque necesitan el dinero y no hallaron empleo en otra parte, y como tienen que cuidar de sus familias no tuvieron más opción que la de aceptar este trabajo. Claro, yo también busque este empleo porque me hace falta dinero, pero ni siquiera busque otro lugar donde ir, me fui por lo seguro, por decirlo de alguna forma. Algunas de la chicas me dan lastima, por ejemplo Carla; ella es huérfana desde los 16 y tiene un hermano pequeño, así que para que no se los llevaran a hogares diferentes o peor, a un orfanatorio, ella comenzó a trabajar en cualquier cosa —excepto venderse a sí misma, según lo que me dijo—, hasta que ya ni siquiera le alcanzaba para la comida y tuvo que recurrir a otra clase de empleo; para ese entonces tenía ya 18 años y entro a trabajar aquí, ya lleva dos años de eso.

Las chicas en los primeros días me comentaron algo bien curioso: en el contrato que las hicieron firmar —y es que cuando yo entre me dieron tres días antes de firmar cualquier cosa, en cambio a ellas las hicieron firmar en el momento; y por ello tengo la firme convicción de que mi contrato no es el mismo que ellas—, había una clausula sobre las fiestas “privadas”, en donde se hacía algo así como una subasta de alguna de las chicas, y quien ofertaba más era quien se la llevaba por una hora. Pero al igual que los privados, ese dinero se destina para ellas y se firma algo así como aparte del contrato. Si la firmaron, pueden entrar en la subasta, de lo contrario, no pueden. En mi caso no puedo porque no estaba en mi contrato.

A pesar de que ya llevo dos semanas aquí, no me adapto a algunas cosas. ¡Vah!, a muchas de hecho. Mi ropa, es diferente a la de los demás; toda mi lencería o trajes, es de color blanco, casi virginal y me han hecho alisarme el pelo. Parezco más joven de lo que soy. Ah, y no me dejan usar tacones en el escenario, solo unas medias blancas que llegan a medio muslo.

Esa imagen de niña virginal que me han puesto no me gusta, pero peor hubiera sido si no me hubieran dado el empleo. Gano más del mínimo, y ya con eso es suficiente para mí, al menos para vivir como cualquier otra persona, porque ya no podré darme tantos lujos, como lo hacía antes.

En realidad, cuando vine hace dos semanas, casi tuve que rogarle para que me dejara trabajar, y al llegar a la posada tuve que casi llorar de rabia y vomitar al mismo tiempo. Ni yo me creía lo que acababa de pasar, pero algo me había impulsado a rogarle para que me dejare quedarme. Le tuve que contar lo que había pasado con mi padre, o sea que me había echado, no le conté todo con lujo de detalles, solo lo esencial, pero fue hasta que casi me hinque que él me dio el trabajo.

Al día siguiente, comenzó mi trabajo en “Girl Dreams”.

El horario laboral es de seis de la tarde a tres de la madrugada, y como ya dije va de martes a domingo. Todo el tiempo debo andar con la lencería bien puesta y el cabello arreglado y maquillada.

A pesar de que yo no seré la única chica, me gusta pensar que soy de las más deseadas. Para comenzar soy la más joven, la mayoría ya tiene 20 o casi 30. Solo estamos dos chicas que somos rubias, pero a ella si le dejan andar el cabello rizado, aunque ilógicamente, el de ella si es liso. Soy también la más pequeña en estatura, las otras parecen modelos, pero eso también me deja como la más delgada, aunque mis caderas casi son iguales a las de ellas, esa es una “desventaja” de tener el cuerpo un poco “aperado”. Yo no sé si solo son ideas mías, pero creo fervientemente que cuando salgo todo se paraliza, hasta el cantinero deja de servir, o por lo menos no lo escucho moviendo cosas.

En el camerino, me encuentro con Carla, que se está poniendo su traje de dominatriz, hecho todo de cuero y lleva una botas enormes del mismo material, ella hasta mascara puede usar.

Todas tienen aquí características especiales.

—¡Hay! —exclama con un largo suspiro— quisiera ser tú y ya haber terminado con la tortura de haber bailado.

Yo la miro directamente.

Ellas no entenderían si les confieso que para mí no es un sacrilegio bailar frente a esos hombre, me siento bien al hacerlo. Las miradas que siento que recorren mi cuerpo, sus pulsaciones alteradas con cada movimiento que hacen mis extremidades… No, no lo entenderían. Para mis compañeras de trabajo, esto solo es un simple, o mejor dicho, el único medio de subsistencia que pudieron conseguir gracias a que no terminaron si quiera el bachillerato.

Yo en cambio… lo hago… no se ni porque lo hago.

Creo que si me disculpara con mi padre y me inscribiera en una universidad tal y como él me ha pedido un millón de veces… No tendría que estar aquí.

Pero no pienso hacer nada de eso, no pienso volver a mi ex casa, estoy bien ahora viviendo en ese hotel de mala muerte. Ese pequeño cuarto se ha convertido en mi hogar, aunque es probable que ya debería de ver la manera de buscar un apartamento y que sea amueblado porque ni cama tengo.

Le sonrió a mi compañera antes de que ella salga de camerino.

Me arreglo el maquillaje aunque en realidad no se me ha corrido ni un poco, ni siquiera tengo brillo en la frente o en la nariz.

Paso la mano por mi cabello. No me acostumbro a verlo liso y angelical, como si fuera un halo de luz sobre mi cabeza, en lugar de un desastre que enmarca mi rostro.

Respiro profundamente, añorando poder vestirme y peinarme como se me dé la gana. La única ventaja en todo esto es que en mi baile y en lo que haga dentro en el escenario no pueden meterse. No me puede decir que hacer él o nadie, una vez estoy en esa tarima.

Calzo unos tacones de seis centímetros que ocupo cuando no estoy en el escenario. Son monos pero algo ñoños. Son de tela blanca, de plataforma, y son cerrados.

Me levanto y pongo una sonrisa al pensar en ello.

Camino por todo el pasillo y me dirijo directamente a la barra.

—¿Vas a querer algo, Cassandra? —me pregunta Santiago, el bar—tender.

Normalmente nos dejan tomar una o dos copas para poder dejar el estrés fuera de nuestro cuerpo y así también poder incitar a los caballeros que andan por todo el local, a que se tomen algo con nosotras.

—No lo sé —acepto y me toco el labio inferior tratando de pensar si será buena idea que tome algo.

Yo puedo ser una puta casi en el sentido estricto de la palabra, pero no soy alcohólica y drogadicta y nunca he sido buena consumiéndolo. Para mi unas tres copas es demasiado, me pongo mal con tomar más de una.

—¿Te puedo invitar a algo? —susurra a mi espalda un cliente, aunque de todas formas aquí a nadie se le cobra un trago.

Giro para poder mirar de quien se trata.

Seguro que será algún bancario harto de verle el cuerpo solo a su esposa. De esos vienen muchos.

Me fijo en el sujeto, pero no parece el típico banquero. De hecho, creo que es mucho más joven del promedio de hombres que vienen. Aunque no es de extrañar, no todos son viejos, algunos solo son niños ricos, pero no es tan común que vengan en días de semana. La mayoría de jóvenes de veintitantos solo vienen los días sábados y domingos.

Él, lleva puesto un traje, como casi todos los demás, pero se ve… diferente en su cuerpo. Reconozco la corbata que lleva atada en su cuello, es la misma que jale cuando estaba en el escenario, lo que significa que al señor este le ha gustado mucho lo que he hecho como para que se haya acercado a mi después. Además, sus rasgos… su barba y sus ojos, aunque ahora ya veo el lindo color azul intenso de ellos, son los mismos que me miraban cuando estaba en el escenario y sentía que me examinaban con determinación.

¡Joder!, pero este tío esta bueno.

Podrá ser que ya haya llegado a los treinta, pero se ve… jodidamente bueno.

Él es alto, de piel blanca y con el pelo oscuro, aunque no me atrevería a decir con exactitud de qué color es porque la luz no da para eso. Es una gracia ya, que le haya podido ver el color de esos extravagantes ojos, aunque bien podría estarme equivocando con ellos, pero me da igual. Con esta luz o con cualquiera… se nota que no está nada mal.

Su cuerpo se nota bajo esa ropa formal que lleva puesta. Se notan sus hombros anchos y su cadera estrecha. En sumas, un hombre con cuerpo ideal.

Pero… no lo sé, hay algo perturbador con los hombres que vienen aquí, más cuando son guapos; porque bien podrían irse a cualquier otro lugar y tratar de acostarse con una mujer que no lleve consigo un historial peculiar como el que llevamos las ocho mujeres que laboramos en el club. Me suena ilógico pensar en que un hombre con dinero, físico y demás, podría estar aquí conociendo a una chica o viendo su baile.

Aunque lo único que es certero es que me daría igual acostarme con él. Al fin y al cabo no pretendo una relación formal con nadie.

—Está bien, sería un gusto que me invitaras —me tomo un mechón de cabello.

—Dos martinis, por favor —le pide a Santiago.

Santiago, se los entrega y él me da uno.

Cuando lo tomo rozo su mano con la mía.

Este maldito celibato que he tenido por estas dos semanas que han pasado, me acaba de pasar factura. Se me ha acelerado el corazón, y mi respiración se ha agitado, y… ¡cómo no! todos mis sentidos están alerta.

Lo vergonzoso es que solo me ha medio tocado la mano.

¡Quién sabe qué pasaría si me llegase a tocar otras partes de mi cuerpo!

—Vamos a una mesa —sugiere poniendo su mano extendida sobre mi cintura.

Me dirige con su mano hasta la mesa más cercana que logramos encontrar.

Siento el calor de su palma en mi cintura, como si sintiera electricidad recorriendo cada parte de mi cuerpo, y se origina en donde nuestros cuerpos tienen contacto.

Trago saliva con dificultad.

Nos sentamos ambos en el mismo sillón.

Él me acerca con cuidado a su cuerpo, casi en un movimiento imperceptible. Yo no me molesto, no hay necesidad de hacerlo. Sé que aquí nos ven como putas por más que se les diga que no lo somos, y por eso no me molesta. Y no es como si fuéramos mujeres decentes.

Aunque no me desnude ni nada por el estilo, de todas formas ando medio vestida en frente de ellos…

—¿Cómo te llamas? —pregunto siguiendo una rutina que nos han estipulado en la que no podemos dejar que el cliente —porque eso es lo que es—, nos saque información tanto de nosotras como del lugar.

—Sebastián Evans, un gusto —roza con su mano mi hombro desnudo.

Desliza su mano de mi hombro hasta tocar mi mano, la alza y luego se la lleva a los labios, dándole un beso que tarda más de lo esperado. Un beso que hace que me estremezca de cuerpo entero.

Me relamo los labios pensando en todo lo que pudiera hacer con este hombre, aunque no es mi forma adecuada de conocer chicos, me da lo mismo.

—¿Y tú? —pregunta después de vernos un buen tiempo.

—El que tú quieras —digo coquetamente.

Se ríe ampliamente y luego cuando termina me sonríe.

—Ya lo había oído, Cassandra —con la cabeza señala el bar.

¡Genial! Ahora sí que me mataran. No debería saber mi nombre, ni ahora ni nunca. Eso no es un buen augurio. Bueno, al menos me puedo defender diciendo que no fue culpa mía, que no se lo he dicho yo, sino que lo escucho por casualidad.

—¿Y qué hace un hombre como tú en este lugar? —hago un circulo con mi dedo índice, señalando todo.

—¿A qué te refieres con “un hombre como yo”? —dice maliciosamente.

—Pues… por lo evidente —soplo un poco mi voz para sonar más sexy que de costumbre. Lo miro fijamente antes de seguir con mi explicación—. Eres un hombre muy guapo, además de que el hecho que todos aquí tienen dinero y seguro que no eres la excepción, por lo que no comprendo que haces aquí pudiendo conseguir que una chica baile, como yo lo he hecho, y sin necesidad de pagar.

Él me mira con esos hermosos ojos azules.

Se acerca un poco más a mí, con actitud de sabelotodo y con pose de tener todo bajo control.

—¿Por qué supones eso? —dice pasando el pulgar por su labio inferior.

Me fijo con muchas emoción en como hace ese simple pero tortuoso gesto.

Yo sonrió con ímpetu.

Sorbo mi bebida y decido que no va a obtener lo que desea, no va a obtener la respuesta que quiere que le dé.

Muerdo mi labio, él se acerca más.

Cuando ya está casi por llegar a mi boca, me aparto un poco y con mi dedo índice le digo que no moviéndolo en forma de negativa.

Sonríe una prepotencia inigualable, pero estoy segura que se siente un poco humillado porque una tipa con mi trabajo le haya dicho que no a un hombre como él, y más a sabiendas que le dije o bueno le di a entender que estaba guapo.

Hay nene, si supiera que está hablando en realidad con alguien que tiene más experiencia en hombre que él mismo.

—Y bien ¿en que trabajas? —pregunto después de un momento de silencio en el que no dejó de observarme, a mi forma de ver, con más detenimiento de lo que jamás me había visto alguien.

—De todo un poco —dice restándole importancia.

Me quedo pensando un rato, mientras me termino mi Martini.

¿Será que no me quiere decir porque no quiere que le quiera sacar dinero o porque su trabajo es algo que no debería hacer?

—Y tú, aparte de bailar ¿a qué te dedicas? —su tono en apariencia es neutro, pero yo ya soy una mujer que ha andado con los de su tipo y todos quieren aparentar no tener interés cuando si lo tienen.

Con estos hombres todo es una guerra de poder, a ver quién es que puede más, quien finge desinterés en el otro, o quien afloja más rápido información, pero a mi aunque no me molesta dar información, no puedo hacerlo, debo conservar este trabajo que a pesar de lo que todos crean, a mí me gusta.

Me recuesto en el mi lugar y sonrió esta vez tiernamente.

—Me gustan los acertijos y los enigmas, pero me aburren rápido —mira para otro lado para darme entender que debería hacerle caso o se ira.

Yo me acerco con mucha superioridad a él.

—Tienes razón, después de un tiempo a todos nos aburren —digo asiendo un gesto de fastidio.

Voltea a verme sin entender casi nada.

Si cariño, te acabo de decir que si quieres irte… por mi bien.

Me termino el último trago de mi Martini.

Veo en mi reloj con disimulo, que ya es mi hora de salir.

—Bueno, lo siento, pero es mi hora de salida —hago un puchero haciéndome la apenada.

La verdad es que si me dice que me lleva a un lugar como un hotel le diría que no, al principio pensé decirle si, pero me da mucha, pero mucha haraganería. Solo quiero ir a dormir al hotelucho donde me estoy quedando he invernar como un oso toda la mañana.

Me levanto y él ve para otro lado como si no le importara mi partida.

Muy bien con que con esas estamos…

Me acerco y le doy un beso en la mejía cerca de la comisura de sus labios.

Él se queda quieto por mi repentina atención.

Me voy de ahí antes que reaccione.

Llego al “camerino” y tomo todas mis cosas. Me pongo el sobretodo y me cambio los zapatos por unos bajos, y no los de seis centímetros que ando.

Como es mi costumbre no me cambio, porque ya ni caso tiene si de todas maneras para que me cambiaria, no tengo a quien llegar a ver en la noche como la mayoría de las chicas aquí. Ellas tienen que llegar con sus familias y yo a una habitación solitaria.

Camino por el pasillo atrás del escenario, para llegar a la entrada y salida del personal.

—Cassandra —grita mi nombre una de mis compañeras.

Volteo y la veo toda agitada corriendo hacia mí.

—¿Qué pasa? —pregunto intrigada por verla correr y llamarme.

—El jefe quiere hablar contigo —dice sin aliento cuando llega a la par mía.

—Está bien, gracias por avisarme —digo atemorizada y fingiendo que estoy bien.

Ella asiente y se va trotando.

¿Ahora qué querrá?

Respiro hondo tratando de controlarme. Controlar el cumulo de emociones que se me ha venido encima, como un huracán que no deja nada a su paso.

No quiero verlo, él solo me trae malos recuerdos, no quiero verlo jamás en mi vida, pero sé que si no voy probablemente me despida y no pueda hallar algo después.

Sé cómo es de vengativo y sé que se la cobraría de esa manera, todo para que yo después viniera de rodillas ante él a suplicarle que me devolviera el trabajo y quizás a pedirle que sabe que cosas más. Su mente es más retorcida que la mía, recuerdo haberlo visto una vez volcar todo a su paso, solo porque yo le dije que no quería hacer algo, él se enojó mucho y me dijo que me largara, que nunca más me quería volver a ver, y no me hablo todo una semana, en la que yo llore y hasta rebaje porque el modo de auto—castigarme era no comer nada, con suerte y tomaba algo. Quería morirme. Pero después de eso obedecía con cada vez que el me pedía que hiciera algo, no importaba que fuera, yo lo hacía. Me había convertido en una de esas personas a las que le dices “salta” y ellas dicen “que tan alto”. Y no quiero que eso me vuelva a pasar, no puedo permitírmelo, no es lo correcto.  No puedo volver a esa época de mi vida.

Vuelvo a respirar.

Todo saldrá bien, repito una y otra vez.

Camino como si no pasara nada del otro mundo.

Llego a su oficina y toco antes de arrepentirme, cosa que estoy a punto de hacer.

—Pase —oigo decir a través de la puerta.

Abro cuidadosamente sin hacer mucha bulla.

—Entra y cierra la puerta, Cassandra —dice autoritariamente. No podría ser de otra manera con él.

—¿Qué deseas, Luis? —digo manteniendo el tono más neutro que puedo.

Las piernas me tiemblan y comienzo a sudar al verlo tan imponente detrás de ese escritorio que reconozco muy bien, aunque antes no estuviera aquí, estaba en donde nos veíamos todos los días…

—Siéntate —señala la silla enfrente de él.

Yo trago saliva y obedezco.