—15—

 

Me levanto animada.

Hoy será mi día.

Llegare a esa oficina y hare lo mejor. Debo quedarme ahí, no importa si no sé nada de leyes o sobre cualquier otra cosa sobre ser asistente de una abogada.

Lo hare, estoy determinada a hacer las cosas bien, y comienza trabajando como todas las personas. Esforzándome al máximo por lo que quiero.

Me baño rápidamente, y luego me pongo la ropa que elegí ayer. Solo es una falda recta de color negro, y una camisa sencilla de color menta con unos cuantos botones en la parte superior y de manga larga. La camisa es ligeramente informal, pero no tengo tanta ropa formal como debería.

Pongo mi cabello en un apretado moño y me aseguro de que mi maquillaje sea bastante discreto.

Debo impresionarla. Debo parecer que soy profesional.

Me pongo unos tacones negro cerrados.

No tengo espejo para observarme, pero eso no importa. Me siento increíble y eso debería ser lo único que cuente.

Respiro profundamente.

Me termino lo que queda de la leche, y me digo que esta será la última vez que veré ese refrigerador tan vacío. No sé cuándo me pagara, pero hoy ya sé para qué sirve el dinero, y es solo para comprar lo necesario.

Me sumerjo en una ola de alegría. Jamás me imagine que iba a estar orgullosa de mí.

Esto es nuevo para mí.

Asiento a la nada.

Tomo la cartera que prepare anoche con todo lo necesario, desde mi currículo, hasta un lapicero viejo que encontré dentro de mis cosas.

Estoy bastante preparada.

Salgo del departamento.

Me pongo los audífonos de mi iPod, y presiono play de King of Leon “Sex on fire”. Es algo irónico que justo vaya escuchando esta canción cuando justamente he decidido que no me volveré a acostar con nadie mientras no sepa que es lo que siento yo por él y él por mí. No volveré a sentir ni a ver nada de lo que dice esta canción hasta que eso pase. Aunque me encanta el ritmo que tiene.

Reviso una vez más la dirección que me mando Luis en mensaje.

Estoy a unas calles.

De hoy depende que me quede o no en el grupo de teatro en el que estoy, porque si el trabajo dura hasta las cuatro, tendré que pasarme al otro. Aún no he pensado que pasaría si durara hasta las cinco o seis de la tarde.

Espero que no pase eso, porque no quiero dejar de aprender sobre la actuación.

Cuando llego a la dirección, reviso nuevamente el mensaje, cerciorándome de que lo que veo es verdad.

El edificio frente a mí, es enorme. Una muralla de seis pisos de altura, y lo suficiente ancha para abarcar la tercera parte de la cuadra. Es impresionante.

Tiene un letrero grande y refinado a la mitad del edificio, que dice: “Vargas y asociados”.

Recuerdo que una vez mi padre menciono a algún viejo Vargas, pero no recuerdo mucho más.

Me quito los audífonos y los guardo.

Entro al edificio, y en el primer piso, me encuentro con una recepción amplia, y con dos elevadores a cada lado.

Por dentro, el edificio es precioso, algo rustico, pero igual de fascinante. Las paredes son de un material granulado, y están pintadas de un blanco hueso. El piso es de cerámica negra, y puedo ver mi reflejo en él.

Maravilloso.

En medio, hay una mesa redonda, algo grande en donde esta una chica pelo oscuro y vestida de negro. Parece muy formal, demasiado.

Creo que mi concepto de “formal”, no es el mismo que se maneja en la empresa. Pero qué diablos, era lo único que tenia que no me hacía ver como una niña quinceañera con jeans y zapatos altos que ni sabe manejar.

Llego a la recepcionista, y ella me echa una mirada curiosa. Recorre todo mi cuerpo, y casi puedo ver como la pregunta se formula en su cabeza: “¿Quién es esta?”. Sí, yo también me lo preguntaría.

—Buenos días —saludo con voz certera, escuchándome ligeramente mayor—. Vengo a buscar a la Licenciada Daniela Martínez.

Se le dibuja una arruga en la frente. Esta desconfiada.

—¿Cuál es tu nombre? —pregunta muy seria.

—Cassandra —le digo omitiendo mi apellido, no lo necesita saber, o eso creo.

Anota mi nombre en una hoja que tiene varios nombres anotados, más bien, es un cuadro. También llena una casilla que dice visitante.

¡Genial, soy un visitante!

Espero que eso cambie hoy. Con un poco de suerte, así será.

—Es en el tercer piso, la oficina 15, al lado derecho—menciona de mala gana, señalándome los elevadores de esa lado.

—Gracias.

Pongo bien la cartera sobre mi hombro, y marcho derecha hasta el ascensor. Paso por las escaleras, pero no lo soportaría.

Antes de que se cierre la puerta, un hombre entra y me sonríe.

No está nada mal, pero yo no ando buscando nada con ningún hombre. Por el momento, mi coqueteo, esta clausurado. Además las personas siempre dicen que es malo salir con alguien del trabajo.

El hombre me sonríe, mostrándome todos sus dientes blancos y rectos.

De verdad es muy guapo. Es alto, moreno de tez, ojos oscuros, el cabello negro y bien peinado. Lleva puesto un traje que se nota que es carísimo.

¡Basta!

No debo mirar.

Tengo que recordarme que por mirar se comienza. Eva miro el fruto del bien y el mal, y luego… pues no hay que saber mucho de historia para conocer qué es lo que pasó.

Solo lo miro, pero ni siquiera le sonrió. De alguna forma, tengo que dejarle claro que no quiero nada con él.

Presiono el botón para el tercer piso, y él lo presiona para el cuarto.

El pitido del ascensor avisa, que ya se llegó al piso tercero.

El hombre, me vuelve a sonreír, y hasta casi puedo jurar, que me guiño un ojo.

Puede que lo de mantenerme casta, se vuelva un reto. Pero no, no me fallare. Soy como un alcohólico en rehabilitación, nada más que en mi caso, no es el alcohol, sino el sexo. Pero el principio es el mismo. Yo no puedo tener sexo solo por la sensación de sentirme bien por unos segundos en los que tengo el orgasmo. Bueno, eso no estaría mal si al menos sintiera algo por la persona con la que estoy teniendo relaciones. Pero no, yo normalmente solo lo hago por quitar todo pensamiento de mi mente, y eso no puede seguir así.

Otra recepción, pero esta vez más pequeña, aparece frente a mí.

Las mismas características del primer piso, son las de este, aunque aquí, solo está la pequeña recepción, y luego hay oficinas formadas en un cuadrado. Solo son cuatro, pero la puerta en cada una de ellas está cerrada, y tienen un pequeño rotulo.

Esta vez, es un recepcionista quien está atendiendo.

Al menos este hombre no es guapo. Es un chico un poco mayor que yo, flaco, bien vestido, pero, no sé, no tiene nada de malo, pero no es guapo, ni siquiera atractivo. Me recuerda un poco a   Ethan, pero solo porque lleva gafas, de lo contrario, no se parecen ni un poco.

Ethan es guapo, y agradable, buena persona, tiene esos increíbles ojos, y esa dulce sonrisa; nada que ver con este hombre que tengo enfrente.

Al menos se viste bien, eso debo de reconocerle, porque lo que es Ethan… trato de no reírme mordiendo mi labio al pensar en cómo se viste Ethan.

—Buenos días —saludo al chico, al igual que como lo hice con la recepcionista abajo—. Busco a la Licenciada Daniela Martínez.

Al chico le brillan los ojos, y me sonríe cálidamente.

—Bienvenida a Vargas y asociados —sonríe más ampliamente—. Es esa puerta —señala con un dedo, la puerta a mi lado izquierdo.

—Gracias —le devuelvo la sonrisa, tratando de ser amable. Al final si trabajo aquí, tendré que serlo con él.

—De nada.

Le sonrió una vez más, y luego camino hasta la oficina.

En el rotulo pegado a la puerta de madera, se lee el nombre de la licenciada y también dice que es abogada penalista.

¿Puede que trabaje con delincuentes? No tengo ni idea.

Toco dos veces, y al no escuchar nada, entro.

Adentro, hay como un escritorio de una secretaria, o algo así, pero está vacía.

Hay otra puerta, está abierta, puedo ver, desde aquí, que se trata de la oficina de ella.

Camino con seguridad hasta allá, y antes de entrar, toco dos veces.

Una señora de unos cuarenta, levanta la cabeza y me mira con una sonrisa en el rostro.

Es muy guapa. Rubia, de cabello liso, de tez pálida, con unos ojos de color avellana. Tiene pocas arrugas.

—¿Eres Cassandra? —pregunta emocionada.

—Sí, mucho gusto —me acerco a ella y le extiendo mi mano, saludándola.

—Igualmente, me llamo Daniela Martínez —me aprieta ligeramente la mano—. Aunque eso, me imagino que te lo habrá dicho el senador.

Asiento.

—Bueno, primero quiero preguntarte algunas cosas, para conocernos —explica con una sonrisa amistosa.

—Por mí, está perfecto —le digo confiada.

—Así me gusta, personas dispuesta. Por favor, siéntate —señala la silla que esta frente a su escritorio.

Toma asiento, satisfecha de que hasta ahora todo este saliendo bien.

—Quiero corroborar la información que hasta ahora tengo de ti —se toca el labio inferior con el bolígrafo que sostiene en su mano, y busca una página en medio de otras—. Comencemos.

>> ¿Cuál es tu nombre completo?

—Cassandra Abigail García Escolán.

—Bonito nombre.

—Gracias.

—¿Cuántos años tienes? —pregunta viendo un poco seria, analizando mi edad “secretamente”. Aunque para mí, es bastante evidente lo que está haciendo.

—Tengo 18 años —respiro hondo al decirlo, porque ahora me doy cuenta que eso puede ser un impedimento.

—¿Estudias? —achica la mirada.

—Actualmente no. Bueno, en realidad eso no es del todo cierto; estoy en clases de actuación, pero supongo que eso no cuenta del todo.

Se queda en silencio un momento, analizando mi respuesta.

—¿Eso significa que tienes tiempo disponible? —se acerca más a mí, poniendo su cara de ejecutiva.

—Sí, tengo tiempo disponible —acepto encogiéndome de hombros.

—Mejor, este trabajo es demandante —piensa en voz alta—. ¿Alguna vez has tenido un trabajo?

Es la pregunta a la que más le he temido. Nunca he trabajado, no en un trabajo que cuente de cualquier forma; porque bailar para seducir a los hombres… no es algo que debería comentar en esta entrevista.

—No, nunca he trabajado —digo con sinceridad.

—Muy bien, no vienes maleada de otras partes —sonríe complacida—. Me gustaría que comenzaras el lunes, a las ocho de la mañana —lo anota en una hoja aparte.

Saca otra hoja con unas cuantas cosas escritas a computadora, y le escribe algo en la parte superior.

—Me imagino que sabes manejar una computadora y los programas básicos de Word y eso —asegura.

—Si, puedo manejarlos —contesto, aunque no me pregunto nada.

—Si, era de imaginarse… los de tu generación ya nacen con la computadora en las manos —se ríe de su broma extraña.

Termina de anotar y luego me pasa la hoja.

—Dásela al chico de la recepción, que por cierto, si necesitas algo más, se lo pides a él. Ya sabes, los asistentes hablan con los secretarios, y eso…

—Muchas gracias —digo verdaderamente agradecida al entender que me acaba de contratar.

—No tienes que agradecer, muchacha —me extiende su mano, despidiéndose. Yo la tomo y le agito levemente—. Por cierto, dale mis saludos a tu padre.

>> No sé si te lo comento alguna vez —dice con voz soñadora y los ojos le brillan. Evidentemente le gusta mi padre, lo cual es bastante extraño—, pero nosotros fuimos compañeros cuando estábamos en el instituto. Éramos “buenos amigos” —se ríe, pícaramente.

Sonrió por educación, pero una horrible sensación recorre mi columna vertebral.

¡Joder, esta mujer seguramente se tiró a mi papá!

Salgo con la misma sonrisa, pero una vez, fuera de su campo de visión, me retuerzo en un escalofrío.

El chico de recepción, o mejor dicho secretario, como lo llamo la licenciada Martínez, me ve cuando salgo, y esboza una gran sonrisa.

—Hola, nuevamente —saludo, al pararme frente a él—. Me dijo que te diera esto —le paso la hoja.

—¡Qué bien que te contrato! —sonríe más ampliamente, si es que eso se puede.

Pero, yo también estoy contenta por ello.

—Permíteme, ya vengo, solo bajo a la bodega —sale del escritorio redondo, abriendo una parte de él.

Camina hacia al ascensor, dejándome desconcertada.

Se devuelve.

—Perdón, que tonto —se golpea ligeramente la cabeza—. ¿Qué talla de vestido eres? ¿Un dos, o cuatro?

—Cuatro —respondo sin saber bien porque lo pregunta.

Me mira rápidamente de pies a cabeza, y asiente.

Se va corriendo cuando el ascensor llega al piso.

Me quedo parada ahí, en medio de las oficinas.

¡Genial!

Esta no era mi idea de pasar el fin de semana.

El chico, regresa a los dos minutos, cargando dos bolsas de sastre con él.

—Toma —me pasa las bolsas.

—¿Y esto…?

—No te lo dijo, ¿verdad? —afirma negando con la cabeza.

—¿Decirme, qué?

—Nosotros usamos uniforme, menos los sábados. Y debo suponer que tampoco te dijo mucho tus horarios o cualquier otra cosa.

Niego con la cabeza al verificarlo en mi memoria.

—Siempre hace lo mismo… En fin, trabajamos seis días de la semana. De lunes a viernes, el horario es de 8 A.M a 4 P.M. Y el sábado, solo trabajamos de 8 A.M a las 12 del mediodía. Lo que te acabo de dar, es tu uniforme, van tres en realidad, pero uno de ellos no tenía bolsa —se encoge hombros, como a manera de disculpa.

>> Te diré algo, a la Licenciada Martínez, le encanta el orden y que las cosas se hagan bien, o perfecto. Le gusta que le traigan todo para la hora que ella pide, y tal como ella lo ha pedido. Es bastante estricta con eso, buena persona, pero estricta —aclara.

>> ¿Tienes alguna duda?

Solo tengo unas cuantas, y todas ellas tienen que ver con el dinero, lo demás, ya veré como hago para mantener este trabajo, lo necesito tanto, que ahora ya no importa nada más.

Tragándome mi orgullo, pregunto.

—¿Cómo es el salario? Digo, ¿Cuánto pagan y cada cuánto?

Sonríe amigablemente, entendiendo bien porque lo pregunto. Yo me sonrojo, porque no es algo a lo que este acostumbrada. Nunca he tenido limitaciones económicas hasta ahora, y preguntar esto… no lo sé, me suena… raro.

—Pagan bien —asegura—. $550 dólares mensuales, pero lo hacen por quincena, así que son $275 cada quince días.

—Gracias.

—Antes que se me olvide, me llamo John.

—Un gusto, John, me llamo Cassandra.

—Igualmente, Cassandra. Un nombre fuerte.

—Si, algo —reconozco alegre—. Gracias por todo. Adiós.

—Que te vaya bien —se despide.

Sonrió una vez más.

Este chico es muy agradable.

Me dirijo al elevador, feliz porque al fin tengo un trabajo en forma. Uno del que puedo presumir, y hablarle a mi padre, e incluso, se lo puedo contar a Ethan.

Hablando de Ethan… tengo que decirle que por el trabajo nuevo que tengo tendré que cambiar de clases, y que probablemente llegue unos minutos tarde.

Ojala, pueda hacer todo…