-¿Estás? segura de lo que haces, Jo?
Sí. Cien veces, mil veces, sí. Sí, estoy segura de querer dejar Arras, donde Jo me ha dejado. Dejar nuestra casa, nuestra cama. Sé que no soportaría ni su ausencia ni los olores, todavía, de su presencia. El de su espuma de afeitar, el de su colonia, el de su transpiración, el tenue, enterrado en el corazón de la ropa que no se ha llevado, y ese otro más fuerte en el garaje, donde le gustaba hacer pequeños muebles; su olor acre en el serrín, en el aire.
Las gemelas me acompañan lo más lejos posible. Tienen los ojos anegados en lágrimas. Yo intento sonreír.
Es Françoise quien adivina. Quien pronuncia lo inimaginable.
Jo te ha dejado, ¿es eso? ¿Se ha ido con una más guapa y más joven, ahora que va a ser jefe y a conducir un Cayenne?
Entonces mis lágrimas afluyen. No lo sé, Françoise, se ha ido. Debo mentir. Silencio la trampa, la prueba de la tentación. El rompeolas agrietado de mi amor. A lo mejor le ha pasado algo, aventura Danièle con una voz melosa, confortable, ¿no secuestran a la gente en Suiza? Yo he leído que, con los listings bancarios y el dinero oculto, ahora aquello es un poco como África. No, Danièle, no lo han secuestrado, me ha apartado de él, me ha extraído, amputado, borrado de él, eso es todo. ¿Y tú no te diste cuenta de nada, Jo? No, de nada. Absolutamente de nada. Como en una película mala. Tu pareja se va una semana de viaje, tú relees Bella del Señor mientras esperas su regreso; te haces un tratamiento de belleza: peeling, mascarilla, depilación con cera, masaje con aceites esenciales, todo para estar bien guapa, bien suave cuando él vuelva, y de repente sabes que no volverá. ¿Cómo lo sabes, Jo? ¿Te ha dejado una carta, algo? Tengo que irme. No, eso es lo peor, ni siquiera una carta, simplemente nada, un vacío siniestro, sideral. Françoise me abraza. Le hablo un instante al oído, le confío mis últimas voluntades. Llámanos cuando llegues, susurra cuando he terminado. Descansa mucho, añade Danièle. Y si necesitas que vayamos, vamos. Paso los controles. Me vuelvo.
Ellas siguen allí. Sus manos son pájaros.
Luego desaparezco.