Jo me esperaba en la estación.
En cuanto me vio, apretó el paso, aunque sin llegar a correr. Me abrazó en el andén. Esa efusión inesperada me sorprendió; me eche a reír con cierta incomodidad. Jo, Jo, ¿qué pasa? Jo, me susurró él al oído, me alegro de que hayas vuelto.
Ahí lo tienen.
Cuanto más grandes son las mentiras, menos las vemos venir.
Jo aflojó el abrazo, su mano descendió hasta la mía y fuimos andando hasta casa. Le conté mi jornada. Inventé por encima una reunión con Filagil Sabarent, mayorista en el distrito III. Le enseñé las maravillas que había comprado en el mercado de Saint-Pierre. ¿Y mi sándwich? ¿No estaba bueno mi sándwich?, preguntó. Me puse entonces de puntillas y lo besé en el cuello. El mejor del mundo. Como tú.