Pasé a ver a mi padre.
Después de haberme preguntado quién era, pidió noticias de mamá. Le dije que había ido a hacer unas compras y que llegaría un poco más tarde. Espero que me traiga el periódico, dijo, y espuma de afeitar, se me ha terminado.
Le hablé de la mercería. Y me preguntó por enésima vez si era yo la propietaria. No se lo podía creer. Estaba orgulloso. Mercería Jo, antigua Casa Pillard, Mercería Jo, tu nombre en un rótulo, Jo, ¿te das cuenta? Me alegro por ti. Después levantó la cabeza y me miró. ¿Quién es usted?
Quién es usted. Acababan de pasar seis minutos.
Jo estaba mejor. El Oseltamivir, el descanso, las tagliatelle de espinacas y queso fresco y mis frases cariñosas vencieron a la gripe asesina. Se quedó unos días en casa, hizo un poco de bricolaje, y cuando una noche abrió una Tourtel y puso la televisión, supe que estaba completamente restablecido. La vida reanudó su curso, tranquila, dócil.
En los días que siguieron no paró de venir gente a la mercería y diezdedosdeoro superó las cinco mil visitas diarias. Por primera vez desde hacía veinte años, se me agotaron las existencias de botones de caseína, tagua y galalita, los encajes de cordoncillo y de guipur, los marcadores y abecedarios, así como las borlas. Borlas no había vendido ni una en el último año. Tuve la impresión de estar en el corazón de una película sentimentaloide de Frank Capra, y os aseguro que un buen baño de sentimentalismo de vez en cuando sienta de maravilla.
Cuando la emoción hubo pasado, Danièle, Françoise y yo hicimos paquetes con las colchas, los jerséis y las fundas de almohada bordadas que le habían regalado a Jo, y Danièle se encargó de darlos a una institución de beneficencia de la diócesis de Arras.
Pero el acontecimiento más importante de aquel período de nuestra vida, el que ponía a las gemelas histéricas desde hacía dos días, era que el boleto ganador de Euromillones había sido validado en Arras. ¡Mierda, en Arras, nos ha pasado rozando! ¡Hay que fastidiarse, habría podido tocarnos a nosotras!, exclamaron. ¡Sí, vale, dieciocho millones de euros son calderilla comparados con los setenta y cinco de Franconville, pero con todo y con eso…! ¡Dieciocho millones! ¡Ah, se me hace la boca agua solo de pensarlo!
Lo que las acaloraba todavía más, hasta llevarlas al borde de la apoplejía, era que el ganador aún no se había presentado.
Y que solo quedaban cuatro días para que finalizara el plazo y el dinero se acumulara en el bote para el siguiente sorteo.