45 - 1998
John Renfrew trabajó durante toda la noche. Mantenía en funcionamiento el generador auxiliar, y maldito si iba a detenerse mientras dispusiera de combustible. Si el generador se paraba no estaba seguro de poder volver a ponerlo en marcha. Mejor seguir adelante y ver lo que ocurría. Así luego no tendría de qué lamentarse.
Hizo una mueca. ¿Ver lo que ocurría? ¿O había ocurrido? ¿O podía ocurrir? El lenguaje humano no encajaba con la física. No había ningún tiempo verbal que reflejara la idea de lazo temporal. Ninguna forma de convertir el lenguaje en el pivote de la física, de aplicar un momento torsor que pudiera hacer que las paradojas se disolvieran en un ciclo ordenado, girando interminablemente.
Había dejado que los técnicos se marcharan. Los necesitaban en casa. Fuera, en el camino de Cotton, no se veía ninguna bicicleta, ningún movimiento. Las familias estaban en casa, atendiendo a los enfermos, o habían huido al campo. Sintió un retortijón de la disentería empezado por la noche. Un roce con lo que arrastraban las nubes, suponía. Había estado bebiendo de una reserva de zumos de frutas embotellados que había encontrado en la cafetería, y comido alimentos envasados. Llevaba dos días allí, solo, sin pararse a ir a casa para cambiarse de ropa. El mundo en el que había estado viviendo hasta entonces estaba cerrándose, eso resultaba claro con sólo mirar a través de las ventanas del laboratorio. Desde primera hora de la mañana una columna de grasiento humo había estado ascendiendo hacia el cielo en la distancia; obviamente, nadie había acudido para intervenir.
Ajustó cuidadosamente el aparato. Tap tap. Tap tap. El nivel de ruido de los taquiones se mantenía constante. Había estado transmitiendo el nuevo mensaje acerca del proceso de la neuroenvoltura desde hacía varios días, alterándolo con la monotonía AR y DEC. Peterson había telefoneado nuevos datos biológicos desde su oficina de Londres. El hombre había sonado tenso y con prisas. El contenido del mensaje, por lo que Renfrew podía entender, explicaba el porqué. Si el grupo de California estaba en lo cierto, aquello podía extenderse a través del mecanismo de las nubes a una velocidad alucinante.
Renfrew pulsó pacientemente su código Morse, esperando estar enfocando correctamente. Era tan malditamente difícil saber si tenías el circuito bien orientado. Un ligero error en apuntar el haz daba como resultado que x resultara falseado, y luego t. Sin embargo habían conseguido alcanzar su objetivo al menos una vez, como habían sabido gracias al depósito de la caja de seguridad a nombre de Peterson. ¿Pero cómo podía comprobar ahora si las bobinas eran un microsegundo demasiado lentas, o si los campos de coherencia lanzaban el haz un grado demasiado a la izquierda? Únicamente disponía de una calibración ocular en la que poder confiar. Estaba a la deriva allí, en un mundo donde la t era el tiempo y la x el espacio, una x que significaba lo desconocido que flotaba en el aire ante él, un esquema transitorio.
Se agitó. El taburete del laboratorio hacía que le dolieran las posaderas. Estaba menos gordo ahora; debía haber perdido peso. Tendría que poner un poco de lastre extra, sí.
Tap tap tap. Las cadencias del Morse se perdían en la nada. Tap tap.
Quizá la pérdida de peso explicara por qué la habitación parecía agitarse y sacudirse cuando la miraba. Cristo, estaba agotado. Una débil irritación creció en él. Había estado taptaptapeando aquellos mensajes biológicos y coordenadas y todo lo demás, todo de una forma impersonal y todo también —ahora estaba seguro de ello— finalmente inútil. Todo aquello era malditamente aburrido. Alargó la mano y tomó el pasaje de identificación que había estado transmitiendo regularmente desde el principio, y empezó a enviarlo de nuevo. Pero esta vez añadió algunos comentarios propios, acerca de cómo había empezado todo aquello, y las ideas de Markham, y el bastardo de Peterson con su rostro de piedra, y todo lo demás, todo hasta el accidente donde había muerto Markham. Y hacerlo hizo que se sintiera bien, el transformar directamente las palabras de Morse a medida que se le iban ocurriendo. Lo contó con frases normales, no con el entrecortado estilo telegráfico que habían adoptado para comprimir la información biológica. Era un alivio contarlo todo, realmente. Pero era absolutamente inútil, el haz estaba cayendo de todos modos en alguna insospechada ratonera cósmica, así que, ¿por qué no gozar con el último disparo? Tap tap. Ésta es la historia de mi vida, amigo, escrita sobre la cabeza de un alfiler. Tap tap. Hacia el vacío. Tap tap.
Pero al cabo de un momento el impulso inicial le abandonó, y se detuvo. Hundió los hombros.
La pantalla del osciloscopio se agitó, y el nivel de ruido de los taquiones creció. Renfrew se quedó mirándolo. Tap tap. Movido por un impulso, desconectó el transmisor. El pasado podía irse al diablo por un momento. Observó el amasijo de curvas y las danzantes interrupciones. Por breves períodos de tiempo el ruido se centraba en culebreantes saltos en la pantalla. Señales, claras señales. Alguien distinto a él estaba transmitiendo.
Saltos regulares en forma de oleada, rítmicamente espaciados. Renfrew los copió. INTENTAMOS CONTACTO DESDE 2349 EN TAQ.
Y de nuevo un estallido de sonido, tragándoselo todo.
Inglés. Alguien transmitiendo en inglés. ¿Desde el año 2349? Quizás. O tal vez con taquiones en la banda de 234'9 kilovatios. O quizá todo era producto del azar.
Renfrew dio un sorbo de café frío. Se había hecho un termo hacía algunos días, y luego lo había olvidado. Esperaba que el agua no tuviera problemas. El café no tenía el aroma a pelo de perro que recordaba; ahora parecía más bien tierra chamuscada. Se alzó de hombros y siguió bebiendo sin pensar más en ello.
Notaba algo en su frente. Sudor. Fiebre. Un extraño y distante murmullo llegó hasta él.
¿Voces? Fue a mirar, sorprendido por su debilidad, por el intenso dolor en sus muslos y tobillos. Debería hacer más ejercicio, pensó automáticamente, y luego se echó a reír. Ruido de pasos arrastrándose. ¿Le habrían oído? Tomó un corredor. Pero no había nadie allí. Tan sólo el ruido del viento. Eso, y el áspero raspar de sus propios zapatos en el cemento desnudo.
Volvió al laboratorio y miró al osciloscopio. La garganta le ardía. Intentó pensar tranquila y claramente en lo que Markham había dicho hacía tanto tiempo. Los microuniversos no eran como agujeros negros, no en el sentido de que dentro de ellos toda la materia estaba comprimida hasta densidades infinitas. En vez de ello, su densidad media poseía un valor razonable, aunque más alto que la nuestra. Se habían formado en los primeros momentos del universo y habían quedado aislados para siempre, viviendo sus microvidas dentro de una geometría cerrada. Las nuevas ecuaciones de campo de Wickham demostraban que estaban ahí fuera, entre los conglomerados de las galaxias. Una x y una t que no podemos ver, pensó, excepto yo y tú. Ahora sería el momento adecuado para que escribieras un gran artículo al respecto, lo suficientemente bueno como para figurar en la última edición del Times. La verdadera última edición.
Se sentó con brusquedad, sintiéndose mareado. Un dolor detrás de sus ojos, extendiéndose. La materia era tragada por la red del espaciotiempo, por geometrías diferenciales. G veces n. Un taquión podía eludir los nudos, era un fénix libre, su vuelo gobernado por las garabateadas notas de Markham y Wickham. Renfrew se estremeció cuando el frio se infiltró en él.
Otro conjunto de impulsos. Los anotó apresuradamente en un bloc. El rasguear de la pluma rompió el silencio.
MENTE AUMENTA ESTRUCTURA RESONANCIA SINTONIZANDO BANDA PORTADORA LATERAL.
Y luego de nuevo el mar de ruido, perdidas las olas.
Todo aquello significaba algo para alguien, pero ¿quién? ¿Dónde? ¿Cuándo? Otro:
AMS WEDLRLUF XSMDOPRDHTU COMO WTEU WEHRTU.
¿Otro idioma? ¿Un código del otro lado de la galaxia, del otro lado del universo? Aquel aparato abría las comunicaciones con cualquier lugar, con cualquier persona, instantáneamente. Hablar con las estrellas. Hablar con los seres comprimidos dentro de un punto del espacio. Un telegrama de Andrómeda tomaría menos tiempo que uno de Londres. Los taquiones atravesaban el laboratorio, atravesaban a Renfrew, trayendo su mensaje. Estaban a su alcance, si tan sólo dispusieran de tiempo…
Agitó la cabeza. Toda forma y estructura resultaban erosionadas por la superposición de varias voces, un coro. Todo el mundo estaba hablando a la vez, y nadie podía oír.
Las bombas parecían toser. Taquiones del tamaño de 10-30 centímetros estaban cruzando a toda velocidad el entero universo, atravesando 1028 centímetros de materia en enfriamiento, en menos tiempo del que los ojos de Renfrew necesitaban para absorber un fotón de la pálida luz del laboratorio. Todas las distancias y tiempos estaban entrelazados entre sí, las singularidades sorbiendo la materia de la creación. Los horizontes contingenciales ondulaban y los mundos se enroscaban en los mundos. Había voces en la habitación, voces resonando, intentando entrar en contacto…
Renfrew se puso en pie y se aferró bruscamente a la consola del osciloscopio para sostenerse. Cristo, la fiebre. Se había apoderado de él, deslizando enguantados dedos de humo por toda su mente.
INTENTAMOS CONTACTO DESDE 2349. Todo intento de alcanzar el pasado había desaparecido, se dio cuenta parpadeando. La habitación osciló, luego volvió a inmovilizarse. Con Markham desaparecido y aquella mujer Wickham ausente desde hacía días, ya no quedaba ninguna esperanza de comprender lo que había ocurrido. La mano de plomo de la causalidad terminaría venciendo, una esfinge que no entregaba ninguno de sus secretos. Una infinita serie de abuelos podrían vivir sus vidas a salvo de Renfrew.
INTENTAMOS CONTACTO, se agitó de nuevo el osciloscopio.
Pero a menos que supiera dónde y cuándo estaban, no había ninguna forma de responderles.
Hola, 2349. Hola, ahí fuera. Aquí es 1998, una x y una t en vuestra memoria. Hola. INTENTAMOS CONTACTO.
Renfrew sonrió con amarga ironía. Los susurros llegaban suaves, embutiendo leves palabras del futuro en el indio. Había alguien. Alguien trayendo esperanzas.
La habitación estaba fría. Renfrew se acurrucó junto a sus instrumentos, transpirando, observando el estallar de las curvas. Era como un habitante de las islas de los mares del Sur, observando los aviones trazar sus rectas estelas cruzando el cielo, incapaz de gritarles. Estoy aquí. Hola, 2349. Hola.
Estaba intentando una modificación del correlacionador de la señal cuando las luces se apagaron. Una completa oscuridad invadió la habitación. El distante generador tosió y petardeó y quedó en silencio.
Necesitó un largo rato para encontrar su camino a la salida y a la luz. Era un mediodía gris y desolado, pero no se dio cuenta de ello; estar fuera era suficiente.
No podía oír ningún sonido procedente de Cambridge. La brisa arrastraba consigo un aroma acre. No se veía ningún pájaro. Ningún avión.
Caminó hacia el sur, hacia Grantchester. Volvió una vez la vista atrás, al bajo perfil cuadrado del Cav, y a la difusa luz alzó una mano hacia él. Pensó en los universos imbricados, piel de cebolla bajo piel de cebolla. Alzando la cabeza, miró a las nubes, antes una visión agradable. Sobre aquella capa estaba la galaxia, un gran enjambre de luces de colores, girando con una majestuosa lentitud en la gran noche. Luego bajó de nuevo la vista al irregular y maltrecho sendero, y sintió que un gran peso desaparecería de sobre sus hombros. Durante tanto tiempo se había sentido paralizado por el pasado. Lo había aislado por completo del mundo real que lo rodeaba. Ahora sabía, sin saber exactamente cómo, que lo había perdido para siempre. Antes que desesperado, se sentía aliviado, libre.
Marjorie estaba esperándole allí delante, sin duda asustada de estar sola. Recordó sus conservas en las estanterías absolutamente rectas, y sonrió. Podrían comer de ellas durante un cierto tiempo. Comer tranquilamente juntos, como lo habían hecho en los días anteriores al nacimiento de los chicos. Luego se irían al campo a reunirse con Johnny y Nicky, por supuesto.
Jadeando ligeramente, sintiendo que su cabeza se aclaraba, caminó por el desierto sendero. Había realmente un montón de cosas todavía por hacer, si uno pensaba un poco en ello.