5
Marjorie estaba en su elemento. Los Renfrew no acostumbraban invitar a menudo a gente, pero cuando lo hacían, Marjorie siempre daba a John y a sus huéspedes la impresión de una apresurada actividad e incluso de desastres domésticos evitados en el último minuto. De hecho, Marjorie no era tan sólo una excelente cocinera, sino también una organizadora altamente eficiente. Cada paso de aquella cena había sido meticulosamente planificado por anticipado. Una subconsciente sensación de que no debía intimidar a sus huéspedes mostrándose como una perfecta anfitriona era la única causa por la que entraba y salía constantemente de la cocina, charlando sin cesar, y echándose hacia atrás el cabello como si todo aquello fuera un poco demasiado para ella.
Heather y James, como sus amigos más antiguos, fueron los que llegaron primero. Luego los Markham, unos correctos diez minutos después. Heather lucía sorprendentemente sofisticada con su traje negro largo. Con tacones altos, era igual de alta que James, que media tan sólo metro cincuenta y cinco y se sentía acomplejado por ello. Como de costumbre, él también iba impecablemente vestido.
Estaban bebiendo todos jerez, excepto Greg Markham, que se había decantado por una Guinness. Marjorie pensó que era un tanto extraño para inmediatamente antes de cenar, pero Markham parecía ser hombre de sólido apetito, así que probablemente era normal. Lo encontró un poco desconcertante. Cuando John se lo presentó, él se había mantenido un poco demasiado cerca de ella y le había formulado algunas preguntas bruscas y más bien poco convencionales.
Luego, cuando ella se había retirado un poco —tanto física como de las respuestas directas a sus preguntas—, él había parecido descartarla. Cuando más tarde ella le había ofrecido algunos carísimos frutos secos para picar, él había cogido un gran puñado mientras seguía hablando, sin apenas haberse dado cuenta de la presencia de ella a su lado.
Marjorie decidió no dejar que nada la turbara. Hacía ya más de una semana desde el horrible incidente con los intrusos y… barrió el pensamiento de su memoria. Centró resueltamente su atención en su brillante y espléndida fiesta y en la esposa de Markham, Jan. Jan era una mujer discreta, por supuesto… lo cual no era sorprendente, puesto que su esposo había estado dominando la conversación desde que habían llegado. Su técnica era hablar muy rápidamente, saltando de uno a otro temas a medida que se le ocurrían, en una especie de carrera de obstáculos verbal. Mucho de lo que decía era interesante, pero Marjorie no tenía tiempo de pensar en un tema y elaborar un comentario antes de que la conversación hubiera derivado en otra dirección. Jan sonreía ante aquellos saltos verbales, una sonrisa más bien juiciosa que Marjorie interpretaba como una significativa profundidad de carácter.
—Tiene usted un ligero acento inglés —sondeó Marjorie—. ¿Ya se le está pegando?
Aquello sirvió para aislarlas un poco del círculo de conversadores.
—Mi madre es inglesa. Lleva décadas viviendo en Berkeley, pero el acento permanece.
Marjorie asintió receptivamente, y la llevó un poco más aparte de los demás. Descubrió que la madre de Jan vivía en la Arcología que se estaba construyendo en el Área de la Bahía. Podía permitírselo porque se ganaba la vida escribiendo novelas.
—¿Qué tipo de novelas escribe? —interrumpió Heather, uniéndose a ellas.
—Góticas. Novelas góticas. Escribe bajo el absurdo seudónimo de Cassandra Pye.
—Dios de los cielos —dijo Marjorie—. He leído un par de sus libros. Son muy buenos, para ese tipo de literatura. Oh, qué excitante es pensar que es usted su hija.
—Su madre es una vieja dama maravillosa —intervino Greg—. Bueno, no tan vieja, realmente. Tiene… ¿cuántos, Jan?… unos sesenta años, y probablemente nos sobrevivirá a todos nosotros. Con una salud de caballo, y un poco loca. Ocupa un cargo importante en el Movimiento Cultural de la Tercera Edad. Berkeley está lleno de gente así en estos días, y ella ha sabido encajar. Va por todas partes en su bicicleta, duerme con todo tipo de personas, es aficionada a todo tipo de tonterías místicas. Aceite de serpiente trascendental. Una mujer un poco loca, de hecho, ¿no es así, Jan?
Aquél era obviamente un chiste personal entre ellos. Jan se echó a reír de buen grado como respuesta.
—Eres un científico incorregible, Greg. Tú y mamá simplemente no vivís en el mismo universo. Piensa solamente en la impresión que recibirías si descubrieras después de tu muerte que mamá tenía razón en todo. Aunque reconozco que se está volviendo un tanto excéntrica últimamente.
—Como el mes pasado —añadió Greg—, cuando decidió entregar todas sus posesiones terrenales a los pobres de México.
—¿Para qué? —preguntó James.
—Para mostrar su apoyo a la causa Hispánica Regionalista —explicó Jan—. Se trata de la gente que desea hacer de México y de la parte occidental de Estados Unidos una región libre, de modo que la gente pueda desplazarse por ella según los dictados de la economía.
James frunció el ceño.
—¿No significa eso simplemente que los mexicanos se trasladarán en masa al norte? Jan se alzó de hombros.
—Probablemente. Pero la facción de habla hispánica en California es tan fuerte que quizás incluso lo consigan.
—Una extraña clase de estado del bienestar —dijo en voz baja Heather.
—Es más probable un estado del adiós muy buenas —apuntó Greg.
El coro de risas que señaló aquella observación casi sorprendió a Marjorie. Había como un toque de energía comprimida siendo liberada.
Un poco más tarde, Markham llevó a Renfrew a un lado y le preguntó acerca de los progresos en el experimento.
—Me temo que nos veamos muy limitados si no conseguimos un mejor tiempo de respuesta —dijo John.
—Aja, la electrónica americana —asintió Markham—. Mira, he estado haciendo los cálculos que discutimos… cómo enfocar los taquiones en 1963 con una buena fiabilidad y todo eso. Creo que funcionara bien. Los inconvenientes no son tan terribles como pensábamos.
—Excelente. Espero que tengamos alguna posibilidad de usar la técnica.
—También he estado metiendo un poco la nariz por todas partes. Conozco a sir Martin, el jefe de Peterson, de los días en que él estaba en el Instituto de Astronomía. Lo llamé por teléfono. Me prometió que muy pronto tendríamos noticias.
Renfrew se iluminó y, por un momento, perdió su aire de anfitrión ligeramente nervioso.
—¿Por qué no tomamos nuestros vasos y salimos afuera a la terraza? Hace una noche encantadora, más bien cálida, y aún no es completamente oscuro.
Marjorie abrió las puertas vidrieras y gradualmente consiguió conducir a sus huéspedes afuera, donde los Markham se maravillaron, como esperaba que lo hicieran, ante el jardín. La intensa fragancia de las madreselvas en el seto llegó hasta ellos. Los pies crujieron sobre la gravilla cuando cruzaron la terraza.
—California se está desenvolviendo bien, ¿verdad? —preguntó James, y Marjorie, escuchando a los demás que también estaban hablando, oyó fragmentos de la respuesta de Greg Markham.
—El gobernador mantiene el campus de Davis abierto… El resto de nosotros… Yo estoy cobrando actualmente la mitad de mi sueldo, y la única razón de haberlo conseguido es que el sindicato… las presiones… los profesores están aliados ahora con los empleados administrativos… los malditos estudiantes desean tomar cursos prácticos…
—Cuando volvió a mirar en su dirección, la conversación se había extinguido.
Greg se apartó del grupo y se dirigió hacia el extremo del patio, con rostro preocupado. Marjorie le siguió.
—No tenía idea de que las cosas hubieran llegado hasta ese extremo —dijo.
—Está ocurriendo en todas partes —respondió él con un tono llano y resignado.
—Bueno —dijo ella, poniendo un acento alegre y confiado en su voz—, aquí todos esperamos que las cosas se arreglen un poco y los laboratorios vuelvan a abrir. Los universitarios se sienten completamente optimistas acerca de…
—Si los deseos fueran caballos, hasta los mendigos irían montados —dijo él amargamente. Luego, dirigiéndole una mirada, pareció librarse un poco de su taciturno humor—. O, si los caballos fueran indomables, habría que mendigar para montarlos. —Sonrió—. Me gusta transmutar clichés, ¿sabe?
Esta manera de pensar, repentina e incisiva, era lo que Marjorie había llegado a asociar con una clase de científicos, los de tipo teórico. Eran difíciles de comprender, de acuerdo, pero mucho más interesantes que los experimentadores, como su John. Le devolvió la sonrisa.
—Seguramente su año aquí en Cambridge estará libre de preocupaciones presupuestarias, ¿no?
—Hum. Sí. Supongo que es mejor vivir aquí en el pasado de alguna otra persona que en el tuyo propio. Es un lugar encantador para olvidar el mundo de fuera. He gozado de los placeres de la clase teórica.
—¿En su torre de marfil? Ésta es una ciudad de espiras de sueño, como creo que dice el poema.
—Oxford es la ciudad de las espiras de sueño —la corrigió él—. Cambridge es más la de los sueños sudorosos.
—¿La ambición científica?
Él hizo una mueca.
—La regla empírica dice que no se efectúa mucho trabajo realmente importante pasados los cuarenta años. Lo cual es completamente falso, por supuesto. Hay montones de grandes descubrimientos efectuados en los últimos años de la vida. Pero en general, sí, uno tiene la impresión de que tus habilidades te van abandonando a medida que envejeces. Es como los compositores, supongo. La inspiración viene de todas partes cuando eres joven, y… y luego aparece más bien una sensación de consolidación, de las cosas afirmándose en su sitio, cuando te vas haciendo viejo.
—Esta cosa de comunicación a través del tiempo en la que usted y John están trabajando parece realmente excitante. Hay muchas posibilidades ahí.
A Greg se le iluminó la cara.
—Sí, es una gran oportunidad. Un campo nuevo y sólo yo para explorarlo. Si no hubiesen cerrado la mayor parte del departamento de matemática aplicada y física teórica, habría un montón de jóvenes brillantes encima nuestro.
Marjorie se alejó del resto de los reunidos, en dirección a las húmedas masas de vegetación que cercaban su jardín.
—Desde hace tiempo he estado deseando preguntarle a alguien que lo sepa —empezó con un toque de inseguridad— simplemente qué es esa cosa del taquión de John. Quiero decir, él me lo ha explicado, pero me temo que mi educación enfocada más bien a las artes me ha impedido entenderlo demasiado.
Greg unió sus manos tras su espalda en un gesto estudiado, alzó la vista hacia el cielo. Marjorie observó otro repentino cambio en él; su expresión se hizo remota, como si estuviera examinando algún persistente enigma interior. Siguió mirando hacia arriba, como si no se diera cuenta del excesivo silencio que se había formado entre ellos. Allá arriba, vio Marjorie, un avión trazó un arco, la luz verde de la cola destellando, y notó una sensación curiosa e inquietante. El vapor despedido por sus chorros se abrió, un frío color plata en un cielo de pizarra.
—Creo que lo más difícil de comprender —dijo Greg, empezando a hablar como si estuviera dictando mentalmente un artículo— es por qué las partículas viajando más rápido que la luz tienen algo que ver con el tiempo.
—Sí, eso es. John siempre habla de eso, diciendo un montón de cosas incomprensibles acerca de receptores y focalizadores.
—La miopía de un hombre que tiene que conseguir que esa maldita cosa funcione realmente. Comprensible. Bien mirado, ¿recuerda usted lo que demostró Einstein hace un siglo… que la luz era una especie de límite de velocidad?
—Sí.
—Bien, la descripción automática y popular de la relatividad es… —aquí arqueó sus cejas, como para hacer visible su desdén acerca de la siguiente frase— que «todo es relativo». Una afirmación que no significa nada, por supuesto. Un resumen mejor es que no hay observadores privilegiados en el universo.
—¿Ni siquiera los físicos son privilegiados?
Greg sonrió ante la pulla.
—Especialmente los físicos, puesto que nosotros sabemos de qué se trata. El asunto es que Einstein mostró que dos personas yendo la una al encuentro de la otra no pueden ponerse de acuerdo sobre dos acontecimientos que se produzcan al mismo tiempo. Ello es debido a que la luz necesita un tiempo finito para viajar desde los acontecimientos hasta las dos personas, y ese tiempo es distinto para cada una de ellas. Puedo demostrarle eso con algunas matemáticas sencillas…
—Oh, no hace falta, de veras —se echó a reír Marjorie.
—De acuerdo. Esto es una fiesta, después de todo. El asunto es que su esposo está yendo aquí detrás de un pez grande. Su experimento con los taquiones lleva las ideas de Einstein un paso más allá, en un cierto sentido. El descubrimiento de partículas viajando más rápidas que la luz significa que esos dos observadores que se están moviendo tampoco se pondrán de acuerdo acerca de cuál de los dos acontecimientos llegó primero. Es decir, el sentido del tiempo resulta también embrollado.
—Pero seguramente esto es tan sólo una dificultad de comunicación. Un problema con el haz de taquiones y todo eso.
—No, absolutamente falso. Es fundamental. Mire, la «barrera de la luz», como era llamada, nos mantenía en un universo que poseía un sentido desordenado de lo que es simultáneo. ¡Pero al menos podíamos decir en qué sentido fluía el tiempo! Ahora ni siquiera eso podemos hacer.
—¿Usando esas partículas? —dijo Marjorie dubitativamente.
—Sí. Raramente se producen de forma natural, creemos, de modo que no hemos visto antes sus efectos. Pero ahora…
—¿No sería más excitante construir una espacionave a taquiones? ¿Ir a las estrellas?
Él agitó fuertemente la cabeza.
—En absoluto. Todo lo que John puede crear son haces de partículas, no objetos sólidos. De todos modos, ¿cómo viajaría usted en una espacionave que se moviera más rápido que la luz? La idea en sí es un absurdo. No, el auténtico impacto aquí es la transmisión de señales, un campo completamente nuevo dentro de la física. Y yo… yo tengo la suerte de estar metido en ello.
Instintivamente, Marjorie adelantó su mano y palmeó el brazo del hombre, sintiendo una oleada de tranquila alegría ante aquella última frase. Era bueno ver a alguien totalmente comprometido con algo más allá de sí mismo, especialmente en esos días. John era igual que él, por supuesto, pero con John era algo distinto. Sus emociones estaban encapsuladas por una obsesión con la maquinaria y con alguna turbulencia interna, casi una desafiante irritación ante el universo por guardar sus secretos. Quizás ésa fuera la diferencia entre meramente pensar acerca de los experimentos, como hacía Greg, y tener realmente que ver con ellos. Podía ser difícil creer en serenas bellezas matemáticas cuando uno tenía las manos sucias.
James se les acercó.
—Greg, ¿tienes alguna información acerca del clima político de Washington? Estaba preguntándome…
Marjorie vio que el momento de comunicación entre ella y Greg se había roto, de modo que se apartó, observando la geometría de sus huéspedes. James y Greg discutían ya de política. Greg cambió inmediatamente de engranajes conversacionales. Rápidamente tomaron partido acerca de las incesantes huelgas, echando la mayor parte de la culpa sobre el Consejo de Sindicatos de Comercio. James preguntó cuándo iba a abrir de nuevo el gobierno americano el mercado de valores. John estaba flotando por ahí, sin objetivo fijo. Qué extraño, pensó Marjorie, que un hombre se sintiera tan incómodo en su propia casa. Se dio cuenta, por el fruncimiento de sus cejas, que estaba dudando acerca de si unirse o no a los dos hombres. No sabía nada del mercado de valores y casi lo despreciaba como si fuera una forma de juego. Suspiró y sintió piedad por él.
—John, ven y échame una mano, ¿quieres? Voy a poner el primer plato en la mesa.
Él se volvió, aliviado, y la siguió al interior de la casa. Ella echó un vistazo al paté moteado de gris y adornó los platos con rizos de zanahoria y lechuga del huerto. John la ayudó a preparar los moldes de mantequilla y las tostadas Melba hechas con pan horneado en casa. Luego abrió algunas botellas de vino hecho en casa.
Marjorie se introdujo entre los retazos de conversación, conduciendo a sus invitados con gentiles invitaciones a la mesa. Se sentía casi como un perro ovejero, volviendo sobre sus pasos para insistir a aquellos que habían llegado a un punto interesante en su conversación y se habían retrasado en el jardín. Hubo murmurados comentarios de apreciación ante la mesa, adornada con flores del jardín y velas individuales hábilmente dispuestas dentro de las servilletas dobladas. Los organizó alrededor de la mesa, Jan cerca de James ya que parecían entenderse perfectamente, Greg se sentó junto a Heather; ella pareció un poco nerviosa ante ese detalle.
—Marjorie, eres una maravilla —declaró Heather—. Este paté es delicioso… y este pan es horneado en casa, ¿no? ¿Cómo te las arreglas, con el racionamiento de energía y todo lo demás?
—Dios, sí. Es terrible, ¿no? —exclamó Greg—. Quiero decir el racionamiento de energía —añadió rápidamente—. El paté es excelente. Buen pan, también. Pero tener electricidad únicamente cuatro horas al día… increíble. No comprendo como la gente puede vivir así.
Y la mesa se desencadenó en una serie de comentarios: «Es una medida experimental, hay que comprenderlo»… «¿Crees que durará?»… «Demasiadas desigualdades»… «Las fábricas siguen teniendo energía, por supuesto»… «Los horarios de trabajo se han visto alterados»… «Aquellos que están enfermos, los viejos excéntricos como nosotros»… «Los pobres no se preocupan por ello, ¿verdad?»… «Mientras puedan abrir una lata de judías y una cerveza»… «Los ricos que poseen todos los aparatos eléctricos que»… «Es por eso que va a ser fulminantemente cesado»… «Yo sencillamente lo hago todo a la vez, pongo la lavadora y paso el aspirador y»… «Entre las diez y las doce del mediodía y durante las horas nocturnas»… «El mes próximo será peor, cuando cambie de nuevo el horario»… «La Anglia Oriental está siguiendo el mismo esquema que los Midlans, de doce a dos y de ocho a diez»…
—¿Cuánto tiempo pasará antes de que la Anglia Oriental vuelva de nuevo al esquema de seis a ocho? —intervino John—. Al menos es un buen horario para tener invitados.
—No hasta noviembre —respondió Marjorie—. El mes de la coronación.
—Oh, sí —murmuró Greg—. Danzando en la húmeda oscuridad.
—Bueno, puede que hagan una excepción —dijo Heather, algo amilanada por el sarcástico tono de Greg.
—¿Cómo?
—No cortando la energía. A fin de que la gente de todo el país pueda ver la ceremonia.
—Sí —dijo Marjorie—. Londres no necesitará siquiera un suplemento de energía para ponerlo todo en marcha. Si pensamos en ello, una coronación es un acontecimiento completamente ecológico.
—Al decir «ecológico» quieres dar a entender «virtuoso», ¿no? —preguntó Greg.
—Bueeeno —Marjorie dejó arrastrar la palabra mientras intentaba juzgar qué era exactamente lo que quería decir Greg—. Sé que es un mal empleo de la palabra, pero realmente, en la coronación, siempre se utilizan carrozas tiradas por caballos, y la abadía está iluminada con velas. Y no necesitarán calefacción, con todas aquellas personas con sus ropas recubiertas de pieles.
—Sí, me gustaría verlo —dijo Jan—. Todo tan lleno de colorido.
—Siempre preocupados por el interés público, los pares —afirmó James juiciosamente—. Han sido de una gran ayuda al gobierno. Acelerando la legislación y todo lo demás.
—Oh, sí —sonrió Greg—. Harán todo lo que sea por los trabajadores, excepto convertirse en uno de ellos.
A un coro de risitas de asentimiento, Heather añadió:
—Bueno, sí, todo el mundo prefiere hablar antes que trabajar. Los pares simplemente llenan el aire con sus discursos.
—Y por lo que he visto, viceversa —respondió Greg.
El rostro de James se puso rígido. Marjorie recordó de pronto que tenía un influyente familiar en la Cámara de los Lores. Se puso rápidamente en pie y murmuró algo acerca de ir a buscar el pollo. Mientras se iba, Markham inició una frase acerca del punto de vista americano sobre el partido de la oposición, y la tensa boca de James se distendió. Un extremo de la mesa se centró en los dardos políticos de Greg, y en el otro James preguntó:
—Aún resulta extraño decir «el rey», después de toda una vida diciendo «la reina», ¿no?
Marjorie regresó con un gran recipiente de pollo a la crema con verduras tiernas y arroz pilaff. Unos murmullos apreciativos dieron la bienvenida a la aromática vaharada cuando ella alzó la tapa. Mientras servía el pollo, la conversación se fragmentó, James y Greg hablando de las leyes laborales, los demás hablando de la inminente coronación. La reina Isabel había abdicado a favor de su hijo mayor en las últimas Navidades, y él había elegido ser coronado el día de su cincuenta aniversario, en noviembre.
John había ido a buscar más vino, esta vez un blanco también hecho en casa.
—Creo que es un terrible derroche de dinero —declaró Heather—. Hay tantas cosas mejores en las que podríamos gastar nuestro dinero antes que en una coronación. ¿Qué hay acerca del cáncer, por ejemplo? Las estadísticas son aterradoras. Uno de cada cuatro, ¿no es así? —Se calló de pronto.
Marjorie sabía la causa, y sin embargo le pareció carente de sentido eludirla. Se inclinó hacia delante.
—¿Cómo está tu madre?
Heather no vaciló en seguir la conversación; Marjorie se dio cuenta de que necesitaba hablar de ello.
—Mamá sigue bien, teniendo en cuenta todos los aspectos. Quiero decir, se está deteriorando, por supuesto, pero realmente parece haberlo aceptado. Estaba terriblemente asustada de que tuvieran que drogarla al final, ya sabes.
—¿No va a ser así? —preguntó John.
—No, los doctores dicen que no. Ha salido un nuevo tipo de anestésico electrónico.
—Simplemente actúa sobre los centros superficiales del cerebro —añadió James—. Bloquea la percepción del dolor. Mucho menos arriesgado que los anestésicos químicos.
—Y menos adictivo también, supongo —dijo Greg.
Heather parpadeó.
—No había pensado en eso. ¿Puede uno volverse adicto?
—Quizá no, si simplemente eliminan el dolor —dijo Jan—. ¿Pero y si descubren una forma de estimular también los centros del placer?
—Ya la han descubierto —murmuró Greg.
—¿De veras? —dijo Marjorie—. ¿La están utilizando también?
—No se atreven. —James dijo aquello con aire definitivo.
—Bueno, en cualquier caso —prosiguió Heather—, todo eso ya no influye para nada en mamá. Los doctores no tienen ni idea de cómo detener el cáncer que tiene.
Antes de que el interés se centrara en los detalles del pronóstico, Marjorie se apresuró a hablar de otros temas.
Cuando sonó el teléfono, contestó John. Una voz chillona se identificó como Peterson.
—Deseaba hacérselo saber antes de marcharme esta noche —dijo—. Estoy en Londres; la reunión del Consejo Europeo acaba de terminar. Creo que he conseguido lo que necesitan ustedes, o al menos parte de ello.
—Espléndido —dijo John rápidamente—. Maravilloso.
—Digo «parte», porque no estoy seguro de que los americanos vayan a enviar todo lo que necesitan ustedes. Dicen que tienen en mente otros usos. Usos distintos a ese asunto de los taquiones, quiero decir.
—¿Podría conseguir yo una lista de lo que tienen?
—Estoy trabajando en ello. Escuche. Tengo que colgar. Solamente deseaba que usted lo supiera.
—De acuerdo. Estupendo. ¡Ah, y gracias!
La noticia cambió el ambiente de la velada. Heather y James no sabían nada del experimento de John, de modo que hubo que explicar mucho antes de que pudieran comprender la importancia de la llamada telefónica. Renfrew y Markham se turnaron explicando la idea básica, evitando cuidadosamente la parte más complicada de las transformaciones de Lorentz y cómo los taquiones podían propagarse hacia atrás en el tiempo; para intentarlo hubieran necesitado una pizarra. Marjorie entró procedente de la cocina, secándose las manos en un delantal. Las voces de los hombres eran enérgicas, resonando en el pequeño comedor. La luz de las velas bañaba los rostros en torno a la mesa con un pálido resplandor amarillo. Las mujeres hablaban con crecientes inflexiones, preguntando.
—Parece extraño pensar en la gente del pasado de una como en algo real —dijo Marjorie distantemente. Las cabezas se volvieron hacia ella—. Es decir, imaginarla como personas vivas y susceptibles de ser cambiadas de alguna forma…
Los reunidos permanecieron en silencio por un momento. Varios de ellos fruncieron el ceño. La forma de Marjorie de plantear el problema los había pillado desequilibrados. A menudo aquella noche habían hablado de las cosas cambiando en el futuro. Imaginar el pasado tan vivo también, una cosa viva y maleable…
El momento pasó, y Marjorie volvió a la cocina. Regresó no con uno sino con tres postres. Cuando los depositó sobre la mesa, el plato fuerte —un merengue a base de frambuesas tempranas y crema batida— creó la oleada de ahs que había anticipado. Al cabo de un momento siguió con moldes de mousse de fresas y un gran bol de cristal con bizcocho borracho al jerez cuidadosamente decorado.
—Marjorie, eres realmente extraordinaria —protestó James.
John se sentó y radió orgullo silenciosamente mientras sus huéspedes cantaban alabanzas a su esposa. Incluso Jan se sirvió dos veces, aunque rechazó el bizcocho borracho.
—Creo —comentó Greg— que los dulces deben ser el sustituto inglés para el sexo. Después de los postres, los invitados se trasladaron cerca de la chimenea, mientras Greg y John retiraban los platos de postre. Marjorie sintió una cálida relajación por todo su cuerpo mientras preparaba el servicio de té. La habitación se había enfriado a medida que se acentuaba la oscuridad; añadió un pequeño y resplandeciente hornillo a vela para calentar las tazas. El fuego de la chimenea chisporroteó y arrojó una chispa naranja sobre la gastada moqueta.
—Sé que se supone que el café es malo para ustedes, pero debo decir que es lo que va mejor con los licores —observó Marjorie—. ¿Alguien quiere un poco? Tenemos Drambuie, Cointreau y Grand Marnier. No caseros.
Sintió una relajada sensación de la tarea bien terminada ahora que la comida había llegado a su final. Sus deberes terminaban tendiendo las tazas. Fuera empezaba a alzarse el viento. Las cortinas estaban abiertas y pudo ver las silueteadas ramas de los pinos agitarse al otro lado de las ventanas. La sala de estar era un oasis de luz, paz y estabilidad.
Como si estuviera leyendo sus pensamientos, Jan observó suavemente:
—¿Al pie del reloj de la iglesia a las tres menos diez? ¿Y queda todavía un poco de miel para el té?
Todos ellos exageraban, pensó Marjorie, especialmente la prensa. La historia estaba formada por una serie de crisis, después de todo, y hasta ahora todos ellos habían sobrevivido. John se preocupaba por todo aquello, se daba cuenta, pero realmente las cosas tampoco habían cambiado tanto.