23

Gregory Markham se sorprendió cuando Peterson apareció en el laboratorio, avanzando decidido por entre los callejones de equipo electrónico. Tras los saludos habituales, Greg dijo:

—Imaginé que no tendría usted mucho tiempo en estos días para esfuerzos secundarios como éste. Peterson miró a su alrededor.

—Estaba por aquí. Vi a Renfrew hace algunos días y luego he estado muy ocupado. Deseaba hablar con usted y ver a esa nueva mujer, Wickham.

—Oh, respecto a eso: no veo la necesidad de que yo tenga que ir a Estados Unidos precisamente ahora. Hay aquí…

El rostro de Peterson se endureció.

—Lo he arreglado todo con la FNC y Brookhaven. He hecho todo lo posible desde mi lado. Pensé que no tendría ninguna objeción en ir allá para ayudar a Renfrew.

—Bueno, no la tengo, pero…

—Estupendo. Le veré en el avión mañana, tal como estaba previsto.

—Tengo un montón de interesante trabajo teórico que hacer aquí, cosas que trajo Cathy…

—Llévelo con usted.

Markham suspiró. Peterson no era el tipo de administrador despreocupado popular en Estados Unidos, abierto a todo tipo de sugerencias incluso después de haber sido tomada una decisión.

—Bien, eso retrasará un poco las cosas, pero…

—¿Dónde está Wickham?

—Oh, por ahí viene. Llegó ayer, y John aún está mostrándole las cosas.

Una mujer delgada, más bien huesuda, se les acercó.

—Acabamos de terminar la visita —le dijo a Markham—. Muy impresionante. Creo que no le conozco —prosiguió, volviendo sus enormes ojos marrones hacia Peterson.

—No, pero yo he oído hablar de usted. Ian Peterson.

—Así que es usted el tipo que me trajo hasta aquí a la fuerza.

—Más o menos. Se la necesita aquí.

—También se me necesitaba en Pasadena —dijo ella hoscamente—. Debe de haber puesto usted fuego bajo los culos de alguna gente muy importante.

—Deseaba saber algo más acerca de esos taquiones de los sub-universos y todo lo demás.

—Parece que está acostumbrado usted a conseguir muy aprisa lo que desea.

—A veces —murmuró gentilmente Peterson.

—Bien, Greg y John me han informado de lo que está ocurriendo aquí, y pienso que ese ruido tal vez pueda tener, esto, un origen cosmológico. Quizá microuniversos, quizá distantes galaxias Seyfert en nuestro propio universo. Es difícil de decir. Los núcleos de los quásares no pueden producir tanto ruido, eso es seguro. Los datos que se recogen en el Caltech y en el Kitt Peak parecen sugerir que hay una gran cantidad de materia negra en nuestro propio universo. La suficiente como para implicar que tal vez existan microuniversos.

—¿La suficiente como para cerrar nuestra geometría? —intervino Greg—. Quiero decir, ¿por encima de la densidad crítica?

—Es posible. —Dirigiéndose a Peterson, añadió—: Si la densidad de la materia negra es lo suficientemente alta, nuestro universo se colapsará finalmente sobre sí mismo. Un universo cíclico y todo lo demás.

—Entonces, ¿no hay ninguna forma de evitar el ruido en el experimento de Renfrew? —preguntó Peterson.

—Probablemente no. Es un problema serio para John, que está intentando enfocar un haz pese a toda la emisión espontánea que este ruido de taquiones está causando. Pero eso no presenta ningún problema para 1963 o para ningún otro sitio. Ellos simplemente están recibiendo; eso es mucho más fácil.

Peterson murmuró una respuesta neutra para cortar la conversación, y dijo que tenía que efectuar algunas llamadas. Se marchó rápidamente, con aspecto más bien distraído.

—Un tipo curioso —dijo Cathy.

Markham se reclinó en la consola del ordenador.

—Es el hombre que abre la caja registradora. Hay que mantenerlo contento.

Ella sonrió.

—Estoy sorprendida de que hayan conseguido ustedes fondos para todo esto… —Hizo un gesto con la mano. Sus ojos se clavaron en él, estudiando su rostro—. ¿Cree realmente que puede cambiar el pasado?

—Bueno —dijo Markham reflexivamente—, creo que Renfrew empezó simplemente buscando fondos para experimentación. Ya sabe, poniéndole un poco de glaseado a un pastel que en realidad es fundamental e «inútil». Nunca esperé que funcionara. Yo también pensé que era simplemente una buena experimentación en física pero nada más, y ambos nos vimos sorprendidos por el interés de Peterson. Ahora estoy empezando a pensar que John estaba empeñado en ello desde el principio. Mire, usted ha visto las ecuaciones. Si un experimento no produce un lazo causal, es admitido. Es decir, abierto y cerrado.

Cathy se sentó en una silla de laboratorio y se echó hacia atrás, poniendo sus pies sobre la consola. Su piel parecía extraordinariamente fina y tensa en torno a sus pómulos, seca y apergaminada, arrugada por el sol y por el cansancio. Unas profundas sombras trazaban semicírculos bajo sus ojos.

—Sí, pero esos experimentos de recalentamiento que efectuaron ustedes primero… Eso fue algo sencillo. Pero cuando se implica a gente, sin embargo…

—Está usted pensando de nuevo en paradojas —dijo Markham amablemente—. La presencia de gente en el experimento introduce el libre albedrío, y eso conduce al problema de quién es el observador en este experimento de pseudomecánica cuántica, y así.

—Aja.

—Y este experimento funciona. Recuerde el mensaje para Peterson en el banco.

—Sí. Pero enviar todo eso acerca del océano… ¿qué ocurrirá si tienen éxito? ¿Nos despertaremos un día y la floración habrá desaparecido?

—Estamos pensando de nuevo en términos de paradojas. Se está apartando usted del experimento. Como el buen viejo observador clásico. Mire, las cosas no tienen por qué ser causales, únicamente necesitan ser autoconsistentes.

Ella suspiró.

—No sé lo que dicen las nuevas ecuaciones de campo al respecto. Aquí hay un ejemplar de mi artículo sobre las soluciones emparejadas, quizás ustedes…

—¿Combinando supersimetría mecánico cuántica y relatividad general? ¿Con taquiones incluidos?

—Aja.

—Hey, eso vale la pena verlo. —Los ojos de Markham se iluminaron.

—Todavía hay un montón de antiguas características en estas ecuaciones. Eso al menos puedo asegurarlo, cada acontecimiento mecánico cuántico, es decir implicando taquiones en un lazo productor de paradojas, sigue conduciendo a una especie de dispersión en una familia de acontecimientos-probabilidades.

—Una especie de oleaje entre pasado y futuro. El interruptor de la luz suspendido entre «encendido» y «apagado».

—Sí.

—De modo que seguimos teniendo predilecciones probabilísticas. No seguridades.

—Creo que sí. O al menos, el formalismo que se ocupa de ello. Pero hay algo más… Aún no he tenido tiempo de ponerlo en claro.

—Si dispusiéramos de tiempo para pensar… —Markham se inclinó perplejo sobre las páginas de ecuaciones nítidamente impresas—. Interpretar esto es lo más difícil. Las matemáticas son tan nuevas…

—Sí, y le juro que hubiera deseado que ese tipo Peterson no me hubiera arrancado del Caltech. Thorne y yo estábamos a punto de… —Alzó bruscamente la cabeza—. Dígame, ¿cómo supo Peterson de mí? ¿Usted se lo dijo?

—No. Ni siquiera sabía que estuviera usted trabajando en esto.

—Hummm. —Entrecerró los ojos, luego se alzó de hombros—. Tiene bastante poder, eso puede asegurarlo. Parece un típico presuntuoso inglés.

Markham pareció incómodo.

—Bueno, no creo…

—De acuerdo, de acuerdo, échele la culpa al cambio de horario. El avión estaba abarrotado. Jesús, ¿por qué no pudo Peterson esperar una semana o así?

Markham vio a Peterson surgir de donde estaba trabajando Renfrew, y le hizo una seña a Cathy. Ella adoptó una expresión neutra ligeramente cómica. Markham esperó que Peterson no se diera cuenta de ello.

—Acabo de hablar con mi gente —dijo Peterson, clavando los pulgares en su chaleco mientras se acercaba—. Les había pedido que investigaran a la gente que estaba trabajando en resonancia nuclear en Columbia, Moscú y La Jolla en 1963. Biografías y todo eso.

—Sí, es una comprobación obvia, ¿verdad? —dijo Markham—. Hay que confiar en Ian para ir un poco más allá de toda esta física y probar algo más sencillo.

—Hummm. —Peterson miró a Markham, las cejas microscópicamente alzadas—. Mi gente no dispone de mucho tiempo, con todo lo que está pasando. No han encontrado nada importante, como artículos en revistas científicas. Hallaron algo acerca de «resonancia espontánea» que nunca volvió a aparecer, una pista falsa seguramente, pero nada acerca de taquiones o mensajes. Uno de mis chicos encontró una cosa en el New Scientist acerca de mensajes procedentes del espacio, sin embargo, y a un tipo dedicado a la resonancia nuclear, alguien llamado Bernstein, mezclado en ello. Hay una referencia a una aparición por televisión, junto con un tipo especializado en vida en el universo.

—¿Puede su gente hurgar algo más en eso? —preguntó Cathy.

—Quizá. Se perdió mucha cosa en el accidente nuclear del Central Park, me han dicho. Los archivos de las cadenas de televisión estaban en Manhattan. Y los programas de noticias no se guardan en copias múltiples más allá de treinta y cinco años. He puesto a una mujer a investigar esto, pero sir Martin ha venido con ese programa urgente y… —se interrumpió de pronto.

—¿Cree usted que fue ese Bernstein quien dejó aquella nota en el banco? —preguntó Markham.

—Posiblemente. Pero si ése es todo el efecto que han tenido los haces de Renfrew, la información acerca del océano no consiguió llegar.

Markham agitó la cabeza.

—Ha utilizado usted un tiempo verbal erróneo. Podemos seguir transmitiendo; si un mensaje llegó, otros pueden también.

—De nuevo el libre albedrío —dijo Cathy.

—Sí, pero la partida puede interrumpirse en cualquier momento —dijo Peterson con suavidad—. Mire, tengo que ir a Cambridge a arreglar unos asuntos. ¿Podría hacerme un resumen de su trabajo, Cathy, antes de que me vaya?

Ella asintió. Markham dijo:

—Renfrew va a dar una pequeña fiesta esta noche. Tiene intención de invitarle, tengo entendido.

—Bueno… —Peterson miró a Cathy—. Intentaré volver. No tengo que estar necesariamente en Londres hasta mañana.

Él y Cathy Wickham fueron a la pequeña oficina de Renfrew, para utilizar la pizarra. Markham los observó hablar a través del cristal transparente de la puerta. Peterson parecía cautivado por la física de los taquiones, y había olvidado completamente su supuesta utilidad. Las dos figuras se movían de un lado para otro ante la pizarra, Cathy haciendo diagramas y símbolos con rápidos rasgueos de su tiza. Peterson los estudiaba, frunciendo el ceño. Parecía estarla observando más a ella que a la pizarra.