María se queda sola con Eduardo muerto
Cuando Eduardo se dejó caer, muerto, en ella se abrió un vacío; un largo escalofrío recorrió su cuerpo y la elevó como a un ángel. Sus senos desnudos se erguían en un altar de ensueño, en el que se consumía su percepción de lo irremediable. Allí estaba, de pie junto al muerto, ausente, más allá de sí misma, en un éxtasis lento, abrumado. Aun consciente de su desesperación, hacía caso omiso de su desespero. Eduardo, al morir, le había suplicado que se desnudara.
¡No había podido hacerlo a tiempo! Allí seguía, desgreñada: sólo su pecho había emergido del vestido desgarrado.