María mea encima del conde
—Tengo miedo —dijo María—. Pareces un mojón.
El conde no contestó. Pedro le agarró la polla.
En efecto, seguía impasible, como un mojón.
—Vete —le dijo María—, de lo contrario te meo encima…
Subió a la mesa y se acuclilló.
—Me haría usted feliz —contestó el monstruo.
Su cuello no tenía flexibilidad alguna: cuando hablaba, sólo se le movía el mentón.
María meo.
Pedro se la meneaba vigorosamente al conde, cuyo rostro recibió el primer chorro de orina.
El conde rugió, y la orina lo inundó. Pedro se la meneaba como si jodiera, y la polla escupió la leche en el chaleco. El enano bramaba con pequeños estertores que lo sacudían de la cabeza a los pies.