María besa en la boca a la posadera

María se sintió iluminada, helada, pero vaciaba sin medida, vaciaba su vida por la alcantarilla.

Un impotente deseo la mantenía en tensión: le habría gustado descargar el vientre. Imaginó el pavor de los demás. Nada ya la separaba de Eduardo.

El coño y el culo desnudos: el olor a culo y a coño mojados liberaba su corazón, y la lengua de Pedro, que la mojaba, le sabía al frío del muerto.

Ebria de alcohol y lágrimas, aun sin llanto, aspiraba ese frío con la boca abierta: atrajo hacia sí la cabeza de la posadera, abriendo a la carie el voluptuoso abismo de sus labios.