EL CRISTO
DE LA LUZ
I.
La arquitectura árabe española se encuentra representada en Toledo por un gran número de edificios, en su mayor parte religiosos.
Estos, erigidos ya por los sectarios del profeta durante el largo período de su dominacion ya por los israelitas ó los valientes reconquistadores de la en un tiempo capital de la monarquía goda, ofrecen larga materia de observacion al artista, al par que descubren un horizonte vastísimo al estudió del historiador y el arqueólogo.
En efecto; nada mas original y caprichoso que los infinitos detalles de esas incomprensibles creaciones del arte muzlímico, toledano, maravillosas mas que por la grandeza y magnitud de su conjunto, por la gallardía y novedad de las partes que las componen y enriquecen; nada mas interesante que la narracion de sus orígenes, páginas fecundas en datos históricos relativos, ora á la condicion social y á los trastornos políticos de los siglos que por medio de ellas manifestaron sus pensamientos.
Desgraciadamente, como ya antes que nosotros han dicho algunos literatos al ocuparse de este asunto, nuestros mayores han mirado hasta ahora con desdén cuanto produjo ese pueblo conquistador, á cuya imaginacion poderosa tanto deben la poesia, las artes y las ciencias.
La lucha de ocho siglos que con él sostuvo nuestra península, dejó en el pecho de los reconquistadores profundas raíces de odio hacia esa raza enemiga y gigante que palmo á palmo les disputó el fruto de sus victorias, y solo merced al transcurso de los tiempos se han modificado de una manera sensible las ideas críticas respecto á las producciones de su civilizacion reconociéndose unánimente como un bien la saludable y regeneradora influencia de su paso por nuestra patria.
D. José Amador de los Ríos, y con él otros escritores, que como ya dijimos, lamentan con amargura el desprecio manifestado aun por las personas eruditas hacia los preciosos restos de la dominacion árabe, aducen una multitud de ejemplos que confirman sus palabras: entre otros, el primero recuerda oportunamente que el docto jesuíta Mariana, en su Historia general de España, se deja llevar de las preocupaciones y las antipatías de su época, hasta el punto de apellidar canalla á un pueblo cuyo esplendor, cultura y heroísmo nadie pudo apreciar en lo que valian, como el cronista que recorrió tan escrupulosamente los sangrientos y gloriosos anales de las luchas de la cruz y la media luna.
Este sentimiento de repulsion natural en ambas razas unido á las diferentes creencias, bases de la constitucion de sus sociedades y por lo tanto de sus costumbres y sus aspiraciones no fué el solo móvil del deplorable abandono en que se dejó el importantísimo análisis de su arte y de su historia: el delirio de regeneracion clásica que asi en el terreno de las ideas como en el de las cosas trajo el Renacimiento, completó por decirlo así, la obra de las preocupaciones, y fué sin duda alguna causa de la obscuridad en que yacia este estudio hasta fines del último siglo.
Muy diferente es el prisma bajo el cual nosotros debemos examinar estas cuestiones: desvanecidos ya los temores que pudo causar á nuestra religion el engrandecimiento de los infieles, mitigado ese afán por el exclusivo estudio de la arquitectura clásica ó la de los distintos géneros que en ella tuvieron su cuna, y colocados, gracias á la saludable reaccion artística de nuestra época, en un terreno neutral para todos los estilos; los restos que la dominacion sarracena ha dejado en nuestra nacion no deben aparecer á la luz de la filosofía y de la historia mas que como los mudos despojos del cadáver de una raza poderosa; despojos preciosísimos que es necesario conservar cuidadosamente, á fin de poder mesurar por medio de su análisis el coloso á que el poder de nuestra religion y el esfuerzo de nuestros mayores humillaron.
Y no se crea que al hacer justicia á los sectarios de Mahoma y al pintar con vivos colores el engrandecimiento y la civilizacion de la sociedad que constituyeron, puede en materia alguna menoscabarse la gloria y el brillante renombre de nuestra Iglesia, su eterna y franca enemiga, no; porque tanto mas poderoso es el vencido tantos mas laureles conquista el vencedor, y tanto mas grandes y temibles fueron los adoradores de la media luna, tanto mas palpable y divina aparece á nuestros ojos la proteccion del cielo, escudo fortísimo de la cruz que al cabo se hizo un santuario de sus mezquitas y tremoló al viento sobre la corona de almenas de sus baluartes.
Estas razones son las que han tenido presentes cuantos se han dedicado con infatigable diligencia al estudio de que se trata, y animados por esta misma idea hemos acogido con entusiasmo el pensamiento de trazar, aunque en bosquejo, el cuadro de las graduaciones de la arquitectura árabe que los monumentos muzlímicos de Toledo desplegan á los ojos del observador.
Cuán ardua y difícil es la tarea que emprendemos, por las observaciones que mas arriba dejamos expuestas se comprende. A pesar de la luz que cada dia arrojan sobre el caos de la tradicion las pesquisas de los arqueólogos, la meditacion de los escritores y el detenido examen de los artistas, la historia crítica de sus adelantos, y con ella la de su estilo arquitectónico permanecen sumidas en una oscuridad profunda, que solo guiados por la esperanza y la fé, recorren á tientas los amantes de las glorias de nuestra nación.
Algo se ha hecho, no obstante: el primero, el mas difícil de los pasos se ha dado; el terreno es inseguro, pero con perseverancia y resolucion tocaremos algún dia la meta á que los estudios filosófico-artísticos se han propuesto llegar entre nosotros.
La Historia de los templos de España, por la índole éspecial de su pensamiento, no es la obra llamada á desenvolver analíticamente estos obscuros problemas del arte arábigo; la multitud de distintos estudios que en ella se aglomeran y que le dan, por decirlo así, un carácter enciclopédico, harán de sus páginas un inmenso museo, propio para mostrar en conjunto, y como en un vasto panorama, todas las mas notables producciones de los diferentes estilos arquitectónicos en que abunda nuestra patria. En esta galería, el árabe se encontrará colocado en el importante lugar que le corresponde, aunque siempre teniendo presente que en el discurso de la narracion, las cuestiones de arte se hallan obligadas á dejar un espacio digno á la historia eclesiástica y política, razon poderosa por la que, sin pecar de ligereza en este asunto, pondremos un empeño particular en ser concisos.
Apuntadas estas ligeras observacíones preliminares, y á fin de facilitar la inteligencia de nuestros artículos posteriores pasaremos á trazar en algunos rasgos el nacimiento y desarrollo de la arquitectura árabe-española, marcando los diferentes períodos en que se divide y los detalles por medio de los que estos se dan á conocer, y que en cierto modo caracterizan cada una de sus épocas.
Llevando en una mano el Corán y en la otra la espada, los hijos de Ismael habian ya recorrido una gran parte del mundo. Merced á la sangrienta predicacion de estos guerreros apóstoles del falso Profeta, el Oriente comenzaba á constituirse en un gran pueblo, y el Asia y el Africa se unian por medio del lazo de las creencias y el fanatismo santificado con el sello de las victorias, cuando la traicion abrió nuestra península á las huestes de Tarif y la monarquía gótica cayó derrocada en las orillas del Guadalete con su último rey.
Acostumbrados á vencer, los árabes no tardaron mucho en posesionarse de casi todo el reino. Como á sus conquistas no cabe algún género de duda que presidia un gran pensamiento; el exterminio no siguió de cerca á sus victorias, las ventajosas condiciones con que aceptaron la rendicion de un gran número de ciudades, los privilegios en el goce de los cuales dejaron á los cristianos, prueban claramente que antes trataban de consolidar que destruir, y que al emprender sus aventuradas expediciones no les impulsaba solo una sed de combates sin fruto y de triunfos efímeros. La historia de los grandes conquistadores de todas las épocas, ofrece muy raros ejemplos de estas elevadas máximas de sabiduría, puestas en accion por los árabes en la larga carrera de sus victorias.
Dueños, pues, de casi toda la península Ibérica, y calmada la sed de luchas y de dominio que agitó el espíritu guerrero de aquellas razas ardientes, salidas de entre las abrasadoras arenas del desierto, las diversas ideas de civilizacion y adelanto, rico botín de la inteligencia que habian recogido en su marcha triunfal á través de las antiguas naciones, comenzaron á fundirse en su imaginacion en un solo pensamiento regenerador.
Hasta entonces el árabe, fiel á las tradiciones de su vida nómada, no habia encontrado un momento de reposo. Primeramente puso su movible tienda ya al pié de una palmera del desierto, ya en la falda de una colina; despues se hace conquistador, y derramándose por el mundo, hoy sestea en el Cairo, á la tarde duerme en el Africa y al amanecer levanta su campamento y lo sorprende el sol con el nuevo dia en Europa.
Pero el momento de recoger el fruto de sus conquistas, la hora de recibir el precio de su sangre, tan pródigamente derramada, habia llegado.
Sus leyes, y con ellas sus costumbres, comenzaron á dulcificarse y á tomar una índole propia; el círculo de sus aspiraciones y sus necesidades se hizo mayor, y la sociedad que comenzaban á constituir puso el pié en la senda del progreso á que la llamaban su grandeza y su poder.
Como es de presumir, el arte no existia aun entre los sectarios de Mahoma, pero el desarrollo de la nueva religion lo comenzaba á hacer una necesidad. Y decimos una necesidad, porque es digna de ser observada la influencia que las creencias religiosas ejercen sobre la imaginacion de los pueblos que crean un nuevo estilo. Recórrase, siquiera ligeramente, la historia moral, por decirlo así, de todos los países y no se podrá por menos de conceder á esta influencia, la gloria de haber dado á cada una de las naciones que civilizó, unas costumbres en perfecta afinidad con sus necesidades y una arquitectura original en maravillosa armonía con su culto.
Los adoradores de Isis, los sacerdotes de sus terribles misterios, despues de poblar sus altares de locas é incomprensibles concepciones, crearon el arte egipcio con sus esfinges monstruosas, sus gigantescas pirámides y oscuros geroglíficos. El pensamiento de un mundo viril y grande se halla grabado con caractéres indelebles en los colosos del desierto.
La India, con su atmósfera de fuego, su vejetacion poderosa y sus imaginaciones ardientes, alimentadas por una religion, toda maravillas y mitos emblemáticos, ahuecó los montes para tallar en su seno las subterráneas pagodas de sus dioses.
La extraña y salvaje poesia de los vehdas parece que toma formas y vive, cuando á la moribunda luz que se abre paso á través de las grutas sagradas, se ven desfilar, confundiéndose entre las sombras de sus muros, las silenciosas procesiones de monstruosos elefantes, guiados por esos deformes genios que desplegan sus triples miembros en semicírculo, como las plumas de un quitasol.
La Grecia coronó de flores sus divinidades, les prestó el ideal de la belleza humana, y las colocó sobre altares risueños levantados á la sombra de edificios que respiraban sencillez y majestad.
Basta examinar sus templos, ricos de armonía y de luz; basta hacerse cargo de la matemática euritmia de sus construcciones, para comprender á aquella sociedad que sujetó la idea á la forma, que tiranizó la libre imaginacion por medio de los preceptos del arte.
La arquitectura árabe parece la hija del sueño de un creyente, dormido despues de una batalla á la sombra de una palmera. Sólo la religion que con tan brillantes colores pinta las huríes del paraíso y sus embriagadoras delicias, pudo reunir las confusas ideas de mil diferentes estilos y entretejerlos en la forma de un encaje. Sus gentiles creaciones, no son mas que una hermosa página del libro de su legislador poeta, escrita con alabastro y estuco en las paredes de una mezquita ó en las tarbeas de una aljama.
La religion del Crucificado tradujo el apocalipsis y las fantásticas visiones de los eremitas. La luz y las sombras, la sencilla parábola y el oscuro misterio se dan la mano en ese poema místico del sacerdote, interpretado por el arte, al que la Edad Media prestó sus severas y meláncolicas tintas.
Ni Roma ni Bizanzio tuvieron una arquítectura absolutamente original y completa; sus obras fueron modificaciones, no creaciones, porque como dejamos dicho, solo una nueva religion puede crear una nueva sociedad, y solo en ésta hay poder de imaginacion suficiente á concebir un nuevo arte. Roma no fué mas que el espíritu de la Grecia encarnado en un gran pueblo, y Bizanzio el cadáver galvanizado del imperio, eslabon que en la cadena de los siglos unió por algunos instantes el mundo que desaparecia con el que se levantaba.
He aquí porque dijimos que derrocada en nuestra península la raza del Norte por la del Oriente, el desarrollo de la religion habia hecho del desarrollo del arte una necesidad. El secreto impulso que lo empujaba á su destino, existia, pues, en la conciencia del genio ismaelita, pero aun se encontraba muy distante del término de su carrera, por lo que en sus primeros pasos se limitó á satisfacer sus necesidades por medio de la imitación.
En este punto, como fácilmente se comprende, comenzó la primera época de las tres principales en que puede dividirse la historia de la arquitectura muzlímica toledana.
Esta que á su vez puede dividirse en dos períodos, uno de imitacion y otro de lucha entre la idea original y la influencia extraña de los diferentes géneros arquitectónicos que se amalgamaron entre sí para crear el nuevo estilo, duró en Toledo casi tanto tiempo, cuanto permaneció esta ciudad en poder de los infieles.
Pocas son las muestras que nos quedan hoy de estos dos períodos, pues habiendo desaparecido la grande aljama ó alcázar de los reyes moros como asimismo su mezquita mayor, sobre los cimientos de la cual Fernando el Santo levantó la Iglesia Primada, sus obras de mayor importancia y por lo tanto las mas dignas de estudio, por lo completamente que debieron caracterizar la época que tratamos de dar á conocer, se hallan fuera del alcance de nuestra crítica.
Sin embargo, basta examinar la antigua mezquita que es hoy capilla del Cristo de la Luz, la Iglesia de Santa Maria la Blanca, la de San Román y algunos otros restos de la arquitectura de los árabes toledanos, para poder señalar, hasta cierto punto con exactitud, los caractéres que la distinguen.
Obsérvanse pues en ella, restos de las construcciones góticas[27], como capiteles y fustes de columnas, empleados en las fábricas, que, para atender á sus primeras necesidades, erigieron los sectarios de Mahoma despues de conquistada la ciudad.
La forma de los templos, guarda por lo regular bastante analogía con la de las Basílicas cristianas, hallándose compartidas en naves como éstas y comenzando en la cabecera algunas veces con ábside.
Los arcos que soportan las techumbres de las naves son redondos ó de herradura, observándose asimismo, hasta en las construcciones mas primitivas, el empleo de los arcos dúplices en la ornamentacion de los muros.
Los fustes de las columnas que sostienen las arquerías de estos edificios, son unas veces de mármol y otras de ladrillo y argamasa; pero siempre gruesos y pesados. La forma octógona, que en algunos de ellos se observa, es uno de los caractéres distintivos de este período. Los arabescos ó adornos del gusto árabe, con que embellecian sus obras, son escasos toscos y casi siempre imitacion ó copia adulterada de los adornos, propios de los órdenes de arquitectura que habian visto al pasar triunfadores de los pueblos que amarraron á su yugo. En los capiteles imitan las formas griegas, aunque modificándolas mas ó menos segun el capricho de sus autores; en la ornamentacion, el Bizantino es uno de los géneros que presta con mas abundancia sus caprichosos adornos al arte de los muzlimes.
El segundo período de esta grande época de nacimiento y desarrollo de las ideas originales y propias del pueblo Ismaelita, se desenvolvió en Toledo cuando á principios del siglo XI Abu Mohammad Ismael ben Dz'en—non fundó la dinastía de los Beni Dz'en—non, erigiendo á esta ciudad en capital del reino nuevamente constituido.
A este tiempo perteneció sin duda la ornamentacion de la mezquita mayor y la grande aljama, edificios que, como de otros muchos de la misma edad, solo nos quedan vagas y confusas tradiciones unidas á alguno que otro fragmento.
Obsérvase sin embargo que en esta segunda mitad de la creacion de su arte, los alarifes mahometanos, en la lucha empeñada entre su inspiracion y la influencia de otros estilos, llevan una considerable ventaja.
Las al-haracas ó adornos de follajes con que cubren los capiteles de sus columnas, la archivolta de sus arcos ó los entrepaños de sus muros, las adarajas ó acerías de sus orlas, y el menudo almocárabe que sirve de fondo á su ornamentacion, comienzan ya á determinarse y á tomar un carácter propio. Nótase este adelanto muy particularmente en los edificios árabes de este tiempo que aun existen en varios puntos de España. En Toledo, como ya dejamos dicho, son pocos los ejemplares que de estos dos períodos y especialmente de este último, se conservan.
La segunda época; la época de virilidad y esplendor de este género maravilloso y delicado, comenzó á florecer en la ciudad imperial despues que D. Alfonso la reconquistó del poder de los musulmanes. Los alarifes andaluces que habian estudiado en la Alhambra y en el Alcázar de Sevilla, magníficos edificios en que el genio oriental desplegó todo el lujo de su imaginacion inagotable, se desparramaron en este tiempo por la península y llevaron las nuevas ideas al seno de las ciudades reconquistadas, en las que, asi los árabes que aun permanecian en ellas, como los cristianos y los judíos que en gran número se encontraban en las grandes poblaciones, usaron casi exclusivamente por espacio de dos ó tres siglos de esta arquitectura, ya para sus palacios, ya para sus templos y fábricas de utilidad común.
Imposible seria el querer describir con palabras la brillante metamorfosis que en esta edad experimentó el arte que hemos visto en los siglos anteriores seguir tímidamente el sendero de la imitacion, ensayando con pobreza y miedo alguna que otra idea original. Sus formas groseras y pesadas han adquirido una esbeltez y una gallardía admirables; sus arcos, compuestos de mil y mil líneas atrevidas y nuevas se sostienen sobre columnas tan frágiles que no se concibe que pudieran soportar los muros, si estos á su vez no fuesen calados y ligeros como el rostrillo de encaje de una castellana; las geométricas combinaciones de sus lacerías se complican y enredan entre sí de un modo inconcebible, y cada capitel, cada faja, cada detalle, en fin, de estas magníficas creaciones, son á su vez una obra artística maravillosa, en la que otros detalles secundarios aparecen á los ojos del observador y lo asombran por su delicadeza, su novedad y su número.
La iglesia del Tránsito, antigua sinagoga, la ornamentacion de Santa Maria la Blanca, los restos del alcázar del rey D. Pedro, la casa de Mesa y otros muchos edificios, ya religiosos, ya profanos, representan dignamente en la capital de Castilla la Vieja este período de esplendor y grandeza de la arquitectura arábiga, cuyos rasgos mas característicos son los que á continuacion expresamos:
El empleo de ojivas túmido-conopiales, ya simples, ya incluidas en arcos de herradura ó estalactíticos.
El uso, cada vez mas frecuente, de dobles ajimeces, sostenidos por parteluces esbeltísimos y cuajados de ornamentacion y figuras geométricas.
Arcos de diversas formas en los que se combinan de mil maneras estrañas porciones de círculo, que dibujan las archivoltas y perfilan los vanos.
Arcos trazados por líneas rectas combinadas con porciones de círculo.
Pechinas de dobles y triples hileras de bovedillas apiñadas, las que también se usaron en algunos edificios del género ojival construidos en épocas posteriores, como en San Juan de los Reyes.
Sustitucion en las leyendas que adornan los muros de los caractéres cúficos, usados en la primera época por los neskhi de forma mas ligera y gallarda.
Adornos en la ornamentacion completamente originales y propios del arte arábigo, los que aun cuando guardan alguna remota idea de los bizantinos, ya se han hecho mas ricos y elegantes.
Artesonados cuajados de lujosos detalles.
Lacerías combinadas de cierto modo, que les da alguna semejanza con las tracerías del estilo ojival.
Uso, casi general, de aliceres ó anchas fajas de azulejos brillantes de infinitos colores y formas, adornando las zonas inferiores de las tarbeas ó salones.
Sustitucion de las hojas agudas y entrelargas, propias de la ornamentacion de otros estilos, con las de parra, roble y otras de parecido dibujo, las que relevándose sobre fondos de ataurique y combinándose entre sí forman á veces dobles postas.
Estos caractéres, unidos á la delicadeza y perfeccion con que se encuentran egecutados todos los detalles, dan á conocer este período á primera vista.
La tercera época, la época de decadencia, no tiene, por decirlo así, una fisonomía propia.
Se hace notar por la falta de lujo y de riqueza en sus obras, por el abandono de aquella prodigalidad de ornamentacion que caracterizó á esta arquitectura en su período de gloria, y por la adulteracion de algunas de las partes de que se compone.
El estilo ojival, que cada dia adelantaba un poco mas en la senda de la perfeccion, comenzó á oscurecer y á poner en olvido el arte arábigo, el cual no obstante prolongó su existencia, aunque trabajosamente, hasta mediados del siglo XVI, en que el Renacimiento destronó á un tiempo á los dos géneros, representantes el uno de la religion cristiana y el otro de la islamita.
II.
Bosquejados, aunque ligeramente, el carácter de la arquitectura muzlímica y los distintos períodos de su marcha progresiva en el sendero que la condujo á la perfeccion entre los árabes españoles, vamos á trazar la historia de uno de sus monumentos, cuya importancia, ya se le examine como historiador, ya como artista, merece fijar la atencion de los hombres pensadores y estudiosos.
La primera palabra de una maravillosa escuela arquitectónica; un recuerdo histórico, encarnado en un edificio material, he aquí lo que representa á nuestros ojos la ermita del Cristo de la Luz, he aquí los gloriosos títulos que aduce en su favor para ocupar un puesto distinguido en el orden de estas monografías.
Refiere la tradicion, y los historiadores mas dignos de crédito confirman, que el 25 de mayo del año de 1085, dia en que segun mas adelante dejamos referidos, fué entregada esta ciudad por los árabes al invicto D. Alfonso, cuando el cristiano Rey penetró triunfante en Toledo, como lo hiciera, segun las opiniones mas autorizadas, por la antigua puerta de Visagra y la de Valmardon, conocida hoy con el nombre de Arco del Cristo de la Luz, al encontrar el Santuario cuya historia nos ocupa, detuvo su comitiva delante de su humilde umbral, y apeándose de su corcel, penetró en el templo, consagrando asi con la oracion una victoria cuyo fruto de antemano ofreciera al Altísimo.
D. Bernardo, Abad de Sahagún, posteriormente electo Arzobispo de Toledo, celebró el Santo Sacrificio de la Misa á presencia del piadoso Monarca y de su guerrera corte, y terminada que fué la ceremonia religiosa, el mismo Soberano dejó en la capilla su escudo, en testimonio de la fé que le animaba, y como recuerdo de tan memorable día.
Varias son las tradiciones que sobre este suceso se conservan y con mayor ó menor autoridad se repiten. En el lugar que á esta parte de la narracion destinamos, encontrarán nuestros lectores todo lo que sobre este asunto se ha dicho, lo cual no transcribimos aquí por cuanto su contesto no afecta la sustancia del hecho histórico, que por otra parte nadie ha puesto aun en duda. Solo sí haremos observar, que fundándose en uno solo de estos milagrosos relatos, el vulgo comenzó á llamar á esta Iglesia, del Cristo de la Luz, á pesar de que en los escritos antiguos se la conoce por del Cristo de la Cruz y Vírgen de la Luz, nombre que tomó de las imágenes que con esta advocacion se veneran en sus altares desde tiempos muy remotos.
La costumbre, sancionando al fin el uso común, ha dado á esta efigie del Redentor el nombre de Cristo de la Luz, con el que la señalamos en el encabezamiento del presente artículo.
El suceso que acabamos de referir, es el primero que de una manera indudable revela en la historia la existencia de este templo; algunos cronistas, sin embargo, hacen remontar la época de su fundacion al reinado de Atanagildo, Monarca que ocupó el trono á mediados del siglo VI, y que erigió las parroquias de Santa Justa y Santa Eulalia.
Aun cuando esta asercion no se encuentra suficientemente comprobada, y los documentos en que sus autores se apoyan no son dignos del mayor crédito, por su dudosa autentidad, nosotros nos inclinamos desde luego á admitirla, fundándonos para hacerlo asi en conjeturas, las que no por tener el carácter de supositivas, dejan de pesar en la balanza de la razon y el criterio.
Sabido es, aun por los menos versados en los estudios arqueológicos de nuestro país, que asi los árabes en su rápida invasion, como los cristianos en su esforzada y trabajosa reconquista, siguieron casi invariablenente la costumbre de utilizar los edificios consagrados al culto de los vencidos, para las ceremonias de su propia religion, ya introduciendo en ellos las modificaciones que exigia su nuevo destino, ya reedificándolos de un todo, segun su estilo ó su nueva forma de construir.
Una gran parte de los hoy existentes, se levantan en el mismo lugar en que se asegura haberse hallado en épocas remotísimas templos dedicados al culto de las divinidades del paganismo, sobre cuyos escombros se erigieron mas tarde Basílicas góticas, despues mezquitas árabes y Catedrales cristianas por último.
En nuestro juicio la ermita del Cristo de la Luz es uno de esos monumentos destinados á reflejar el espíritu de las generaciones á través de las edades, modificándose en su estructura, pero conservando siempre la idea religiosa, carácter que al nacer le imprimieron sus primitivos erectores.
Sea esta fundacion obra del Monarca Atanagildo, segun unos opinan, ó débase á la piedad de algún olvidado personaje cuyo nombre se ha perdido con su generación; lo que nos parece fuera de toda duda, es que el Santuario se elevó durante el período de esplendor de la raza goda.
La historia, aunque de una manera vaga, confirma esta sospecha, y mas de una prueba material viene en el terreno del arte á dar crédito á la opinion emitida.
En efecto, despues de examinar detenidamente los cuatro capitales que coronan las columnas aisladas sobre los que vuelan los arcos del cuerpo principal de las naves, no se puede por menos de conceder que pertenecen á la época á que nos referimos.
Como verán nuestros lectores mas adelante, luego que entremos en la descripcion artística de la fábrica actual, las formas de estos capiteles, sus detalles toscos y groseros, el género especialísimo de su ornamentacion, todo se encuentra conforme con los caractéres que distinguen á la arquitectura goda en el período en que la dimos á conocer al ocuparnos de la Basílica de Santa Leocadia.
Esto, que de ningún modo prueba que la fábrica hoy existente sea en alguna de sus partes erigida en tan remota época, induce por lo menos á creer, y no sin fundamento, que efectivamente existió allí un Santuario godo, sobre las ruinas del cual, y aprovechando sus fragmentos, los árabes construyeron segun su costumbre una mezquita.
Los grandes y macizos arcos de herradura que forman las naves de ésta, su planta, que afecta en sus proporciones y distribucion la forma de las Basílicas cristianas, y el empleo de capiteles y fustes de columnas, al parecer pertenecientes á edificios anteriores á su invasion, revelan desde luego que la metamorfosis de este templo tuvo lugar durante el primer período del arte mahometano.
En la introduccion qué precede á esta monografía sentamos ya como un hecho indudable que este período abrazó cerca de dos siglos, esto es, desde el octavo en que tuvo lugar la invasion sarracena, al décimo en que ya comenzó á ser original la arquitectura entre los dominadores de nuestra Península.
Conquistada Toledo á los infieles, el suceso de que dejamos hecha mencion al comenzar este artículo, y en memoria del cual dejó don Alfonso su escudo pendiente de los muros del Santuario, dió á este mayor importancia de la que ya por su antigüedad respetable merecia de los conquistadores.
Teniendo esto en cuenta, como igualmente el ruinoso estado en que se encontraba su fábrica, una de las primeras diligencias del Arzobispo D. Bernardo al ocupar la Sede, fué el repararlo y hacerle las adiciones indispensables para su nuevo destino.
Gran parte de los escritores que se han ocupado de este asunto, creen que entonces se levantó de un todo el edificio objeto del presente estudio.
Nosotros, por el contrario, creemos que solo se reparó y modificó su forma, añadiéndole la capilla ó cabecera y acaso los dos cuerpos que sustentan las cúpulas, pero conservando siempre la disposicion de la planta y los robustos arcos de herradura sobre que estriba toda la máquina arquitectónica del monumento.
La forma, la solidez y la traza de esta parte de fábrica, deben pues clasificarse entre los caractéres que sirven como de un sello propio á las construcciones primitivas del estilo árabe.
Restaurada en esta forma la ermita quedó sujeta á la jurisdiccion del citado Arzobispo D. Bernardo, el cual se encargó al mismo tiempo de mantener con sus rentas propias el culto que en ella se daba á la venerada efigie de nuestro Redentor que le presta nombre.
Muerto el Prelado, uno de sus sucesores á los que pasó el patronato, la cedió á beneficio de los Caballeros de San Juan de Jerusalén, á instancias, segun algunos, del Rey D. Alfonso VIII, á quien los nobles, pertenecientes á esta orden, habian hecho un señalado servicio en sus campañas contra infieles.
Varias fueron las condiciones con que los Caballeros recibieron la ermita de manos del Rey: entre otras que constan en el documento original, que con fecha 29 de Junio de 1186 se conserva en el archivo de la Catedral Primada solo citaremos las que tienden á restringir algunas atribuciones parroquiales de que anteriormente disfrutaba, como son la de no tener feligreses ni percibir diezmos, primicias ó prestaciones de este género: celebrar las fiestas y los oficios divinos en voz baja y á puerta cerrada; guardar estrictamente los entredichos, y otras muchas que por mas comunes y de menor importancia omitimos.
Ya en poder de los Caballeros Sanjuanistas, permaneció en este estado, hasta que andando algún tiempo fué agregada á la Encomienda del Viso de la misma orden.
No falta quien asegura que en la época en que ocupó el Gran Cardenal Mendoza la silla de Toledo, esta iglesia volvió á ser patrocinada por el Arzobispado; mas esta opinion se funda en las restauraciones que á expensas del Cardenal y por particular devocion suya se le hizo en el último tercio del siglo XV.
El Cristo de la Luz, se mantuvo, pues, bajo patrocinio de la ínclita orden á que la cediera D. Gonzalo Pérez, sucesor de D. Bernardo, hasta hace poco en que por muerte del último Comendador del Viso, los bienes y diezmos pertenecientes á la Encomienda pasaron á formar parte de los de la Nacion como los de otras muchas fundaciones piadosas del mismo género.
La Comision Provincial de Monumentos históricos y artísticos es hoy la encargada de la custodia del Cristo de la Luz.
Nadie mejor que los individuos que componen su ilustrada Junta sabrá atender en lo sucesivo á la conservacion de un monumento, que ya por recordar un hecho histórico de grande importancia, ya por ser una de las primeras muestras de una arquitectura, que tan maravillosos edificios ha dejado en nuestro suelo, como por abrigar en su seno una imagen objeto de mil y mil piadosas tradiciones, atraerá siempre sobre sí la admiracion y el respeto de los inteligentes y cristianos.
III.
Como la mayor parte de los monumentos arábigos que ofrecen ancho campo al estudio en la ciudad de los Césares, el que hemos querido dar á conocer á nuestros lectores, y que es objeto de esta monografía, es mas digno de llamar la atencion por el lugar que en la historia del arte ocupa, que por su magnitud y suntuosidad.
En efecto, nada mas sencillo y humilde que el exterior de este Santuario, que segun el genio particular de la arquitectura muzlímica, apenas deja adivinar la distribucion de sus partes, la solidez y la armonía de la disposicion interior de su fábrica.
La planta de ésta, que es cuadrilonga, se halla situada de Norte á mediodía, y el paralelogramo que dibuja se encuentra cortado á su mitad por un delgado lienzo de muro que, extendiéndose de Oriente á Poniente, divide en dos partes cuadradas é iguales el cuerpo general del edificio.
De estas dos partes, la que cae al Sur, forma las naves y es la primitiva construccion sarracena, perteneciente á la época de transicion de este género.
La otra, situada al Norte, y que desde luego se conoce fué agregada para comodidad del culto en una de las modificaciones que ha sufrido la mezquita, es la que verdaderamente constituye la capilla, cuya cabecera ó ábside afecta la línea circular.
Conocido el plano, y la relacion que guardan entre sí las partes que lo trazan, vamos á dar á conocer el cuerpo del edificio.
El primero de los compartimientos en que se divide su interior, y que es el que se ofrece en nuestra lámina, consta de veinticuatro pies cuadrados, y lo componen doce magníficos arcos de herradura, que despues de subdividirlo en nueve espacios iguales, apoyan cuatro de sus recaidas sobre igual número de gruesas columnas chatas y aisladas, y las restantes en los muros que sirven de cerramiento.
Por encima de los arcos, y como á distancia de una vara, corre una imposta sobre la que se eleva un segundo cuerpo, liso como el de la zona inferior, pero en el que se ven perforados en cada uno de sus frentes un agimez. Estos, que por un capricho del alarife, están cortados por la mitad, y pudiera decirse que carecen de jambas, y solo conservan la parte superior que constituye la línea curva desde su arranque, son angrelados, componiéndose ya dé tres partes de círculo, ya de seis, segun el lugar en que se encuentran.
Por cima de este segundo cuerpo otra faja ó imposta sustenta las cupulillas, que en igual número que los espacios cuadrados en que se dividen las naves les sirven de cerramiento superior ó cubierta.
Estas cupulillas, por las que cruzan á manera de nervios, hermosas fajas resaltadas de estuco, son iguales en la totalidad de la forma, diferenciándose entre sí por la diversa combinacion de los resaltos.
Como se ve por la ligera descripcion que dejamos hecha de esta mitad mas antigua del templo, los espacios en que sus naves la comparten al cruzarse entre sí, son conformes en la dimension y el ornato.
Solamente el comprendido entre las columnas aisladas, que se agrupan al centro de la nave principal, se diferencia del resto de los que con él forman armonía. Este consta de tres cuerpos. En dos, de los cuatro frentes del segundo, se abre un agimez que consta de un arco de herradura gemelo, cuyas recaidas unidas sostiene una columna pequeña; en los dos restantes se observan otros tantos arquitos angrelados, por cima de los cuales se extiende alrededor de los muros otra imposta de molduras que sostiene la tercera zona sobre la que vuela una cúpula ochavada.
El último cuerpo, que consta de ocho frentes, contiene en cada uno de sus lienzos de muro un arco de herradura perforado sumamente sencillo, y presenta á la vista un conjunto airoso y agradable.
La bóveda con que remata todo se halla subdividida en cascos, por fajas resaltadas de estuco, que, combinándose de una manera caprichosa, guardan bastante semejanza con las que mas tarde embellecieron los edificios del género ojival.
La mitad de la fábrica situada al Norte, en la que se ve el retablo donde se venera el Cristo de la Luz, y que se conoce haber sido agregada en tiempos de D. Bernardo, consta de veinticinco pies de largo por veintidós de ancho, teniendo la circunferencia del ábside diez y nueve.
Dos bóvedas mayores que las ya descritas, la una redonda y la otra afectando la forma semicircular de la cabecera de la iglesia, cubren los espacios en que se comparte la capilla, sobre el arco de entrada de la cual se encuentra colocado el escudo de D. Alfonso de que hicimos mencion en la reseña histórica.
Este es de madera pintada de color rojo, y tiene en medio una cruz blanca.
En una tablilla colocada por bajo de este antiguo recuerdo se halla la siguiente leyenda:
ESTE ES EL ESCUDO QUE DEJÓ EN ESTA ERMITA EL REY D. ALFONSO VI CUANDO GANÓ A TOLEDO Y SE DIJO AQUI LA PRIMERA MISA.
Ni en el retablo del altar, ni en toda la Iglesia hay objeto alguno que considerado artísticamente merezca llamar la atencion de las personas entendidas.
Son dignos, sin embargo, de ser estudiados los cuatro capiteles de que ya hemos hecho mencion, y los cuales parecen pertenecer á la misma época que los que del jardin de la Basílica de Santa Leocadia se trasladaron al hospital de Santa Cruz, segun se dijo en la historia del Cristo de la Vega.
El señalado con el número 2 en la cromolitografía que representa diversos CAPITELES de los edificios de Toledo, es uno de los pertenecientes á la ermita del Cristo de la Luz. La desproporcion de las partes que lo componen, la pesadez de su ornamentacion, que apenas guarda una idea remota de los capiteles romanos, de los cuales sus autores tomaron la idea, desfigurándola á su capricho, todo viene á corroborar la opinion que de ellos hemos formado.
Los compañeros de este capitel constan: el uno de tres hileras de hojas subientes toscamente diseñadas y en extremo sencillas; el otro de una serie de bovedillas cuadradas á manera de casetones, colocada sobre una especie de toro ó molduron con cintas; y el restante, cuyo tablero es ochavado, imita la sencillez del orden Toscano, aunque ni sus molduras ni su proporcion están conformes con las reglas de este orden.
El exterior de la Iglesia no tiene notable mas que el ábside, que como toda la fábrica, es de ladrillo fino, y está adornado de una serie de arcos ornamentales de ojiva túmida, pero ya casi destruidos por las injurias de los años.
IV.
Aunque en el relato de los sucesos que han contribuido á hacer famosa la ermita del Cristo de la Luz, omitiésemos toda la parte tradicional, que por no hallarse suficientemente autorizada podria parecer agena de la gravedad y la pureza de la historia, no por eso negaremos un lugar en nuestro artículo á las creencias populares que la tradicion repite de boca en boca y que la sencilla fé siente y cree.
Antes al contrario; nosotros pensamos que la tradicion es al edificio lo que el perfume á la flor, lo que el espíritu al cuerpo, una parte inmaterial que se desprende de él, y que dando nombre y carácter á sus muros les presta encanto y poesia.
No siempre hemos de venir con los pergaminos en la mano, pidiendo una fecha ó una autoridad para creer; dejemos alguna vez que el alma se arrebate en alas de la fé y crea por esa intuicion misteriosa que la ilumina cuando ávida de sentimientos grandes, traspasa los umbrales santificados por el sello de los siglos y pide á las generaciones que se hundieron en el polvo, sucesos maravillosos y extraordinarios que la hagan olvidarse por un momento de la prosáica realidad de nuestra existencia.
En el reducido Santuario, objeto de estas páginas, es acaso en el que con mas exactitud puede el poeta aquilatar el inmenso tesoro de imaginacion y poesía que el pueblo ha amontonado, como una ofrenda de fé ante las aras de su Dios.
Nosotros en la imposibilidad de hacer una detallada relacion de todas estas piadosas tradiciones, trascribimos con el mayor gusto á nuestras páginas la que hemos encontrado escrita en el muro de la Iglesia, y que es con la que daremos fin á nuestra tarea.
NOTICIA BREVE, ANTIGUA Y AUTORIZADA POR DIFERENTES AUTORES, DE LOS MILAGROS Y PRODIGIOS QUE HAN OBRADO EL SANTÍSIMO CRISTO DE LA CRUZ Y NUESTRA SEÑORA DE LA LUZ, QUE SE VENERAN EN SU ERMITA EXTRAMUROS DE LA IMPERIAL CIUDAD DE TOLEDO.
«En el año de quinientos y cincuenta y cinco, reinando en España el glorioso Rey godo Atanagildo, sucedió en esta ermita que dos judíos, cuyos nombres eran Sacao y Abisain, viniendo de su huerta de Campo Rey (que hoy nuestro hispanismo llama Huerta del Rey) pasando por esta ermita, y viéndola sola, hallando tiempo oportuno á su intento, por el rencor que tiene el judaismo con Cristo Señor Nuestro se determinaron ¡oh bárbara obstinación! á ultrajar su verdadero retrato que estaba en el altar mayor (que es del cedro que ellos trajeron de Jerusalén para la sinagoga, que la tenian donde está hoy Santa Maria la Blanca), y asi lo hicieron, dándole un bote en un costado con un dardo que traian, á cuyo golpe cayó la milagrosa imagen en el suelo derramando copiosos raudales de sangre, con cuyo prodigio quedaron los judíos llenos de pavor y espanto, aunque no arrepentidos, pues le cogieron y le arrastraron hasta la puerta de dicha ermita, y viendo que la divina imagen no cesaba de derramar sangre, se le metió uno de los judíos debajo de su tabardo ó capote, y le llevó á la plazuela de Valdecaleros, donde vivia, y soterró en un establo al que no cabe en los cielos. Acudieron los cristianos á venerar la divina imagen, y no hallándola, fué su desconsuelo grande; pero hallaron el remedio en la sangre de este Santísimo Cristo, pues cuando le llevaba el judío debajo de su capote iba derramando sangre por la calle, por cuyo rastro lo siguieron los cristianos, entrando en casa del judío, y no hallándole se volvian afligidos, cuando este Santísimo Cristo se les apareció en pié en el establo corriendo de su santísima herida sangre. Vino el Rey Atanagildo á ver tan portentoso prodigio, y admirado de la maldad del judío, mandó que fuesen los dos apedreados: corto castigo á tan obstinada maldad. Volvió el Rey este Santísimo Cristo á su templo con una procesion muy solemne, recogiendo la sangre que derramó esta divina imagen en unas ampollas, la cual tocando á ciegos daba vista, á mancos brazos, á cojos pies, á muertos vida, y á todos consuelo y remedio Obraron estas divinas imágenes de allí adelante muchos milagros, como los continúan hoy, con lo cual crecia la envidia de los judíos, pues veian que cuantos llegabán á tocar esta divina imagen quedaban sanos de cualquiera enfermedad. Y para que esta devocion se extinguiese, le pusieron á este Santísimo Cristo veneno en el pie, para que asi que llegasen á besar quedasen muertos; pero en el que es vida eterna, no tiene lugar (sin su voluntad) la muerte: al llegar una mujer pecadora á besar el pié de este divino Señor, Su Majestad (gran milagro) apartó el píe, rehusando que la mujer le besase, quedando desclavado, como hoy se ve patentement.—No pararon aquí los milagros de esta divina imagen, pues que en la pérdida de España, cuando la perdió el Rey D. Rodrigo, que fué el año tercero de su reinado, y de setecíentos catorce del nacimiento de nuestro Salvador, temerosos los cristianos de los árabes y judíos no ultrajasen á estas divinas imágenes del Santísimo Cristo de la Cruz y Vírgen de la Luz, las escondieron en unos nichos que están á mano derecha de dicha ermita, dejando una lámpara encendida con panilla de aceite. Fué Dios servido que el Rey D. Alfonso el Santo ganase á Toledo el dia de San Urbano á veinticinco de mayo de mil ochenta y tres. Entró en Toledo acompañado de la nobleza de España, y viniendo el Cid Ruiz Diaz á su lado, entrando por la puerta Aguileña, que está frontera de la Iglesia del Santísimo Cristo, el caballo del Cid se arrodilló delante de la Iglesia, y desmontando, abrieron las paredes, y al son de música del cielo, vieron (prodigioso caso) al Santísimo Cristo de la Cruz y Vírgen de la Luz, con la lámpara encendida, dando luz á los que lo son del Cielo y la tierra, la cual estuvo ardiendo con una panilla de aceite todo el tiempo que estas divinas imágenes estuvieron ocultas, que fueron trescientos y setenta y nueve años. Entró S. M. á orar las divinas imágenes, y mandó que el Arzobispo dijera en esta Santa Casa la primera misa, y dejó, como David, el alfange en el templo. S. M. el escudo de la Santa Cruz con que alcanzó la victoria. Son autores de esta verdad Flavio Dextro, San Majanio y el Arzobispo Don Rodrigo en la pérdida de España.»
FIN DEL CRISTO DE LA LUZ