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«Cuanto más poder se tiene, más peligroso es el abuso.»

 

EDMUND BURKE

 

 

Concluyó otra semana entre sesiones fotográficas para diferentes marcas y reportajes para conocidas revistas de moda. Brian estaba tratando de no desaprovechar nada de lo que le salía; ya había reunido todos los requisitos para los préstamos del restaurante y ya se los habían otorgado. Todo parecía marchar viento en popa.

Estaba llegando de noche a casa de Alexa cuando sonó su móvil. Miró la pantalla y de inmediato exhaló un resoplido antes de contestar a través del manos libre.

—Hola, Geraldine.

—Brian, tienes que venir. Tu padre no quería que te avisara, pero está en el hospital. Ha sufrido un infarto.

—Cálmate, mamá. ¿Cómo está papá?

—Le están haciendo pruebas. Yo ahora no estoy con él. Me han hecho salir. Ven, Brian. Te necesitamos aquí. Estoy sola porque Becca ha tenido que irse a resolver unos asuntos en Londres. ¿Avisas tú a tu hermana o la aviso yo?

—Yo me encargo. Voy lo más pronto que pueda.

Aparcó su coche y quedó pensando en la situación: quería a su padre a pesar de todo y de las diferencias que pudieran existir entre ellos, y no deseaba que le pasara nada malo.

Entró en el apartamento de Alexa y ella le gritó desde el baño.

—¡Estoy duchándome!

Un profundo silencio inundó la casa. Brian se dejó caer en el sofá y se cogió la cabeza con las manos; luego, con movimientos inconscientes, se dirigió al baño.

—¿Me has oído? ¡Estoy aquí! —volvió a gritar Alexa.

—Sí, te he oído.

Ella corrió la mampara de la ducha para verlo. Había notado algo extraño en su voz.

—¿Qué pasa, Brian? No tienes buena pinta.

—Acabo de hablar con mi madre. Mi padre ha sufrido un infarto.

—Oh, cuánto lo siento. ¿Cómo está? —terminó de enjuagarse rápidamente.

—Solo sé eso. Le estaban haciendo pruebas en el momento en que mi madre me llamó.

Alexa cerró el grifo rápidamente. Cogió una toalla, que enroscó en su cuerpo, y Brian, de inmediato y como un poseso, se acercó hasta ella para fundirse entre sus brazos.

Alexa lo recibió en su cobijo y le acarició la espalda. Su chico estaba sumamente acongojado y la necesitaba.

—No quiero que le pase nada.

—Lo sé. Sé cómo te sientes. Debes calmarte. Tu padre es joven y seguramente superará este escollo.

—Tengo que avisar a mi hermana.

—Mejor avisa a Noah. Tal vez la noticia pueda afectar a su embarazo; deja que él lo haga.

—Sí, creo que tienes razón.

—Déjame secarme y ya estoy contigo.

Alexa apareció en la sala vestida con un vaquero desteñido y una camiseta de tirantes.

—¿Has hablado?

—Sí, Noah ha pedido su avión privado y se encarga de hablar con Olivia. En cuanto sepa a qué hora viajamos, nos llamará para que vayamos al aeropuerto. Ahora estoy intentado hablar con mi madre y me atiende directamente el contestador; lo mismo con el móvil de mi padre.

—Tranquilízate. Todo debe de estar bien, sino tu madre ya te hubiera llamado.

—Mierda, Geraldine. ¿Qué coño le pasa a tu móvil? ¿Por qué no me atiendes? —gritó mientras volvía a intentar comunicarse.

—Cálmate, Brian. Sé cómo te sientes; sé que cada minuto que pasa parece una eternidad.

—Él y yo no nos hemos llevado bien, pero es mi padre y lo quiero.

—No tienes que justificar conmigo tus sentimientos; de hecho, me enfadaría mucho saber que no los tienes. Y no hables en pasado. Te lo prohíbo.

 

 

—Necesito encender mi móvil, Benjamin.

—Pero, ¿es que no lo entiendes? Déjalo así. Necesitamos jugar con la desesperación de Brian.

—Está bien. Haré una llamada desde aquí antes de irme. Están esperándome mis amigas.

—Que te diviertas. Yo también tengo que hacer. No creo que lleguen hasta la madrugada, pero por si acaso no vengas muy tarde. No tardes más de dos horas y no enciendas tu móvil.

—No lo haré. Ya lo he entendido. Podríamos haber esperado a mañana para hacer esto. No entiendo por qué te has empecinado que justo tenía que ser hoy; yo tengo un compromiso y ahora no podré disfrutar de él porque deberé estar mirando el reloj cada dos por tres.

—Deja de quejarte, Geraldine, y vete de una vez. Así no pierdes más tiempo.

—Por cierto, me he olvidado de comentarte: hoy he querido retirar dinero de un cajero y me ha dicho que mi límite diario estaba superado. Creo que pediré cambiar la tarjeta. Últimamente estoy teniendo varios problemas con ella.

—El problema no es la tarjeta sino tú, que no tienes límite en tus compras.

—Con mi dinero hago lo que me da la gana.

—Pues, querida mía, tu dinero ya no existiría si yo no lo hubiera sabido multiplicar.

—Adiós, Benjamin. Se me está haciendo tarde y no tengo ganas de oír tu perorata del yo. Me aburres con eso. Deja de quejarte que ese usufructo que dejó mi padre fue muy favorable para ti y me lo debes a mí. Así que no sé quién debe más en esta sociedad conyugal que tenemos.

—¿No haces la llamada que ibas a hacer?

—No.

En menos de treinta minutos Geraldine Mayer estuvo en el estacionamiento del St. Regis Bal Harbour Resort, donde tenía reservada la Suite Junior. Subió hasta la habitación y allí encendió el móvil por unos instantes para enviar un mensaje y luego volvió a apagarlo.

Escudriñó rápidamente en el lugar. Reforzó su perfume y su carmín y luego salió al balcón para aspirar un poco de aire fresco.

El sonido de los nudillos chocando contra la puerta se hizo patente, por lo que Geraldine abandonó la vista de la noche en Bal Harbour para ir a abrir. Antes, se arregló el cabello y el escote, y, caminando con sensualidad, abrió la puerta.

—Hola —dijo él mientras la estudiaba de punta a punta. Geraldine era una mujer incluso mayor que su madre, pero debía reconocer que se mantenía en muy buena forma.

—Pasa, Randy —consiguió decir ella claramente afectada por su mirada.

 

 

Randy Fisher vivía en el campus del Broward College, donde estudiaba la carrera de administración de hoteles. Si bien era poseedor de una beca, la ayuda que podían brindarle sus padres no era suficiente para vivir y estudiar en esa costosa ciudad, así que por las noches trabajaba como camarero en el restaurante J&G Grill del St. Regis, donde había conocido a Geraldine Mayer. Desde que se veían, su espartana vida había dado un vuelco radical, ya que ella le estaba ayudando económicamente. A cambio de esa ayuda, que ella ofrecía gustosa, se encontraban en la suite junior del hotel una o dos veces a la semana, donde él se dedicaba a hacerla sentir sumamente deseada.

 

 

El joven entró en la suite y cerró la puerta de un puntapié.

—Estaba deseoso por que llegara el día para verte.

—También yo. Randy, hoy no me puedo quedar mucho tiempo.

—No hay problema. Puedo darte mucho placer rápidamente.

—Bésame.

Sin preámbulos, la tomó por la cintura y se apoderó con sabiduría de su boca. La devoró con sus labios mientras iba despojándola de toda la ropa y la llevó a la cama, donde la poseyó hasta casi enloquecerla.

 

 

—Tengo que irme. Puedes quedarte a pasar la noche y... toma, la próxima semana prometo darte algo más —le extendió un fajo de billetes—. No he podido disponer de más efectivo esta semana.

—No te preocupes, Geri. Ya te he dicho que no es necesario que me des nada.

—Quiero que vivas bien, Randy. Cómprate ropa y todo lo que desees. Veremos también de qué forma puedes comprarte un automóvil. Así dejas de recorrer el camino en bus desde el College hasta aquí.

—Ven. —Él se arrodilló en la cama y la tomó por la cintura mientras volvía a besarla—. Eres enormemente generosa. No sé cómo podré pagarte alguna vez esto que haces por mí.

—Lo haces, cariño. Tu piel sobre la mía, tus caricias y tus besos me hacen sentir viva. Esta es la forma que yo tengo de agradecerte todo lo que me haces sentir. No me debes nada.

 

 

Geraldine Mayer acababa de llegar a su casa. Guardó su automóvil en el garaje y, rodeada de un éxtasis de ensoñación, entró en la casa.

—Por fin llegas.

—Es temprano.

—Enciende tu móvil. Llama a Brian y dile todo lo que hemos acordado.

—Déjame terminar de llegar, Benjamin. Estás insoportable hoy.

—Vamos. Deja de quejarte y haz tu parte.

Buscó el número de su hijo y pulsó el botón de llamadas. Brian atendió enseguida.

—¡Por fin me llamas! ¿Cómo está papá? Estamos deseosos de noticias.

—Cariño, lo siento. Me quedé sin batería en el hospital y tu padre no llevaba su móvil; hemos salido tan rápido de casa que lo hemos olvidado. Me he asustado mucho, Brian. Nunca he visto a tu padre tan descompuesto. Sudaba frío, tenía vómitos y se quejaba de dolor en el pecho.

—No me interesan esos detalles. Dime cómo está de una vez.

—Ya estamos en casa.

—Gracias a Dios —dijo para su hermana, que sollozaba en los brazos de Noah—. Está bien. No llores más.

—Nos han tenido en observación hasta ahora. Le han practicado una serie de pruebas y no ha sido un infarto lo que ha tenido, por suerte —continuó explicando Geraldine—. Pero ha sido un aviso. El médico ha dicho que debe detenerse o sufrirá uno. El estrés lo está matando, Brian. Tu padre está solo con todo, cargado de responsabilidades. Le han prohibido volver al trabajo, y yo no entiendo nada de la empresa. No sé qué vamos a hacer. Le ha dicho que debe alejarse de las presiones laborales, bajar de revoluciones. La semana que viene le harán más pruebas para ajustar el control del tratamiento.

—Cálmate. Estamos a unos minutos de aterrizar. Estoy con Alexa, Noah y Olivia. Vamos en el avión privado.

—Me imagino que no pensarás venir con esa mujer a casa —Benjamin le hizo un gesto con la mano para que apaciguara el tono—. Te estoy diciendo que tu padre necesita tranquilidad. No puede alterarse por nada. Le han mandado tratamiento cardiológico.

—¿Ni en un momento así puedes dejar de lado tu soberbia?

«Lo más triste es que te crees mejor que ella. Pero no le llegas ni a la suela de los zapatos, madre», pensó con pesar.

—Brian, se trata de la salud de tu padre.

—No quiero oírte más. Solo confírmame que papá está bien.

—Lo que te he dicho. Se siente muy fatigado, pero ahora está descansando. Le han dado medicación para el corazón y para la ansiedad. Cuando lleguéis os lo explico bien.

—Pronto estaremos allí.

—Muy bien.

Brian colgó la comunicación con su madre y trató de tranquilizar a Olivia, que estaba hecha un mar de lágrimas. Explicó serenamente todo lo que Geraldine le había dicho, antes de sumirse en un profundo silencio. Se sentía arrasado por el cansancio. Su mente no podía soportar una preocupación más.

Noah llevó a Olivia a que se recostara, y Brian se quedó a solas con Alexa sin saber qué palabras emplear para decirle que no era apropiado que fuera a la casa de sus padres. Se sostenía la cabeza con ambas manos y se masajeaba la frente.

—¿Qué sucede? —Alexa deslizó la mano por su espalda—. ¿Por qué estás tan preocupado? Tu madre ha dicho que tu padre está bien.

Él la miró a los ojos y la angustia en ellos era más que evidente. Se odió por tener que elegir. Brian deseaba en ese momento poder eludir sus preguntas, escapar de las respuestas que no se atrevía a dar. No obstante, Alexa era muy inteligente, y algo había advertido durante el intercambio en la comunicación con su madre. Había sospechado cuando se puso tenso que era por ella.

—Brian, yo... espero que no lo tomes a mal. No es que no quiera acompañarte, pero no me parece prudente que yo vaya a casa de tus padres. El médico ha recomendado tranquilidad a tu padre y...

—Déjame abrazarte.

Le acarició los largos mechones rubios mientras le besaba la sien, agradecido por ahorrarle todo tipo de explicaciones.

—Tal vez no debí de haber venido.

—Te necesito conmigo siempre.

—Y yo a ti; sin embargo, no podemos obviar el hecho de que cuando uno decide emparejarse, la familia es algo con lo que también se debe convivir. Brian, tu familia no me quiere. No quiero volver a tener que sentirme rechazada por ellos. Pero eso no es lo más importante ahora, sino que tu padre no está bien y debe estar tranquilo.

—Lo sé. Cuando te pedí que me acompañaras era otra la situación. Me siento un egoísta por haber pensado solo en mí, en lo que me va bien, y no haber reparado en lo que podías sentir tú; no quiero que te vuelvas a sentir mal por culpa de ellos.

—Estoy aquí porque quería acompañarte. El panorama antes de salir de Nueva York no era bueno y necesitaba estar a tu lado para ponerte el hombro si necesitabas llorar, como cuando tú me lo pusiste con mamina. De verdad, no sufras por mí. De camino nos paramos en algún hotel y tú vas con Olivia y Noah a ver cómo está todo en tu casa.

—Gracias por ser tan comprensiva.

—Hasta yo estoy asombrada de lo comprensiva que estoy siendo. Cambia esa cara y relájate. Brian, si nos apoyamos no nos caemos. Últimamente, a tu lado me he dado cuenta de que esto es muy cierto.

 

 

—Hola. Ya has llegado. Lo siento, me he dormido esperándote. ¿Qué hora es?

Brian estaba a los pies de la cama quitándose la ropa.

—Chis. Duerme, que es muy tarde.

—¿Cómo está tu padre? —preguntó Alexa con la voz pastosa mientras se sentaba en la cama y se frotaba los ojos.

Brian se quitó todo menos el bóxer y se acostó a su lado. La invitó a que se acurrucara sobre su pecho al tiempo que ella se acomodaba junto a él. Le besó la base de la cabeza y le dijo:

—Está bien. Al menos estaba durmiendo, porque al parecer llevaba varios días sin hacerlo y eso es lo que ha desencadenado todo este cuadro.

»La semana que viene le practicarán otras pruebas y le harán más evaluaciones. Todo indica que el estrés ha desarrollado una enfermedad cardiológica.

—Lo siento.

—Pero ha pasado algo más. Por eso he tardado tanto.

Alexa levantó la cabeza mientras se apoyaba en su pecho para buscar alarmada su mirada entre la penumbra de la noche.

—¿Qué ha pasado?

—Olivia ha visto que había manchado cuando ha ido al baño.

—¡Oh, Dios! ¿El bebé está bien?

—Sí, tranquilízate. Ha sangrado muy poco. Parece ser que la angustia y los nervios por mi padre se lo han provocado. Le han practicado un ultrasonido y todo está muy bien. Solo necesita hacer reposo.

—¿Por qué no me has llamado?

—Primero hemos llamado a urgencias para que vinieran a casa y luego la han llevado al hospital. Ha pasado todo muy rápido.

—Está bien —dijo ella sintiéndose excluida.

—¿Qué sucede? —Alexa negó con la cabeza—. Olivia está bien —volvió a explicar él.

Alexa asintió y apoyó nuevamente la cabeza sobre su pecho, pero no se aguantó y le recriminó:

—Podrías haberme avisado aunque fuera por teléfono. Me he quedado aquí sola y no estaba enterada de nada de lo que estaba pasando. Entiendo que a ellos no se les ocurriera avisarme porque estarían con la cabeza en otra parte, pero tú...

—Rubia, por favor. Te digo que ha sido todo muy rápido.

—Sí, me imagino.

Ella salió de su cobijo rechazando su abrazo y se acurrucó dándole la espalda.

—No veo que tengas que enfadarte por eso.

—Tú qué vas a ver. Si ni siquiera te has acordado de mí.

—No es cierto.

—Pues no se nota que lo hayas hecho.

—No he querido angustiarte sabiendo que estabas aquí sola y nosotros en el hospital.

—¡Qué considerado por tu parte!

Brian se había sentado y estaba con las piernas flexionadas mientras con una mano se mesaba el pelo.

—Lamento haber insistido para que vinieras. Lamento la familia de mierda que tengo y que te hayas tenido que quedar aquí sola. Pero eres injusta. Sabes perfectamente que siempre te pongo por encima de ellos, y más injusta por enfadarte porque no te he avisado de lo de Olivia. En cuanto le han dado los resultados y han dicho que tanto ella como el bebé estaban bien, he venido para aquí contigo; lamento no haber tenido la sensatez de llamarte. Además, era tarde. ¿Cómo pensabas llegar al hospital? No entiendes que no he querido exponerte a que anduvieras sola de madrugada.

Brian se dio la vuelta y le dio la espalda también. Iracundo, aporreó la almohada y hundió su cabeza en ella para refunfuñar incomprensiblemente.

—¡Mierda! —gritó sin poder contenerse y a modo de desahogo—. Tengo veinte mil cosas en la cabeza que no sé cómo resolver, y tú estás preocupada porque no te he llamado. Lo único que hago es cuidarte. Pero claro, tú nunca ves eso.

Brian se levantó y cogió una de las almohadas y la manta extra que estaba a los pies de la cama. Con ellas fue y se tumbó en el sofá de la sala de estar de la suite.

Alexa no pensaba dejar la bronca de lado y se levantó tras él.

—Más lamento yo ser un estorbo y sumar preocupaciones a las que ya tienes —le gritó de viva voz y volvió tras sus pasos.

De inmediato, comenzó a vestirse y a hacer su bolsa. Arrancó las prendas que había colgado en el armario y las metió de cualquier forma.

—¿Adónde crees que vas? —la increpó Brian arrancándole el bolso de la mano.

—Déjame. —Forcejeó incapaz de creer que él no pudiera entender lo rechazada que se sentía—. Regreso a Nueva York —le espetó firmemente y sosteniéndole la mirada—, donde no estorbo a nadie.

—¿Por qué te comportas así? ¿No entiendes que no sé qué hacer? ¿No te das cuenta de que me encuentro entre la espada y la pared? Lo único que espero es que me apoyes. ¡Joder! No quiero hacerme cargo de la maldita empresa, pero tendré que hacerlo el tiempo que mi padre esté fuera de combate; mi madre no entiende nada, ni siquiera sabe cómo se lee un estado de cuentas. Tengo la cabeza en cualquier parte. Estoy superado por todo. La empresa familiar es un maldito círculo del que no tengo escapatoria, una responsabilidad que no pedí, que me impusieron al nacer, un puto legado en el que no puedo fallar porque en ello va el futuro de todos. No se trata de que no quiera asumir responsabilidades, pero... Dios, no es cierto que no te tengo en cuenta. Si todo el tiempo he estado pensando en ti, en cómo te diría que debo quedarme en Fort Lauderdale.

Mantuvieron sus miradas clavadas en el otro. Permanecieron obstinados. Brian ya lo había dicho todo y ella parecía desconcertada. Un silencio que les helaba el cuerpo se estableció entre ellos. Él tironeó del bolso nuevamente pero con delicadeza, y ella lo liberó sin decir nada.

—Pues —habló ella titubeante—, para no saber cómo decírmelo, no has encontrado la mejor forma para hacerlo.

—No creo que haya una forma que sea menos amarga. Soy consciente de que nos separarán millas de distancia.

—¿Te estás dando por vencido?

—No, no es eso. Pero no quiero que se instalen desconfianzas entre nosotros.

—¿Estás diciéndome que debo tener desconfianza?

—No, Alexa. Por supuesto que no.

—Entonces, no le veo diferencia a los viajes que tendrás que seguir haciendo por la moda.

«Maldición. No voy a darte el placer de decirte que ya me estoy muriendo de celos por la huerfanita, que te tendrá a su alcance.»

—No quiero que vivas en la casa de tus padres. —Las palabras salieron de su boca sin pensarlas y él levantó una ceja mientras ladeaba la cabeza. Quiso contenerse, pero una sonrisa irónica se asomó en la comisura de sus labios.

—Ya ha empezado la desconfianza.

—No desconfío de ti —«mentira, ni yo me lo creo»—, sino de esa, que tiene tantas ganas como yo de hincarle el diente a la pata del pavo de Acción de Gracias.

—Alquilaré un apartamento. Tampoco yo quiero vivir con ellos. Además, ansío tener un sitio para nosotros cuando vengas.

Se sumieron en un abrazo descomedido, uniendo sus cuerpos como si fueran uno solo. El puente de la nariz de Brian acarició el cuello de Alexa y ella enroscó más aún sus brazos en su cuello.

—Necesito que te encargues más que nunca de nuestro proyecto del restaurante. Tiene que estar funcionando cuanto antes porque debemos hacer frente a los pagos. Esto es temporal, Alexa. En cuanto mi padre se ponga bien y el médico le autorice regresar a sus actividades, todo volverá a ser como ahora. Mañana iremos a buscar un apartamento. En el avión me has dicho que si nos apoyamos no nos caemos. ¿Puedo contar contigo?

—Por supuesto.

Sus bocas se moldearon perfectas. La de Brian atrapó la de ella y sus lenguas se enredaron para disfrutar del sabor del beso.