24
«Parecemos tan libres y ¡estamos tan encadenados!»
ROBERT BROWNING
Poco a poco, todo regresaba a la normalidad. Baddie estaba muy repuesta y, contra su voluntad pero para su propia tranquilidad, su nieta le había conseguido una persona que la acompañaba y la ayudaba con los quehaceres de la casa. De esta forma, Alexa pudo reanudar su trabajo.
De vuelta en Nueva York, verse con Brian era menos complicado.
Retomando su ritmo y de regreso en la galería, pasó su primer día de trabajo.
—Bien, hermosa. Me voy. ¿Te encargas tú de cerrar?
—Sí, vete. Yo cierro. Ya he terminado con esta base de datos.
—Ok, corazón. Hasta mañana. Qué bien que estés de vuelta. Hoy el día se ha hecho muy corto contigo aquí.
—Te quiero, Ed. Te he añorado mucho.
Se dieron un beso y un abrazo de despedida. Luego, Edmond se marchó y cerró la puerta con un repiqueteo notorio.
Alexa apagó el ordenador y sacó de su bolso un espejo para arreglar su maquillaje, pero fue interrumpida por Edmond cuando volvió a asomar la cabeza en la oficina.
—Ha llegado un cliente de último momento. Necesita asesoramiento sobre algunas de las obras de Blainville. Le he dicho que ya lo atiendes tú.
—No puedo creerlo —dijo sumamente frustrada—. ¿A esta hora se le ocurre venir, cuando casi estamos cerrando? —Habló entre dientes porque en la galería los sonidos más nimios se expandían a mayor velocidad y miró su reloj contrariada—. Brian vendrá a buscarme en quince minutos.
Edmond hizo un gesto penoso. Continuaba asomado en una rendija de la puerta.
—No te preocupes, yo me ocupo. Vete. Brian tendrá que esperarme. —Le lanzó un beso y este se marchó.
Alexa salió de la oficina para asesorar al tardío cliente. En ella no había ni rastro de buen humor por más que intentara ocultar su contrariedad y parecer amable.
Se dirigió al salón caminando con decisión mientras alisaba su falda lápiz, y se apresuró en bajar los escalones para encontrarse con el inoportuno cliente. Lo encontró de pie, admirando una pintura tras una columna. El ruido de sus pasos la delató, por lo que el hombre se dio la vuelta y le ofreció una generosa y astuta sonrisa. Alexa se paró a mitad de camino y una mueca de asombro asomó en la comisura de sus labios al advertir que en realidad el inoportuno cliente no era tal, sino Brian que ya había llegado. Corrió a su encuentro y se lanzó a sus brazos, que la esperaban ansiosos por sujetarla.
—¡Brian! —exclamó, aferrándose a su cuello y poniéndose de puntillas para darle un beso, porque a duras penas llegaba con los tacones que llevaba puestos al metro ochenta y cinco de él.
Se besaron.
—Así que estás de broma junto a Edmond. Cómo han cambiado las cosas. Hasta hace un par de semanas no te soportaba y ahora es tu cómplice.
Él la cogió por la cintura con sencilla gracia. Sus manos la oprimieron contra su sólido cuerpo.
—¿No te ha gustado la sorpresa? ¿Acaso hubieras preferido que fuera un cliente y no yo?
—Me encanta que seas tú. Si el amor se midiera en estupidez sería la mayor idiota de la tierra. Me tienes embobada.
—Humm... Me gusta mucho escuchar eso—le dijo mientras saboreaba la piel de su cuello—. ¿Estás lista para ir a ver locales?
—Preparadísima. Espera, que cojo mi bolso. Ojalá que alguno nos guste.
Él la estrechó en otro brevísimo abrazo y luego la apartó para mirarla apreciablemente.
—Ve a por él. Así nos vamos.
Por la noche, después de cenar y tumbados en el sillón de la sala de Alexa, estuvieron desentrañando los pros y los contras de los locales comerciales que habían visitado por la tarde.
—No quiero irme de Manhattan —dijo él tercamente—. El ático en Brooklyn Heights que tanto te ha gustado me ha parecido precioso. Sus vistas panorámicas del Brooklyn Bridge Park, de la Estatua de la Libertad, del horizonte del centro de la ciudad de Nueva York y del puente de Brooklyn, eran espléndidas. Pero preferiría una entrada individual. Opino que no debemos apresurarnos. Opto por esperar a ver qué nos encuentran; en todo caso, si lo que quieres es un ático, lo escogería en Manhattan.
—No sé. Siempre he creído que las vistas son mejores desde Brooklyn que desde Manhattan.
—Pero sabemos que, comercialmente hablando, es más rentable cualquier cosa en Manhattan.
—En eso tienes razón.
Brian la besó en la mejilla y terminó el beso olisqueándola y provocándole que ciertas terminaciones nerviosas de su piel se propagaran. Acabaron haciendo el amor en el sillón y luego se fueron a dormir agotados por la perífrasis infinita de sus pensamientos.
La luz jugó con la oscuridad y veló los cuerpos enlazados y los hundió en un profundo sueño.
Alexa despertó primero que él. Un anhelo creciente palpitó en su pecho cuando se dio la vuelta y lo vio durmiendo a su lado. La luz paulatina del día lo iluminaba y resaltaba su musculatura. Su largo y esbelto cuerpo estaba laxo tendido en la cama; su cabeza, parcialmente enterrada en la almohada; y la boca, entreabierta mientras descansaba. Aspiró con fuerza para saturarse con su aroma. Admiró con voluptuosidad la sombra de la barba que había crecido por la noche en su rostro y que había adjudicado a su sorprendente cara un inmodesto arquetipo. Nunca antes Alexa había experimentado tal emoción al despertar al lado de un hombre. Solo le sucedía con él. Sentía un irrefrenable deseo de meterse hasta en sus sueños. Se apoyó sobre un codo y se quedó algunos instantes admirándolo, tranquilo, relajado, su carne cubriendo cada capa de músculos, su espalda afinándose claramente en la cintura... Admiró la curva de su trasero, apenas cubierto por la sábana.
«Es mío —pensó—, solamente mío, increíblemente mío, y entregado a nuestra relación como nunca creí que iba a entregarse.»
Corrió las sábanas y apreció su desnudez: era perfecto. Parecía cincelado a mano. Pensó en Miguel Ángel y no tuvo dudas de que si el maestro hubiera vivido en la actualidad, lo habría tomado como modelo, porque su cuerpo merecía ser esculpido. Era más perfecto que el David.
Dejó suavemente la sábana apoyada sobre su piel y se movió con parsimonia para levantarse, pero él atrapó su muñeca y, mirándola, le ofreció una adormilada sonrisa.
—No es justo que te aproveches de un hombre que duerme indefenso. Tu mirada ha gastado mi piel.
—Creí que dormías.
—Ya no. Buenos días —le dijo con la voz rasposa.
—Lamento haberte despertado.
—Me ha encantado despertarme y comprobar que soy presa de tus más lujuriosos pensamientos.
Él rodó con rapidez y la aprisionó bajo su cuerpo.
—Me toca abrir la galería, Brian. No puedo llegar tarde.
—Esa es otra de las razones por las que te quiero trabajando en el restaurante. Basta de cumplir horarios.
—Es injusto lo que dices. Hablas como si en la galería me explotaran y sabes que no es así.
—Sí, pero ahora no puedes quedarte y yo en este momento tengo una gran necesidad de ti.
—Si por ti fuera, tendrías necesidad a cada hora.
—¿No te gusta? —le preguntó mientras apretaba sus caderas contra las suyas y sus ojos parecían llameantes.
Su boca bajó hasta sus labios sin pensar que ella pudiera escaparse de él. Su lengua se hizo paso para tocar todo el interior de su boca con su punta codiciosa y ella no pudo resistirse a la caliente exploración.
—Tengo que levantarme. Debo ir a trabajar —le informó jadeando en un instante en que pudo apartarse para recobrar el aliento.
—Luego, Alexa, luego.
Era casi mediodía y estaba sentada al escritorio inventariando las nuevas piezas de arte que habían llegado, pero su poder de concentración estaba sumamente afectado. No había parado de recordar el encuentro sexual de la mañana con Brian. Él se había mostrado sumamente erótico y la había empalado por un largo y extensísimo rato, como si con cada embestida sus ansias, en vez de remitir, se acrecentaran más y más. Lo había hecho suave, fuerte, suave otra vez, más fuerte aún. Había rotado las caderas para un lado, para el otro... Tenía en su mente grabados a fuego sus roncos gemidos, sus dolorosos quejidos cada vez que se enterraba en ella, cambiando el ritmo, dilatando el encuentro, aplazando el estallido.
Entró Edmond e instintivamente Alexa cerró las piernas y comprimió los muslos. Su respiración era entrecortada y un fuerte rubor se apoderó de todo su rostro hasta teñir su piel de color carmesí.
Ed se quedó mirándola y le dijo:
—Deja de soñar con las folladas que te brinda tu chico; se te nota en la cara cómo te hace gozar, perra. No es justo.
Los dos se carcajearon.
—No sé de qué te quejas. Si Curt es un adonis.
—Pero tu chico despierta suspiros. El maldito siempre sale tan desprovisto de ropa en las revistas que activa toda la ratonera.
Fueron interrumpidos por el sonido del móvil de Alexa.
—Espérame. Es el aludido.
—No me interesa si tienes un rato libre o no. Te espero en el ONE57. Apunta la dirección: 157 W en la intersección con la 57. No tardes —le dijo Brian al otro lado de la línea.
—Espera...
—Ven. Estoy esperándote.
—¿Qué pasa? —preguntó Ed al ver su cara de pasmo.
—Debo salir. Brian no me ha dejado hablar. Estaré de regreso en una hora. Si viene Olivia, dile que me espere. Aunque no creo que venga hasta la tarde.
—¿Qué te traes entre manos?
—Prometo contártelo. Ahora no tengo tiempo.
Cuando Alexa llegó, se paró frente al imponente rascacielos y sintió que sus rodillas se volvían de goma y que sus piernas no eran capaces de sostenerla. Con la respiración agitada sacó su móvil y tecleó el número de Brian.
—Sube. Anúnciate en conserjería y te indicarán.
Cuando el ascensor terminó su viaje, las puertas de acero se abrieron y, de inmediato, divisó a Brian hablando con otro hombre. Caminó vacilante, No podía creer que fuera cierto lo que estaba pensando y viendo.
Entró y miró a su alrededor. Todo lucía demasiado espacioso y las vistas de la ciudad eran simplemente irreales: desde allí se podía ver todo Manhattan.
—Esto es increíble —dijo mientras giraba en un ángulo de 180º sobre sus pies.
Con un movimiento mecánico, dejó su bolso apoyado en el suelo y abrió los brazos para continuar girando, como si tocara el cielo con las manos. Brian la miraba extasiado y, sosteniéndose el mentón, sonreía mientras disfrutaba con su satisfacción.
—¿Te gusta? —le preguntó sabiendo de antemano la respuesta, pero debía hacer la pregunta para deleitarse con sus palabras y sus gestos.
Alexa estaba muda y eso era verdaderamente infrecuente en ella. Se acercó a una de las paredes de cristal y respiró profundo en busca de más oxígeno; con las manos apoyadas sobre la carpintería metálica, giró para buscar a Brian y lo encontró a escasos centímetros de ella.
—¿No es mucho? ¿No es soñar demasiado alto?
—Tienes razón. Estamos a gran altura —se rio bromista—. Ningún sueño es demasiado inalcanzable como para no intentarlo.
—Pero... ¿puedes? —preguntó tímidamente.
—No me has dicho si te gusta.
—Es obvio que sí. Me has dejado... sin habla. Este lugar es indescriptible. Me fallan las palabras, Brian. Es mágico lo que me hace sentir.
—Ven —la cogió de la mano y la guio hacia el sujeto que aguardaba en la estancia, que se había mantenido alejado para que ellos pudieran hablar.
—Señor Olson, le presento a mi socia la señorita Alexa Smith. Él es el agente inmobiliario —le informó.
—Buenas tardes. Encantada —saludó mientras le extendía la mano.
—Como se habrá dado cuenta, nos ha gustado a los dos. Pero debe comprender que tenemos que sentarnos a conversar y a hacer números. Creo que podremos tener una respuesta para el fin de semana.
—No hay problema, señor Moore. Si aparece algún interesado, desde luego le informaría.
—Muchas gracias. ¿Le importa si miramos el lugar un poco más?
—Desde luego que no. Los dejo para que miren tranquilos. Voy a la recepción y en unos minutos regreso.
—Brian, ¿te has vuelto loco? —dijo ella en cuanto se quedaron solos. Se le agarró del cuello y él la cogió en brazos—. Es un proyecto muy ambicioso —continuó diciendo obstinada.
—Lo sé, pero creo que puedo permitírmelo. Debería hablar con mi contable y, claro, tendría que seguir trabajando por lo menos dos años más en la moda. De eso precisamente quería hablarte. Si nos metemos en esto, no me será posible dejar de un día para otro mi carrera.
—Te he dicho que no quiero que la dejes. No deseo que modifiques tu vida por mí.
—Ya las has modificado tú. La has puesto patas arriba —bajó los brazos y la amarró por la cintura para apretarla contra él—. En otro momento, en vez de pensar en cómo invertir mi dinero, estaría pensando en cómo gastarlo. ¿Sabes? Se me ha ocurrido que también podría vender mi bote. Eso dejaría un buen dinero.
—¿El bote que te regaló tu abuelo y que tanto te gusta?
—Necesitamos dinero. De todas formas, habría que pedir un crédito y eso sería lo que me ligaría a mi actual trabajo. Tendré que aceptar contratos que tenía en stand by para garantizar los pagos de los préstamos hasta que esto empiece a funcionar por sí solo.
—No quiero que te deshagas del bote. Sé cuánto cariño le tienes.
—Si es necesario lo venderé. Está atracado en Fort Lauderdale y la mayor parte del tiempo no lo uso. No voy casi nunca allá. Le tengo cariño porque mi abuelo no era muy expresivo y, cuando me lo regaló, lo consideré un acto muy grande hacia mí, pero no me importaría deshacerme de él.
—Me da pena. ¿Y si buscamos inversores? Tal vez Noah quiera participar del negocio.
—Quiero que sea nuestro negocio.
—Es tuyo, Brian. Yo no puedo ni siquiera pensar en soñar con algo así.
La besó con apremio.
—Ven. Terminemos de mirarlo todo.
Los días que siguieron fueron bastante ajetreados. Brian estaba obsesionado por concretar el proyecto del restaurante, y parecía que nada iba a alejarlo de su propósito. Alexa había intentado persuadirlo para que consiguiera un sitio que no implicara endeudarse tanto, pero él había refutado todas sus objeciones.
—No existe inversión sin riesgo.
—Pero tú estás arriesgando en esto casi todo lo que tantos años de trabajo te ha costado conseguir. Estás comprometiendo tus ahorros y eso implica condicionarte financieramente en el presente y en el futuro.
—Seguiré trabajando hasta que la liquidez del proyecto empiece a hacerse patente. Necesito que me apoyes. Créeme que si pierdo esto no importaría.
—Sabes que tienes mi apoyo.
—Entonces confía en mí. Una inversión de mayor riesgo siempre tiene mayor rentabilidad. Te aseguro que es un negocio muy provechoso y que pronto recuperaremos todo lo que hayamos invertido.
—Lo que hayas invertido, querrás decir.
—¿Por qué eres tan terca? Es nuestro proyecto. Ya llegará tu hora de invertir tu tiempo en esto. ¿Has leído el informe de planificación que te envié?
—Sí, lo he leído, y me he quedado asombrada de lo bien que manejas todo el lenguaje financiero.
—Ya te he dicho que solamente me faltó presentar la tesis para conseguir el título. Aunque debo reconocer que tomé aquella decisión tan controvertida más para hacerle una putada al viejo Moore que en mi propio perjuicio. Recuerdo que era insoportable convivir con él y yo estaba con todas las hormonas revolucionadas y en pleno proceso de rebeldía. Plantarle cara con los estudios casi hizo que me desheredara, de haber podido hacerlo.
—¿Y qué se lo impidió?
—Te contaré algo que solo sabe la familia. Mi abuelo ansió siempre que los astilleros pasaran de generación en generación; mi madre, por ser mujer, no podía continuar con el apellido. Por eso él extendió la línea de sangre a los Moore. Cuando mi padre se casó con ella lo benefició con un usufructo: siempre y cuando ellos mantuvieran el matrimonio. Eso te permitirá hacerte una idea de por qué permanecen juntos contra viento y marea.
»Cuando mis padres se casaron, mi madre no quería perder su figura teniendo un hijo. Así que mi abuelo le puso un cepo a su herencia con el único fin de que ella diera otro heredero para que en el futuro llevara a cabo la dirección de la empresa. Por otra parte, la compañía siempre pasa al Moore más joven. Legítimamente, soy el dueño de todo. Pero no puedo tomar posesión hasta que mi padre no muera o no nazca otro Moore. Si mi padre tuviera hijos extramatrimoniales, quedarían fuera de este arreglo. Esto solo beneficia a los Mayer-Moore.
—¿Estás de broma? Pero eso es injusto para Olivia, como lo fue para tu madre por ser mujer.
—Lo sé, pero así lo estipuló mi abuelo. De todas formas, Olivia participa de todas las ganancias de la misma manera que yo. Todo es equitativo monetariamente; es un poco complicado de explicar, pero lo cierto es que nuestro patrimonio lo gestiona completamente nuestro padre. Por ahora solo recibimos un porcentaje ínfimo, si bien él está obligado a darnos una vida holgada.
—¿Y si tu padre hace una mala gestión y vuestras ganancias se esfuman?
—Eso no es posible. Mi abuelo pensó en todo cuando redactó su testamento. Mi padre no puede poner en riesgo el patrimonio ganancial. Nuestras ganancias no se pueden tocar, y además hay una cláusula que indica que la condición para que nosotros podamos hacer uso de ellas es traer otro descendiente al mundo. De esa forma, se nos obliga a continuar con la línea sucesoria.
—O sea, que el bebé de Oli ahora pasará a ser el dueño y tú dejarás de serlo.
—No —la besó en la frente—. Ella interrumpe el apellido por ser mujer, pero el bebé liberará nuestras ganancias. Eso está estipulado en otra cláusula. La línea sucesoria para la gestión de la empresa es inalterable. Yo soy el más joven de la línea sucesoria de mis padres. Por eso soy el próximo que deberá manejar los astilleros. Y mi sucesor será el menor de mis hijos varones.
—¿Y por qué el menor?
—Supongo que eso fue porque al nacer Olivia mujer, querían obligar a mi madre a volver a procrear.
—¿Y si tú tienes solamente hijas mujeres?
—Los Moore estamos obligados a buscar un descendiente varón para que no se pierda el patrimonio.
—¡Qué enredo! —Alexa se tocó la cabeza pensativa—. Qué jodido resultó ser tu abuelito. Es un poco frío todo lo que tramó, y competitivo, además de discriminatorio con las mujeres.
—Estoy totalmente de acuerdo. Pero en aquella época era impensable que una mujer dirigiera una empresa. Mi abuelo compró el apellido Moore con este arreglo. Se dejó seducir por la inteligencia de mi padre y lo quería mezclado con su sangre como fuera.
»Justo después de que naciera mi madre, mi abuelo sufrió un cáncer que lo dejó estéril. Por eso no hubo más descendientes de los Mayer.
—No puedo creer lo que me estás contando. Siempre pensé que esto solamente sucedía en las novelas. Me hace recordar las novelas históricas y los títulos de nobleza. Ahora entiendo por qué tus padres se creen que tienen sangre azul.
—Te lo he dicho. Mi familia no es una familia normal.
Los dos se rieron sonoramente.
El miércoles por la noche se habían enzarzado en una fuerte discusión porque Brian quería poner la propiedad del One57 a nombre de los dos. La disputa terminó con un portazo de Brian porque Alexa lo echó de su apartamento.
El jueves, él presentaba su tesis; y por la tarde, ella no aguantó más y le envió mensajes que Brian no contestó.
Por la noche, cuando estaba metiendo el coche en el garaje, se encontró con Alexa sentada en la entrada de su apartamento esperándolo con una botella de vino y una bolsa con provisiones para preparar la cena.
—¿Qué haces aquí?
—No has contestado los mensajes, pero he venido igual. Si quieres me voy.
Él estaba visiblemente tenso. Alexa estudió los rasgos de su cara y permaneció de pie en silencio junto al coche. Estaba dispuesta a cederle el control del momento.
—¿Por qué te cuesta tanto aceptar que quiera hacer cosas por ti?
—No estoy acostumbrada a que cuiden de mí. Hace mucho tiempo que me cuido sola.
—Entra en el coche.
Alexa dio la vuelta y se subió del lado del copiloto. Brian arrancó hasta aparcar en su plaza. Apagó el motor y se quedó aferrado al volante. Luego se desabrochó el cinturón de seguridad y se giró para mirarla. Ella permanecía en silencio.
—¿Por qué me contradices? ¿Por qué siempre rechazas todo lo material que quiero darte? Y, sin embargo, pides ayuda a Edmond hasta para comprarle un obsequio a mi madre.
—Porque a Edmond se lo devolveré. En cambio, tú no permitirías que te lo devolviera. Brian, estás comprando una propiedad en uno de los edificios más caros de la ciudad. No puedes pretender que acepte que la pongas a nombre de los dos. Regálame un par de zapatos, un vestido, un perfume, si quieres hacerme regalos, pero no una propiedad. Además, cuando tus padres se enteren, imagínate cómo me verán.
—Otra vez con mis padres. —Golpeó el volante y se pasó la mano por el pelo—. Alexa, olvídate de ellos, te lo suplico. Me importa una mierda lo que piensen. Lo único que me interesa es ser tu sostén en todos los aspectos. Me pediste compromiso, y es lo que estoy haciendo. Pero no me dejas. Siempre estás poniendo alguna traba.
—Te pedí compromiso emocional. No que me conviertas en tu mantenida.
—¿Tanto te cuesta entender que estoy tan comprometido emocionalmente contigo que bajaría la luna y la pondría a tus pies? Estoy enamorado como un idiota de ti. Solo pienso en ti, en hacer cosas contigo, en construir un presente a tu lado que nos lleve a un futuro juntos.
Alexa acunó el rostro de él entre sus manos y, tomando la iniciativa, lo besó. Él prolongó el beso al cogerla por la nuca y amoldar un poco más su boca a la de ella para invadirla más profundamente. Los brazos de Brian se cerraron entonces a su alrededor posesivamente, mientras su mano le acariciaba la espalda.
—Brian, no te enfades, pero no puedo aceptar eso que pretendes. Soy una mujer independiente.
—No se trata de limitar tu independencia. No quiero eso, desde luego que no; solo apelo a que ambos nos beneficiemos con este negocio, que seamos socios en la intimidad y socios en el trabajo.
—Acepto participar en el negocio, pero no me pidas que acepte lo otro. Estoy acostumbrada a ganarme a pulso todo lo que consigo, y la inversión que estás a punto de hacer para comprar esa propiedad en el ONE57 es astronómica. Me sentiría mal y no disfrutaría. Me sentiría una aprovechada y...
—¡Basta! Estás haciéndome enfurecer nuevamente. No puedo creer que pienses que yo podría pensar eso. Si alguien lo piensa me importa una mierda, porque yo le doy lo que quiero a quien quiero y no debo pedirle permiso a nadie.
—No volvamos a discutir. Ayer pasé un día horrible.
—Lo sé. También yo me sentí fatal. —Suspiró frustrado al comprender que no podría convencerla.
—Te sentías fatal, pero... me dejaste colgada con todos los mensajes.
—He tenido una buena maestra. Eso fue por todas las veces que tú me hiciste lo mismo a mí.
—¿Resulta que fue pura venganza?
—Venganza no, castigo. Y aún creo que no ha sido suficiente, porque anoche me echaste, ¿lo recuerdas?
Alexa hizo un mohín muy gracioso.
—¿Cómo te fue en la tesis?
—Me costó concentrarme, porque una persona que conozco había logrado distraerme. Pero creo que bien. Creo que he logrado defender mi disertación.
—Necesitamos festejarlo, entonces.
Él la miró calculando.
—Vamos arriba. No sé si quiero un festejo, pero sí sé que he decidido la forma en que continuaré castigándote.
Bajaron del coche y Alexa se quedó esperándolo apoyada en el maletero delantero, mientras Brian daba la vuelta a su Porsche 911. Su mirada la recorrió con un desconcierto posesivo que a ella le produjo pudor. Él sacudió la cabeza. Estaba confuso por sentirse dominado por ella y notaba que a duras penas podía pensar con tranquilidad.
«Estoy atrapado, sediento de ella, he perdido mi autocontrol. ¿En qué momento bajé la guardia y le permití que me convirtiera en su juguete?»
Sus manos se volvieron instruidas y rápidas. Le acarició el costado del cuerpo y puso la boca en la curva de su cuello; mientras tanto, con la otra le acunaba los senos por encima de la camiseta.
—Humm... lo tengo aquí todo para la cena —dijo ella susurrando cuando él la arrinconó contra el maletero.
Brian le quitó la bolsa con los víveres y la apoyó en el suelo, luego la recostó sobre el coche. Sus pechos no eran muy grandes pero llenaban sus manos. Presionó su palma sobre ellos.
—Alexa...
Musitó su nombre y lo que fuera que iba a decirle quedó olvidado cuando sintió tensarse en su mano la punta erecta de su pezón. Se sintió cautivado por la certeza de excitarla tan fácilmente y no pudo contenerse. Su boca envolvió con violencia su punta sobre la camiseta y el sujetador. El vórtice estaba duro y no le costó trabajo encontrarlo. Lo mordió tirando de él, descontrolado. Alexa estiró su mano para jugar con su pelo, enredando sus dedos, acercando a Brian contra su cuerpo para que su boca no se apartara de ella; la incitante caricia hizo que se arqueara y que un gemido escapara de su boca.
Le desabrochó el vaquero y se lo bajó.
—Te has vuelto l-o-c-o —musitó entrecortadamente, pues Brian ya estaba palpando con sus manos para encontrar la humedad evidente en sus bragas, que muy pronto se transformaron en una barrera. Sin pensarlo, las rasgó con destreza y consiguió arrancarle una exhalación que vino seguida por un gemido cuando con su dedo la invadió. Sus muslos no pudieron resistirse y se abrió para que él pudiera llegar más adentro.
—Brian, no es prudente —le habló sin aliento—. Puede venir alguien. Además, hay cámaras.
—Cállate. Deja de hablar para que podamos oír si alguien se aproxima. Aquí no nos pillan las cámaras.
Alexa sintió que su mente erraba, que no era dueña de su razón en el momento en que él metió y sacó su dedo para indagarle en profundidad. Sin poder contener su propia necesidad, Brian manipuló con prontitud su bragueta y se enterró de una sola embestida dentro de ella. Sus manos, agarradas de sus caderas, la impulsaban a clavarse una y otra vez hasta la empuñadura de su miembro. Alexa lo sentía muy duro, grueso y caliente, y su pelvis parecía haber cobrado una velocidad que él nunca había alcanzado antes al penetrarla.
—No tenemos mucho tiempo —expresó Brian sin aliento sobre su boca, mientras gemía ansioso sobre sus labios, que chupaba y mordía.
Manipuló el vaquero de Alexa, que estaba atascado en los tobillos, y le liberó una pierna para poder introducirse un poco más en ella.
—Voy a morir de infarto. Vas a ser la culpable de mi muerte —le susurró al oído.
—Eso si antes tú no me matas a mí —le contestó ella con un hilo de voz entre jadeos amortiguados.
Se oyó el ruido de la puerta del ascensor...
—Shit, shit —blasfemó Brian.
No pensaba detenerse bajo ningún concepto, por lo que la tomó entre sus brazos y, sosteniéndola de las nalgas, la apoyó contra una de las columnas a fin de ocultarse ambos tras ella. Se movió rápido, sin dejar de impulsarla sobre su polla. La embistió con desesperados empujes e indolentes envites una y otra vez, contendiendo el aliento y a punto de perder toda la cordura. Alexa estaba sujeta a su cuello mientras él congestionaba el rostro por el esfuerzo.
—Debe ser rápido —le indicó Brian mientras se oía claramente el eco de unos pasos que se acercaban.
Él movió su mano y acarició su brote mágico con la yema del pulgar para acelerar su explosión, que no tardó en llegar junto a la de él. Ambos cerraron los ojos. Brian escondió su rostro entre los cabellos de Alexa, al tiempo que se vaciaba en su interior y resoplaba en su cuello. Entre tanto, Alexa enterró sus uñas en la espalda de él y contuvo la respiración, casi hasta traspasar su camiseta, mientras hallaba su propia satisfacción.
Los pasos incesantes continuaban acercándose. Ambos persistían faltos de aliento y, aunque sabían que estaban a punto de ser pillados, permanecían inmóviles sumergidos en una reverberación de erotismo. Alexa se acurrucó contra él, amparada por el vigor de su musculatura, y Brian, sabiendo que debía moverse, asomó su cabeza con cautela y la sostuvo fuertemente por las nalgas y esperando atento. En el momento preciso, y aún empalado en ella, se movió sagazmente cuando un hombre pasaba por el lugar. Giró y cambió de posición tras la columna, y luego volvió a rodearla una vez más para evitar ser vistos. En un instante, descendió y permaneció en cuclillas junto al coche, sosteniéndola con firmeza de las nalgas.
—Estamos desquiciados, ¿te has dado cuenta? —le dijo en secreto Alexa.
—Es imposible detenerme cuando te ansío de esta forma tan demencial —le corroboró él hablando entre susurros también.
—Lo sé. Sé perfectamente a lo que te refieres. Tampoco puedo ni quiero detenerme. Creo que... nací para quererte, que no hay forma de evitar sentir esto que siento, que a tu lado es imposible ser cuerda porque me enloqueces.
Se oyó el ruido de un motor que se ponía en marcha, y de inmediato el automóvil abandonó el lugar, por lo que ya no tuvieron dudas de que volvían a estar solos.
Brian abrió la portezuela de su coche y la depositó sobre el asiento del copiloto para que ella pudiera acomodar sus ropas, mientras él hacía lo mismo con las suyas.