12
«Si se siembra la semilla con fe y se cuida con perseverancia,
solo será cuestión de tiempo recoger sus frutos.»
THOMAS CARLYLE
Estaban de regreso en la vivienda de Baddie, donde Otto, el chucho de la anciana, un hermoso perro lanudo de raza mixta y expresión amistosa, los recibió entre saltos, lametazos y ladridos, con los que expresaba que estaba encantado de que hubieran regresado.
—Bueno, te paso a buscar mañana temprano —aseguró Brian mientras le acariciaba la melena al perro, que no dejaba de brincar y apoyar sus peludas patas en su cadera.
—¿Adónde vas? —preguntó Alexa—. Otto, ya, tranquilízate.
—A un hotel.
Se miraron por unos instantes. Brian cogió su maleta y luego le dio un beso en la mejilla para despedirse de ella.
—Brian. —Él se dio la vuelta—. Quédate aquí, yo... dormiré en la habitación de mi abuela. Tú puedes hacerlo en la que era mía.
—No te preocupes. Estaré bien. No quiero que te sientas incómoda. Estoy acostumbrado a dormir en hoteles.
—No te vayas. No es por obligación. Quiero que te quedes, no quiero estar sola. Ayúdame a preparar la cena, háblame, llena los silencios de la casa, no quiero pensar, por favor, no me dejes sola.
—Está bien, me quedaré, te haré compañía.
—Gracias —dijo ella emitiendo un sonoro suspiro. El perro permanecía entre ambos mirando a uno y otro.
—No me des las gracias. Lo estaba deseando, pero no quería imponerte mi presencia.
—Deja de tratarme como a una muñeca rota.
—Quiero cuidarte. De eso se trata.
—Está bien.
Ambos sonrieron.
—Ven. Te mostraré mi habitación.
—Ya la conozco. La vi cuando te vine a buscar la vez que te quedaste aquí, ¿recuerdas?
—Sí, lo recuerdo. Habías viajado a Italia, y yo empleé los días que estuviste fuera para ver a mi abuela.
—Te añoré horrores en aquel viaje. Quise que fueras conmigo pero te obstinaste en no hacerlo.
—No quería asfixiarte; además, quería confiar en ti.
El silencio fue ominoso. Él frunció los labios.
—Si pudiera volver el tiempo atrás... te juro que no cometería los mismos errores.
—Ve a darte una ducha. Yo haré lo mismo y luego prepararé la cena.
Subieron las escaleras y, frente a la puerta del cuarto de Baddie, Brian se detuvo antes de que ella entrase.
—Rubia, si necesitas que te pase jabón por la espalda, sabes que puedes llamarme.
—Bobo. No pierdes oportunidad, ¿eh? Los amigos no se enjabonan la espalda.
—Bueno, depende de qué amigos: hay amigos con derecho a enjabonarse la espalda.
—Pero tú y yo no somos esa clase de amigos.
—Qué pena.
—Brian...
—¿Qué?
—Ve a ducharte.
El afamado modelo le guiñó un ojo y continuó su camino hasta el final del pasillo, donde se encontraba la habitación que debía ocupar. Alexa se quedó viéndolo alejarse. Estaba atontada con su andar seguro y sexy.
Brian sentía su mirada clavada en la nuca, pero aun así no se giró y se perdió dentro del dormitorio.
Alexa se sentía agotada. Le dolía todo el cuerpo. Entró en la habitación de su abuela y al ver sus cosas se puso melancólica. Cerró los ojos e inspiró con fuerza; luego, expulsó el aire de manera sonora. No quería angustiarse pero parecía imposible aplacar su desasosiego, de igual forma quería ser optimista y pensar que pronto ella estaría de regreso. Levantó la maleta y la puso sobre la cama. Rápidamente la vació y buscó qué ponerse. Quería estar cómoda, así que sacó un pijama, apartó sus objetos de aseo personal y se adentró en el baño para quitarse la ropa. Cuando estaba templando el agua sonó su móvil. Fue a por él, vio que tenía una notificación de WhatsApp y comprobó de inmediato que se trataba de un mensaje de Brian. Le había enviado una foto donde se veía su torso desnudo antes de entrar en la ducha. Era evidente que estaba jugando con ella.
Apuesto a que te hace recordar el pasado. Rubia, es aburrido ducharse solo. ¿No quieres cambiar de opinión y que te enjabone la espalda?
Brian hacía referencia a una foto de sus partes íntimas que él le había enviado en el pasado.
No tienes remedio. Deja de hacerte el gracioso
No me hago el gracioso. Intento convencerte. Sabes que podemos pasarlo muuuuy bien
No deseo nada de lo que me ofreces
No me tientes. Sé que tienes debilidad por ciertas partes de mi cuerpo. Aún guardo en mi móvil una foto que a ti te gustaba mucho. ¿Tú la guardas?
No sé a qué te refieres. Déjame ducharme
Rubia, no me provoques o... ¿te la mando?
Basta, Brian. Dijimos que seríamos amigos. Compórtate. Los amigos no comparten fotos íntimas
Aaaaaaaaah, o sea que sabes a qué foto me refiero. Humm, cuéntame... ¿Te gustó fantasear con ella? ¿La tienes o no? ¿La miras a veces?
Voy a entrar en la ducha. No te contestaré más. Además, es tonto este intercambio
Agitó la cabeza mientras tecleaba. Su corazón estaba desbocado.
Nos separan dos puertas y estás enviándome textos por el móvil
Le dio a “enviar” y se quedó esperando la respuesta.
Bueno, si quieres acorto la distancia y te muestro todo en vivo y en directo
Ni se te ocurra. TE ESTÁS PASANDO
Ah, veo que no has entrado en la ducha. ¡Mentirosa! Te ha quedado esperando un nuevo texto
¡Pedante! Ahora sí que no te contesto más
Lo has vuelto a hacer
Alexa dejó el móvil sobre el lavabo tratando de ignorarlo. No le contestaría más aunque los dedos le ardieran por hacerlo.
De pronto, cogiéndola por sorpresa, la puerta del baño se abrió y apareció Brian como Dios lo trajo al mundo. Estaba totalmente desnudo y, apoyado contra el marco de la puerta, esgrimía un gesto altanero al tiempo que se reía de forma engreída.
—¡Aaaaaaaaaaaaah! —Alexa gritó e intentó taparse—. ¿Qué crees que estás haciendo?
Cogió una toalla y se la arrojó, pero Brian ni se inmutó. Ni siquiera hizo el amago de cogerla.
—Estoy haciendo lo que estás deseando que haga.
—Vete. Te equivocas. No quiero verte desnudo.
—Ah, ¿no? Pues no se nota, porque... no dejas de mirarme.
—No estoy mirándote.
—Y entonces, ¿por qué tu vista apunta hacia mi...? —Bajó su mirada hacia su sexo.
—¡Brian, basta! Vete de mi baño. No hagas que me arrepienta y te pida que te vayas a un hotel. Fuera. —Lo empujó y puso el cerrojo. Se quedó apoyada contra la puerta respirando con dificultad. «¡Qué guapo es, Dios! Cómo lo deseo, y el desgraciado lo sabe.»
—¿Ya te has ido?
—No. ¿Acaso has cambiado de opinión y me dejarás entrar?
—Vete a la mierda, Brian.
Entró en la ducha rebuznando. Él sabía cómo alborotar claramente sus hormonas, hasta el punto de dejarla sin pensamientos lúcidos. Eso estaba claro. Su cuerpo ardía de deseo. Brian la seducía con sus jueguecitos y la hacía trastabillar en sus convicciones, pero sabía que no debía ceder aunque la tentación cada vez era mayor. Sacudió su cabeza, cerró los ojos y evocó su traición. Entonces pareció regresar su férrea voluntad. Se dijo que no se dejaría vencer por la pasión que él le despertaba.
Entró en la ducha.
—¡Terca, cabezota! —le gritó él desde fuera.
—¡Traidor sin memoria! Tengo demasiada autoestima para volver a caer en tus jueguecitos.
—Te encantan mis jueguecitos.
—Deja de ser tan pagado de ti mismo y pon los pies en la tierra. No eres el único hombre del universo.
—Pues no seré el único del universo, pero sé de sobra que soy el único que quieres en tu cama.
Alexa abrió la cortina de la ducha y arrojó el jabón contra la puerta.
«Joder, te tengo a punto de caramelo y por eso te enfadas. En realidad sé de sobra que el enfado es contigo, no conmigo. Bien, Moore, vas por buen camino, un poco más y todo estará perdonado y olvidado. ¿Será así? Mierda, eso espero, porque los huevos se me van a poner del tamaño de bolos si no encuentro rápido un alivio.»
Brian rio y se alejó reprimiendo la extraña necesidad de tirar la puerta abajo, entrar en la ducha y follársela contra la pared hasta que ambos quedaran sin aliento. Sin duda eso calmaría lo suficiente la necesidad que ambos sentían por el otro.
En el pasillo Otto aguardaba recostado en el suelo.
—Amigo, qué suerte tienes tú que no te complicas la vida. Créeme, las mujeres son un mal necesario e imposible de evitar, y nos hacen la existencia muy placentera. Tal vez debería conseguirte una buena perra que te demuestre de lo que hablo. Te aseguro que ellas saben cómo mantener a nuestro amigo más que contento. Te hacen despegar del suelo. No existe en la vida nada mejor que enterrarse en un buen coño.
Alexa tardó bastante bajo la ducha. Cuando bajó Brian ya estaba en la cocina preparando algo para cenar.
—¿Quieres una copa de vino?
—Gracias. —Alexa cogió la copa de chardonnay que Brian le alcanzaba, pero él no la soltó enseguida y le dedicó una mirada audaz que se clavó en el fondo de sus verdes ojos.
—¿Estás bien?
—Sí. Perdón por tardar tanto.
—No hay problema —dijo mientras agitaba su cabeza—. Sabes que me gusta cocinar.
—¿Te ayudo?
—Puedes encargarte de poner la mesa. Yo me apaño con esto.
Ella asintió con la cabeza y se estiró detrás de él para coger los platos, pero no llegaba porque Otto estaba acostado en ese sitio.
—Veo que te has hecho con un fiel seguidor.
—Siempre me he llevado bien con los perros.
—Es extraño. Otto es bastante borde, pero tú le has caído muy bien.
—Dicen que los perros tienen un sexto sentido relacionado con lo extrasensorial. Poseen un extraordinario desarrollo de sus facultades perceptivas que les permite intuir lo que los humanos ni siquiera entrevén. Tienen incluso una capacidad premonitoria gracias a la cual intuyen si una persona está diciendo la verdad o está mintiendo, y también saben muy bien cuándo uno es de fiar o no.
—Entonces Otto no tiene muy desarrollado ese sentido que digamos... —expresó ella con doble intención—. Permíteme, voy a buscar los platos. No llego con vosotros en medio de todo.
Brian se apartó y se quedó mirándola, pero no resistió la tentación. Enredó su brazo en su cintura y la pegó a su cuerpo.
Le pasó la nariz por el cuello para impregnarse con su olor.
—Me tienes loco, ¿cómo lo consigues? No eres verdaderamente consciente de lo que me pasa cuando estás cerca, y cuando no lo estás ... Sencillamente, no hago otra cosa más que pensar en ti.
»Otra oportunidad, una nueva para demostrarte lo feliz que puedo hacerte, para que me dejes cuidarte y demostrarte lo mucho que me importas. —Le mordió el carrillo—. Me vuelves loco, Alexa, te deseo. Nena, por favor, no me importa tener que suplicarte si el premio es tenerte nuevamente. No sabes las cosas que estoy imaginando en este momento. Te aseguro que te gustaría mucho todo lo que te haría.
Levantó la otra mano, le acarició las formas de sus tetas y resiguió su pezón, que se había puesto enhiesto con su roce. Sin poder contenerse, Alexa gimió y tembló a la vez. Brian, sabedor e implacable en el arte de seducir, tras comprobar que ella no era indiferente ni a sus palabras ni a su cercanía, ni mucho menos a sus caricias, le dejó un beso mariposa en los labios y apartándose le dijo:
—Ve a preparar la mesa. Ya está la comida.
Ella se lo quedó mirando con la respiración agitada. Era un insolente y no cambiaría nunca.
«¿Le doy una bofetada o un beso?», sopesó, conteniendo una carcajada, mientras él permanecía de espaldas a ella. La había dejado tambaleando. Sentía la flojedad en sus piernas. Su juego era frustrante porque no paraba de provocarla. Hizo acopio de su frustración inspirando con fuerza, cerró los ojos y se abocó a su cometido pasando por alto su desfachatez.
Estaban sentados a la mesa. Habían terminado de comer un salteado de verduras que acompañaron con un queso brie.
—¿Más vino?
—La última copa. No quiero terminar borracha.
—Conozco otra cosa que también te embriagaría y que sería más placentera que el alcohol.
Alexa se bebió de un tirón el vino. Se puso en pie. Las piernas le temblaban y moduló su voz lo más serenamente que pudo.
—Recogeré la mesa y me iré a dormir.
—Salud. Un placer haber compartido esta comida con usted, milady. También me voy a dormir.
Brian terminó el contenido de su copa, retiró la silla y se levantó del lugar que ocupaba. Alexa lo miraba sin poder despegar su vista de él.
—¿Pasa algo?
«Maldito engreído, me ha puesto a mil con sus caricias y con cada comentario, y ahora me anuncia, así, sin más, que se va a dormir.»
—Que descanses.
—Muchas gracias, igualmente.