14
«Lo mejor y lo más bonito de esta vida no puede verse ni tocarse, debe sentirse con el corazón.»
HELEN KELLER
Alexa entornó los ojos y un gemido se le escapó cuando oyó cerrar la puerta. Tembló involuntariamente.
—Ni siquiera ha sido capaz de preguntar dónde está Baddie. Y ya has visto, ni me ha saludado al irse.
—No te pongas mal.
—Siempre digo que será la última vez que me haga daño; sin embargo, siempre hay una más.
—Nena, estás sin dormir, con miles de preocupaciones en la cabeza. Hay cosas en la vida que no se pueden cambiar. No te atormentes más. Solo dime de qué manera puedo reconfortarte y te juro que lo haré.
—Ya has hecho demasiado. Mantuviste mi mente ocupada desde que llegamos de ver a mi abuela. Me has acompañado hasta aquí y no sé por qué, porque no tenías obligación de hacerlo.
—¿Acaso crees que estoy aquí por obligación? ¿Cuándo te convencerás de lo que siento por ti? Tú me importas más de lo que crees. No sé qué hacer, Alexa, no sé qué más hacer para que me creas. Sé perfectamente que lo que hice es muy difícil de perdonar, pero si pudieras entender lo mucho que me arrepiento...
»Te aseguro que daría mi vida por volver el tiempo atrás y cambiar el curso de los acontecimientos, pero no puedo, no puedo.
La miró con insistencia, rogando en lo más profundo de su ser que ella comprendiera de una vez por todas lo doloroso que era no tenerla, no poder saborear su boca, acariciar su piel, beberse su aroma. Sabía que despertarse en su cama y no sentir su perfume era un vacío al que no podría acostumbrarse jamás.
Brian no era alguien que hiciera ni dijera nada a medias, y aquellas palabras, aunque no era la primera vez que las pronunciaba, habían impactado a Alexa. En aquel instante sus miradas volvieron a cruzarse y, al momento, el calor que desprendieron sus ojos provocó que a ella le costara respirar. No creyó que pudiera rehuir de aquella distracción tan tentadora.
De pronto, el ambiente se impregnó de la energía que fluía de sus cuerpos. La lujuria y el deseo los rodearon.
Él se aproximó lentamente y le rozó los labios con un beso trémulo, al que ella respondió tomándolo por la nuca. Se le llenó el cuerpo de sensaciones y el pulso se le aceleró. Entonces Brian se hizo paso entre sus dientes con suavidad, indagando en el interior de su húmeda boca.
Alexa, aturdida y derrotada por su habilidad para poner en blanco su mente, se pegó a su cuerpo y le dio permiso para que profundizara aún más su beso. Enredaron sus lenguas y se besaron arrebatadoramente. Aturdida, se imaginó yaciendo a su lado en la cama, con la boca en su pecho y las manos vagando por toda su piel.
Brian sintió cómo rápidamente crecía su entrepierna y tuvo la tentación de tumbarla sobre el sofá y hacerla suya, arrancarle el pijama, hundir sus dedos en los pechos, besarle el vientre, el interior de los muslos, allanar con su lengua sus suaves y salados pliegues y lamerla, chuparla hasta hacerle gritar su nombre y que le pidiera más. Su deseo parecía incontrolable. En sus entrañas acechaba una avidez inconmensurable por la suavidad de su cuerpo. Ansiaba sentir alrededor de su polla la humedad y el calor de su vagina, envolviéndolo, proyectándolo a otro sitio, y aunque hasta ese momento se había esforzado en respetarla —quería que ella estuviera verdaderamente segura de volver a sus brazos—, ahora estaba dispuesto a devorarla y a poseer cada centímetro de su cuerpo y de su alma.
Alexa notaba cómo ardían las partes más vulnerables de su cuerpo. Se sentía excitada, famélica de sus caricias y sus besos. Se apartó en busca de aire y echó la cabeza hacia atrás, en un gesto de absoluta sumisión, como si la complexión de su ser se concentrara en aquel instante. Brian la miró con especulación; luego, posesivamente, le lamió el cuello, le mordió la barbilla, le apretó las nalgas y la pegó más contra su cuerpo para refregarle su inmensa erección. Su torso desnudo estaba sudado, y su piel brillaba como una perla. Alexa le recorría cada músculo, reseguía con la punta de sus dedos cada depresión, cada loma, y avivaba más su creciente excitación, como si hubiera echado de pronto leña al fuego. Sin embargo, Brian se apartó, con la respiración entrecortada.
—No quiero ofenderte. No deseo que luego te arrepientas. Quiero que estés segura de volver a estar conmigo. Aunque lo deseo más que nada en esta vida, no quiero ser el perfecto egoísta y arrogante que tú ya conoces,. Por una vez quiero cuidarte. No me gustaría que mañana pienses que me aproveché de tu vulnerabilidad.
—Brian —dijo ella con un brillo especial en los ojos y jadeante—, te quiero arrogante, egoísta, y también te quiero en esta nueva versión pensante. Fóllame, por favor.
Subieron la escalera y, mientras se besaban, fueron despojándose de la ropa. Brian la aprisionó contra la pared y le quitó la camiseta de tirantes. Sus pechos danzaron perfectos y quedaron expuestos a él. Entonces, aquella aura y fuerza masculina brotó en sus manos y no pudo evitar la tentación de cogerlos para comprobar una vez más cómo rebosaban. Se inclinó y les pasó la lengua, primero a uno y luego al otro, los admiró, los volvió a lamer y los mordió enfebrecido.
—Nos atraemos demasiado —le dijo apartándose y acariciando la curva de su cintura—. Así que no intentes resistirte más a mí, porque sabes tan bien como yo que siempre acabaremos juntos.
Había vuelto el arrogante y egoísta hombre, pero esa faceta de Brian también la seducía.
—Quiero que...
Brian no le dejó terminar la frase. Hoy no estaba dispuesto a que pidiera nada; hoy iba a tomar sencillamente lo que quería y cómo quería. La boca del modelo cayó sobre la de Alexa, y sus manos la acariciaron con extrema lentitud, quemándole la piel al paso de sus dedos. Brian ahuecó más uno de sus pechos en sus manos, y lo acarició hasta que sintió cómo se erguía su pezón entre los dedos. Lo frotó con el pulgar mientras le mordía los labios. Luego, bajó por el cuello hasta la curvatura de sus senos, lamiendo cada porción de piel. Volvió a tomar posesión del sensible pezón y ella se arqueó en sus brazos gimiendo, deseosa, ávida por tenerlo. Alexa llevó las manos a la cinturilla del pantalón de él, y las enterró dentro para apresarle las nalgas. Brian la ayudó a que le quitara el vaquero y ella le acarició ansiosa la erección que surgía bajo el bóxer.
—Ten paciencia, nena.
Jadeando, se obligó a tranquilizarse. Brian la tomó por las nalgas y, deslizando sus manos, enganchó los pulgares en el pantalón del pijama y se lo fue quitando mientras lamía su piel con la tela. Expuesta ante él, vestida tan solo con las braguitas, apoyó sus manos sobre sus hombros.
—Eres preciosa.
Le dio la vuelta para cogerla por detrás y así pegarla contra su dolorosa erección; le mordió el lóbulo de la oreja, continuó diseminando besos en su cuello y ella se arqueó hacia atrás cuando él le chupó la clavícula. En ese momento, Alexa pensó que moriría de placer, mientras él con las manos faenaba todo su cuerpo con caricias que iban y venían posesivamente por toda su piel. Ella enredó sus manos en su pelo y Brian, dueño de la situación, ahuecó uno de sus senos y lo acarició hasta hacer suyo el pezón. Ante aquella provocadora caricia, Alexa se arqueó un poco más, con el cuerpo ardiendo de deseo.
—Brian —susurró mientras le acariciaba la nuca y sentía cómo los músculos de su cuello se le tensaban bajo sus manos.
—Dios mío, no puedo creer que estés tan lista.
Brian había llevado una mano sobre su sexo y comprobó que la humedad de su deseo había traspasado las bragas. Un gemido áspero escapó de su garganta cuando corrió la ropa interior y tocó su sedosa vulva hasta deslizar un dedo en su interior, que metió y sacó rítmicamente; luego, buscó el clítoris y lo rodeó con una caricia acompasada.
—Por favor, Brian...
La tomó en sus brazos y la llevó hasta el dormitorio, saboreando el jadeo que Alexa exhaló cuando la besó nuevamente. La dejó sobre la cama y se arrodilló sobre ella mientras arrastraba las bragas por su fina y delicada piel. Le besó el empeine de los pies y ascendió lentamente mientras depositaba besos en toda la extensión de las piernas. Levantó la cabeza y la miró licencioso. Ella se apoyó en sus codos y entonces él, bajando sus tupidas pestañas para ocultar su mirada, se inclinó nuevamente y llegó con su lengua al centro de su deseo.
Una descarga eléctrica invadió todo su cuerpo, y Alexa creyó que se desintegraría por el contacto. Brian, por su parte, sintió que su polla estallaría bajo el bóxer, así que sin dejar de lamerla se lo quitó para liberar la presión que sentía bajo la tela. Continuó torturándola con la lengua y saboreando su excitación, hasta que ella empezó a retorcerse.
—No, nena, aún no. Quiero que tu orgasmo sea todo mío, pero no todavía.
Alexa lo tomó por las nalgas y lo miró persistentemente.
—Te quiero dentro ya, por favor.
Él se movió rápidamente y le dio la vuelta para ponerla boca abajo. Se acercó a su oído y le dijo:
—Sé que te gusta llevar el control, y a mí me gusta también que a veces lo hagas, pero hoy el control... lo tengo yo. Quiero que me desees mucho, tanto como yo te he deseado todo este tiempo que no hemos estado juntos.
Ella giró la cara y le mordió los labios.
—También te he deseado mucho.
—No creo que tanto como yo —le dio una palmada en el trasero—. Separa las piernas y cállate.
Le mordió la espalda y le acarició la curvatura de la cintura, mientras frotaba su erección por entre las nalgas. En aquel momento ella sintió que sus caricias le quemaban la piel, y en un acto desesperado llevó su mano hacia atrás y lo tomó por la nuca.
—Brian, no aguanto más...
Él se liberó de su agarre, la apresó de las muñecas y la sostuvo con una de sus manos, mientras que con la otra buscó su polla para posicionarla en el centro de su placer. La penetró de una sola estocada y se hundió en lo más profundo antes de empezar a moverse sin piedad. Su pelvis chocaba una y otra vez con su trasero, con una intensidad desquiciada. Le soltó las muñecas y le giró el rostro para poder acceder a sus labios, donde depositó un beso desesperado que, al ser correspondido, absorbió los jadeos de ambos. Salió de ella y el vacío que uno y otro sintieron fue artero, así que, con sus manos experimentadas, volvió a darle la vuelta sin nada de esfuerzo y la puso de cara al cielo. De inmediato, se posicionó entre sus piernas y rápidamente volvió a penetrarla. Todo era muy intenso. Se movió con más fuerza aún.
—¿Así es como me querías?
Ella no podía pensar, tan solo sentir. En cada embestida ella descubría una fibra desconocida de su placer.
—Contéstame —arremetió con brutalidad—. ¿Así es como te gusta?
—Síi, no pares, no te detengas.
—No, nena, no lo haré.
Bombeó varias veces más, hasta que advirtió que ella estaba a punto de llegar a la cumbre de su éxtasis. Entonces, se detuvo sin cumplir la promesa que había hecho. Se sentó contra el respaldo de la cama y le indicó que lo montara. Alexa se movilizó con rapidez para hacer lo que él le indicaba. Tomó su polla con la mano y se sentó sobre ella.
Ambos comenzaron a contonearse. Brian la cogía de las nalgas y marcaba el ritmo que deseaba. Ella se movía arriba, abajo, atrás, adelante, mientras que él ondeaba su pelvis para llegar más profundo aún.
Finalmente, el estallido llegó para ambos. Fuegos de artificio parecieron explotar alrededor. Brian cerró los ojos y lanzó un gruñido. Experimentó contracciones en la glándula prostática y en los músculos del pene. Al alcanzar la eyaculación, liberó todo el líquido espermático; al unísono, ella lo aferró contra su pecho casi sin dejarlo respirar. Se le contrajeron los músculos de la vagina, del útero, los pélvicos y los del ano. Alexa gritó su nombre y lo reclamó como suyo, al mismo tiempo que experimentaba varios orgasmos consecutivos que parecían no tener fin.
La magia que sintieron era tan invisible como cierta, y provocó que muchas zonas del cerebro se apagaran por algunos instantes.