19
«Ser profundamente querido por alguien te da fortaleza. Querer profundamente a alguien te da valor.»
LAO TSU
Estaba de pie en el hall de la terminal de buses, con las manos en los bolsillos y mirando cada dos por tres el reloj de la misma. Se encontraba demasiado impaciente. El vértigo de saber que volvería a verla era un sentimiento muy nuevo en él, pero no se extrañaba de las sensaciones que Alexa despertaba dentro de su cuerpo. A esas alturas estaba dispuesto a aceptarlas todas, y dispuesto, además, a disfrutarlas.
De pronto fue reconocido por unas fans entusiastas que se acercaron para pedirle un autógrafo; él accedió, por lo que se envalentonaron y también le solicitaron si se podían fotografiar junto a él.
—Por supuesto, posemos. Dadme el móvil, que tengo el brazo más largo.
Finalmente se despidieron, le dieron las gracias y, exaltadas por haberlo visto, se alejaron. En aquel momento se dio cuenta de que otra vez se encontraba preso de esa ansiedad que lo dominaba desde que se había despertado ese día, cuando fue consciente de que por fin volvería a estar junto a ella.
Siguieron pasando los minutos, pero el tiempo parecía haberse detenido o simplemente iba muy lento. Intentando tragarse una vez más la ansiedad, pero sin conseguirlo, Brian volvió a mirar el reloj y las pantallas que indicaban las llegadas. En otro momento se hubiera sentido un flojo, pero ahora era diferente: Alexa, tan bien plantada, había conseguido lo que nadie. Lo había centrado. Lo había atrapado y no había otra cosa que quisiera más que dejarse atrapar por esa rubia que lo tenía hecho un bobo.
Tras unos minutos más, anunciaron en la pantalla la llegada del bus 319, y de pronto el sitio se convirtió en un verdadero alboroto. El rumor de risas y conversaciones fue in crescendo. Miró en todas las direcciones para intentar divisar entre el gentío su cabellera dorada, hasta que por fin ella se volvió hacia él y sus miradas se encontraron: todo pareció esfumarse alrededor. Su mirada se suavizó y una sonrisa que fue casi de oreja a oreja se dibujó en su rostro al verlo. Brian se quitó las gafas y le guiñó un ojo, y, sin poder resistirse, dejaron que las ansias los invadieran y salieron al encuentro del otro para fundirse en un abrazo que parecía no tener fin.
—Te he echado de menos.
—Y yo más, rubia —le dijo entre besos.
Brian tenía sus manos enredadas en su melena mientras depositaba besos por todo su chispeante rostro. Ella permanecía aferrada a su cintura y le devolvía los besos. Él la agarró del trasero y la alzó, invitándola a que enroscara las piernas alrededor de sus caderas. Alexa cerró los ojos antes de que él se apropiara de sus labios, esperando el contacto mágico de su boca, que no se hizo esperar, ya que él también estaba ansioso por probar la sedosidad de su lengua. Se abrió paso entre sus dientes, y el beso fue ardiente, profundo, con una pasión casi casi brutal. Ella se apartó jadeante y le dijo:
—Estamos en Port Authority Bus Terminal, Brian. Por si lo has olvidado.
—Lo sé, pero te he deseado demasiado.
Le mordió el labio inferior y lo tironeó anhelando más, mucho más. La bajó a desgana y cogió su equipaje.
—Vamos o perderemos el vuelo a Fort Lauderdale. Te confieso que en este instante es lo que quiero: llevarte a mi apartamento y enterrarme de mil maneras en ti.
Las ansias que sentía en su vientre no la avergonzaban y así lo demostró, expresando lo que anhelaba:
—Bueno, aunque los baños del avión no son nada espaciosos, creo que es un buen lugar para que cumplas tu anhelo, que por supuesto también es el mío. Además, siempre he fantaseado con cómo sería hacerlo en el baño de un avión, pues jamás lo he hecho.
El modelo le chupó el cuello, su respiración era rápida y profunda en esa zona tan sensible detrás de la oreja, y la lenta y torturante excitación pareció multiplicarse para ambos. Le habló al oído:
—Deja de decir esas cosas porque harás que mi cremallera estalle, y sería un poco engorroso que apareciéramos en una revista con mis partes erectas a la vista de todos. De todas formas, creo que podré cumplir tus fantasías. Venga, que quiero llegar ya a ese avión.
Ambos se rieron sonoramente, se cogieron de la mano y se encaminaron hacia la salida de la terminal.
No pararon de darse arrumacos en ningún momento, y finalmente se sentaron en el avión, que partía desde el aeropuerto de La Guardia y hacía escala en Filadelfia antes de llegar a Fort Lauderdale a las 11:33 p.m.
El móvil de Becca sonó y, cuando miró la pantalla, palideció, aunque intentó encubrir sus emociones tras una fachada de aparente tranquilidad. Estaba tomando un café en la sala junto a Benjamin y Geraldine, cuando, con el corazón a punto de salírsele por la boca, decidió atender la llamada.
—Hola, Esther. Espera un segundo.
Se levantó con disimulo y caminó hacia la terraza. Necesitaba alejarse para hablar con total tranquilidad.
—¿Qué pasa, Esther?
—No te alarmes. Aaron quiere hablar contigo. Te paso con él.
—Hola, mi amor.
—Hola, mamá, estoy enfermo.
—Oh, cariño, ¿qué tienes? —preguntó casi sin aliento, pero entonces recordó que Esther le dijo que no se alarmara y trató de tranquilizarse.
—Hace unos días que estoy con dolor de barriga y he vomitado. No me gusta vomitar cuando tú no estás. Quiero que vuelvas.
—Seguramente, aprovechando que yo no estoy, has seducido a Esther para comer lo que no debes.
—No, mami. Te prometo que no.
—¿Has tenido fiebre?
—No, mamá. Solo náuseas.
—Cariño, mamá está trabajando. Ahora no puedo regresar pero te prometo que en unos días volveré; para cuando tengas que ingresar en el hospital estaré ahí. Aaron, tienes que hacerle caso a Esther y portarte bien; sé que me extrañas y yo también a ti, pero era necesario que hiciera este viaje, si no no me habría ido de tu lado.
—¿Y por qué no me has llevado contigo?
—Aaron, mi vida, sabes que cuando mamá viaja por trabajo tú no puedes venir. Además, estás en pleno tratamiento y el doctor en este momento no autorizaría que viajaras. Ya haremos otro viaje los dos juntos y te prometo que podrás elegir el lugar.
—Quiero ir a tu casa en Estados Unidos.
—Sabes que a Estados Unidos no podemos ir.
—¿Por qué no? No lo entiendo. Siempre dices que no. Yo quiero conocer tu casa.
—Aaron, cariño, no empieces.
—Está bien, mami. ¿Cuándo vuelves?
—Pronto, hijo. Te prometo que muy pronto; para tu próximo ingreso estaré junto a ti. Mañana te llamo, ¿sí? Y hablaremos por Skype.
—Está bien —contestó el niño con desgana.
—Hazle caso en todo a Esther, por favor.
—Sí, mamá, te prometo que lo hago.
—Ahora ponme con ella.
—Vale.
—Gracias, te amo, mi vida. No lo olvides nunca. Todo lo que mamá hace es pura y exclusivamente por ti. No hay nada en este mundo más importante para mí que tú.
El niño le pasó el teléfono a su cuidadora.
—Hola, Rebecca.
—Dime, Esther. Me ha dicho Aaron que ha tenido vómitos. ¿Lo has llevado a su médico?
—Tranquilízate. Todo sigue igual.
—¿Ha tenido fiebre?
—No, Rebecca, no ha tenido. No te desesperes. El doctor Rogers le hizo un conteo de glóbulos y no hay grandes cambios. Dijo que todo sigue igual, pero que continúa sin remitir la enfermedad con el tratamiento.
—¿Estás segura de que no es necesario que vaya?
—No es necesario que modifiques tu viaje. Aaron está jugando a videojuegos ahora mismo. No ha tenido más vómitos. Lo que pasa es que, como no estás, se muestra muy zalamero. Creo que está somatizando tu ausencia.
—Avísame sobre cualquier cambio, por favor.
—Por supuesto, ¿cómo puedes creer que no lo haría?
—Gracias, Esther, por cuidarlo y por quererlo tanto.
—Cómo no quererlo, si es un niño adorable. ¿Tú estás bien?
—Sí, todo bien, gracias.
—No quiero agobiarte, pero... ha llegado la cuenta del hospital.
—Ya tengo el dinero. No te preocupes que ya lo he conseguido.
—¡Pero bueno! Eso sí que es una excelente noticia.
—Esther, no sé qué haría sin ti. Hace meses que no te pago el sueldo, pero te aseguro que te pagaré todo lo que te debo.
—Becca, ya te he dicho millones de veces que yo estoy a vuestro lado porque os adoro; olvídate de mi sueldo.
—Llegado el momento, ya hablaremos de eso. Tengo que colgar. Haz que Aaron respete su dieta, que su alimentación es muy importante; sé que cuando yo no estoy se pone difícil y desobediente, pero no aflojes.
—No lo haré.
—Si tiene fiebre, llévalo de inmediato al médico, permanece atenta de que no aparezcan petequias y que no aumente el tamaño de sus ganglios, por favor, y si sigue con dolor de estómago, vuelve a llevarlo.
—Becca, lo sé todo. Lo estoy cuidando como lo cuidarías tú, de la misma forma.
—Lo sé. Lo siento. —Se pasó agobiada la mano por la frente—. Si no lo supiera no lo hubiera dejado contigo. Soy consciente de que me convierto en alguien obsesivo, pero no puedo evitarlo. Es demasiado difícil mantener la calma sabiendo que estoy tan lejos. Me siento impotente.
—Atiende tus compromisos. Céntrate en eso y no te preocupes por nada más. Todo está bien aquí. Nos vemos en dos semanas para el próximo ingreso.
Tras despedirse y darle mil recomendaciones a la persona que estaba a cargo del cuidado de su hijo, Rebecca Mine sentía que no le quedaban más fuerzas, pero debía seguir con la mascarada que representaba frente a los Moore.
«Hijo de mi vida, aunque sea lo último que haga en esta vida, prometo que conseguiré todo lo que he venido a buscar para que te cures.»
—¿Tienes frío?
—Un poco, pero creo que es por los nervios.
—Vamos, tranquilízate —le sugirió mientras le pasaba un brazo por el hombro y la pegaba con fuerza contra él. La besó en la sien—. No es la primera vez que vienes a la casa de mis padres.
—Pero antes siempre había venido en calidad de amiga de Oli. En cambio, ahora...
—Ahora eres mi pareja, y todos tendrán que tratarte como tal.
Alexa y Brian acababan de aterrizar en Fort Lauderdale y estaban recogiendo las maletas en la cinta del aeropuerto.
—Ese es precisamente el problema. No creo que estén muy conformes con eso.
—Bueno, mis padres son un caso de gran consideración: tampoco están conformes conmigo, así que... no te aflijas por nada. Alexa, lo verdaderamente importante es lo que nosotros sentimos. Lo que opinen los demás no nos tiene que importar.
—Pero no quiero que por mi culpa tengas un roce con ellos.
—Nena —la tomó por el mentón y la miró directo a los ojos para estudiar minuciosamente su rictus—, los roces con ellos han sido habituales desde que tengo uso de razón y desde mucho antes de que tú aparecieras en mi vida —dijo en un intento por aplacar sus nervios.
—De todas formas no me parece racional que les impongas mi presencia.
—¿Tan segura estás de que no te recibirán bien?
—Brian, no soy tonta. En la boda de Noah y Oli dejaron bien claro que su preferida es la huerfanita.
—Pero tú eres mi preferida —le mordió los labios— y, pobre Rebecca, no la llames así. Su condición de huérfana no es nada agradable. Lo pasó muy mal cuando perdió a sus padres.
—Lo siento. No quería parecer insensible.
Las luces desafiaron la oscuridad de la noche en la ciudad cuando ganaron la calle. Él le sonrió indulgente viendo la advertencia de los celos en sus ojos, pero no dijo nada. Le dio un beso en los labios y paró un taxi.
—Sube —le indicó Brian—. Yo me encargo del equipaje.
En el trayecto hasta la mansión de los Moore, Alexa le contó que por fin se había armado de valor y le había dicho a Baddie que su madre se había llevado las joyas.
—Me asusté mucho porque se echó a llorar. Tuve miedo de que le diera otro patatús, pero por suerte logré tranquilizarla. Me dio mucha pena. Pero era inevitable causarle ese dolor. Tenía que decírselo, aunque no fue nada fácil hacerlo. No soy buena dando malas noticias.
—Bueno, lo importante es que ya lo sabe y que se lo dijiste y no lo descubrió ella: eso hubiera sido más impactante.
—Estuve tentada de mentirle y decirle que las había vendido para su operación, pero no pude.
—Has hecho bien. Un día podría enterarse y vete a saber en qué circunstancias lo haría. ¿Se te ha pasado el frío?
—Un poco.
—Ya estamos a punto de llegar.
—Becca, tesoro, ¿pasa algo? Pareces preocupada.
—No, Geraldine, no pasa nada —contestó intentando parecer convincente cuando volvió a entrar en la sala—. Era mi empleada. Me llamaba para ponerme al corriente de que se ha averiado una cañería en mi casa y han tenido que romper las paredes del salón.
—¡Qué desastre! Menos mal que estás aquí.
—Sí, eso mismo le dije.
—Buenas noches.
—¡Brian!
Rebecca levantó la vista y se encontró con el apuesto modelo y con Alexa, que permanecía junto a él cogida a su mano. Quiso cerrar los ojos para soportar la punzada que se le instaló en el pecho, pero renunció.
«¿Por qué todo tiene que complicarse de esta forma?», pensó agobiada.
Geraldine, que había dejado escapar su nombre cuando escuchó su voz, se dio la vuelta y de inmediato clavó su vista en Alexa: no esperaba que él se atreviera a venir con ella. Benjamin Moore, por su parte, que bajaba de su despacho en aquel preciso momento, dijo:
—Alexa, Brian, bienvenidos. No sabíamos que llegabais esta noche.
—En realidad lo que no sabíamos es que nuestro hijo llegaría acompañado.
Brian dejó que su voz se apagara y miró a su madre con recelo.
—Eso significa que tu abuela está mucho mejor. Me alegro, querida —dijo Benjamin apaciguando el mordaz comentario de su esposa y acercándose a saludar a los recién llegados
—Sí, señor Moore. Ha tenido que pasar por una cirugía delicada, pero por suerte la ha superado con éxito y se está recuperando poco a poco.
—Me alegro —ratificó mientras la saludaba con fingido afecto.
«¿A quién quiere engañar fingiendo que se alegra de verme? Como si no recordara todo lo que me dijo en la boda de Olivia. ¿Qué pasa, Benjamin, tienes miedo de que le cuente a tu hijo lo grosero que fuiste, y las mentiras que me dijiste? —Lo miró sosteniéndole la vista—. Viejo hipócrita, si no fuera porque para Brian sí es importante contar con vosotros, aunque diga que no, ya le hubiera vomitado todo en la cara. Pero no seré yo quien le abra los ojos. Estoy segura de que el destino, tarde o temprano, se encargará de poner cada cosa en su lugar; eso sí, no me busquéis más porque todo tiene un límite, y vais a terminar encontrando a la Alexa guerrera. Si sacáis esa parte de mí, uff, entonces estallará la tercera guerra mundial.»
—Hola, hijo. —Lo estrechó en un abrazo.
—Hola, papá.
Brian, sin soltar la mano de Alexa, rodeó el sofá para acercarse a saludar a su madre, a quien le dio un beso en la frente.
—¿No saludas a Alexa, mamá? —le replicó sin alzar la voz pero con un tono de advertencia.
—Por supuesto. Bienvenida. —Alexa se acercó a Geraldine y depositó un beso en su mejilla.
«Sí, Geraldine, apuesto a que está a punto de darte una indigestión con mi presencia, pero aunque te pese y te caiga como una bomba en el estómago, aquí estoy junto a él.»
El corazón le latía desbocado. Era incómodo intentar agradarles sabiendo que era una quimera.
—Y tú, Brian, ¿no saludas a Rebecca?
—Hola, Becca. —Brian soltó por unos instantes a Alexa y se acercó a saludarla.
La joven, que no pensaba desaprovechar ninguna oportunidad, se aferró a su cuello y lo abrazó con fuerza.
—¡Qué alegría verte! —dijo mientras hundía su rostro en su cuello, sin importarle que allí estaba Alexa expectante al intercambio.
«Sí, cómo no, mosquita muerta. Este hombre es mío. Creo que si no te apartas pronto de él te quito yo tirándote de los pelos.»
—Hola, Rebecca —dijo Alexa, haciéndose notar. De pronto, se sintió estúpida. Jamás se había permitido ceder ante ninguna astucia ni a los celos, pero con Brian a su lado era algo que no podía manejar.
—Hola, Alexa —contestó la empresaria editorial esbozando una radiante sonrisa y sin soltarse de Brian, al que mantenía agarrado por la cintura.
—No hay ninguna habitación preparada —acotó Geraldine—. Las empleadas ya se han ido a dormir.
—No te preocupes. Si es mucha molestia podemos irnos a un hotel. —Se apartó de Becca y tomó a Alexa de la mano.
—No, por supuesto que no, hijo. Ahora mismo iré a despertar a Lily y le pediré que os arregle dos habitaciones.
—Solo una, papá. La mía. Somos todos adultos y para nada hipócritas, ¿no?
—Brian, hay seis habitaciones en la casa y solamente dos están ocupadas —acotó Geraldine.
—¿Qué pasa, mamá? Olivia y Noah convivieron varios meses antes de casarse. Ahora, con Alexa y conmigo, ¿te vas a poner en plan moralista?
—Que ellos hicieran eso no quiere decir que yo estuviera de acuerdo. Además...
—Además, ¿qué? —espetó Brian con la voz bastante elevada y avisándole de que no se atreviera a decir ninguna grosería más—. Mirad, creo que no ha sido una buena idea venir aquí tan tarde. Mejor cogemos nuestras cosas y nos vamos a un hotel. Ya nos veremos mañana en la fiesta.
—Brian, por favor, no seas tan susceptible. Yo mismo os ayudo a llevar las cosas a tu habitación. Ahora despierto a Lily y la envío para que acondicione tu cama.
—Gracias, papá.
—Siento mucho todo este despliegue a estas horas —se disculpó Alexa, sintiéndose totalmente fuera de lugar. Lo cierto es que los Moore conseguían intimidarla. No era nada cómodo saberse rechazada.
—No puedo creerlo, no puedo soportarlo, me va a dar algo, ¿cómo se ha atrevido? Es una desvergonzada. Si sabe perfectamente que no la tragamos —le dijo a Becca en cuanto se quedaron solas—. Y encima se hace la pobrecita.
—Debes ser más hábil que ella, Geri. Enfrentándote a Brian no es como lo conseguirás. Creo que lo que tienes que hacer es buscar la forma de desprestigiarla ante sus ojos. No te pongas en contra de tu hijo, porque ese no es el camino. Finge que la aceptas y busca la oportunidad adecuada para hacerla pisar en falso.
—Dios, Becca, es que me enerva su vulgaridad. Sin embargo, tal vez tengas un poco de razón.
—Por supuesto que tengo razón. Quizá podríamos buscar ayuda externa.
—Ayuda externa... ¿a qué te refieres?
—Mañana en la fiesta sería una buena oportunidad. Podríamos conseguir a alguien que la ponga en una situación comprometida frente a Brian.
—Eres un geniecillo, niña.
—Cada día me convenzo más de que eres la mujer adecuada para Brian —acotó Benjamin, que había alcanzado a escuchar los planes—. Yo me encargaré de todo. Vosotras permaneced al margen y... Geraldine, pon tu mejor cara de póker y deja de torear a Brian; te lo he dicho hasta el cansancio, mujer. Así no conseguirás nada.
—Es más fuerte que yo, chorrea grasa, no la soporto. ¡Cazafortunas!
—Te dije que no era una buena idea venir aquí.
—Acércate. —La cogió por la cintura y la pegó a su cuerpo—. No quiero que te sientas mal. —Le apartó el pelo de la cara—. Como te dije, uno no elige a la familia; así es que te pido disculpas en nombre de ellos. Sé que es complicado todo esto, pero si me quieren aquí, tendrán que aceptarme junto a ti; además, no te conocen como yo. Por eso mismo, en cuanto bajen la guardia, estoy seguro de que quedarán tan fascinados como lo estoy yo. A veces pueden ser muy materialistas, pero si algo de cariño les queda por mí me apoyarán.
—Ellos te quieren, Brian. No digas que no. Solo que lo hacen a su manera. Es increíble que tú y Olivia seáis sus hijos. Sois tan diferentes a ellos.
—Mis padres son muy manipuladores. No soportan que las cosas no salgan conforme a sus preceptos. Por un tiempo, Olivia y yo lo permitimos. Más ella que yo.
—Cambiando de tema: muy toquetona la huerfanita.
Él bajó sus manos y le oprimió las nalgas.
—Pero mis manos a quien quieren tocar es a ti.
Un golpeteo en la puerta interrumpió el beso que estaban dándose.
—Adelante —contestó Brian, mientras se apartaba de Alexa.
—Buenas noches, señor Brian, señorita.
—Buenas noches, Lily.
—Buenas noches.
—Su padre me ha mandado para que me digan qué necesitan. La cama está hecha y limpia, señor. La arreglé esta mañana previendo su llegada.
—En ese caso, Lily, creo que no necesitamos nada. ¿Tú necesitas algo, Alexa?
—No, muchas gracias.
—¿No desean cenar? Puedo prepararles algo rápido, señor.
—Cenamos en el avión, Lily. Disculpa que te hayan despertado en vano.
—No se preocupe, no dormía. Estaba leyendo.
—En ese caso no me siento tan culpable. Lo que te voy a pedir es que mañana nos traigas el desayuno aquí.
—Claro, señor Brian, como siempre que viene. Descuide. Sé que le gusta remolonear. Por eso no hay problema.
—Gracias, Lily. Siempre tan amable.
—Que descansen.
Apenas volvieron a quedar solos, Alexa le dio un codazo para mofarse de él. No podía parar de reírse.
—«Señor Brian.» ¿Así es como te llaman aquí? ¿Y te traen el desayuno a la cama?
—¿Cómo? ¿No te lo había contado? Soy hijo de los Mayer-Moore, ¿qué te crees? Mi sangre es azul.
—Tonto.
—No me gusta que me llame así, pero no puedo hacer que la pobre mujer pierda su empleo. Si mi madre la oyese llamándome de otra forma, la pondría de patitas en la calle.
—Ya lo sé. Era una broma.
—Yo también bromeaba. Me encanta que me llamen «señor». Es mejor que «energúmeno», ¿no crees?
—Pues a veces eres un energúmeno y te lo mereces, como en este caso.
—¿Así que soy un energúmeno? Creo que mis manos podrían castigarte por utilizar ese adjetivo contra mi persona.
—No, Brian, no me hagas cosquillas, nooo. Me harás gritar y nos van a oír. Por favor, por favor, no me mofaré más de ti, lo prometo. No me hagas cosquillas, noooooo.
El la tiró sobre la cama y, cuando ella ya no tenía más aliento de tanto reírse, dejó de hacerle cosquillas. Se tendió sobre ella y le acarició el rostro.
—Quiero que todo el mundo sepa que me perteneces. Mañana me sentiré muy orgulloso por tenerte a mi lado. Quiero formar parte de tus pensamientos siempre, meterme en cada intersticio de tu piel, quiero... quiero que confíes en mí, quiero darte todo lo que esté a mi alcance para que seas feliz. Estoy asustado. Nunca anhelé nada así por nadie, y te mentiría si no te lo dijese. Creo que estamos hechos el uno para el otro.
—Qué verborrea, señor Moore.
—¿Qué sientes, Alexa? Quiero oírte decir lo que sientes. Últimamente me sincero contigo, pero siempre evitas confesarme tus sentimientos.
—Brian yo... no soy buena diciendo cosas románticas. Deberías saberlo.
—¿Sabes lo que creo? Que en realidad no te lo permites, que temes que te vuelva a defraudar y por eso escatimas palabras.
—Fóllame.
—No, Alexa, no hasta que me digas lo que sientes. No vas a engatusarme con sexo. Quiero oírte ahora.
—Maldición, Brian, si ya lo sabes. ¿En qué cambia que te lo diga o no?
—Quiero oírte.
—Quiero... —respiró con dificultad—, quiero ser tuya en todos los sentidos de la palabra. Quiero que te levantes pensando en mí y que te acuestes pensando en mí. Quiero ser lo más importante para ti. ¿Cómo lo estoy haciendo?
—Muy bien, sigue. ¿Qué más quieres de mí?
Ella le acarició el rostro.
—Quiero que las veinticuatro horas del día sean pocas para que me ames. También estoy asustada por esto que siento, pero espero que juntos superemos nuestros miedos. Me asusta todo. No solo mis sentimientos. Me asusta que tu familia no me acepte, me asusta que tengan razón y que no sea la persona adecuada para estar a tu lado. Sabe Dios que antes siempre me importó una mierda lo que los demás pensaran, pero quiero formar parte de todo lo que viene de ti. Me asusta superarte en edad. Tengo miedo de envejecer muy pronto.
—Alexa... cariño, solo me llevas tres años.
—Sí, pero viendo a esa... —Hizo un mohín muy gracioso—. La huerfanita es muy joven, lozana, y además es hermosa, y... yo me siento insegura.
—¿De qué te sientes insegura?
—¿Fue muy importante para ti?
—Estás celosa de Becca, ¿de eso se trata?
—Cómo no voy a estarlo si tus padres te la quieren meter por los ojos, y ella, de la misma forma, está esperando el momento de meterse dentro de tu bragueta.
—Tonta. —La besó en los ojos—. Rebecca es el pasado, un pasado que no me interesa recordar; sin embargo, para que veas que no quiero ocultarte nada, te contaré algo que no sabes. Además, no quisiera que te enteraras por terceros. —La abrazó apretujándola—. Lo que tuvimos Rebecca y yo fue un amor adolescente.
—¿Amor?
—Sí, amor. Cuando uno es adolescente se enamora con facilidad, ¿no? Pero no siempre significa que sea el verdadero amor. ¿Tú no tuviste un amor adolescente? Estoy seguro de que sí. —Alexa asintió con la cabeza—. Nuestras hormonas estaban revolucionadas por la edad, y además todo tenía connotaciones de prohibido, porque sabíamos que mis padres no lo permitirían. Frente a eso iniciamos una relación en secreto y nuestra inexperiencia nos llevó a cometer errores.
—¿Qué errores? ¿Por qué te detienes?
—Rebecca se quedó embarazada.
—Mierda, Brian. Sabía que había sido algo muy importante. ¿Qué pasó con el bebé?
—Lo abortó. Mis padres nos convencieron de que no estábamos preparados para ser padres y creo que tenían razón. Yo estaba a punto de cumplir dieciocho años y ella apenas tenía dieciséis. Creo que realmente no estábamos preparados puesto que a duras penas podíamos con nuestras vidas. Recuerdo que yo estaba muy asustado y ella también. Fue algo que no planeamos pero que sucedió. Así que Rebecca decidió irse a estudiar a Inglaterra y nunca volvió. Hasta ahora.
—Y cuando se fue... ¿pensaste mucho en ella? ¿Nunca sentiste ganas de ir a buscarla?
Su faceta masoquista no podía detenerse, aun a riesgo de escuchar una respuesta que no quisiera oír; Alexa no era de esas que no afrontan la realidad. Ella prefería hacerlo y saber con qué cartas jugaba.
—¿Para qué quieres saber eso?
—Quiero calcular cuán importante fue para ti.
—Es pasado...
«Ya veremos», pensó.
—Pero ha regresado —dijo tercamente.
—Que ella esté de regreso en el país no significa que vuelva a estarlo en mi corazón. Ese sitio está ocupado y es todo tuyo.
Lo abrazó con fuerza. Quería creer en sus palabras, aunque algo en su interior le decía que debía andarse con cautela, porque ese pasado no era precisamente un volcán dormido, al menos no por parte de la huerfanita.
Hundió los dedos en su espalda en algo que no era un simple abrazo. Era un modo de posesión. Su respiración se volvió vertiginosa. Necesitaba inhalar con más frecuencia y el excedente de oxígeno rápidamente resaltó todos sus sentidos. Supo de pronto que lo ansiaba con impaciencia y deseaba que invadiera el interior de su cuerpo. Necesitaba sentirlo íntimamente para comprobar que lo que él le decía no eran solamente palabras y que realmente era suyo.
Se apartaron por unos instantes para mirarse a los ojos, y sus miradas se expusieron sensibles, como espejos de lava líquida poderosamente deseables. La excitación había hecho que el corazón se les saliera por la boca y que el latido enfebrecido se les concentrara en la entrepierna. Brian se movió y frotó su erección sobre su pelvis. Sintió deseos de enterrarse en ella, de constreñir y besar cada centímetro de su fina piel. Apasionado, atrapó su boca y escudriñó su lengua para beberse la calidez de su sabor. Ello provocó que le diera paso en todos los rincones donde él quisiera indagar mientras se retorcía de anhelo bajo su cuerpo. Brian palpó su costado en busca de su cinturón. Lo desabrochó y lo apartó. Inmediatamente, con sus dedos ávidos recorrió su muslo sobre el vestido hasta llegar a las nalgas. Lo subió lentamente a fin de desandar el camino de ida que habían hecho sus dedos y le lamió la piel con la punta.
—Espera, Brian, espera.
—¿Qué sucede?
—¿Te parece apropiado que lo hagamos aquí? No querría que tus padres sumaran pensamientos peores de los que ya tienen sobre mí. Deberíamos habernos ido a un hotel.
—Nadie entrará. Además, seremos discretos. Ahora es imposible pensar en parar y, por otra parte, quiero bautizar esta cama también —dijo con una mirada oscura mientras hurgaba dentro de sus bragas.
Alexa comenzó a gemir casi de inmediato y él le tapó veloz la boca con un beso para que no se oyeran sus gemidos, al tiempo que sus dedos abrían sus tersos pliegues; ya estaba húmeda y preparada para recibirlo.
Sacó los dedos húmedos y se los pasó por los labios. A continuación, los lamió lujurioso, mientras que un vaho de sensualidad los envolvió.
—Alexa... —pronunció su nombre extasiado.
Sin detenerse vagó con su mano, descendió por el largo de su cuello para perderla dentro de la abertura del escote del vestido, y la cerró sobre el repujado de su seno formando un puño muy apretado en torno al pecho desnudo, hasta que sintió cómo el pezón se endurecía en su palma. Parecía imposible contenerse. La ansiedad por poseerla lo descontrolaba sin que pudiera abandonar sus labios. Volvió a beberse otro grito que escapó de la garganta de Alexa, y sus lenguas se enredaron más furiosas hasta encontrarse en una ardiente sensación.
Brian se desabrochó los vaqueros y se los bajó junto con el bóxer. De inmediato, le quitó las bragas y se apretó contra sus duros muslos. En un tris su masculinidad se abrió paso para ajustarse íntimamente en el interior de Alexa. Ella jadeó y se apretó contra él temblorosa de pasión, al tiempo que un placer vertiginoso crecía dentro de sí. Él se movió dentro y fuera de su interior, hasta que se encontró gruñendo, y tuvo que apartarse de su boca para tomar aire. Con los brazos en tensión, no dejaba de mover las caderas y se enterraba en cada envite más profundamente aún. Su vista se posó de pronto en la amarilla y fina seda de su vestido, y en las crestas de sus pezones que asomaban turgentes, en una visión desestabilizadora.
—Ofréceme uno de tus pechos.
No había manera de pensar en perder tiempo desabrochándole el vestido que se sujetaba en la espalda, así que como el escote dejaba una franca abertura en el cruce que formaba, Alexa lo complació sacando un seno por ahí, y la piel tersa de pronto brilló satinada bajo la luz artificial, hasta dejar al descubierto el rosado de sus tensas puntas; sin poder contenerse, Brian cayó sobre él con su boca, apresando su vértice, que mordió sin piedad y le obligó a chillar con desenfreno.
—No grites —le ordenó al tiempo que volvía a rodear el pezón con su lengua, mientras no dejaba de moverse dentro y fuera de ella.
Brian experimentó un escalofrío anhelante que le recorrió la columna vertebral al sentir cómo su pecho se ensanchaba por su violenta intrusión. Alexa lo tenía cogido por los bíceps mientras enroscaba sus piernas alrededor de su cintura, en la simple acción de encajar como si fueran dos partes de un puzle. El rostro de ella se veía rozagante. Sin poder evitarlo, se retorció debajo de él. Arqueó la espalda y tiró la cabeza hacia atrás, al tiempo que se soltaba de sus brazos para agarrarse a la colcha y apresarla de manera desesperada.
Con su polla enterrada dentro de ella y su pezón entre los dientes, Moore se sintió poderoso como un dios mitológico al ver que ella se tensaba debajo y apretaba los muslos alrededor de su pene para encarcelarlo en su interior.
Cambió de ritmo al tiempo que soltaba su pezón. La tomó por las caderas y se arrodilló en la cama para buscar otro ángulo de penetración. Quería llegar con la punta de su polla a otro punto que le permitiera experimentar otras sensaciones; sabía muy bien lo que hacía. Se movía profundamente y en un círculo lento.
—No juegas limpio. Estás matándome de ansiedad.
—Rara vez juego limpio.
—Eres un insolente.
Ella levantó sus manos, tiró de su camiseta para dejar su torso al desnudo y, eclipsada por la visión de su cuerpo, apoyó sus palmas contra su tórax y le recorrió el pecho. Bajó por el serrato mayor y por el recto, para luego dar con sus oblicuos externos, que resaltaban en su bajo abdomen; ante la descarga de corriente que sus dedos le produjeron, él, totalmente entregado, cerró los ojos.
—Eres perfecto.
Brian abrió los párpados y la miró como si sus ojos se hubieran transformado en lagos de lava. Cogió una de sus piernas y se la puso sobre uno de sus hombros, y entonces, aferrado a su muslo, tomó impulso y empezó a moverse con más ímpetu, intentando encontrar en su acometida ese punto justo en el que los dos pudieran estallar al unísono.
—Vamos, Alexa, por favor, córrete. No creo que aguante mucho más.
Anhelante, ella lo atrapó por la nuca y curvó sus dedos entre sus brillantes mechas.
—Estoy llegando, sí. Esto es perfecto, Brian.
Su aliento se agitó contra su oído, y entonces, descomedido, él apresó su boca para absorber sus gemidos, al tiempo que su cuerpo se elevaba contra el suyo. Su longitud la invadía por completo, un empujón, otro... otro... otro más... haciendo que cada rítmica invasión se tornara más desesperante para ambos. Alexa, se sintió atrapada bajo su atlético cuerpo, empalada y ardiente; Brian, dueño y señor de todo el control, la volvió a invadir unas veces más, hasta que los dos cedieron a la liberación.
Alexa contuvo la respiración mientras sentía una continuidad caliente de sudor por todo su cuerpo, y Brian, por su parte, inhaló violentamente al tiempo que se apretaba contra ella para inundar las paredes de su sexo con su ambrosía. Se agitó violentamente, hasta el punto de pensar que se quedaría sin aliento.
Ella lo miró extasiada y le acarició la espalda hasta que finalmente él abrió sus ojos y su mirada azulina la veneró con agradecimiento.
—Ha sido sencillamente maravilloso. —Le besó los labios—. Gracias.
Ella llevó las manos al rostro de él y, resiguiendo los vigorosos rasgos de su cara, le tocó las comillas que se le formaban en las comisuras de los labios a causa de la sonrisa que brotó de su boca.
—Ha sido asombrosamente maravilloso —corroboró ella—. Ni siquiera nos hemos quitado la ropa.
—¿Para qué? Nos hemos quitado lo necesario.
Él hizo el intento de retirarse de su interior, pero ella no lo dejó. Bajó la pierna de su hombro y lo atrajo a su pecho, donde él descansó la mejilla mientras intentaban apagar los resuellos de sus pulmones. Alexa le acarició la espalda, el pelo.
—Estoy agotado, entre el polvo del avión y ahora este... Eres mortal, nena.
—Mañana me dolerán las piernas, y tengo que ponerme tacones por la noche. Tú y tus posturas.
—Me acabas de decir que te ha gustado —le habló mientras acariciaba sus muslos, dándole un masaje suave y compasivo.
—Mucho.
Volvió a intentar salir de dentro de ella.
—No, aún no. De esta forma sé que eres solamente mío.
—Soy solamente tuyo, rubia. —Levantó la cabeza y la miró persistentemente a los ojos—. Si me mantienes así, no creo que podamos descansar; estoy molido, pero jamás desecharía otro polvo contigo. Vayamos a limpiarnos y a dormir. Mañana quiero hacer algo contigo.
Se levantaron de la cama y, en el camino, se despojaron de la ropa que aún tenían puesta y se internaron en el baño.
—¿Algo? ¿El qué?
Se metieron bajo la ducha.
—Es una sorpresa.
—Sabes que no me gustan los misterios. ¿Por qué me lo has dicho?
—Porque me encanta dejarte en ascuas.