CAPITULO XVI
Antoni permaneció inmóvil un momento y luego una rabia incontenible se apoderó de él. No podía creer lo que Melisa le había dicho. Esa mujer era el mismo demonio. Así cómo tenía el poder de prenderlo y excitarlo en un instante, también tenía el don de sacarlo de quicio. Salió a toda prisa tras ella pero cuando llegó al salón ya no la vio.
-Por fin te encuentro. He estado buscándote. Me siento un poco mal y quisiera retirarme. –Elionorth interrumpió sus pensamientos, no podía ser más oportuna, tenía que alejarse de ahí cuánto antes. Antoni estaría furioso y no era para menos, estaba consciente del grave error que había cometido al cuestionarle su hombría. Eso era un grave problema que no sabía cómo resolvería. Por lo pronto evitando a Antoni a toda costa hasta que se le bajara el coraje y pudieran hablar.
-Estoy de acuerdo, yo también estoy cansada y quisiera irme ya a descansar. –dijo aún alterada.
Antoni estuvo buscándola un rato más y entonces le preguntó a un mozo por su madre y Melisa. Este le dijo que hace un momento se acababan de retirar.
Salió cómo energúmeno y pidió su caballo, en un santiamén ya estaba en la mansión Beamont.
Esa mujer estaba loca si creía que se libraría tan fácil de esta. Ella lo había retado y él con gusto le daría una lección. Entonces una idea se le cruzó por la cabeza. Esa noche Melisa seria suya, de eso no tenía dudas.
Melisa estaba sumida en sus pensamientos preocupada ¿cómo arreglaría las cosas con Antoni? No había reparado en Elionorth hasta que llegaron a la mansión.
-Señora está muy pálida. ¿No quiere que llame al doctor? –preguntó Melisa preocupada al ver el rostro desencajado de Elionorth.
-No creo que sea necesario querida. Es sólo un leve malestar que estoy segura pasará en cuánto me acueste. No te preocupes.
-Está bien, la acompaño a su habitación. –lo qué menos quería Melisa era subir sola a las habitaciones.
Después de dejar a Elionorth en su habitación inspeccionó el pasillo y no parecía haber rastro de Antoni, con sigilo atravesó el largo pasillo y se dirigió a su habitación. Entró de prisa y cerró con llave. Con un suspiro de alivio se recargó en la puerta, después de tomar aire se dirigió a encender el quinqué que estaba junto a la mesita de noche.
Cuándo la habitación se llenó de luz vio a Antoni acostado en su cama, al parecer la había estado esperando. Que ingenua fue al pensar que él dejaría las cosas así. Al menos ya no parecía alterado, de hecho su rostro parecía tranquilo, eso le dio esperanzas. Ocultando su nerviosismo e intentando parecer tranquila le preguntó.
-¿Qué haces aquí?
-¿No crees que tú pregunta está de más? Es obvio que vengo a terminar lo que dejamos pendiente. –le dijo al tiempo que se ponía de pie, estaba vestido con el disfraz de bandido y se lo quitó ante sus ojos hasta quedar desnudo.
Melisa abrió los ojos cómo platos, nunca había visto un hombre desnudo en vivo y ante ella, sólo los había visto parcialmente desnudos en películas o en fotografías que le enseñaban las chicas del trabajo para burlarse de ella por seguir siendo virgen. Rezó por no tener la boca abierta hasta el suelo.
Antoni era imponente. Cuando lo conoció imaginó que tendría un cuerpo fuerte y estético. Pero sólo ahora era testigo de su masculina belleza. Ese hombre realmente era hermoso, irresistible y no podía dejar de admirarlo, sobre todo cierta parte de él que le causaba demasiada curiosidad.
Él le permitió quedarse mirándolo un momento, estaba fascinado por su reacción, puesto que ella lo miraba con verdadera admiración y entonces supo que no le había mentido cuando le dijo que era virgen, ahora estaba seguro que era la primera vez que veía a un hombre desnudo. Su reacción había sido genuina, autentica.
Melisa apartó la mirada, las mejillas le ardían de vergüenza, sabía que estaba sonrojada. Tenía que armarse de valor y poner un alto antes que todo se saliera de control.
Tomó la ropa del suelo y se la lanzó. –vístete por favor. Tenemos que hablar. -Se giró para no mirarlo -Antes que todo te pido una disculpa por las estupideces que te dije, pero debes comprender que estaba furiosa. Me sentí ofendida al ver que pensabas que era una cualquiera. No me hizo nada de gracia saber que estabas probándome y quise darte una lección. Lo siento.
Antoni se paró tras ella, la rodeó con sus fuertes brazos y la pegó a su cuerpo. Melisa sintió la hombría de él pegada a su retaguardia, su respiración pareció abandonarla y las piernas parecían no sostenerla. ¿Qué tenía ese hombre que la ponía en ese estado con tan sólo tocarla?
Mientras él le besaba el cuello le dijo. -No esperarás que con una disculpa arreglaras esto. –le sopló su aliento en el oído y ella se estremeció hasta lo más hondo.
-Tenía la esperanza de poder razonar contigo. –dijo ella tratando de no perder el control.
-¿Razonar? ¡Por Dios Melisa! Esto no se arregla con razonamiento. –la giró hasta hacerla quedar frente a él. Por ningún motivo dejaría escapar esta oportunidad. –has provocado a la bestia y tienes que aceptar las consecuencias……
La besó consumido por aquel terrible deseo que amenazaba con destruirlo si no lo dejaba salir. Melisa trató de no corresponder, de no sentir, pero después de un instante de tener los labios tibios y suaves de él, tentándole y pidiendo más, ya no fue capaz de contenerse, abrió la boca para recibirlo y correspondió sin reservas.
No supo como es que terminó casi desnuda, sólo con la sexy lencería que Susan le puso en su maleta. Un hermoso corsette de encaje rosa y cintas negras con sus respectivas pantaletas corte francés, cubriendo las zonas adecuadas y dejando al descubierto algo de piel. No sintió cuando Antoni le bajó la túnica del disfraz, estaba concentrada sólo en las sensaciones que la embargaban cuando él la tocaba y besaba por todo el cuerpo haciendo su sangre hervir.
Él se separó un momento para tomarse un tiempo para admírarla, él que se creía un experto en las mujeres, jamás había visto criatura más hermosa, pura simetría y la lencería de ella lo volvía loco. Jamás había visto alguna parecida, el encaje rosado le parecía extremadamente sexy, único. Melisa no era parecida a alguna mujer que hubiera visto, reflexionó. Era única, autentica y sería suya, suya y para siempre.
La levantó en brazos como si no pesara nada y la depositó suavemente sobre la cama. Nada ni nadie le impediría terminar lo que había empezado. Se colocó sobre ella y comenzó a besarla nuevamente cuándo…….
-Niña Melisa. –Anita llamaba a su puerta y parecía agitada.
Melisa hubiera pegado un brinco si no es porque el pesado cuerpo de Antoni estaba sobre ella.
Antoni le puso un dedo en los labios para hacerla callar mientras le susurraba al oído. –Tranquila, nadie sabe que estoy aquí. Pregúntale ¿que quiere? y has que se valla de inmediato.
-¿Qué sucede Anita? Ya estaba en la cama descansando. –le dijo tratando de sonar tranquila pero sin abrir la puerta.
-Perdóname niña que te moleste, pero es que la señora Elionorth no se encuentra bien, tiene fiebre y está volviendo el estomago. No encuentro al joven Antoni por ningún lado y no sé qué hacer.–Anita estaba verdaderamente preocupada.
Antoni se puso de pie de inmediato maldiciendo su mala suerte. Melisa también se puso de pie. –Quizá aun no regresa de la fiesta. Ve con ella, no la dejes sola, yo nada más me visto y voy para allá, es que ya me había metido a la cama. –no supo que más decir para no verse sospechosa.
-Está bien niña no tardes, la verdad es que la veo muy mal. –Anita se retiró y Melisa se dejó caer en la cama. Antoni se puso en cuclillas para estar a la altura de su rostro, para su buena suerte él ya se había puesto el pantalón. Pensó Melisa.
-Antoni ¿Se habría dado cuenta de... -No terminó la pregunta y el tono rojizo volvió a su rostro.
Antoni sonrío, le encantaba la manera en que ella se sonrojaba.
-Tranquila, ya te dije que nadie me vio cuándo entré.
-¿Estás seguro?
-Sí completamente. Ahora vístete y ve con mi madre, yo esperaré un tiempo prudente y me reuniré contigo. –La besó en los labios.
Melisa obedeció, se puso un sencillo vestido y salió a o toda prisa hacia la habitación de Elionorth.
-Anita te dije que no la molestaras. –le dijo Elionorth cuando la vio llegar con semblante preocupado.
-¿Cómo se siente? –preguntó Melisa preocupada, se acercó a la cama y le tomó la mano.
-Estoy segura que no es nada, ya se me pasará. Quizá fue algo que comí.
Melisa le tocó la frente y comprobó lo que Anita le había dicho, aun tenía fiebre. –Trae una vasija con agua fría y un paño para ponerle compresas y bajarle la temperatura. -pidió, Anita obedeció y cuándo salía de la habitación se topó con Antoni.
-Joven que bueno que ya llegó, su mama...
-Sí Anita, ya me dijo Pedro. –Antoni llevaba la misma ropa que utilizó para el baile como si apenas fuera llegando. Entró en la habitación y se acercó a su madre.
-Tiene fiebre y escalofríos, deberías ir por un doctor más vale estar seguros que no sea nada grave. –le dijo Melisa mirándolo intensamente. Se veía tan guapo vestido de bandido sin el antifaz. Sin poder evitarlo recordó los deliciosos besos que le había dado esa noche y bajó la mirada.
Antoni asintió, le dio un beso en la frente a su madre y se dirigió a Melisa. –Voy por el doctor Lewis, regresaré lo más pronto posible, cuídala por favor. –con ternura la tomó de la cintura y la besó en los labios ante la mirada atónita de su madre. Enseguida Salió.
Melisa miró a Elionorth sonrojada y apenada.
–No te avergüences nunca del amor hija, además sería inútil negarte qué me agrada mucho que mi hijo y tú se entiendan. Él ha sufrido mucho y merece una mujer que en verdad lo ame.
Entonces se escuchó el sonido de los cascos de huracán corriendo a todo galope.