CAPITULO XIII
Melisa hizo una búsqueda exhaustiva del tercer libro, pero ni rastro de él, es cómo si nunca hubiese existido. Tenía que mantenerse ocupada y no pensar en Antoni ni en esos besos que le turbaban los sentidos. Se preguntó si él se sentiría igual de frustrado al mantener las distancias tanto física como emocionalmente y mantener a raya una atracción tan fuerte como la que había entre ellos, tan fuerte que cuando estaban juntos saltaban chispas y el fuego amenazaba can arrasarlo todo.
Después de mucho darle vueltas, estaba segura que Antoni sentía lo mismo, ella lo sintió vibrar y un beso así no podía ser fingido, pero entonces ¿Por qué no se dejaba llevar? ¿A qué le temía? Lograr que él admitiera sus sentimientos seria toda una misión imposible.
-Tan, tan, tan, tan, tan, tan,….. -Tarareó la canción del famoso filme de acción. Se rió de ella misma.
Tenía que hacer algo. Entonces cayó en cuenta que no había hecho nada por contactar a Susan y regresar a casa. Ese tiempo lejos de ella le sirvió para extrañarla. Cómo la echaba de menos. Sus locuras, su paciencia, su ternura y su ingenio. Su hermana en verdad era asombrosa y ella la adoraba.
Bajó a la cocina y pidió instrucciones de cómo llegar a la ciudad o pueblo más cercano, estaba segura que ahí podría encontrar algún teléfono o un internet público para poder contactar con Susan e irse cuánto antes de Antoni. Pues lo había estado meditando y llegó a la conclusión de que esa guerra de poderes no los llevaría más que a la mutua destrucción.
Llegó al establo y pidió le prepararan un caballo, estaba lista para salir cuándo Antoni apareció frente a ella.
-¿A dónde crees que vas? Y sobre todo sola.
-Discuuulpa, no sabía que tenía que pedir premiso para salir y menos que te importara lo que yo haga. Por cierto ¿Cómo te enteraste? Acaso………. ¿Me estas vigilando? –preguntó sarcástica.
-Aunque no lo creas éste es un lugar peligroso y una señorita decente no debe andar sola. Cuándo quieras salir avísame, yo te acompañaré y cuándo no me sea posible ya veremos qué hacer. Por encima de todo soy un caballero.
-Yo no soy una señorita…. –los trabajadores soltaron unas risitas pensando en lo que ella iba a decir. Ella los miro divertida. -¿Qué les pasa? ¡Claro que soy decente! Yo iba a decir que no soy una señorita que necesita una guarda imperial. De sobra sé cuidarme yo solita. Se pasan de mal pensados. –todos rieron.
Antoni la miró y una sonrisa se dibujó en su rostro. –Ya te dije que no es correcto que andes por ahí paseándote en pantalones, la gente puede pensar que estás loca. Cámbiate y hazlo pronto, es mejor que nos vayamos cuánto antes, no quiero que se nos haga de noche en el pueblo.
Ordenó que le prepararan un carruaje y minutos después salieron de la finca.
Cuándo recorrían el camino de terracería bordeado de arboles que lleva al pueblo New Port, Melisa pareció reconocer algunos lugares, pero todo era muy confuso, retazos de recuerdos llegaron a su mente. Recuerdos distorsionados y sin sentido.
-Antoni, ¿Cómo y dónde me encontraste?
-¿No lo recuerdas?
-Realmente no. Debí golpearme la cabeza o algo así, porque es todo tan confuso, sólo tengo algunas imágenes que no son nada coherentes.
-Pues no te encontré. Tú llegaste sola a mi casa y hasta ahora no he escuchado alguna historia o explicación de ¿cómo o por qué llegaste a la mansión Beamont?
Melisa permaneció unos minutos en silencio. –Si no lo sé yo misma, menos puedo contártelo ¿no crees? Por cierto y cambiando de tema, acabo de encontrarme con tu primo Sebastián y créeme que no fue nada agradable.
-Es una pena que lo hayas conocido en esas circunstancias. No siempre fue así. Cuando éramos niños éramos los mejores amigos. Luego cuándo él era adolescente sus padres murieron en un misterioso incendio que acabó con todo lo que tenían. Él logró salvarse de milagro y desde entonces mi padre lo trajo a vivir con nosotros. Después del incendio mi primo tenía pesadillas sobre lo sucedido y se volvió alcohólico. Después de eso no hay mucho que contar.
-Es una lástima, otra vida más desperdiciada por culpa del alcohol.
Cuándo llegaron al pueblo Antoni la llevó a un bonito lugar donde servían un café y un té exquisitos, además que la cocinera hacia unos pastelillos de dátiles y miel para chuparse los dedos. Melisa estaba encantada y se olvidó de todo, de Susan, de volver a casa. Antoni era maravilloso a pesar de querer aparentar lo contrario. Cuánto más estaba con él, descubría que lo que Lorrein decía sobre él era verdad.
Lo miraba y escuchaba atenta a lo que él tenía que decirle, él le contaba historias sobre el pueblo y las fincas que lo rodeaban incluida la suya. Melisa estaba fascinada con la buena conversación.
Estuvieron un par de horas platicando y luego él la llevó por la plaza del brazo exhibiéndola, todos los presentes pudieron verlos juntos como pareja. Antoni sabía que serian la comidilla del pueblo pero no le importó. Llegaron a la iglesia de Santa María Reina. A Melisa le pareció increíble que esa iglesia se pareciera tanto a la antigua iglesia que estaba en la plaza del ayuntamiento. De hecho el edificio de la comisaria tenía algo de parecido también.
Lo que Melisa no sabía es que New Port, se convirtió en Green Port en 1930. Los habitantes le cambiaron el nombre después de reconstruirlo tras un huracán. Algunos edificios permanecían desde entonces.
En el camino de regreso ella estaba cansada, se había sentado frente a Antoni, no sería tan estúpida como para ponerse a merced del león. Permanecieron en silencio gran parte del trayecto. Él fue el primero en hablar. Conversaron de temas sin importancia, cosas triviales. Melisa hizo gala de su buen sentido del humor y en varias ocasiones lo hizo reír con sus ocurrencias. Al menos así bajaba un poco la guardia con ella y eso ya era ganancia. Pensó Melisa.
Él la miraba fascinado, Melisa nunca dejaba de sorprenderlo, lograba el milagro de hacerlo sentir en paz. Ella era cómo un oasis en medio del desierto, un remanso de paz y dulce descanso para el guerrero cansado de las grandes batallas. Ella era toda luz y él era caos y oscuridad. Eran totalmente opuestos. Él cargaba con demasiadas culpas, remordimientos y un secreto que le pesaba en el alma.
Él la acompañó hasta la puerta de su habitación a pesar de que ella le insistió en que no era necesario. Al llegar deseaba con todas sus fuerzas que ella lo invitara a pasar, pero al ver la cautela y precaución en el rostro femenino, supo que el único lugar que le esperaba esa noche era su fría habitación.
Una cama grande y solitaria. Aunque bueno siempre podía echar mano de otras mujeres. La viuda Robinson siempre lo recibía con los brazos abiertos y de buena gana. Siempre habían gozado de buen sexo sin explicaciones ni exigencias de ninguno. Pero desde que Melisa llegó no deseaba otra mujer que no fuera ella. Era cómo una obsesión, una droga metida hasta la última gota de su sangre. No es que las otras mujeres no fueran bellas, pero él sólo recurría a ellas cuándo la necesidad era demasiada y aunque era lo normal no recurría a las amables chicas de la taberna pues sentía que era repulsivo pagar a una mujer por caricias cuándo se podía tener a cualquiera.
Cualquiera, excepto una. Pensó con ironía. Ella era la única que deseaba. No era tonto y pronto notó que Melisa evitaba a toda costa todo contacto físico con él y eso lo molestaba. Recordó las palabras de ella. “está bien a partir de ahora mantendré mi distancia, pero que conste que fuiste tú quién así lo decidió”. Y lo peor es que era verdad, fue él quién cometió esa estupidez y ahora no sabía cómo demostrarle que había cambiando de opinión. Pero ¿realmente había cambiando de opinión? Se aterró ante el rumbo que estaban tomando sus pensamientos, sin perder tiempo le dio un casto beso en los labios y se alejó diciendo.
-Que duermas bien. Dios sabe que yo no podré.
Melisa cerró la puerta y se quedó pensando en las palabras de Antoni. ¿Se referiría a ella? ¿En verdad sería ella la causa del insomnio y de…….. Con una sonrisa de satisfacción en los labios se quedó dormida.
El horrible sueño se repitió y nuevamente escuchó la voz de la joven pidiéndole ayuda, no le sorprendió abrir los ojos y encontrar la muñeca otra vez junto a ella.
-¿Dios mío que es esto? ¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí? –gritó cómo si alguien la estuviera esperando oírla. Sin explicarse por qué tomó el diario de Lorrein, quizá ahí encontraría las respuestas que tanto necesitaba.