CAPITULO IX

 

A la mañana siguiente se levantó muy temprano y bajó para desayunar, se dirigió a la cocina. Un rico olor a café inundo sus sentidos. Anita estaba atareada meneando aquí, picando allá.

-Señorita ¿Qué hace aquí? Este no es lugar para usted. -había dejado de hablarle de tú y ahora la trataba diferente, distante.

-Me llamó el aroma de ese rico café que tienes ahí y te agradecería que me hables de tu, como cuando nos conocimos, sigo siendo la misma, nada ha cambiando ¿de acuerdo?

Anita asintió –Esta bien niña ¿te gusta el café?

-Me encanta, es más te voy a preparar uno que te va a fascinar.

-¿tú…? ¿A mí?

-Claro ¿Dónde tienes el café en polvo y el azúcar? –mezcló en un pocillo metálico café y azúcar, añadió una cucharadita de agua y comenzó a batir hasta formar una pasta de color café claro. Entonces agregó el agua caliente y un poco de leche. Obteniendo un rico y espumoso café. Le sirvió una taza a Anita y otra para ella.

Anita la miró asombrada, -¡Esta buenísimo! creo que a partir de ahora sólo tomaré café Melisa.

-¿Café Melisa?

-Sí. No lo podría llamar de otra manera. –ambas rieron. La Sra. Jo entró en ese momento y al verla ahí le dijo:

-¿Qué haces aquí niña? Este no es lugar para ti. Además el joven Antoni acaba de pedirme que te fuese a buscar para que lo acompañes a desayunar. Estaba por ir a buscarte.

-Pues le he ahorrado el viaje, indíqueme como llegar al comedor. –dijo ella resignada.

Melisa se preguntó de qué humor estaría Antoni tras su pequeña discusión de la noche anterior. Cuándo entró en el comedor él ya la esperaba. Como siempre estaba impecable, traía la camisa desabrochada de los primeros botones y los puños remangados hasta el codo. ¿Cómo podía ese hombre ser tan devastadoramente sexy?

-La señora Elionorth se disculpó, se sentía indispuesta. –dijo Anita interrumpiendo sus pensamientos comenzó a servir el desayuno. Después Melisa le pidió un café.

-¿Quiere un café Melisa? Señorita. -Melisa sonrió y asintió con la cabeza.

-¿Café Melisa? –preguntó Antoni intrigado.

-Si joven, la señorita Melisa me enseñó a preparar un exquisito café. ¿Quiere uno también?

-Habrá que probarlo. –le dijo él mirando a Melisa con sorpresa, Anita se retiró a la cocina. -¿Sabes preparar café? ¿Me pregunto que mas talentos y cualidades tendrás Melisa Summers?

-Eso ya lo iras descubriendo. –dijo ella coqueta. -Por lo pronto ¿Qué vamos hacer hoy? –preguntó ella con una amplia sonrisa.

-¿Vamos? Yo voy a salir. Tengo que revisar los campos y realizar…..

-Déjame adivinar. Asuntos de hombres. –lo interrumpió ella alzando las cejas.

Él no lo habría dicho mejor, reconoció. –Así es, cosas de hombres.

-Por favor, ¿no pretenderás que me quede todo el día aquí encerrada? Habiendo tanto por ver allá afuera.

-Y ¿Qué pretendes que haga? ¿Quieres que deje todo de lado para hacerle de tu dama de compañía? –dijo sarcástico.

-No es mala idea. –Le dijo con mirada retadora. -Mejor aun, voy acompañarte. –dijo y por el brillo decidido que Antoni vio en sus ojos supo que no la haría cambiar de opinión.

-¿Tu? Tengo que ir a caballo, los lugares a los que voy no son aptos para un carruaje. No esperaras lujos ni comodidades en el campo entre peones y tierra.

-No los esperaba, dame unos minutos y enseguida me reuniré contigo. –se levantó con un brillo de triunfo en los ojos. Había conseguido que la dejara acompañarlo y eso si que era una victoria.

Antoni quedó atónito ¿a qué estaba ella jugando? Entonces se le ocurrió algo. –Si quiere ir conmigo, irá. –dijo tramando darle una lección. Estaba seguro que a la primera de cambios ella saldría corriendo. Bebió un sorbo de café y se quedó sorprendido. El café estaba exquisito.

Melisa rebuscó en su maleta de viaje, por suerte Susan había puesto un traje sastre de pantalón entubado negro. Una blusa estilo romántico en color perla. Se colocó el pantalón dentro de las botas, se ató el cabello en una cola y salió decidida.

Un mozo la llevó a los establos. Antoni ya esperaba allí, al verla soltó una maldición. -¿Qué demonios…

-Por favor, no esperabas que saliera a montar en vestido ¿o sí? -Al ver la expresión de él supo que eso era justo lo que esperaba. –además es un traje sastre carísimo, así que no le hagas el feo. De donde yo vengo es muy común montar así. -Se acercó al caballo que estaba destinado para ella y subió con una agilidad que dejo perplejos a los presentes. Ella sabía montar de maravilla.

-¿Qué vamos a quedarnos aquí todo el día? –le dijo disfrutando del gesto sorprendido de él.

Antoni se subió a su caballo, mostró esa sonrisa de medio lado que ponía miles de mariposas a revolotear en el estomago de Melisa.

-¿Qué? ¿Qué sucede? –preguntó ella curiosa.

-Nada, es sólo que no dejas de sorprenderme. –La miró con intensidad. –Sería un grave error tomarte a la ligera Melisa Summers ¿verdad?

-¿Por qué lo dices? ¿Acaso pensaste que me asustaría el caballo? –por la expresión de él supo que sí. –Por favor, monto desde que tenía 10 años. –corrió el caballo dejándolo atrás. Antoni enseguida le dio alcance.

-Montar así no es propio de una señorita de familia. –Dijo él provocándola.

-De donde yo vengo sí, es mas fue papa quien me enseño, a mí y a Susan. –respondió ella contenta al recordar lo feliz de su infancia.

Estuvieron recorriendo los huertos y cafetales. Antoni daba instrucciones y escuchaba atento lo que sus trabajadores le decían.

Melisa lo miró encantada, él era imponente. La manera en la que destacaba entre los campos, su temple y personalidad eran innegables. Entre más estaba con él, más le gustaba lo que veía en Antoni.

Alrededor del medio día llegaron a lo alto de una colina, Antoni detuvo el caballo, se dirigió a ella y Melisa bajó directa a sus brazos. Se miraron por un instante. Ella lo sentía vibrar, sabía que estaba luchado por contenerse. Sabía que él era un hombre apasionado, lo podía adivinar en sus poderosos movimientos, en sus actos. Lo que no sabía es porque se había construido esa fortaleza impenetrable, porque se había escondido dentro de ella y no dejaba entrar a nadie.

Antoni se separó de inmediato, sentía que si permanecía junto a ella un segundo más perdería por completo el control. Melisa era un grave peligro para su autocontrol. Aunque su cuerpo y sus sentidos le decían lo contrario. Se sentaron bajo la sombra de un hermoso y frondoso árbol.

-¿Ves esas tierras de allá abajo? –dijo señalando. –Son del conde François Deibua. –hizo una pausa. –Quedo impresionado contigo.

Melisa permaneció en silencio.

-No dices nada.

-No tengo nada que decir, no es la clase de hombre que me interese.

-¿Eso es porque sigues aferrada a Bryan?

Melisa sopesó su pregunta. No se había percatado que en las últimas horas no pensó en Bryan, es mas no había pensando en él en lo más mínimo. No le contestó, en lugar de eso le hizo una pregunta. -¿Qué hay de Lilian?

-¿Lilian? –él la miró confundido, evidentemente su pregunta lo tomó por sorpresa.

-Si, en la fiesta me hizo comentarios que me hicieron pensar que algo pasa o pasó entre ustedes.

Antoni puso gesto serio. –No. Yo sólo quiero comprar parte de las tierras de su padre, pero el conde me pone cómo condición para venderme, que me case con Lilian. Yo le he dicho que no me interesa el matrimonio pero insiste.

-¿Vas a hacerlo?

-¡No! –no hubo dudas en su respuesta, esta fue demasiado firme.

-¿Por qué no? Es una chica linda de buena familia, la unión de las familias sería benéfica para ti.

Él se quedó mirando el horizonte. Con voz amarga dijo: -Este soy yo. Esto es lo que soy. –se volvió a mirarla. – ¿crees que no sé lo que se dice de mí? Que soy el hombre de hielo, un hombre sin corazón, amargado…... Las mujeres me buscan sólo para demostrar a las demás que si pudieron derretirme. Soy el mayor reto……. Todos ven lo que yo quiero que vean y creen lo que yo quiero que crean.

-Y ¿quieres que crean que eres incapaz de sentir, de amar?

-¡Es que lo soy! –exclamó él.

-No lo creo. –dijo ella mirándolo.

-No puedo. No quiero condenar a Lilian y condenarme a una vida desdichada de un matrimonio arreglado, porque nunca podré darle lo que ella me pide. Amor. Por eso le he dicho que acepte a Hugo, él sí que estaría más que feliz.

Así que de eso se trataba, la rivalidad era porque Lilian despreciaba a Hugo por Antoni. Pensó ella.

-Cómo sabes que no eres capaz de amar si no lo intentas, si no le das oportunidad a tu corazón de salir de ese claustro al que lo has condenado. ¿Qué hay de ti? ¿Qué hay de Antoni Beamont?

-A veces creo que apenas existe. –dijo con una nota de amargura. -Antoni Beamont es un autómata que hace su trabajo y se encarga que los demás hagan el suyo. Así estoy conforme y me gusta que así sea.

Melisa sonrió irónica. –No dejas entrar a nadie ¿Verdad? -Él la miró confundido. –Hablo de la fortaleza que has construido, esa coraza en la cual te has metido y sales al mundo para que nadie pueda tocarte.

El frunció el seño, se puso en pie, le dio la mano para ayudarla a levantarse y le dijo: -Es tarde, es mejor que nos vayamos.

“Fin del tema” pensó ella.