CAPITULO XI
Melisa pasó gran parte de la noche llorando qué no se dio cuenta a qué hora se quedó dormida. Ya entrada la noche se despertó con un grito y sobresaltada. Tenía la piel de gallina y el cuerpo erizado, su respiración agitada y estaba bañada en sudor.
Había soñado que un hombre (al que no la vio la cara en todo el sueño) la perseguía y la acorralaba. Ella pedía auxilio pero nadie la escuchaba, podía escuchar como el tipo se reía de una manera tenebrosa, escalofriante, burlándose de ella y diciéndole que nadie la ayudaría porque nadie podía escucharla. Forcejeaban pero él era mucho más fuerte. Entonces la imagen de una mujer de rostro dulce, cabellos dorados como el sol, unos hermosos ojos azules y que resplandecía como si se tratase de un ángel le dijo en un lamento de ultratumba. Ayudameee…
Abrió los ojos y todavía sentía el aliento cálido en su oído. ¿Realmente le habían hablado? Su piel estaba erizada. Sintió algo pegado a su cuerpo y se volvió a mirarlo. Se levantó de la cama de un brinco al ver que la muñeca de semblante triste estaba colocada junto a ella cuándo despertó y sabía perfectamente que cuándo ella se durmió la muñeca estaba en el silloncito junto a las demás. Justo dónde era su lugar.
Aterrada, se paseó por la habitación, tenía que calmarse, seguro todo tenía una explicación lógica, aunque en el fondo algo le decía que no, que no había nada lógico en su sueño, en el murmullo de auxilio en su oído y lo de la muñeca. Salió al balcón necesitada de aire fresco, necesitaba tranquilizarse y poner orden en su cabeza.
-¿Qué demonios fue eso? Es espantoso, fue tan real, tan intenso que en verdad creí que me volvería loca. Incapaz de tranquilizarse decidió ir a la cocina por un té, eso solía calmarla y le funcionaba cuándo no podía dormir. Se puso la bata de seda blanca y se la abrochó de la cintura y salió a la cocina.
Caminaba por el pasillo alumbrándose sólo con un quinqué, consiguió llegar a la cocina. Comenzó a abrir y cerrar puertas y cajones en busca de infusiones. Tan entrada estaba en su tarea que no se percató que un par de ojos azules la observaban detenidamente.
-¿Se puede saber qué rayos hacer levantada y en la cocina?
Melisa pegó un grito y saltó del susto. La voz tan masculina de Antoni la tomó por sorpresa. Con las manos en el pecho y el corazón acelerado le dijo.
-¡Por Dios casi me matas del susto! -Y no era para menos después de lo que pasó en la habitación de Lorrein. Pensó.
Antoni rió a carcajadas.
-No veo por qué mi casi ataque cardiaco te causa tanta gracia. –Le dijo molesta, abrazándose a sí misma.
-No respondiste a mi pregunta. –dijo él ignorando sus comentarios.
-Lo mismo digo yo, ¿Qué haces levantado y en la cocina? ¿Me estás vigilando?–lo miró desafiante.
-Pero resulta que yo pregunté primero. –se recargó en el marco de la puerta, vestido sólo con una bata color tabaco.
Melisa intentaba no mirarlo, ¿Cómo era posible que aun en bata ese hombre fuera tan increíblemente atractivo y peligrosamente sexy? Aturdía sus sentidos, no podía pensar con claridad cuándo lo tenía cerca y eso la molestaba.
-No podía dormir y decidí prepararme un té. Esto me suele ayudar mucho para relajarme.
-Pero para eso hay sirvientes, podrías habérselo pedido a Anita o a la Sra. Jo y enseguida te lo harían.
-¡Por supuesto que no! Es más de media noche y deben de estar descansando, trabajan todo el día cómo para despertarlos por un té. Además yo puedo hacerlo sola. –Continúo su búsqueda sin importarle lo que Antoni opinara. Encontró un frasco con hojas secas de yerba buena. –¡Bingo! –dijo Emocionada. Se levantó ya que había estado agachada en la parte baja de la alacena que estaba saqueando. Entre el susto y el ajetreo no se fijó que la bata se le había abierto más de lo normal dejando al descubierto gran parte de sus pechos cubiertos sólo por el suave encaje del camisón.
Sin percatarse de nada cerró las puertas de la Alacena y casi le da un infarto al descubrir a Antoni parado junto a ella. Pegó un brinco y tuvo que ahogar un grito.
-¿Qué rayos te pasa? Parece como si hubieras visto un fantasma. –bromeó él.
Melisa estuvo a punto de decirle que casi estaba segura que sí. Pero le dio temor que él se burlara y pensara que estaba loca. Levantó la cara para mirarlo de frente y lo que vio la asustó más que cualquier fantasma.
Puro deseo en la mirada masculina. Él permanecía quieto a sólo unos centímetros de ella y la miraba al pecho con expresión fascinada. Sin más la atrapó con sus fuertes brazos y arrastrándola de la cintura la pegó a su cuerpo.
-Dijiste que no volverías a…….
Comenzó a decir ella pero él buscó con desesperación los labios femeninos hundiéndose en esa boca que lo tenía perdido. Desde que la besó por primera vez supo que había cometido un grave error, porque ya no podía dejar de desear hacerlo una y otra vez, esa mujer lo tenía hechizado. Ella era el motivo de su insomnio, cada que cerraba los ojos la veía. Esos hermosos ojos lo tenían cautivo y su boca, su boca era cómo una droga y se había vuelto adicto a ella.
Melisa revivía en los brazos de él, era cómo si sus cuerpos se conocieran de siempre, en total sincronía uno con otro. Correspondía a él con total entrega, pero ya no quería permanecer pasiva, subió los brazos y los enlazó en la nuca masculina regocijándose de las sensaciones que él le provocaba en su cuerpo. Él despertaba en ella el instinto de ser mujer y entonces supo que ese era su lugar, supo cómo sabia su propio nombre que su sitio estaba en brazos de Antoni.
Sintió cómo él se apartaba de su boca para bajar besando el cuello, dejando a su paso un reguero de fuego, pero él no paró ahí, siguió su camino hasta posarse en el pecho femenino. Las sensaciones que la envolvían eran increíbles y nuevas para ella. Arqueó la espalda para darle total libertad. Por un momento un toque de razón le dijo que parara ese asalto cuánto antes o terminaría perdiendo su bien guardada virginidad, allí mismo, en una cocina.
Porque estaba segura que eso pasaría y pronto. Estaba por apartarlo cuándo él remplazó los labios por las manos masajeando suavemente sus pechos y sus labios regresaron a reclamar la boca femenina. ¿Por qué no tenía voluntad ante ese hombre? ¿Por qué su propio cuerpo la traicionaba al dejarse llevar por las caricias de él?
Antoni estaba totalmente fuera de control, de pronto recordó que ella le había dicho que aun era virgen y aunque estaba seguro que ella estaba de broma, cabía la posibilidad de que no. Y ¿si ella estaba diciendo la verdad? la idea de iniciarla en el mundo del placer carnal lo prendió cómo pólvora. Ser el primero y el único.
Su sentido de la decencia le exigió que parara. Si ella en verdad era señorita, él no tenía intensiones de formalizar y por lo mismo no tenía derecho de despojarla de tan grande tesoro. Además le había dicho que no volvería a besarla. Valla manera de cumplir con su palabra. Casi le había arrancado la ropa. Haciendo un esfuerzo sobre humano se separó de ella y con voz ronca le dijo.
-Es mejor que me vaya y tápate por favor. No es correcto que te andes paseando así por la casa. –Se alejó a toda prisa dejándola perpleja.
¿Qué había pasado? ¿Por qué se detuvo? ¿Qué había hecho mal? ¿Habría encontrado en ella algo desagradable? En un principio se sentía angustiada consigo misma pensando que quizás no resultaba lo suficiente mujer como para que él deseara terminar lo que habían iniciado, pero luego conforme la cordura volvía a ella recordó que fue él quien inició todo, el que la había buscado y provocado. Entonces ¿Qué pasó?
Por otro lado sentía alivio al pensar qué por el motivo que fuese al menos él había tenido la fuerza que a ella le faltó para detener semejante locura. La rabia se apoderó de ella incontenible.
-¿Quién rayos se cree para tratarme así? -Molesta consigo misma por ser tan débil ante el ataque masculino, se prometió a sí misma no permitir que esa situación se repitiera jamás y si para eso tenía que evitarlo, lo haría.
–Antoni Beamont no se va a burlar de mí y no me convertiré en una más. –Recordó lo que Lilian le había dicho. Entonces se dijo que si algún día entraba en su cama sería bajo sus condiciones y con sus reglas. Se lo juró.
Ya más tranquila, disfrutaba de su rico té. Recogió lo que utilizó y dejó la cocina impecable cómo la había encontrado cuándo llegó. Salió al pasillo y se dirigió a su habitación.
No podía dormir, su cuerpo aun ardía por el asalto a sus emociones que Antoni le provocó no hacia tanto rato en la cocina. Se preguntó si él también se sentirá tan frustrado cómo se sentía ella.
Del sueño aquel ni se acordaba. Salió al balcón y lo vio regresando a la finca, montado sobre su negro corcel. Anita le había contado de un hermoso lago y todo parecía indicar que venía de aquella dirección. Entró en las caballerizas y minutos después salió solo. Él no la había visto, ayudada de las sombras se oculto, así tuvo tiempo de estudiarlo. Conforme se acercaba a la casa se dio cuenta que estaba empapado.
Parecía como si…… No, pero no había rastro de lluvia. ¡Por Dios! ¿Tan desesperado estaba que se había tirado al agua con todo y ropa? Recordó como Susan y las chicas de la oficina bromeaban diciendo que los hombres necesitaban una ducha fría para apagar el lívido.
Sonrió. Eso le dio esperanzas y le confirmaba que él no era inmune a ella. Sus labios podían mentir pero su cuerpo no. De pronto la idea de provocarlo, volverlo loco por ella y disparar su seguridad al 1000% le atraía demasiado, esa idea la atraía cada vez mas.
Pero luego reflexionó que su plan era un arma de dos filos, porque así cómo él no era inmune a ella, ella tampoco lo era a él. Y si se ponía a pensar con calma las cosas, en cuestiones de amor ella era una novata y él le llevaba años de experiencia.
“El que juega con fuego, se quema” Pensó. Porque si ella encendía el fuego en él, ella también se quemaría. Un hecho innegable es que él la deseaba, tanto o más que ella a él.
Se sorprendió ante las revelaciones que se estaba haciendo. “Ella también lo deseaba”.
Al menos esa noche de los dos él fue quien se llevó la peor parte. Ese pensamiento la consoló.
-Te lo mereces. –dijo satisfecha. –Perdiste tu oportunidad. –Entró en la habitación.