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30 de diciembre de 2008
Anoche volvió a salir Fox por televisión y volvió a hablar sobre nuestro papel en este mundo, sobre lo injustos y crueles que somos los seres humanos. Y, por un momento, pensé igual que él. Pensé que solo nos hacemos daño a nosotros mismos, a todo lo que nos rodea. Pensé que no merecía la pena contradecirle, porque el muy hijo de puta llevaba razón. Pero esta mañana me he despertado con una sensación fría en el estómago y me he asomado a la ventana. La navidad ya se acaba. Estoy en estado de shock.
Una mujer ha salido de su casa con sus dos hijos y se ha plantado en medio de la calle. La gente se los ha quedado mirando y los coches han empezado a pitar. Y yo estaba en la ventana, mirándolo todo, con esa sensación en el estómago, con la cabeza llena de las palabras de Fox. La mujer se ha puesto a llorar. Los niños estaban asustados y la mujer no paraba de llorar. Y nadie se ha acercado a ella. Ni siquiera yo. Todos nos hemos quedado quietos mientras esa mujer gritaba que tenían hambre y frío y que sus hijos estaban enfermos y que su marido les había abandonado. Y no he hecho nada. Nadie ha hecho nada. La mujer ha gritado que Fox lleva razón, que no hay esperanza, ni nada que hacer, que no hay motivo para seguir luchando.
Y mientras nosotros estábamos mirándolo, la mujer ha sacado una pistola y la ha apoyado contra la cabeza de uno de sus hijos. Y ha apretado el gatillo. Y después ha hecho lo mismo con el otro. Y, sin dejar de llorar, ha llevado la pistola bajo su mandíbula y se ha suicidado. Y la sangre ha empapado la nieve sucia.