7
La pared rocosa está plagada de las inscripciones de Nate. Casi no queda espacio para nada más. Aun así, Nate sigue escribiendo.
«Nos has salvado de nosotros mismos».
Últimamente siempre piensa en lo que le dirá a Fox cuando le vea. Aquella voz que escuchaba en el televisor el día que hizo el amor con Dahlia era la voz de Fox. Al día siguiente, el mundo no hablaba de otra cosa. Nate intenta escribir algo más en la pared, pero se corta en la palma de la mano, pega un grito y coge una piedra y la arroja a la ciudad. Desde lo alto de la cueva, puede distinguir perfectamente otra vela luciendo en la oscuridad. Hace frío y Nate está desnudo. Le gusta sentir el contacto de la piedra contra su cuerpo desnudo. Hoy se ha estado preguntando si estará perdiendo la cabeza por pasar tanto tiempo solo.
—Nos salvaste. La gente no lo sabía, pero nos salvaste.
La panorámica de la ciudad es desoladora. Nate empieza a pensar que nadie coloca las velas. Que se colocan ellas solas. Y se pregunta si creer eso es otro síntoma de locura. Entre la niebla y la lluvia, se distingue el inmenso Big Ben. Cierra los ojos y puede verse en lo alto de la torre, sintiendo el ardor de la lluvia y guiado por cientos de velas, que forman una especie de dibujo en forma de X.
Cuando se despierta se da cuenta de que ha estado toda la noche sonámbulo, hablando solo y escribiendo en la pared frases sin sentido. Sigue estando oscuro. No sabe si volverá a ver la luz alguna vez. Entonces vuelve a pensar en las velas. Baja por el desfiladero, desnudo completamente, y corre por las calles de la ciudad.
—¿Dónde estás?
Grita con todas sus fuerzas y mira a su alrededor buscando una pista. Todo podría ser una broma o un experimento, y él, un conejillo de Indias. Se imagina a toda una nación mirando fijamente a sus televisores, viéndole correr desnudo por el decorado de un Londres postapocalíptico. Y grita:
—¿Dónde cojones estáis? ¡Lo sé todo!
Se tumba y llora. Se está volviendo loco. Tiene que salir de la ciudad. Entonces, abre los ojos y ve un cinturón de cuero debajo de unas piedras. La hebilla brilla como un encantador bálsamo. Nate se arrastra sobre el asfalto como una serpiente y agarra el cinturón. Se incorpora un poco y allí mismo, de rodillas, se aprieta el cinturón en torno al cuello y tira del otro extremo con todas sus fuerzas hasta que deja de respirar.
Y entonces, llega la paz.
Sus manos pierden fuerza y dejan de apretar el cinturón, le tiembla todo el cuerpo durante unos segundos y entonces cierra los ojos, con una sonrisa en la cara, dejándose llevar por el vacío. Vuelve una y otra vez a sus mejores recuerdos: ve a su madre, ve a la delicada Dahlia, recuerda voces, recuerda el calor del sol.
Cuando Nate vuelve a abrir los ojos, está empezando a llover. Alguien ha arrastrado su cuerpo y le ha cobijado bajo un techo de chapa.