8

—¿Vas a ir al baile?

—Claro.

—¿Con tu novia?

—Sean, no empieces.

—Vale, vale. ¿Por qué no te la traes a jugar un día?

—No quiero que juegue.

El final del curso había llegado y Dahlia y Nate llevaban varios meses saliendo oficialmente. Sean se colgaba del cuello y le hacía señas a Nate. Habían encontrado otro lugar donde jugar.

—Eh, Nate. Ayúdame a apretarme el cinturón.

Sean se había comprado ese cinturón especialmente para jugar. La hebilla era pequeña y no dejaba marca, se podía apretar mucho y tenía un acolchado que Sean le había cosido en la cara interna. Nate apretó el cinturón hasta que su amigo le hizo señas de que ya era suficiente. El nuevo lugar donde jugaban era el viejo almacén de material deportivo.

—Te toca, Nate.

Ni siquiera se había dado cuenta de que Sean había terminado. Antes disfrutaba viendo cómo sus amigos se asfixiaban y eran catapultados al misterioso éxtasis.

—No me apetece.

—¡Joder, Nate!

—¿Qué?

—Esa puta te está cambiando.

Para sus amigos, Dahlia se estaba apoderando de Nate.

—Antes jugabas todos los días. ¿Qué cojones te ha pasado?

—No me ha pasado nada, es que no me apetece.

—Es por esa tía.

—Cállate.

—¡Es por esa puta!

Nate le soltó un puñetazo en la cara a Sean con todas sus ganas. Sean cayó de espaldas. Luego, se levantó y apretó los puños. Era más grande que Nate, más fuerte, tenía peor carácter y podría tumbarlo con una mano. Ninguno de sus amigos dijo o hizo nada.

—Te dejas manipular por esa puta. Lo repetiré: ¡puta!

—Vete a la mierda.

—¡Eso! Lárgate, maricón.

Nate salió del almacén dando un portazo y enseguida sintió una rabia por dentro que le atacaba. Podría coger el cinturón y apretárselo alrededor del cuello hasta que la sangre no le llegase a la cabeza. Pero siguió andando y se metió rápidamente en los lavabos. Le dio una patada a la pared y se calmó un poco. Abrió el grifo y metió la cabeza bajo el chorro.

Oyó una puerta abrirse y unos pasos amortiguados acercarse a él. Alguien abrió el grifo contiguo y se lavó las manos.

—El baile de fin de curso es para maricones y parejas que necesitan una excusa para follar. Y luego están los que son como tú, unos románticos.

Nate se dio la vuelta. Era un chico mayor que él, con el pelo negro y muy brillante y la cara picuda, como un cuervo. Abría mucho la boca al hablar y podía verle los dientes, perfectos y muy blancos, casi artificiales. Se miraba en el espejo atentamente, examinando cada centímetro de su cara y asintiendo con conformidad. Nate le observaba atónito, estudiando ese despliegue de egocentrismo y sabiduría a la vez. El otro chico carraspeó, soltó un gargajo en el lavabo y miró fijamente a Nate. Fruncía bastante el ceño y casi apuñalaba con la mirada. Nate se dio cuenta de golpe de lo alto que era y su figura le impuso respeto.

—Tú no existes. Eres la suma de lo que te va sucediendo, eres las personas que conoces, las chicas a las que te follas y las que te rompen el corazón, eres tus padres, tus abuelos y tus hermanos, eres los profesores a los que odias y tus ídolos de rock. Tú, Nate, no existes.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—Nada puede joderte, ni hacerte daño, ni nada te debería importar una mierda porque tú no existes.

El desconocido se miró una vez más en el espejo, abrió la puerta y desapareció. Nate se quedó un rato en silencio, mirándose también en el espejo, pensando en lo que acababa de pasar y en lo que le acababan de decir. Se lavó la cara y se sintió sucio y mareado.

—¿Qué te pasa?

—Nada.

—Estás raro.

—No lo estoy.

—¿Te ha pasado algo?

—No lo sé. Sí, creo que sí.

Dahlia se detuvo, en mitad de la calle, y le miró fijamente.

Dijo:

—Sé que te preocupa graduarte y que no sabes lo que vas a hacer después, pero estamos juntos. ¿Lo sabes?

—Claro.

—Cariño, ya se nos ocurrirá algo.

—Supongo que sí.

Dahlia se acercó y se besaron. El cuerpo de Dahlia parecía de cristal, era muy fino y delicado.

—Lo has dado todo en los exámenes finales, y necesitas relajarte. Nos vamos de compras esta tarde. ¿Vale?

—¿De compras?

—Tengo que comprar zapatos para el baile.

—¡Es verdad! Aún no he visto tu vestido.

—Ni lo verás, hasta el baile.

Sentado mientras ella se probaba zapatos, Nate pensaba en lo mucho que disfrutaba con ella. Era dulce, era guapa y era todo lo que le importaba. Era una verdad tan imposible de contradecir como la gravedad. Era la mujer perfecta.

—He estado pensando en la graduación.

—Nate, ya te he dicho que no te agobies.

—No lo hago. Quiero que nos vayamos de aquí, que empecemos juntos. Tú te irás a la universidad y yo buscaré trabajo. Será perfecto.

—¿Es realmente lo que quieres?

—Sí.

—Te quiero, Nate.

—Te quiero.

Dahlia se levantó y le abrazó.

Esa noche, en su casa, Nate no pudo llegar al final. Era la primera vez que le pasaba. Se desenrolló el cinturón, se frotó un poco el cuello y se sentó en la cama. No tenía ganas de jugar nunca más. Rebuscó entre la pila de papeles de los apuntes del último curso y encontró varios folletos impresos en blanco y negro. El primero de todos decía:

El juego de asfixia es real.

Debemos estar atentos a las señales que se relacionan con esta práctica cruel y depravada. Si su hijo:

Lleva cinturón sin necesitarlo.
Colecciona bufandas u objetos que sirvan de horca.
Presenta marcas en el cuello.
Pasa mucho tiempo encerrado en su habitación.
Deja colgados de los picaportes cinturones o bufandas.

Posiblemente se encuentre ante UN CASO DE JUEGO DE ASFIXIA en su propio hogar. Acuda a la reunión informativa para padres y madres de alumnos el día 13 de abril a las 19 h.

El día siguiente era el baile, así que comprobó su esmoquin otra vez. Arrugó el folleto y lo tiró a la papelera.