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Adze se levanta sin hacer ruido y enciende la radio. Al otro lado podría no haber nadie.
Mientras, Alice descansa y piensa en lo diferente que era antes de que todo ocurriera. Al leer su propio diario, no se reconoce. También piensa en Fox, el nombre que más miedo le da. Se pregunta qué aspecto debe de tener ahora.
La radio emite un pitido y Adze se aleja intentando captar la señal con mayor nitidez. A lo lejos, la figura de Alice acostada en la arena parece mucho más delicada que cualquier cosa que Adze haya podido ver en su vida.
—¿Dónde estáis?
—No sabemos nuestras coordenadas, señor. Huimos de las llamas hacia donde pudimos.
—¿Habéis seguido a los leales a Fox?
—Negativo, señor.
—¡Maldita sea! Está bien, volved sobre vuestros pasos hasta la ciudad, nos reagruparemos y organizaremos una marcha en busca de esos bastardos. Traed las armas que os queden, partiremos en menos de seis horas y seguiremos el rastro de los leales hasta Fox.
—Negativo, señor.
—¿Cómo dices?
—Lo siento, señor, pero no vamos a volver. Es demasiado peligroso. Los leales a Fox estarán peinando el desierto en busca de supervivientes.
—¡Ni se os ocurra! ¡No podéis huir!
La comunicación se corta.
Alice se levanta y se acerca a Adze, que sigue mirando el horizonte sin luz, con la radio aún en las manos. Ambos se abrazan en la oscuridad y lloran juntos.
—No van a venir. No les puedo culpar. Tienen miedo.
—Adze…
—¿Recuerdas cuando nos conocimos, Alice?
—Sí. Tú me enseñaste a no tener miedo. Adza, debemos…
Adze no dice nada. Porque lo sabe. Sabe cada palabra que va a salir de la boca de Alice antes de que diga nada.
—… matar a Fox.
El campamento está calcinado. Las tiendas de campaña son ahora esqueletos metálicos. Alice y Adze buscan entre los desechos quemados de su hogar esperando encontrar algo, o a alguien. Ninguno de los dos lo dice en voz alta, pero piensan lo mismo: es como volver al pasado. Cada montón de huesos y piel calcinada que se cae a trozos tenía nombre. Y un pasado. Y echaba de menos a alguien. Y ahora no es nada más que polvo.
Se oye un ruido entre los restos. Adze y Alice encuentran algo que se mueve, un bulto que lucha por abrirse camino entre los cuerpos apilados de sus compañeros. Entre los cadáveres aparece una mano. Y Adze la agarra y estira, ayuda a salir a un hombre sin piernas que lucha por ponerse de pie.
—¿Quién es?
—Somos Adze y Alice. ¿Qué te ha pasado?
—No veo nada. Estoy ciego.
—¿Cómo sobreviviste al fuego?
—Me escondí bajo los cadáveres.
—¿Cuánto llevas ahí escondido?
—No lo sé. Uno de esos hijos de puta pensó que sería divertido cortarle las piernas a un cadáver y llevárselas de recuerdo. No sabéis lo que es aguantar sin gritar mientras te cortan las piernas.
Alice se aleja rápidamente y vomita sobre la arena. Adze no se mueve.
—Te ayudaremos.
—Prefiero quedarme aquí.
—¡Estás loco!
—Estamos todos muertos. Incluso los que sobrevivimos, estaríamos mejor muertos.
Alice se sienta en la arena. El hombre sin piernas dice:
—Adze, se llevaron a los niños y mataron a todos los demás. Solo querían a las mujeres y los niños.
—¿Para qué?
—Experimentan con los niños, les torturan para saber cuánto dolor puede aguantar un ser humano. Iros de aquí, vosotros que podéis. Yo quiero quedarme aquí y morirme tranquilamente.
Adze y Alice contienen la respiración.
—Adze, solo una cosa más. Fox está aquí, en África.