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3 de diciembre de 2008

Anoche me desperté después de una pesadilla. Soñé que la casa se me caía encima literalmente. Abría los ojos y el techo empezaba a caerse, primero lentamente y luego cada vez más rápido. Cuando intentaba abrir una ventana para escapar, solo había ladrillos al otro lado. Esta mañana, lo primero que he hecho ha sido buscar en internet las probabilidades reales que existen de que un edificio se caiga por la fuerza del viento.

Cuando mis padres me explicaron que sufría agorafobia me dijeron que podría llevar una vida normal, o algo parecido. Que podría resolverse. Mis padres. Ellos sabían que yo nunca había sido normal.

A veces, entro corriendo al metro. Otras veces entro fingiendo tranquilidad. Pero lo peor es cuando tengo que salir. Después del trayecto, me encuentro con las escaleras que ascienden. Si no veo el final, siento que no voy a poder hacerlo.

7 de diciembre de 2008

Estoy ansiosa. Hoy he visto ese programa. Como todo el mundo. Mis compañeros del trabajo dicen que es una estrategia de las cadenas de televisión y radio para conseguir audiencia. Lo estuve viendo mientras cenaba. Y ese tipo me pareció un verdadero psicópata. No creo que deban llevar a gente así a la tele. Ese tipo viejo, diciendo todas aquellas cosas en plan nazi, hablando de matar a todo el mundo, de exterminar a la raza humana en favor del planeta. Los de seguridad del programa acabaron sacándole por la fuerza. Pero nadie ha podido quitarse de la cabeza su rostro de rasgos duros, su voz profunda. Y sobre todo su mirada cruel, déspota.

Ese tipo me dio escalofríos.

8 de diciembre de 2008

He visto que todos los periódicos hablaban sobre él. Fox, no recordaba su nombre, pero lo he leído por encima del hombro de un viajero del tren. Había una foto de ese hombre intentando zafarse de los guardias de seguridad del plató. La presentadora tenía cara de no comprender nada. Lo que dijo heló la sangre a medio mundo.

Dijo que, si amásemos nuestro planeta, nos mataríamos.

13 de diciembre de 2008

Desde hace días, el tema me empieza a cansar. En mi trabajo hay todo tipo de especulaciones acerca de si Fox es en realidad la reencarnación de Hitler. De si le envían los extraterrestres. De si planea atacar el Pentágono. Y otras muchas teorías iguales o más estúpidas. Aquel tipo no era más que un demente. Uno entre tantos.

Mañana tengo que coger un avión, para ir a ver a mi madre y para visitar la tumba de papá. He ido solo dos veces: cuando le enterraron y en el aniversario de su muerte. Mamá va todos los días, a llevar flores. A veces no puede permitirse gastarse tanto dinero y deja de hacer la compra: se gasta en flores lo que no se gasta en comida.

El pasaje de avión me ha salido terriblemente caro por culpa de la fecha. Volar es agobiante. Las pocas veces que he volado pensaba constantemente en que el avión se estrellaría en el océano. El año pasado, compré un libro, para entretenerme en el viaje. El libro era Superviviente de Chuck Palahniuk y no me ayudó lo más mínimo. Mi terapeuta dice que soy propensa a exagerar las cosas y que mi hipocondría agrava mi agorafobia. Después de años de terapia acabas conociendo palabras y expresiones que nadie más entiende: exposición a estímulos interoceptivos, tratamiento cognitivo conductual, síntomas somáticos de un ataque de pánico, benzodiacepina…

15 de diciembre de 2008

Mi madre está peor de lo que pensaba. Se le va la cabeza y a veces piensa que mi padre está en el sótano, trabajando con sus herramientas, arreglando algo para la casa. Le prepara un sándwich y una cerveza y baja. Y cuando ve que no está allí abajo se echa a llorar. Y al día siguiente, otra vez a comprar flores para llevarlas a su tumba.

La verdad es que echo de menos ser una niña. Echo de menos necesitar a mi padres para la mayoría de las cosas. Echo de menos preguntarles cosas que me sorprendían y de las que no tenía ni idea, y que mis padres siempre tuvieran la respuesta. Echo de menos que mi madre estuviera aquí y ahora, que fuese una mujer muy guapa, con un marido experto en labores del hogar. Echo de menos ser la niña pequeña que necesita a sus padres. Y supongo que todos nos sentimos así alguna vez. Pero cuando era pequeña, era más feliz. Ignoraba que en el mundo existiesen cosas malas. Y mucho menos personas malas. La primera vez que sentí que había perdido esa inocencia fue el día que perdí mi virginidad. A los dieciséis. Ni siquiera me gustaba aquel chico. Lo hicimos en su coche, que olía fatal. Y nunca se lo dije a mis padres.

Mi madre empezó a perder la cabeza cuando murió mi padre. Se querían tanto que no pueden vivir el uno sin el otro.