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Todo está listo. Nate recorre la ciudad en bicicleta, pedalea con todas sus fuerzas y hace sonar el timbre. La ciudad entera se está hundiendo en el agua, puede que en un par de semanas desaparezca. Cuando vuelve a su cueva encuentra una vela encendida, apoyada en una roca, como dispuesta para que alguien lea las inscripciones que Nate ha grabado en la piedra durante años. Se agacha y lee la inscripción que ilumina la vela: «El sol ya no alumbra».

Reconoce su propia inscripción. Busca por toda la cueva, pero no hay nada nuevo. Nate se sienta en el suelo y escucha el silencio. Quiere creer que Dahlia estaría orgullosa de él. Acaricia con la mano la inscripción de la roca y se le caen un par de lágrimas, lastimeras y vergonzosas, que se pierden en su rostro.

—¿Eres tú?

El carro enganchado a la bicicleta pesa un poco, está lleno de comida, de bidones de agua y de ropa. El día de su partida, Nate encuentra otra vela. Nate se arrodilla y mira a su alrededor.

—¿Por qué no vienes conmigo?

Nate apaga la vela. Es el momento de irse. Podría quedarse y hundirse con la ciudad. Se pone en pie y mira a su alrededor. Esperando lo inesperable. Esperando un milagro.

En el bolsillo de su pantalón encuentra su encendedor y se dirige al carro, de donde coge un saco lleno de velas. Decide dejarlas allí. Son las velas que se ha estado dejando a sí mismo. Lleva demasiado tiempo solo. Es el momento de partir. Se aleja de la ciudad, sin mirar atrás ni una vez.