NOTA DEL AUTOR

Marina de Buenos Aires surge de una circunstancia absolutamente casual; me encontraba viviendo en Holanda cuando Máxima Zorriegueta fue anunciada como la futura esposa del príncipe heredero, William Alexander. La sociedad holandesa, puritana como todas cuando de juzgar a terceros se trata, se horrorizó al descubrir que la novia del futuro Rey era la hija de un ex funcionario de la dictadura militar que gobernó Argentina entre los años 1976 y 1983, período en el cual el gobierno había asesinado a miles de opositores.

La pregunta que se planteaba el establishment holandés era si autorizar o no el casamiento, y para ello debían saber si el padre de Máxima estaba con sus manos manchadas de sangre. En cuestión de días todos los periodistas holandeses se transformaron en expertos en historia argentina reciente, y no les tembló el pulso a la hora de juzgar y de emitir opiniones. Como siempre, el proceso de construcción de discursos parte de lo conocido, y por ello los periodistas se basaron en la historia particular de Holanda, estableciendo un peligroso paralelismo entre la dictadura en Argentina y el período de ocupación Nazi de su país.

La simplificación mediática es casi siempre cruel, y este caso no fue la excepción. La sociedad holandesa incurrió en dos errores fundamentales. Uno era el de tratar de simplificar lo que había sucedido en Argentina con el objetivo casi infantil de emitir un fallo extra judicial respecto de la inocencia o culpabilidad del padre de Máxima. De facto, el gobierno y la sociedad holandesa han llevado a cabo un juicio al mejor estilo del medioevo europeo. Por un lado, la prensa se encargó de linchar públicamente al padre de la novia, mientras que el gobierno encargaba a Michiel Baud, un catedrático universitario, el hacer un viaje a Argentina, entrevistar y emitir un juicio sobre si el padre de Máxima en particular, y los argentinos en general, sabíamos de las desapariciones de personas por parte del gobierno militar. Cosa que esta persona hizo sin ningún remordimiento, publicando un informe que en unas 200 páginas resumía todo lo que había que saber para poder decidir respecto a la inocencia o culpabilidad del padre de Máxima.

Y así fue que el gobierno tomó una decisión clásicamente holandesa según lo que ellos llaman el método "polder", es decir quedar bien con todos. Casarse se puede casar, pero que el padre no venga a la boda.

El enfoque en sí mismo parecía indicar que el gobierno holandés consideraba como no válidos ni determinantes a los procesos de la justicia argentina, por ello se veía obligado a realizar una investigación propia y paralela. La realidad es que con un coraje y determinación que pocos países han demostrado a lo largo de sus periodos de transición, Argentina ha enjuiciado a todos y cada uno de los líderes militares del gobierno de facto, en un proceso transparente y con todas las garantías correspondientes a un estado democrático y de derecho. Independientemente de los acuerdos posteriores de índole exclusivamente políticos que implicaron indultos totales o parciales de las sentencias dictadas, el tribunal se expidió estableciendo lo que es para los que creemos en el gobierno de la ley, las condenas y absoluciones correspondientes para todos aquellos vinculados con el gobierno militar.

Pero poco importó a los holandeses que el padre de Máxima no haya sido siquiera llamado a declarar en calidad de testigo al juicio. Se trataba al fin y al cabo de un funcionario civil y "técnico" que había ocupado altos cargos en lo relacionado con el agro en Argentina antes, durante, y después del gobierno militar. Para la ley argentina, después de un juicio que fue considerado por la comunidad internacional como un ejemplo (uno de los fiscales que lideró el proceso es hoy una de las máximas autoridades en el tribunal internacional de la Haya) el padre de Máxima nada tenía que ver con los asesinatos y la represión ilegal llevada a cabo por el gobierno militar. Este "detalle" no importó a los holandeses.

El segundo error creo que es mucho más grave y casi uno de principios. La pregunta que los holandeses no se planteaban era simple y muy relevante: qué tiene que ver con Máxima lo que haya hecho o dejado de hacer su padre. ¿Son acaso los pecados un pasivo que los hijos heredamos de nuestros padres? Debemos utilizar la lógica shakespeareana y decir lo que Launcelot en el Mercader de Venecia: ser la hija del judío condenaba a Jessica por los pecados de su padre, y de su madre.

Es un hecho estadístico que un porcentaje no despreciable de la población holandesa colaboró activamente con los nazis durante la segunda guerra mundial. Ahora bien, ¿son acaso todos los hijos y nietos de esos holandeses culpables? Pueden acaso ellos ocupar puestos públicos, o deben antes demostrar que sus padres y abuelos no han colaborado con los Nazis, y nada supieron de la deportación de judíos, aunque sí, es cierto que les llamó la atención cuando un 13 por ciento de la población de Ámsterdam desapareció para nunca más volver. ¿Son acaso en la Holanda actual, los hijos y nietos de los colaboracionistas estigmatizados como tales, discriminados y juzgados en forma pública? La respuesta es no. Han habido juicios para los líderes de los colaboracionistas, y para el resto el repudio de sus vecinos. Pero allí terminó la cosa.

El juicio público al padre de Máxima me había parecido además de una hipocresía, un acto terrible al establecer que los pecados se heredaban. Lo extraño es que los holandeses en ningún momento se hayan detenido a hacerse una pregunta tan básica.

Siendo personalmente amigo de hijos de militares en Argentina, y perteneciendo a una familia que resultó en parte perseguida por la dictadura militar, me tocó vivir el proceso desde ambos lados en forma cercana. Por ello me creí en condiciones de contar la historia.

El proceso de documentación para la escritura de Marina de Buenos Aires me llevó dos años de arduo trabajo. Gracias a ello, la descripción de las circunstancias y hechos incluidos en esta novela está basada en la realidad. El secuestro de Pedro por ejemplo no es fruto de mi imaginación, sino de la descripción pormenorizada que figura en la transcripción de las declaraciones de testigos directos en el juicio a la Junta de gobierno militar. Muchas de estas declaraciones se encuentran incluidas en el libro "Nunca Más" de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, la CONADEP, dirigida por el famoso escritor argentino Ernesto Sábato. La mecánica de funcionamiento de las torturas y el día a día de la vida en el campo de detención de La Escuela de Mecánica de la Armada, la ESMA, es también el reflejo fiel de las declaraciones de aquellos que han sobrevivido a tal infierno. Quizás el más ilustrativo de los libros en este respecto sea “Ese Infierno”; una conversación entre cinco mujeres que han pasado por la ESMA.

Así como existe un extenso cuerpo literario escrito por las víctimas y sus allegados, de parte de la perspectiva de los militares hay un vacío casi absoluto. Quizás el libro más representativo en este sentido sea "La otra parte de la verdad", escrito por Nicolás Márquez. El título del trabajo de Márquez, que ha sido un éxito de ventas en las librerías argentinas, plantea de entrada una posición que mi novela suscribe: la verdad puede ser fáctica y como tal única, pero aun así tiene al menos tantas caras como protagonistas. El contenido del libro de Márquez, por otra parte, oscila entre contar verdades ignoradas por gran parte de los argentinos e intencionalmente obviadas por la prensa, y por momentos rozar la línea de la apología del delito, queriendo mediante la demostración de los crímenes de la guerrilla justificar los excesos de los militares en sus esfuerzos por vencerles.

Algunos eventos incluidos en este libro, como el de una niña que mata con una bomba a los padres de su compañera de estudios, son increíblemente hechos reales, en los cuales la realidad supera a la ficción de tal manera que me he visto obligado a simplificarlos para que no parezcan inverosímiles. Lamentablemente, para escribir este libro no me ha sido necesario inventar casi ningún suceso, sino simplemente tomarlos de la realidad limitándome a incorporarlos en la historia principal.

Los relatos de la vida cotidiana, los pensamientos y las vivencias de los argentinos en aquella época incluidos en esta novela reflejan mi experiencia personal. Aquí cuento lo que ha vivido mi familia, la de mis compañeros de colegio, la de los amigos de mis padres.

Las historias de la segunda guerra mundial están también basadas en las de mi familia. La comunidad judía argentina, tanto por su preponderancia en los círculos intelectuales como por el carácter antisemita y filo-nazi de una parte importante del gobierno militar, se vio particularmente perseguida durante ese período. Fue entonces que, como a la madre de Marina, a muchos judíos escapados de la persecución Nazi en Europa les tocó a ellos o a sus hijos volver a exiliarse para salvar sus vidas.

Marina de Buenos Aires abarca de esta manera los dos temas que se plantearon en Holanda antes de la boda Real; por un lado la complejidad de un proceso como el que vivimos los argentinos todos durante la dictadura militar, y por el otro el tema de la herencia de los pecados. Me he cuidado específicamente de que ningún personaje de este libro se relacione ni siquiera en forma remota con el padre de Máxima, para evitar caer en el error hipócrita y obsceno de querer emitir un juicio de valor sobre un tema tan delicado a través de una novela histórica.

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