Launcelot: Sí, en verdad, pues fíjate tú, los pecados del padre serán extendidos a los hijos; te prometo, y así me lo temo. Siempre he sido directo contigo, por lo tanto ahora expongo mi consternación con el tema: honestamente, tú estás maldecida. Hay tan sólo una esperanza en ellos que puede ser para ti buena, y ella es una especie de esperanza de bastardo.

 

Jessica. ¿Y qué esperanza es ésa, te pregunto a ti?

 

Launcelot. Tú puedes al menos tener la esperanza de que tu padre no sea tal, que tú no seas la hija del judío.

 

Jessica. Tal es, muy cierto, una esperanza bastarda; por lo que los pecados de mi madre deberán ser atribuidos a mí.

 

Launcelot. Ciertamente entonces me temo tú estáis maldecida por ambos padre y madre.

 

El Mercader de Venecia, William Shakespeare, acto III, escena V