21 EPÍLOGO

Pasaron los años. En Mendoza, la madre de Ramiro falleció de un cáncer de intestino. Nadie fue al entierro, excepto su hija Mercedes, que se había casado con un comisario de la Policía de la Provincia de Mendoza. No tuvieron hijos.

Laura, que se había casado nuevamente, tuvo un hijo varón al que llamó Pedro. Nunca más regresó a la Argentina y en el año 1986 adoptó la nacionalidad española. Su marido, un periodista de renombre, viajó a la Argentina para cubrir los levantamientos armados de los militares en protesta por los juicios a las Fuerzas Armadas.

Nienke siguió trabajando en el ING, donde conoció al que luego sería su marido. Siempre se mantuvo en contacto con Marina, y se visitaron todos los años.

Ana, que tenía sólo diecinueve años cuando la secuestraron, fue derivada de la ESMA a una unidad penitenciaria para presos comunes y liberada en marzo de 1981. Se casó y tuvo tres hijos. Nunca más militó en política, ni contó a nadie su historia.

La Mulita se retiró de la fuerza no bien volvió la democracia. Con el dinero que había ahorrado, compró un viejo autobús, lo pintó de color naranja y blanco, y se dedicó al transporte de escolares. No fue hasta el año 1985, durante una reunión en el Círculo de Suboficiales, que se animó a preguntarle a un compañero de armas, que también había servido en la ESMA, sobre el paradero de Pedro. “¿Por qué te interesa saber sobre el tipo ése?”, lo increpó su compañero. No se atrevió a preguntar más. Lo buscó también en la guía de teléfonos, pero había muchos Zimmerman y no tuvo el coraje de llamar y preguntar. Nunca supo de la muerte de Pedro.

Fernández, el asesino del coronel Arriaga, fue arrojado inconsciente desde un avión sobre el Río de la Plata. Su cadáver aparecería días más tarde en una solitaria playa del Uruguay. La policía de ese país se encargaría de enterrarlo sin nombre, como NN, sin informar a sus familiares en Argentina.

La mujer embarazada que compartió la celda con Pedro en la ESMA fue derivada al Hospital Militar de Buenos Aires, donde luego de una semana de internación fue dada de alta y dejada en libertad. Años más tarde se constituiría en una testigo clave en los juicios a las Juntas militares.

Marina se estableció definitivamente en España donde vivió sola, luego de una relación fallida con un italiano residente en Madrid. Volvió a trabajar en un banco y lentamente recompuso la relación con su tía. Una vez por semana pasaba por la escuela a buscar al pequeño Pedro, que la llamaba “tía”.

Una vez, estando de vacaciones en la isla de Cerdeña, aquel paraíso terrenal del que Ramiro tanto hablaba, sentada en la playa, bajo el sol, escucharía una canción que le resultó familiar:

Tu amor abrió una herida
porque todo lo que te hace bien
siempre te hace mal
tu amor cambió mi vida como un rayo
para siempre, para lo que fue y será

 

la bola sobre el piano la mañana aquella
que dejamos de cantar
llegó la muerte un día y arrasó con todo
todo, todo, todo un vendaval
y fue un fuerte vendaval

 

después vinieron días de misterio y frío,
casi como todos los demás
lo bueno que tenemos dentro es un brillante
es una luz que no dejaré escapar jamás

 

algo de vos llega hasta mí
cuando era pibe tuve un jardín
pero me escapé hacia otra ciudad

 

Y no sirvió de nada
porque todo el tiempo estaba yo en un mismo lugar
bajo una misma piel y en la misma ceremonia
yo te pido un favor,
que no me dejes caer en las tumbas de la gloria

 

Era su tema, el tema de ella y de Ramiro, aquel que habían escuchado tantas veces juntos. Miró a su alrededor y tuvo una corazonada. Llamó al empleado del bar y le preguntó:

–¿Hay por casualidad un muchacho llamado Buraglia trabajando aquí?

–¿Buraglia? No, no, aquí no trabaja ningún Buraglia.

“Habrá sido una corazonada equivocada, tal vez escuchar a Fito Paez en Italia sea normal, como lo es en España”, pensó.

Desilusionada volvió a su cuarto y esperó dormirse mientras pensaba en Ramiro. Esta vez sólo recordó los mejores momentos, y se sonrió al repasar los primeros besos, las primeras caricias. Quizás era el momento de concluir una etapa e iniciar otra. Ya no más vivir la vida de sus padres, sino la suya propia. No más ser una acreedora de la vida, no más revancha, no más fuga. Ante tanta adversidad, pensó, lo que necesito es perseverancia, no dejarme vencer. Recordó al maestro Erich Fromm quien decía que nada se logra sin disciplina, y que el amor no es la excepción. El arte de amar requiere, decía, además de estar en el estado de ánimo apropiado, paciencia. Miró por la ventana de su habitación y vio al sol ponerse sobre el mediterráneo, como una bola de fuego que se extinguía al sumergirse en el agua. No me voy a dar por vencida, pensó. Apagó la luz de su velador, cerró sus ojos y pronto se quedó dormida. Al otro día, mientras tomaba sol, se le acercó el mismo empleado del bar al que ella le había preguntado por Ramiro:

–Señorita, el barman le envía a usted este trago y esta nota.

Marina tomó la copa y leyó la nota, escrita a mano sobre una servilleta:

Tu amor cambió mi vida como un rayo
para siempre, para lo que fue y será.

 

No bien terminó de leerla, levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de él. Allí estaba Ramiro, no Buraglia, sino Tachi, “su” Ramiro, preparando tragos detrás de la barra, vestido con una camiseta blanca, los pies descalzos sobre la arena caliente. Ya no sonaba la canción de Fito Páez, sino una de Charly García:

Voy a cambiar
Voy a insistir
Voy a pelear
Voy a seguir
Yo necesito tu amor
Tu amor me salva y me sirve
Yo necesito tu amor
Cada día un poco más
Dentro del mar
Cerca del fin
Cerca de vos
Dentro de mí
Yo necesito tu amor
Tu amor me salva y me sirve
Yo necesito tu amor
Cada día un poco más

 

FIN