—Aquí tengo algo que nos servirá —dijo Jaime, mostrando un mapa topográfico y extendiéndolo sobre la mesa del comedor de Bartolo.
—¿Dónde hay más posibilidades de que estén enterrados los cuerpos? —preguntó Gudiña.
—Yo apostaría por lugares próximos a La Alhambra, no creo que haya escogido un lugar por ahí perdido, pero… — añadió pensativo Bartolo— por otro lado, es más probable que los enterrara lejos, para que sea más difícil encontrarlos y nunca podamos unirlos a sus cabezas.
—Esto no va a ser nada fácil. Podemos hartarnos de recorrer todo y no encontrar nada —dijo Jaime, reconociendo que la tarea iba a ser sumamente complicada.
—Si queréis, podemos empezar haciendo un recorrido por los alrededores de La Alhambra y luego ya veremos —manifestó Gudiña.
—De acuerdo. Vamos a ponernos manos a la obra —acordó Bartolo y Jaime asintió.
Ese día prepararon todo lo necesario para su singular excursión. Portarían mochilas donde irían guardadas algunas herramientas, como cuerdas, pequeños picos, linternas y algo de comida, agua y un pequeño botiquín de urgencia.
Decidieron salir al día siguiente, temprano, y rastrear todo el terreno que circundaba la gran fortificación.
—Quedamos a las siete de la mañana en La Puerta de la Justicia. Desde allí, comenzaremos la búsqueda hacia la Alcazaba. Rastrearemos toda esa parte primero. No es empresa fácil, ya os lo digo, es una gran extensión de terreno. —Explicó Jaime a los otros. Bartolo y Gudiña estuvieron de acuerdo y se despidieron del conservador hasta el día siguiente.
—Llamaré a la redacción para decir que mañana no apareceré por allí —dijo el periodista cogiendo el teléfono.
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