Se pasó toda la tarde intentando ordenar aquel desastre. Registró todo hasta dar con las bolsas de basura y comenzó a bajarlas llenas al contenedor de la esquina. Asunción estaba sentada frente a la ventana de su saloncito, con sus gafas y su costurero haciendo un arreglo a una falda. Y desde allí observaba como Bartolo hacía viajes, cargado con bolsas de basura. Sonreía admirada al pensar en cómo había cambiado aquel muchacho por un simple golpe. No comprendía nada, pero a ella le daba igual, lo importante era que todo estaba mejor que antes. Eso era lo único que le importaba de verdad.

Bartolo había ordenado y limpiado el salón. O más bien lo había dejado todo vacío, pues era lo que parecía de un antes a un después. Suspiró aliviado cuando echó abajo aquellas horrorosas cortinas verdes llenas de topos morados y amarillos, sucias de no haberlas lavado desde que fueron colgadas y con un olor a rancio que aplastaba los sentidos. Las metió en una de las bolsas de basura y se deshizo de ellas para siempre.

Bajó a pedir a Asunción, trapos, detergentes, limpiadores para el polvo, cubo y fregona. Barrió el salón con un cepillo y un recogedor que tenía en la terraza de la parte de atrás, que daba a la cocina. Pero no había nada más en el piso para hacer la limpieza.

Pablo estaba acostumbrado a una vida normal, en una casa limpia y arreglada, y aquello le abrumaba sobremanera. Lo que le había ocurrido se le escapaba de su razón. Aquello era una verdadera locura. Estaba cansado y aturdido ante toda aquella maraña de acontecimientos. Él no quería estar allí, en aquella vivienda mugrienta, que no era la suya, en aquel cuerpo seboso que le asfixiaba la mente y el espíritu. Él sólo quería estar con Lucía, e ir a bailar juntos, y reír, y ver una película en el cine y disfrutar paseando bajo las estrellas y acariciar su bonito rostro y besarla hasta no tener aliento.

Nada de aquello tenía ningún sentido. ¿Y si era simplemente una pesadilla y cuando despertara todo seguiría siendo igual? Pensar así era lo que necesitaba. No tenía hambre, sólo sueño. Miró a su alrededor, se sentó en el sofá, se tapó con una manta que encontró en el dormitorio y encendió la tele con el mando a distancia. Al cabo de diez minutos estaba profundamente dormido en aquel sofá que sería su cama durante las noches que hicieran falta, hasta que limpiara, desinfectara y ordenara aquel lugar llamado dormitorio.

 

* * *