—¿Cómo lo llevas Lucía? —preguntó su compañera, cuando entró en la oficina.
—Bueno… —contestó ella sin apartar la vista del ordenador. Lucía trabajaba en la Oficina de Correos desde hacía cuatro años, cuando aprobó las oposiciones. Fue allí donde conoció a Pablo. Él trabajaba como Biólogo en la Facultad de Ciencias. Era un trabajo que le apasionaba desde siempre. Desde aquel día que el colegio organizó una excursión al Museo de Ciencias de Madrid y se quedó fascinado con aquellos animales prehis- tóricos, con los fósiles y esqueletos. Le encantaron los mamíferos, los reptiles, las aves, los insectos, la colección de mariposas. Tuvo claro desde entonces lo que sería de mayor y así fue como llegó a estudiar Biología, en la Facultad de Ciencias de Granada, el sueño de su vida.
Pablo fue, una mañana, a la Oficina de Correos a recoger la carta certificada en la que le informaban de su nuevo puesto en la Facultad, y Lucía le atendió. Sus miradas se cruzaron y fue como si un chispazo saltara entre ellos. Pablo se puso nervioso y mientras firmaba donde le había dicho ella, dijo un par de cosas graciosas que a Lucía la hicieron reír y él pensó en aquel momento que ella era la chica más bonita que había visto en su vida. Tenía unos ojos almendrados, de color castaño, la nariz un poco respingona, una sonrisa que se le clavó en el alma y una larga melena rizada y morena que quitaba el sentido. Así que ni corto ni perezoso, cogió una hoja de las que había en el mostrador para enviar telegramas y anotó lo siguiente: “Al bombón que tengo delante ¿le gustaría tomar un café del mismo nombre, en la cafetería de enfrente?”. Sabía que aquello era algo tildado como cursi, pero le salió así, y así lo escribió. Después se lo entregó a ella. Lucía no se lo esperaba y cuando cogió la nota creyó que se trataba de un telegrama de verdad. Al leerlo se dio cuenta de la invitación, miró a aquel atractivo y desconocido moreno que estaba al otro lado del mostrador, le sonrió y comenzó a escribir, respondiéndole en la misma nota: “Dentro de diez minutos hago un descanso”. Y se la devolvió. Él la leyó, le guiñó un ojo, recogió su carta certificada y se dio media vuelta en dirección a la salida.
Después de aquella primera cita, nunca más se habían separado. Pablo era el mejor, pensaba Lucía mientras miraba a su ordenador y saludaba a su compañera.
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