Bartolo se había olvidado por completo de aquel sobre que le entregara Inés en la redacción. Gudiña se había acostado ya, y él se hallaba sentado en el sofá, con el sobre en la mano y pensando si realmente debería abrirlo. Después de varios minutos, pensó que no tenía nada que perder y decidió rasgar el sobre con un abrecartas de plata que había encontrado el primer día en uno de los cajones de la cocina.
Eran tres fotografías. La primera era de Praga. En ella, Lucía aparecía acompañada de un joven, dándose un beso junto al río Moldavia. Era él. Pero no lo recordaba, ni siquiera se reconocía a sí mismo. Un temblor le entró por las piernas, cuando vio su cuerpo ya olvidado junto al de Lucía.
En la segunda foto, estaban ellos dos junto a un grupo de personas, que supuso eran amigos y compañeros de trabajo, en el jardín de una casa que salía al fondo, creyó reconocer el que visitó hacía poco y con cuyos dueños estuvo charlando, ya ni siquiera recordaba que eran sus propios padres. Él estaba en el centro de la fotografía, junto a Lucía, soplando las velas de su cumpleaños, las cuales estaban dispuestas en una gran tarta de dos pisos de nata y chocolate.
La tercera era una foto suya. Sólo estaba él, Pablo, sonriendo. Por un momento sintió un escalofrío. Estaba contemplando aquella imagen y no pudo reconocerse. Sabía que era él, pero su mente se negaba a recordar, se había borrado esa imagen de su pensamiento. Sabía que muy pronto dejaría de acordarse de toda su vida anterior.
Decidió coger el cuaderno grande de pastas verdes y comenzó a escribir, allí, sentado en el sofá y con las fotos delante. Le dieron las cuatro de la mañana. Recogió todo y se fue a dormir un poco, aunque no sabía si podría hacerlo, después de todo.
* * *