A la mañana siguiente, Bartolo se sentía más Pablo que nunca, sentía la necesidad acuciante de ver a Lucía. Tenía que hablar con ella. Lo primero que hizo fue llamar a la redacción para decir que se retrasaría en llegar. El taxi lo dejó en la puerta de una chocolatería. Se bajó y compró una caja de bombones, los preferidos de ella. Con ellos envueltos en papel de regalo, se encaminó a la oficina de correos donde ella trabajaba, Había una larga fila de personas esperando su turno, para ser atendidos. Cuando llegó a ella, Lucía le miró y reconoció al hombre que semanas atrás había conocido en el cementerio.

—Hola —saludó con una sonrisa.

—Hola Lucía. Pasaba por aquí y me he acercado a saludarte. Te he traído un pequeño obsequio —explicó.

—¡Oh, gracias! —dijo ella agradecida mientras abría el paquete— pero no tenías que haberte molestado.

—La mejor forma de darme las gracias es dejarme que te invite a tomar algo en la cafetería de enfrente.

—Hay mucha gente, no puedo ahora, tal vez en otra ocasión, lo siento.

—Claro que puedes —dijo una compañera, que salió del almacén donde se clasificaba el correo— yo te sustituyo mientras. Anda ve y despéjate un poco. Eso sí, luego me das uno de esos deliciosos bombones.

—Claro, gracias —repuso Lucía, cogiendo su bolso.

Bartolo creía estar soñando. Iba al lado de la mujer que amaba, como muchas otras veces lo había hecho, pero ahora de una forma muy especial, necesitaba escuchar su bonita voz, sentir su mirada reflejada en la suya, y entonces comprobó que su corazón latía con más fuerza, más enamorado que nunca.

Entraron en la cafetería. Ella eligió un sitio al lado de uno de los ventanales. Bartolo quería verla alegre, como era antes, cuando estaba con él, e hizo lo posible y lo imposible por conseguirlo. Ambos rieron ante las ocurrencias de él, y en más de una ocasión ella le miró pensativa. A su mente le venían escenas vividas con Pablo. Eran las mismas gracias, dichas por otra persona. Se sentía bien con aquel desconocido que le hacía recordar a Pablo, pero por otro lado se sentía culpable por estar allí, riendo con otro que no era él. De repente se levantó, ante la mirada atónita de Bartolo, y masculló una excusa que fue casi imperceptible.

—Lucía, espera. Sólo quiero hacerte una pregunta. —Ella se volvió de nuevo hacia él— ¿Has estado alguna vez en Praga con Pablo? —ella le miró sorprendida.

—¿Por qué lo preguntas?

—Porque de verdad necesito saberlo.

—Pero ¿qué puede importarte a ti?

—Mucho más de lo que piensas. Ven, siéntate y hablamos.

—No, no quiero volver a hablar contigo —e hizo el ademán de marcharse. Bartolo se levantó y la cogió suavemente del brazo.

—Lo siento, perdóname, no ha sido mi intención hacerte daño. Si no quieres no me respondas, pero no te enfades conmigo por favor. —Ella le miró y decidió sentarse de nuevo.

—Sí, estuvimos hace dos años. Fue un viaje muy bonito. Pablo era muy romántico y preparaba cosas maravillosas, una noche cenamos en un restaurante flotante en el rio, con la mesa llena de velas a la luz de la luna. Otro día me llevó a un concierto de música clásica, que me hizo estremecer de sentimiento, fue precioso. Dábamos paseos por el puente de Carlos IV y hasta pusimos nuestro candado en la reja que da a la noria. Hicimos muchas fotos de aquel viaje. Ha sido uno de los más bonitos que hemos hecho.

—Gracias por contármelo.

—Pero sigo sin comprender porqué querías saber si habíamos estado en Praga.

—Porque acabo de llegar de allí, por trabajo y mira lo que he encontrado —dijo mostrándole una foto del candado con sus nombres—. Creí que si era vuestra, te gustaría tenerla. —Ella cogió la fotografía y sintió un desgarro en lo más profundo de su corazón. Comenzó a llorar en silencio. Bartolo se sintió culpable.

—Lo siento mucho Lucía, no tenía que haber venido a darte la foto. He sido un estúpido pensando que te gustaría tenerla. No llores por favor, no quiero que llores por mi culpa.

—No te preocupes —dijo secándose las lágrimas con una servilleta de papel que cogió del servilletero que había en la mesa— me ha hecho mucha ilusión, de verdad. Me encantará tenerla. Es que de pronto he notado como el mundo se me venía encima pensando en todas las cosas que nos quedaban por vivir y que de repente se fueron para siempre.

—No sé cómo compensarte por este mal rato —dijo Bartolo visiblemente afectado.

—No tienes que hacer nada, de verdad, esto es algo con lo que tengo que vivir. Tú no tienes culpa de nada.

—Quería pedirte un favor. Me encantaría tener una foto de Pablo, nunca tuvimos la oportunidad de hacernos una. No sé si tú podrías…

—Si quieres dame tu dirección y yo te mando una —se ofreció Lucía, ahora arrepentida de su forma de actuar minutos antes.

—Puedo venir yo a recogerla.

—No, será mejor que yo te la envíe ¿de acuerdo?

—Claro, lo que tú quieras. Ésta es la dirección del periódico

—dijo, escribiendo sobre una servilleta de papel— ¿No quieres volver a verme? —preguntó de pronto.

—Me pasa algo extraño contigo, haces y dices cosas que me recuerdan a él y no sé si me hace bien o todo lo contrario. Creo que es mejor que no nos veamos más, lo siento.

—Claro, lo que tú quieras, Lucía. No ha sido mi intención molestarte.

—No, no te preocupes, no has hecho nada de lo que tengas que arrepentirte. Soy yo, que no estoy bien y tardaré en estarlo.

Adiós Bartolomé, cuídate, por favor. —Dijo levantándose de la mesa.

Él se quedó allí unos minutos más, mirando primero como ella abandonaba la cafetería y luego desde la ventana, como cruzaba la calle y entraba en la oficina de correos.

—No volveré a verla —se dijo a sí mismo, mientras una lágrima resbalaba por su rostro.

Decidió entonces ir a ver a su jefe, que le estaría esperando impaciente. Y así fue, pues se encontraba en la misma entrada de la redacción fumando un cigarrillo.

—Por fin estás aquí. Bartolo, Bartolo —dijo palmeándole la espalda—. Eres genial. Conseguir una noticia así ha hecho que aumenten las ventas y que hayamos vendido la noticia a los periódicos más importantes del país. “Tu Noticia” ya no es un simple diario de pueblo, es, es… —no encontraba palabras para explicar todo lo que pasaba por su mente, cuando Bartolo le interrumpió.

—No es para tanto, en serio, simplemente fue casualidad encontrarme allí en ese momento.

—Pero quién te ha visto y quién te ve, qué humilde te has vuelto. Vamos entra, todos te están esperando —dijo Agustín sin parar de hablar. Bartolo tomó aire antes de introducirse en aquella especie de calabaza gigante.

 

* * *