DRAMMEN — NORUEGA

 

Katia salía de la panadería de su familia. Había estado ayudando a su padre a preparar unos panecillos especiales que él había ideado como receta propia. Éstos no eran más grandes que la palma de una mano, y además de saber a pan recién hecho, tenían aroma de frambuesa, que les hacía sencillamente deliciosos. La venta ascendió y se dieron a conocer en los pueblos de alrededor. Algunas panaderías comenzaron a hacer pedidos y el negocio familiar iba realmente bien. Katia iba comiéndose uno de aquellos sabrosos panecillos, cuando se dio cuenta que alguien venía caminando hacia ella. Era alguien verdaderamente grande y la niña abrió aún más sus bonitos ojos verdes al comprobar que aquel ser que se acercaba, no parecía un hombre, sino uno de esos monstruos de las películas. No sabía qué hacer, el miedo paralizó por completo su pequeño cuerpo de doce años. El panecillo cayó de sus manos cuando aquel ser llegó hasta ella y sin previo aviso, la agarró por el cuello y la levantó como si fuera una muñeca de trapo. La niña perdió el conocimiento y entonces él aprovechó para dejarla en el suelo y utilizar la afilada hoja del machete que portaba. La calle estaba desierta y no se oyó ningún ruido, salvo el golpe seco que hizo el arma cuando separó la cabeza del tronco de Katia. Las manos peludas de aquel monstruo cogieron el cuerpo de la muchacha y desapareció como si se tratase de un fantasma.

Momentos después, un grito se oyó en aquella solitaria calle, hasta entonces. La mujer que la encontró se tapó la boca cuando una arcada llegó hasta ella. Comenzó a salir gente de sus casas, topándose con el horror de ver la cabeza de Katia, conocida por todos, allí en el suelo. Alguien llamó a los servicios de urgencia.

 

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