El hombre a caballo se entretenía en el arenal del Tíber.
Escrutaba las orillas desiertas, las barcazas fondeadas en las cercanías, las aguas fangosas del río, tan sólo iluminadas por la luna llena.
Se escucharon dos graves repiques de campanas.
El hombre retuvo el caballo blanco que pataleaba agitado, echó un vistazo al Tíber, y luego espoleó decidido.