Catorce

CUANDO RUBENS REGRESÓ A CASA, la encontró esperándolo en el corredor. La mañana estaba muy brillante y en el avión había olvidado sus anteojos para el sol. Cuando abrió la puerta, el interior de la casa le pareció muy oscuro y se detuvo durante un momento para permitir que sus ojos se ajustaran.

Al principio sólo vio su silueta, alta y delgada y bastanta soberbia, casi como una pieza perfecta de escultura, pensó.

En ese momento, ella se movió y él aspiró su olor suave, sintió una rigidez extraña en la nuca y fue incapaz de explicarlo.

Entonces, la vio. Llevaba un vestido de algodón color uva pálido, de cuello alto y espalda baja. Sobre su hombro izquierdo, la triste e inteligente cara de El Greco lo miró.

—Lo escuché en el camino desde el aeropuerto, al mismo tiempo que oí lo de Chris. Supongo que llego un poco tarde. —Se quedó muy quieto, mirándola desde el pequeño espacio que los separaba. Sus ojos parecieron asustados, como si ella hubiera sido dañada por su ausencia—. ¿Estás bien?

—Perfectamente.

—¿Tu cara?

—Estará bien. Con el tiempo —respondió y lo miró enigmáticamente—. ¿No quieres tocarme?

Como sí eso fuera una orden que lo librara de sus ataduras, él dejó caer su portafolio y su bolsa de viaje. La tomó en sus brazos.

Cuando la tocó, toda su fría decisión, todo el miedo y la pasión que había tratado desesperadamente de mantener bajo control, se derramaron y se fundieron en él.

—Ya terminó ahora —le susurró acariciándole el cabello suavemente—. Todo terminó —pero era él quien temblaba.

—¿Qué pasa, Rubens? —le preguntó apretándose contra él y sintiendo su fuerza fluir en ella.

—Temía que estuvieras muerta —confesó. Su voz había adquirido una extraña cualidad resonante que hizo que los cortos cabellos del nacimiento del cuello de ella se pararan—. O que hubieras cambiado de algún modo.

—Soy la misma —le aseguró sin creerlo por completo—. Soy la misma que fui siempre.

—No parece que haya pasado nada aquí —comentó él mirando por el pasillo hacia la sala—. Es como si hubiera sido un sueño o algo por el estilo —la miró—. Llamémoslo así: un mal sueño. —Y la besó fuertemente en los labios como si este gesto pudiera hacer desaparecer toda la maldad que había acontecido aquí hacía tan poco tiempo—. ¿Dónde está María?

—En la cocina.

—Quédate aquí —le pidió animadamente—. Iré a decirle que nos prepare un almuerzo enorme y lo comeremos en el barco —le sonrió—. No he olvidado mi promesa.

*

Levaron anclas en un clima tranquilo, pero pronto se vieron envueltos por una niebla baja, de modo que, aunque estuvieran bastante cerca de la playa, Daina no podía distinguir la tierra. Se movían perezosamente hacia el sudoeste, navegando en dirección normal a San Diego. Rubens no había mencionado un destino y ella no pensó en preguntarle. Parecía no haber necesidad. El mar era su único destino, su único propósito para estar juntos.

María se había esmerado, preparando un pollo agridulce que a Daina, por lo menos, le pareció más chino que mexicano. También llevaban tortillas y enchiladas y una ensalada de rebanadas de tomate y cebollas picadas en aceite y albahaca. Asimismo había incluido una hogaza recién horneada de pan francés con mucho ajonjolí, como a Daina le gustaba, y una botella de gattinara italiano, fuerte pero seco.

Más tarde se tomaron de las manos en el puente, turnándose para dirigir el barco y hablando en breves explosiones sobre cosas sin trascendencia. Rubens bajó para echarse una corta siesta, dejando el timón en las capaces manos de Daina. Cuando subió al atardecer, tenía puestos sus pantalones de marinero, de algodón azul, un corto chaleco tejido y alpargatas andrajosas.

—Comeremos en una hora —le informó.

Ancló el barco con las luces de costado encendidas y fueron abajo. Durante la cena le secreteó:

—Tengo una sorpresa para ti.

Ella lo miró estudiando cada rasgo por turnos: sus ojos oscuros y profundos, su fuerte nariz de halcón, su boca expresiva, y se preguntó cómo pudo haber temido alguna vez a este hombre.

—¿Qué es?

—Un regalo —respondió. Sus ojos chispeaban. Su voz tenía el encanto de un prestidigitador—. Cualquier cosa que quieras.

—Oh, ¿cualquier cosa? —preguntó sabiendo, por supuesto, que él bromeaba—. Veamos. ¿Qué te parece el Tal Majal?

—Dame una semana —condicionó él muy serio—. Esto es, si realmente lo deseas.

—El Taj es un poco grande me parece. —Entonces se le ocurrió que se había perdido algo—. No estás bromeando, ¿o sí?

—No —le tomó la mano—. Quiero darte la cosa que más desees en el mundo. Algo que nadie más te pueda dar. ¿Qué podría ser?

Ciertamente, qué, pensó Daina. Pieles, ropa, joyas. Un viaje alrededor del mundo. Pensó en un Rolls Royce Corniche, en un Lotus Fórmula 1, en un jet Lear. También en pinturas: los maestros viejos y modernos; un Rembrandt sería excelente, o un Picasso. Siempre había admirado a Monet. ¡Qué no daría por poseer un Monet! Pero no podía decir nada. Era demasiado deslumbrante. Mi elección tendrá que esperar, pensó. Por lo menos, hasta mañana. El pareció decepcionado cuando se lo dijo, pero comprendió.

Esa noche hicieron el amor larga y lánguidamente, como si estuvieran en perfecta armonía con el suave movimiento del barco. Pero mientras Daina caía dormida y colgaba de esa delgada y efímera cornisa entre dos mundos, sintió que su corazón era tocado por los tentáculos fibrosos de la ansiedad. Trató de indagar en su interior la fuente; pero, para ese momento, el sueño la había reclamado y soñó.

Despertó de un sueño a otro sueño, según le pareció. Había estado caminando por las calles de una ciudad europea. Una ciudad junto al mar, aunque no pudo precisar cuál. El sol entibiaba sus hombros y las losas bajo sus pies repetían el espectacular color pálido de las colinas a su izquierda. Sintió sed y se detuvo bajo una sombrilla rayada, ligeramente deshilacliada y descolorida, de una cafetería al aire libre, para tomar un café americano. Lo trajeron, pero cuando se lo llevó a los labios estaba tan salado que no pudo beberlo. Llamó al mesero una vez tras otra, tratando en vano de atraer su atención. Llamando, llamando...

La despertó una llamada. O un sonido muy parecido. Permaneció en la litera doble mientras Rubens dormía junto a ella, esperando que la llamada se repitiera. Sabía que lo haría. Mientras tanto, pensó en su sueño. Esa ciudad. Le parecía tan familiar que seguro había estado allí antes. Pensó mucho. Junto al mar. Tenía que ser el Mediterráneo. Muy bien, entonces, que... ¡Napóles! ¡Por supuesto! Era Nápoles. Pero no había estado allí en, oh, por lo menos diez años. ¿Qué pasaba con Nápoles?

Por alguna razón pensó en la mitología de Bullfinch. Hubo un verano durante el cual la leyó ávidamente de cabo a rabo y cuando terminó comenzó de nuevo. Nápoles.

Entonces lo descubrió. La leyenda de una sirena: Parténope, al ser vencida por Ulises se arrojó al mar, yendo a parar su cadáver a un lugar donde se fundó la ciudad de Parténope, actualmente denominada Nápoles. Daina recordó el café americano que ordenara en el restaurante bañado por el sol y cuan salado le supo, salado como el mar. Se estremeció.

Y en ese preciso instante escuchó el sonido que la había despertado y que era como una llamada suave que parecía provenir de todos lados a la vez. Incluso se sentía una vibración que corría por el casco del barco. Se sentó en la litera y miró a su alrededor. El sonido continuó durante un tiempo muy largo. Era una canción suplicante y casi hipnótica.

Salió de la cama, se puso los pantalones de mezclilla, un suéter de cuello de tortuga y subió a cubierta. El día estaba comenzando. La niebla se había levantado y el mar se extendía frente a ella tan lejos como podía ver en cualquier dirección. No se notaba viento alguno y la superficie del agua estaba tan quieta y lisa como el cristal. Ni una arruga perturbaba su piel perenne.

Fue a la borda y apoyó los codos sobre ella, aspirando con fruición la riqueza del aire. La hizo pensar en un tiempo notablemente frío, con lodo en las cunetas que estaban aglutinadas y negras por el hollín, en largas calles oscuras donde la gente mostraba rostros partidos y llenaba el aire con radios que rugían sintonizados en la WWRL, en James Brown gritando en la noche, en patios con maleza y los frentes de destruidos edificios hundiéndose en un pantano de basura, y en el vapor que eructaba desde abajo.

Era el submundo que ella había conjurado, cruzando el río Styx, duro junto al Zanzi Bar. Las negras caras relucientes, con ojos amarillos y dientes blancos, que miraban su extraña persona cuando ella era circundada por el gueto... Eran recuerdos de otra época.

Su corazón golpeó en su pecho cuando escuchó el suave ulular que venía de nuevo desde el vasto fondo del Pacífico, como si fuera la llamada del mar mismo. Se elevó el pálido interior de sus brazos y, súbitamente, sus pensamientos fueron tan insustanciales como el viento. Todos menos uno, que colgaba en su mente como una brillante espada de oro y se retorcía, se retorcía en el centro de su imaginación. Una vez lo intenté, pensó con el pulso acelerado, pero entonces era sólo una niña que pensaba que el vudú lo haría por mí. Bueno, ahora soy una mujer. Y tengo el poder.

Entonces, Rubens estuvo junto a ella, llevando tazones de café humeante en las manos. Daina tomó uno y bebió ávidamente con las palmas y los dedos apretados fuertemente contra la cerámica caliente.

Sabía lo que quería decirle, pero su garganta se cerró, así que tuvo que esperar un momento y descansar antes de abrir la boca otra vez.

—Hay un hombre. Un hombre en Nueva York. Lo conocí... hace mucho tiempo —detalló con una voz extraña y pesada—. Mató a... un amigo mío, a alguien a quien amé. Irrumpió en su departamento y le disparó como si fuera un animal. —Ahora estaba mareada y sentía un nudo en el estómago. Nadie sabía esto sino ella—. El no supo que yo estaba allí y que lo vi hacerlo. —¿Qué había dicho Bobby? No puedes olvidar a los viejos amigos. Nunca olvidar, oh, no.

Miró la cara de Rubens dándose cuenta de que los sonidos del mar llegaban como olas invisibles, como el llamado hipnótico de las sirenas.

—Lo que le pasó a Ashley... —empezó a decir. Rubens la miraba en una forma muy peculiar, con los ojos oscurecidos, duros y llenos de una furia mercurial—. Me preguntaste qué era lo que más quería —le recordó ella volviendo a empezar—. Quiero que le pase lo mismo a ese hombre.

Rubens la rodeó con un brazo y caminaron juntos hacia el puente. Apretó un botón y el ancla se elevó. Mientras se preparaba para continuar, llamó su atención:

—Escucha. Puedes oír a las ballenas comunicándose con un canto largo y solitario. —Luego, giró el timón, dirigiéndose a casa.

*

Cuando regresaron a la casa, Daina le dijo a Rubens el nombre del hombre: Aurelio Ocasio. Qué extraño sonaba en su lengua. No había pronunciado su nombre completo en tantos años... Era el nombre de un extraño

Mientras Rubens iba al teléfono, ella atravesó la sala y abrió las puertas de vidrio que daban al jardín. La piscina vibraba en el calor y la luz del sol convertía su superficie en diamantes Si me tiro un clavado allí, seguro me romperé el cuello, pensó.

Salió y la luz del sol la golpeó como un martillo y se tambaleó. Su estómago se hizo nudo y pensó que iba a vomitar. Trastabilló saliendo rápidamente por la cubierta metálica de la silla de jardín más cercana. Sus piernas temblaban y el sudor brotaba de la raya de su pelo y bajo los brazos. Dios mío, pensó, este es el momento que he deseado desde que vi a Ocasio inclinado sobre el cuerpo de Baba. Lo quería muerto. Estaba tan llena de odio hacia él y hacia mi padre, por morir y dejarme sola con mi madre...

Ese odio había sido un puño cerrado enquistado en su corazón, fue parte de ella durante tanto tiempo, que pareció llegar a perder su verdadero significado en algún lugar en su interior. En vez de eso, creció mientras ella le permitió tener vida propia. Ahora vio claramente, en un relámpago tan repentino y poderoso que la deslumbró, cómo se había perdido dentro de ese odio y cómo sería ahogada por él con este acto último.

Durante un instante se sintió tan desvalida, tan completamente sola como se sintiera durante su larga encarcelación con el doctor Geist, y empezó a llorar.

¡Idiota!, se amonestó. ¿Por qué lloras? Todavía tienes el poder. ¡Úsalo!

—¡Rubens! —le gritó arrancándose las manos de la cara—. ¡Rubens!

Se levantó de un salto y corrió por el jardín, pensando. Apenas estaba tomando el teléfono cuando lo vio y entonces lo llamó de nuevo:

—¡Rubens! ¡Rubens! —vociferó. ¿Cuánto tiempo había pasado?—¡Dios mío, no! —se angustió pues él estaba colgando la bocina cuando ella irrumpió en el cuarto. Sus ojos se veían muy abiertos y miraban fijamente. Parecía que le costaba trabajo respirar.

—Daina, qué...

—Rubens, ¿está hecho?

—Acabo de hablar con Schuyler. El...

—¡La llamada a Nueva York! —atajó ella—. ¿La hiciste?

—Estaba a punto de hacerla. ¿Qué es esto...?

—¡Oh, gracias a Dios! —exclamó ella cerrando los ojos y aspirando profunda y temblorosamente.

—Querida, ¿qué te pasa? —le preguntó él acercándose a donde ella estaba temblando. La abrazó.

—No quiero que hagas esa llamada —explicó mirándolo a los ojos.

—Es tu regalo. Claro que...

—¡Sólo no lo hagas! —suavizó la voz conscientemente y se puso una mano contra el pecho—. Eso es todo.

—Pensé que esto era algo que deseabas mucho. ¿Tuve la impresión incorrecta?

—No, no la tuviste —ratificó Daina cerrando los ojos y sintiendo que un estremecimiento la recorría—. La muerte de Ocasio es algo por lo que he rezado durante once años.

—Entonces déjame hacer la llamada. Deja que te haga feliz. Ahora tienes el poder, ¿no lo ves?

—Eso es justamente. Tengo el poder, igual que tú lo tienes. Marion tenía razón. Lo difícil no es obtener el poder. Lo difícil es saber qué hacer con él después de que lo consigues. Creo que Meyer siente lo mismo.

—¿Meyer? —se extrañó, endureciendo la mirada—. ¿Qué sabes de Meyer?

—Rubens, cuando estuve en San Francisco fue a verme —le confesó, mirándolo.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—No creí que entenderías. Está preocupado por ti. Cree que te has vuelto demasiado parecido a él. Tiene razón.

—¿Qué te hace pensar que ahora lo entiendo?

—Que ahora estoy segura de que me amas. No puedo vivir más con esto. Toda mi vida viví entre la violencia, pero realmente no la comprendí nunca. Ahora veo que yo, que tú y yo, nos hemos estado hundiendo más y más hondo en una especie de arena movediza sin siquiera saberlo. Yo era tu alumna más entusiasta, sin embargo ahora comprendo en lo que me he convertido.

"Una vez que vi lo que le hiciste a Ashley me prometí que nunca dejaría que pasara de nuevo. Es la misma promesa que le hice a Meyer. El es más listo que tú y le doy crédito por ello. Hizo un trato conmigo: él me ayudaría a averiguar quién mató a Maggie si yo te mantenía a salvo del daño. Pero me estaba enseñando una lección que debía aprender. Me estaba ofreciendo violencia y la tomé, la tomé, deseosa.

"Ahora comprendo que seremos proscritos por el resto de nuestras vidas si no nos detenemos, y no habrá regreso. Una vez, hace mucho, en los días en que conocí a Aurelio Ocasio, eso era lo que quería ser: una proscrita. Y cada decisión de las que he tomado, desde entonces hasta este momento, ha sido con ese fin. Ahora sé que no quiero y que no debo tenerlo.

"Ashley está muerto. No hay nada que podamos hacer ninguno de los dos al respecto. Pero el futuro es otra historia.

Sus ojos se encontraron durante un momento interminable.

—Me voy —afirmó ella al fin.

—¿Adonde?

—No lo sé. A cualquier parte. Nápoles es un lugar tan bueno como cualquiera para empezar. —Se hizo un silencio prolongado—. Quiero que vengas conmigo, Rubens.

Daina miró sus ojos buscando cualquier signo delator. No había sabido, hasta que lo dijo, cuánto significaba para ella. Su corazón golpeaba fuertemente. ¿Qué tal si elige quedarse aquí? Ella se iría de todos modos y así lo comprendía. La decisión venía del mismo centro de su ser y no había escapatoria ni quería que la hubiese. Pero la idea de dejarlo era tan dolorosa que estaba segura de que su corazón se partiría.

—El uso del miedo es todo lo que he conocido por mucho tiempo —confesó Rubens.

—Ahora me tienes a mí —perseveró Daina.

—No quiero perderte —afirmó él pesadamente.

—Entonces, ven —le pidió. Tomó su mano y la apretó—. Será tan atemorizante para mí como lo es para ti. Pero por lo menos sabremos qué es lo que ambos queremos: aprender las cosas de nuevo.

—No soy tan viejo para hacerlo —sonrió—. Déjame empacar.

—No —refutó ella—. Sólo vamonos. Ahora.

—Bueno, al menos llevémonos los Oscares.

—¿Para qué? Pertenecen aquí, ¿no? Estarán esperándonos si alguna vez regresamos.

—¿Y la casa?

—Deja que la cuiden los mexicanos, siempre lo han hecho.

Entonces salieron de allí atravesando la ancha puerta, hacia la cálida luz solar y la sombra moteada. Bajaron los escalones y caminaron sobre el generoso césped. Las suelas de sus zapatos rasparon contra la grava cuando se acercaron al Mercedes plateado. Daina se sentó tras el volante. Rubens permaneció mirando la casa y sus alrededores durante un momento, con la mano en la portezuela del coche.

Entonces llegó a su lado y Daina encendió el motor. El Mercedes lanzó un rugido ronco cuando ella dio una vuelta en U, bajando con rapidez por la larga, serpenteante entrada, entre las polvosas palmeras.

NOTAS

[1] En español en el original (N. T.)

[2] En español en el original (N. T.)

[3] Cubiertas de porcelana muy socorridas por la gente pública (N. T.)

[4] For the company store. Referencia a "16 Toneladas", canción sindicalista de los mineros protestando contra las tiendas de raya (N. T.)

[5] Otro nombre del agresivo movimiento punk. (N. T.)

[6] Bobby se usa en el Reino Unido como sinónimo de policía (N. T.)

[7] Spic: adjetivo peyorativo que se le da a los puertorriqueños en los Estados Unidos (N. del T.)

[8] En español en el original. (N. T.)

[9] En español en el original. (N. T.)

[10] En español en el original. (N.T.)

[11] En español en el original (N. T.)

[12] En español en el original (N. T.)

[13] En español en el original (N. T.)

[14] En español en el original (N. T.)

[15] En español en el original (N. T.)

[16] En español en el original (N. T.)

[17] En español en el original (N. T.)

[18] En español en el original (N. T.)

[19] Nombre cariñoso que se le da a la bandera de Inglaterra (N. T.)

[20] Fanáticas seguidoras de los grupos de rock (N. T.)

[21] En español la película se llamó "Regreso sin Gloria" (N. T.)

[22] Siglas de Very Important Person; persona muy importante. (N. T.)

[23] En español en el original (N. T.)

[24] En español en el original (N. T.)

[25] En español en el original (N. T.)

[26] En español en el original (N. T.)