Ocho
EL cielo, extendiéndose A LO LEJOS POR EL LIMPIO y continuo horizonte, era del color del mar. Le recordó a Daina la melancolía del último verano, cuando los arándanos eran tan enormes que ella pensó que podían explotar si los tocaba con la punta del dedo, y también le recordó cuando podía oler su perfume a cien metros de distancia del límite del terreno.
Era una época en la que la luna colgaba abultada en el cielo y se veía tan oscura como una linterna en un antiguo libro de fotografías borrosas. Y ella supo que era el momento de que el novio con el que llevaba dos meses se fuera y dejara promesas de amor y de escribirle una carta diariamente, promesas que nunca serían cumplidas. Porque el verano frecuentemente era así: un gran crucero que no tenía lazos directos con el resto de la vida de uno.
Era el momento de regresar a la ciudad que aun arrojaba vapor, a las tomas de agua abiertas, al pegajoso verano indio de septiembre y a la llegada a la escuela donde se reunirían una vez más los viejos amigos para comparar notas; y era tiempo del largo y lento deslizamiento hacia el invierno gris.
Chris estaba llorando junto a ella.
A lo lejos, las gaviotas se elevaban desde una franja de tierra, volando en grandes círculos sobre el agua de un gris oscuro. Comenzaban sus gritos con los primeros rayos pálidos del sol de la mañana que acariciaba las cimas de los pilares de acero anaranjado del Golden Gate. Daina puso su brazo sobre los hombros de él y lo atrajo hacia sí.
Ella cerró los ojos por el reflejo de la aurora de Sausalito, sin tener conciencia de la humedad de la tierra sobre sus nalgas, pues su propio pasado fluía una vez más, inundándola con lágrimas amargas.
—Jesucristo —susurró Chris, por sobre el sonido del mar y los dolorosos gritos de las agitadas gaviotas. Su mejilla estaba sobre la curva del brazo de ella, contra su carne en donde Daina había levantado la manga de su chaqueta deportiva con zipper que tenía "Heather Duell" serigrafiado en la espalda. Las lágrimas fluían de los ojos de él y la empapaban. Ella sentía cada gota separada y distinta, como si fueran proyectiles de una honda.
—Era un maldito genio. Nunca habrá alguien como él otra vez —sollozó Chris.
Tras ellos, a la orilla del camino, ella podía sentir la reluciente presencia de la limusina. El chofer estaba hundido allí adentro, con los anteojos para el sol puestos y los brazos cruzados sobre la flaccida mejilla, pues dormía y roncaba sonoramente.
Más allá del camino desierto se levantaba el pueblo, extendido sobre una colina, con casas y tiendas de un piso, entre árboles de denso follaje que eran una especie de moderna extensión suburbana. Aquí estaba el campo verdadero, aunque solamente sobre el puente. No era como Nueva York, en donde sólo tomaba media hora llegar a Queens.
—Todos se están yendo, Daina —gimió Chris. Su voz sonaba pesada y pastosa por haber tomado demasiada droga y por el dolor que sentía en el corazón—. Pronto no habrá nadie valioso para estar en primera línea. Nadie sino los jóvenes punks que creen que saben todo, pero que realmente no saben de qué se trata. Los músicos, los músicos puros están muriendo, muriendo de una enfermedad que no tiene cura.
—Es sólo el paso, Chris.
—No, estás equivocada —sacudió la cabeza enfáticamente—. Es la nada en medio la que hace la matanza. El vacío es tan grande que cuando la música se ha terminado no nos atrevemos, ninguno de nosotros, a andar mucho por allí porque nos comería vivos. Nos tragaría enteros. —Tembló junto a ella, quien presionó sus labios contra su hombro, para calmarlo.
—¿Qué es ese vacío? —preguntó ella.
—Somos nosotros, Daina —manifestó volviendo la cabeza para mirarla con ojos débiles y llorosos—. Supongo que debemos pasar por... lo que hacemos. No podemos... no podemos vivir con nosotros mismos. Eso es, tú sabes. Ese es el secreto. Eso es todo el secreto, así que disparamos los últimos quemadores y sale la luz tan tremendamente rápido que no vemos la oscuridad. Pero es arrastrarse todo el tiempo, alrededor de las orillas. Todo alrededor.
—Como lo dije: el paso.
—No lo sé. Nigel y yo, y Jon también... todos vinimos de un lugar y de una época en la que no se veía nada por delante excepto la música. Ninguno de nosotros pudo haber trabajado en una tienda de abarrotes local y nunca lo hubiéramos logrado tampoco en la universidad. Y qué más puede hacer un muchacho pobre en Inglaterra. El rock and roll es la fuerza dirigente que está detrás de nuestras vidas. Nos sostuvo cuando lo escuchábamos y nos salvó de morir de hambre cuando lo estábamos haciendo.
"Sin él no seríamos nada y no estaríamos donde estamos ahora... ninguno de nosotros podría soportar el regresar. Es lo mismo con Nile. Lo único que siempre amó en su vida fue su música... y eso fue lo que lo mató.
—No la heroína...
—Todo es lo mismo, ¿no lo ves? Una cosa va con la otra, eso es lo que te he estado diciendo. ¿Me escuchaste? Fuera de la música no podemos... ¡Cristo Todopoderoso!... no podemos enfrentarnos a nada de esto. Cerró los ojos en forma lenta y casi renuente, como si estuviera renunciando a un objeto precioso. El viento había empezado a llegar desde el oeste y él se acurrucó más cerca de ella. Daina acarició su cabello, retirando los pesados rizos de su cara cuando la brisa los levantaba.
—Cuando era muy joven, mi abuela vivía todavía, era la madre de mi madre y fue la única abuela que conocí —recitó Daina—. Ya estaba muy vieja, cerca de los ochenta, y los factores convencieron finalmente a mi madre de internarla en un hogar para ancianos. Más adelante, mi madre me dijo una vez que había odiado hacerlo, pero realmente nunca le creí. Mi madre jamás tuvo mucha conciencia.
"Pero cada día, cuando sonaba el teiéfono muy tarde en la noche o muy temprano en la mañana, ella brincaba pensando que llamaban del hogar.
—Y, por supuesto, un día lo hicieron. Ella pareció escuchar durante el más largo de los momentos y luego bajó el receptor sin decir una palabra. "La abuela ha muerto", me dijo.
"Murió durante el desayuno. ¡Pop!', chasqueó los dedos.
"Así. Cayó sobre su crema de trigo y nunca supo lo que le pasó'.
"Bueno, eso es lo que le sucedió a Nile. Chris —aclaró ella golpeando el dorso de sus dedos contra la mejilla de él—. Murió de viejo a los treinta y tres. Eso es lo que quiero decir con que es el paso, la velocidad.
"Pero, Cristo, ¡hacía una música! —Daina agitó la cabeza—. Era una maravilla el viejo Nile. Una vez lo vi romper una cuerda a la mitad de un solo. Nunca dejó de tocar. Simplemente tomó la cuerda nueva que le dieron, la enrolló, la afinó y nunca equivocó un acorde ni tocó una nota fuera de lugar. Si no lo estabas viendo, nunca lo habrías sabido... ¿Has oído una palabra de lo que he dicho?
—Oí cada maldita palabra. ¿Qué quieres que te diga? Conozco las implicaciones, pero es mi vida.
—Nile me dijo exactamente lo mismo anoche.
—Sí, apuesto a que lo hizo —corroboró Chris. Volvió la cabeza y miró al sol naciente. Sólo las gaviotas gritaban ahora con el derrame de la nueva luz que era como la sangre de un cadáver cortado—. ¿Alguna vez sentiste que si dejabas de hacer lo que estabas haciendo, quiero decir, renunciar fríamente a ello, todo estaría terminado y que algo terrible aparecería y te disolverías en la nada'.' —preguntó después de un tiempo. Le tomó una mano—. Quiero decir que nunca regresaría a lo que fui una vez... —Lo recorrió un estremecimiento.
El rosa pálido de la luz de la aurora rozó las crestas espirales de las olas somnolientas. Más abajo, en los poco profundos vados, el mar estaba todavía tan oscuro como el metal de un arma.
—La disolución es mi negocio —murmuró ella. Pensó en Rubens y en los terroristas—. Es lo que hago y me hace feliz. Como la música lo hace contigo, me mantiene andando, es mi tierra, es el único hilo largo que le da continuidad a mi vida.
Sólo se escuchaba el suave grito de las gaviotas que tañían las cuerdas de la pena.
—Lo que me aterroriza es lo que pasa entre la música, Dain —expresó él—. En el avión, en las limusinas, en los restaurantes, todo lo que veo frente a mis ojos son esos pequeños segundos sangrientos de nada, en los que me siento perdido en el camino. Ya no sé dónde estoy o a dónde voy, sólo pienso en el lugar de donde vine: el apestoso sótano en Soho. —Miró lejos de ella, sin querer encontrar sus ojos—. ¿Qué pasa si dejo el grupo y todo se va? Será la nada otra vez. La nada.
Las gaviotas habían encontrado algo allá, tal vez fuera una mancha de peces que nadaba cerca de la superficie, porque ahora estaban muy excitadas, volando cerca de las crestas de las olas, formando círculos apretados y espirales. Ella podía oír cómo se abrían y se cerraban sus picos chasqueando y el serpenteante ritmo de sus cuellos cuando sacaban a los peces del agua.
—No creo que ésa sea una razón suficiente para arruinar tu vida ahora —aconsejó ella, cuidadosamente. Las gaviotas eran una manta ondulante que se elevaba y bajaba en una imitación inconsciente del mar. Más allá, un queche de vela blanca viraba con el viento—. Puedo ver, puedo sentir cuan miserable te sientes. Tie lo ve. ¿Por qué crees que trató de ser amigable conmigo durante este fin de semana?
—Olvida a Tie —pidió él—. Sólo está jugando otro de sus juegos mentales.
—Está tan celosa de mí como lo estuvo de Maggie. No le gusta nuestra relación. No confía en ella.
—Seguro. No confía en lo que no entiende. ¿Quién lo hace?
—¿Qué se supone que significa eso?
—Yo me encargo de Tie —respondió él mirándola.
—Crees que eres muy listo, pero no creo que sepas quién controla a quién —bramó, enojada.
—En lo que se refiere a las malditas mujeres sé qué es qué —afirmó mirándola.
—¿Lo sabes?
El estaba inundado de una bravuconería de niño pequeño que sólo servía para provocar que ella lo aguijoneara. ¿Por qué no podía ver él lo que colgaba en forma tan obvia frente a su cara?
—Cristo, a veces me haces sentir como un tonto —espetó él—. Tu fuerza de voluntad me intimida y me hipnotiza. —Se frotó las palmas contra los muslos, subiéndolas y bajándolas—. Cuando pienso en las mujeres con quienes he estado... y en otras de las que ni siquiera me he preocupado... hay una fila interminable en el mundo, sólo para mí.
—Chris...
—Maggie y yo peleábamos por ti. Nosotros... yo esperaba que fuera porque te veíamos en distinta forma —explicó. Sus ojos parecían alejarse de ella y fugarse hacia el pasado—. Ella vio lo que me estaba pasando, aunque tú no. No, no me interrumpas. No tengo el valor suficiente para empezar todo otra vez —suspiró en forma profunda.y estremecida—. Ya sé que no tenías ninguna idea y lo dejé así porque empezaba a darme cuenta de que eso era, en parte, lo que me empujaba.
"Quería estar cerca de ti, más y más. Era una primera vez y me enfurecía. Quiero decir que no debías reaccionar como todo el resto. —Movió su brazo extendido y abarcó el horizonte—. Todas ellas. Las mujeres desean el poder y una erección tan grande como les sea posible obtener. Entonces pueden compararlo con todos los otros: el mío es más grande que el tuyo. ¡Ja!
"Pero en cuanto a ti sentí, por primera vez... que sólo quería estar contigo. Me asusta... todavía lo hace de algún modo porque aún no lo entiendo. Quiero decir que no siento que debamos ir a la cama todo el tiempo, o algo así. Sólo... tú sabes... ser. —Sus ojos parecieron enfocarse en el espacio entre ellos—. Hasta podríamos hacerlo ahora... tú sabes... allá abajo, cerca del agua, donde nadie...
—Chris, no —suplicó ella y le puso una mano sobre el brazo—. Yo...
—Crees que va a pasarme lo que le pasó a Nile, ¿verdad? Seguro, lo puedo ver en tus ojos. Pero estás equivocada. Todo es el final, todas las partidas, como Joplin y Jon y Hendrix y Jim Morrison. Pero están los otros, como Mudely Waters y Chuck Berry y ellos, que sólo siguen y siguen sin haber oído nunca sobre el retiro o la muerte, y que no están gastados a los treinta y tres. Bueno. Yo soy uno de ellos. No voy a morir... Sé lo que está pasando... No soy un monstruo.
—No —admitió ella. Se inclinó hacia adelante y besó su mejilla, sostuvo su cabeza, acariciándolo con sus largos dedos y prolongando el gesto deliberadamente—. No —ratificó de nuevo tomando aire—. No eres un monstruo. Lo sé, Chris. —Y no pudo continuar, no pudo decirle de algún modo: Tengo miedo por ti, temo que Tie... ¿qué? Ella sabía que él no era fuerte en esto. En el pasado pudo haber resistido sus avances por Jon y en el presente por Maggie o, más exactamente, en el pasado inmediato. Pero ahora no había nadie que se interpusiera entre ellos, ni siquiera Nigel, de quien parecía que Thais se iba cansando.
Ella vio que estaba mirando la línea de su cabello cuando se desplegaba como una vela al viento, iluminándose mientras la luz del sol empezaba a caer del cielo.
—Soy un superviviente —confesó él—. He pasado por todo... por todas las malditas guerras en las calles, allá en casa. Me han golpeado mucho en la cabeza y he regresado a triunfar. ¿Entiendes lo que digo?
Más allá de donde estaban ellos, el queche de vela blanca corría hacia el lejano horizonte donde el mar todavía se veía oscuro y con escamas de los restos de la noche, delgado y angosto como la hoja de una espada recién forjada. A ella le parecía una sólida y solitaria criatura que rozaba la orilla del mundo.
—Acerca de la cama —empezó a decir—. Somos amigos, Chris...
—Los amigos pueden ir juntos a la cama.
—No en el lugar del que vengo. —Le tomó el mentón volviendo su cara hacia ella—. Mírame. Tenemos algo más... algo diferente. Y tú estás... buscando definirlo de un modo en que puedas entenderlo. —Lo miró a la cara—. Ese no es el modo. Tú lo sabes y lo sientes. No necesitas que te lo diga.
—No —aceptó él—. Es sólo que sería menos... atemorizante de ese modo. —Le sonrió con una de esas sonrisas patentadas de Chris Kerr, que derretían corazones y empapaban entrepiernas por todo el mundo—. Y pensé que el aprendizaje había terminado. —Se puso serio de inmediato—. ¿Qué es?
—Es algo más que averigüé. No hubo tiempo de tratarlo antes de ahora y... bueno, para decirte la verdad, no sé cómo me siento sobre eso. En un momento podría estrangularte y en el siguiente...
—¿Llegarás finalmente a decírmelo?
—Maggie estaba en eso, Chris... en la heroína. ¿Cómo sucedió?
—Quienquiera que haya sido, entró y la mató, ¿es eso correcto?
—Deten las mentiras. Lo sé.
—¿Qué sabes?
—¡No me mientas!
Ella vio el temblor a un lado de su boca. El difícilmente parecía estar respirando.
—Así que me culpas, ¿correcto? Bueno, es conveniente. Yo estoy aquí y ella está...
—¡No sigas! —le cortó, secamente.
—¿Qué demonios te ha convertido en alguien tan recta de repente? ¿Acaso eres una princesa? ¿Nunca hiciste nada de lo que después te arrepintieras?
—No respondiste a mi pregunta —prosiguió ella, imperturbable.
—¡No, maldita sea, no respondí!
—Muy bien. Olvídalo —impuso y se volvió.
El viento silbaba a través de los bajos arbustos y a lo largo de la ancha pared de concreto, bajando hacia el agua susurrante. Hacia el oeste, el cielo estaba despejado y prístino como un lienzo sin tocar.
—No quieres saberlo —eludió él después de un tiempo, tan quedamente que ella tuvo que pedirle que lo repitiera.
—No si es otra mentira. Quiero decir que cuál es el propósito de estar juntos si nos mentimos —le lanzó una mirada rápida—. ¿También la "Pavana" fue una mentira? Sabía que lo había lastimado y estaba contenta.
—No fue mentira, Dain.
—Entonces no me mientas ahora.
—Muy bien —asintió él. Levantó la dura corteza de una caña y la golpeó contra el suelo entre sus piernas, mientras hablaba—: Una de las cosas sobre ella era esa especie de inocencia que tenía... que no era la estúpida confusión de las groupies[20]... nada de eso. Pero... yo había pasado por todo eso y ella no. Pensé que podría protegerla de toda esa mierda, ¿sabes? —Ahora sus ojos eran implorantes—. Ella... nunca dejé que se enterara de nada de lo que yo tomaba, hasta donde pude. No quería que supiera, que se sintiera tentada. —El rió con un sonido abrupto y áspero que era, a su modo, infinitamente triste—. Así que un día regresé a la casa y encontré todos los elementos allí, en el gabinete de la cocina... Una de sus amigas... a quien ni siquiera conocía yo, había iniciado a Maggie. —Arrojó la caña lejos de sí, pero el viento que soplaba desde el agua, simplemente la regresó a su cara. Se la arrancó de la mejilla y la arrojó atrás de ellos—. Y así fue, tan malditamente irónico. Alguna pequeña prostituta... —Suspiró—. Sabes qué tan deprimida podía ponerse. No pasaba nada con su carrera y yo no tenía tiempo de... —Sus puños se pusieron blancos como la nieve contra su cara, aplastando sus facciones y deformándolas—. Pero, oh, ella era débil, Dain... era tan débil... No podía tenerse en pie sola... me necesitaba a mí y a ti y a tantos otros que supongo que ninguno de los dos conocemos. No podía estar sola...
—¿Por qué no la detuviste, Chris? —le preguntó ella suavemente, aunque la acusación llevaba un golpe agudo.
—Claro que pensé en eso. Pero entonces, mira lo que hago. ¿Cómo podría? Me hubiera sentido como un maldito diciéndole que lo dejara mientras yo lo hacía todavía...
—Así que sólo la dejaste seguir... Bastardo egoísta.
—¿Qué crees que pude haber hecho? —rezongó, lastimero—. Una vez la golpeé. Sí, así fue. Estaba tan malditamente enojado que veía rojo. Lo hice antes de darme cuenta... ¡Cristo! Yo me sentía tan mal como ella. Pero sabía que lo haría sin importar lo que yo dijera... especialmente si le decía que no lo hiciese, porque entonces tendría algo que colgarme sobre la cabeza, algo sobre lo cual regocijarse cuando las cosas se pusieran mal, y se odiaba a sí misma sólo por despertar en la mañana.
—¿Cómo es que yo no sabía nada de esto?
—Porque te amaba demasiado. Sabía que si lo averiguabas pensarías una forma de detenerla y... Dain, no quería que la detuvieran.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Porque lo sé —respondió él con la cara muy cerca de la suya.
*
El viaje de regreso a L. A. estuvo lleno de aire seco y viciado, con la arena microscópica bajo los párpados, que uno sólo encuentra en los aviones.
La sección de primera clase estaba todavía muy lejos del Learjet Longhorn 50 de los Heartbeats que la había llevado a San Francisco. Mientras miraba el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles, que temblaba a través de los vapores que salían por debajo de la bruñida ola plateada del avión y los colores de las palmeras que se veían opacos y aceitosos, pensó en el ancho Longhorn con el emblema del guitarrista estrella del grupo pintado sobre los brillantes costados y a la mitad de la aleta vertical de su cola.
Claro que mantenerlo resultaba monstruosamente caro, pero eso se compensaba ampliamente con la disipación de la fatiga y el aburrimiento de las largas giras compuestas básicamente de conciertos de una noche en cada sitio. Con el Longhorn, el grupo podía hacer preparativos en Nueva York, por ejemplo, y cumplían con sus recitales en el noreste, en el sur y sureste, en Atlanta y en San Francisco en el oeste, porque todos insistían en salir de L. A. mientras estaban en el camino, incluyendo a Chris.
Daina se recostó y cerró los ojos. Pensó en la agotadora sesión que habían tenido con la policía. Encontró que era extraño que el incidente en "El Amor es un Líquido" hubiera sido echado a un lado por la muerte de Nile. No es realmente una noticia a menos que alguien resulte herido o muerto; entonces, los buitres se congregaban alrededor, como lo hicieron en el funeral de Maggie. Se estremeció, pues la imagen de ese hombre sonriente brillaba en su mente. Silka lo entregó a la policía y ese fue el final de eso.
¿Y Chris? Aunque había sido sacudido en principio, borró el incidente de su mente. "Va con el territorio", dijo aquella mañana en Sausalito.
Abrió los ojos y miró por la ventana. No le gustaba ver así a L. A., tan cerca de la tierra como si estuvieran rozando los techos, y las cosas planas colocadas una fila tras otra le recordaban a un Levittown gigante extendiéndose como una enfermedad, barriendo con el verde de los árboles y el café de los sucios caminos. Tampoco le agradaban los despegues ni los aterrizajes... Sentía que sus oídos se tapaban y, súbitamente, el avión frenaba con los motores y comenzaba un grito metálico y luego, bump—bump, estaban abajo y rodando.
Sintió una presencia cercana y, agradecida, se volvió hacia ella. Una alegre sobrecargo, con refulgente cabello castaño y brillantes labios rosados, le sonrió.
—Si permanece en su asiento, señorita Whitney, el avión irá a la terminal aérea auxiliar en donde su gente ha organizado la conferencia de prensa. Su equipaje será llevado a su auto directamente. Gracias por viajar con nosotros —concluyó sonriendo otra vez.
Daina sólo estuvo lista para bajar del avión cuando éste se detuvo. Sabía que regresaría al edificio de salas principales.
Beryl, que estaba resplandeciente en ese tipo de vestido de chiffon verde pálido que sólo ella podía lucir con éxito, tomó a Daina de la mano, diciéndole:
—Estamos tan contentos de que hayas aceptado conceder la conferencia —aduló efusivamente—. Con franqueza, no sabía qué esperar cuando te llamé. —Llevó a Daina con ella a través de un corredor lleno del personal de las aerolíneas y de policías uniformados—. Los primeros informes fueron bastante incompletos, como te lo puedes imaginar. —Atisbo la cara de Daina—. Debe haber sido desagradable.
Sí, pensó Daina. Muy bien, fue desagradable. Pero en más formas de las que nunca sabrás.
—Esto puede parecer un poco brutal; pero, cuando piensas en ello, las tragedias ocurren todos los días a nuestro alrededor. Y si realmente piensas en eso, de un modo u otro todos somos culpables de capitalizarlas. ¿Por qué no? Es un deseo natural del hombre. Ninguno de nosotros es ángel, después de todo. —El final del túnel estaba a la vista y más allá había un resplandor de luces y un tumulto de voces humanas que parecían estar hablando todas a la vez—. Ah, aquí estamos —y Beryl escoltó a Daina al interior del cuarto de prensa donde, de inmediato, las cámaras traquetearon a lo largo de sus rollos de película, captándola en poses momentáneas, y también las cámaras de las cadenas de televisión rodaban mientras los reporteros de apariencia preocupada hacían rápidos comentarios a sotto voce—. Pensé en escribirte un texto preparado —susurró Beryl—. Pero Rubens dijo que no, que tú sabrías qué decir.
De hecho, Daina no tenía ni la menor idea de qué decir y conservaba la mente en blanco, mientras subía por los improvisados escalones de madera hacia el podio.
Pero en cuanto la gente de los medios de información se calmó, ella supo que estaría bien. Vio a Lorna Dieter, de KNXT, y en los ojos de los comentaristas distinguió algo que Daina no había visto antes. Y, mientras su mirada se movía de un reportero a otro, lo vio una y otra vez, repetido, reflejado, construyéndose hasta que ella sintió que una sensación extraña se movía en su interior. Comenzó a tocar una melodía en su mente. Un calor se formaba en su interior. La melodía tenía letra. Y sintió que el poder surgía de ella mientras escuchaba que su mente le cantaba: Todos los ojos que has hipnotizado/ Están bailando con/tu latido americano. Sabía lo que tenía que decir y por qué. Pensó en Baba tendido sobre su propia sangre, mientras los gatos indiferentes hacían guardia afuera en el pasillo; pensó en Meyer con su cara presionada contra el alambre de púas del campo de concentración, soñando en el día que sería libre, y pensó en el calabozo, con su viciado olor, enterrado más profundamente en la tierra de lo que ella querría ir jamás. Empezó a hablar:
—Cuando era joven aprendí el valor de la vida humana. No puedo pregonar que conocí bien o que traté durante mucho tiempo a Nile Valentine. De hecho, me lo presentó Chris Kerr ese fin de semana. Pero así como uno llega a conocer a otra persona en un vuelo de una noche, en el trayecto de un destino a otro, Nile Valentine me dijo cosas que quizá no le hubiera contado a nadie más.
"Todos ustedes lo conocieron como a un músico con un fiero talento y un apetito insaciable por vivir, y al final fue ese apetito lo que lo destruyó.
"Pero iré a otra parte de él que creo trató de esconderle a todos ustedes. Era un lado muy humano y esa es la parte que voy a extrañar más.
—Señorita Whitney, ¿no es cierto que Nile Valentine murió de una sobredosis de droga que él mismo se aplicó? —perguntó alguien.
—Creo que tendrán que responder a eso cuando el médico forense de San Francisco haga público su informe.
—Pero ¿no es cierto que varios miembros de los Heartbeats se han visto envueltos constantemente en arrestos por tenencia de drogas de naturaleza muy seria? —persistió la misma voz.
—Todos leemos los periódicos —adujo Daina, despacio. Sonrió—. Excepto aquellos de nosotros que somos adictos a la TV —hubo una descarga generalizada de risas.
—¿Y qué hay con usted? ¿Qué tipo de drogas toma usted?
—Tomo penicilina cuando mi doctor me lo ordena; de otro modo, ingiero vitaminas y hierro —sorteó Daina inclinándose hacia adelante y ensanchando la sonrisa. Hubo más risas.
—Señorita Whitney, como hay censura del estudio acerca del tema, ¿quizá usted podría comentar el progreso de Heather Duell? —indagó una voz distinta.
—La película es el sueño de una actriz. Trabajar con Marion Clarke es como estar en el paraíso. —Hubo más risas—. Pero ya hablando en serio, la razón por la que se les ha dado poca información sobre cómo progresa día a día es que todo ha marchado tan espectacularmente que nadie quiere traerle mala suerte. —Se produjo un compás de espera—. Todos ustedes saben cómo han llegado a confiar esos ejecutivos del estudio en sus tablas de Ouija o en las muñecas de vudú. —Hubo más risas. Sonrió mientras ellos continuaban riendo.
*
Durante el tiempo que estuvo fuera habían puesto otro cartel frente al que anunciaba la nueva película de Redford. Beryl tomó el camino de Sunset tan lentamente como pudo, para darle a Daina el mayor tiempo posible para verlo.
No era un cartel tradicional. No tenía nada de texto, por ejemplo. El diseño consistía en dos cabezas gigantes. La de la izquierda era una bella mujer con largo cabello color miel y ojos violeta bastante separados. Sus labios rosados estaban entreabiertos como si estuviera a punto de susurrar una caricia a su amante. En su expresión había una especie de inoncencia casi radiante.
La curva de su cuello se fundía con la cara de la derecha. Esta mujer tenía los labios apretados y un aspecto ceñudo. Su mirada parecía traspasar la niebla de Hollywood como si pudiera ver más lejos y con mayor claridad que cualquier otra persona. Tenía un aire de gran determinación y fuerte voluntad que era inequívoco.
Las dos mujeres eran Daina. O, más exactamente, Heather Duell.
—¡Dios mío! —exclamó Daina—. ¿De quién fue la idea?
—¿Qué pasa? ¿No te gusta? —preguntó Beryl. Frunció el ceño mientras le tocaba el claxon a una joven rubia, con pantalones cortos, que andaba en patineta sobre Sunset.
—¡Me encanta! —exclamó Daina y estiró el cuello por la ventanilla del auto—. Pero no pensé que alguien del estudio tuviera tanta imaginación.
—No la tiene. Rubens contrató a Sam Emshweiler para hacerlo. Es un genio independiente... que diseña campañas de publicidad de millones de dólares para los medios impresos —explicó. Oprimió el acelerador, pasando un semáforo a punto de ponerse en rojo—. Es el genio que sacó del problema a la parte trasera de Rubens al lanzar Moby Dick tan espectacularmente.
—Lo recuerdo bien. Fue increíble.
—Pero poco convencional —asintió Beryl—. Rubens tuvo que atacar a Beillman antes que éste autorizara que el estudio pusiera su parte. Se ponen muy nerviosos cuando todo no está perfecto.
—¿Qué hizo?
—Le dijo a Beillman que creía que había extraviado los primeros dos rollos de la película —informó Beryl sin poder evitar sonreír y mirando a Daina—. Claro que Beillman no le creyó, así que llamó a Marion, y éste, que de todos modos tenía problemas con Beillman, le aseguró que era absolutamente cierto.
"Beillman se puso tan blanco como un papel, porque el contrato que Rubens tenía con el estudio establecía que ellos son responsables de reponer el metraje. —Daina se preguntó si habría sido Rubens o Schuyler el responsable de esa cláusula—. De cualquier modo, se arregló esa tarde. No quisimos decírtelo porque hubiera arruinado la sorpresa.
"Rubens tenía razón —continuó diciendo mientras salía de Sunset hacia Bel Air, disminuyendo la velocidad—. Hiciste un extraordinario trabajo allá. —Hubo tanto respeto en su voz, que Daina volteó a ver a la otra mujer. Beryl nunca ganaría un concurso de belleza, pero tenía otras cualidades mucho más valiosas que un rostro perfecto. Al menos para mí, pensó.
—¿No tenías fe en mí, Beryl? —rió Daina.
—La fe no tiene absolutamente ningún lugar en esta ciudad —respondió Beryl. Daina encontró notable la forma tan hábil en que Beryl había evitado la trampa. Si hubiese respondido que sí, se habría mostrado como una mentirosa, y un no hubiera sido una ofensa.
—Pero conozco a Rubens y confío en su juicio —le estaba diciendo ahora a Daina.
—¿Nunca se ha equivocado?
—Sólo en el asunto de su esposa —evadió Beryl lacónicamente cuando daba vuelta hacia la larga entrada.
María abrió la puerta a su arribo y Daina le dio las llaves de la cajuela del auto.
—Sería bueno que lavaras toda la ropa, María, o que la mandaras a la lavandería.
—Rubens te habló sobre Dory Spengler —comentó Beryl mientras bajaban por el vestíbulo dirigiéndose hacia la sala—. ¿Sabes?, sería mucho más fácil para todos nosotros si sólo dejaras ir a Monty. Entonces podríamos...
—Ya pasé por todo esto con Rubens —manifestó Daina. Su voz tenía el filo de un cuchillo—. No tengo ninguna intención de repetirlo contigo.
—Sólo quiero decir que nos colocas en una posición bastante delicada trayendo a Dory mientras aún le estás pagando a Monty.
—Entiendo que esa es una de las cosas que te encargan manejar —apuntó Daina y esperó para ver si la otra mujer contraatacaría. Como no lo hizo, continuó—: Esa es la única forma en que lo haré.
—Podría decirle que se vaya si tú no...
—¿Por qué? —preguntó haciendo un ademán con la mano—. Sólo dame un par de minutos para ponerme un traje y luego llévalo a la piscina. Me muero por nadar y podemos hablar allí. Oh, Beryl, cuando regrese María pídele que nos prepare el almuerzo. Algo frío y ligero, ¿está bien?
Dory Spengler era más joven de lo que ella esperaba. Tenía un bronceado profundo que, dentro de cinco o seis años, le marcaría pesadas líneas en toda la cara. Ya había pequeñas ramificaciones de patas de gallo en las esquinas exteriores de sus brillantes ojos café. Tenía ensayada una forma de mirar, tan fría y plana, que casi hacía olvidar el trabajo que le había costado lograrla. En la ciudad tenía la reputación de ser un superhacedor de tratos y de que mientras estuvieras caliente era tu amigo, pero una vez que descendieras de la cima, su memoria era mala, se decía.
Iba vestido con un traje de lino color claro y una camisa blanca con el cuello abierto. Usaba una delgada cadena de oro, medio oculta por el cabello, alrededor de la base de la garganta.
—Daina Whitney —presentó Beryl—. Este es Dory Spengler.
—Es un placer, señorita Whitney —saludó él. Su boca se abrió en una sonrisa. Mantuvo sus manos tras la espalda—. Soy un gran fanático suyo. No puedo imaginar por qué no nos habíamos encontrado antes. Desafortunadamente estuve fuera de la ciudad para la fiesta de Beryl.
Daina no dijo nada, estaba pensando en Monty.
Los ojos de Beryl pasaron de una cara a la otra. Se aclaró la garganta pues se veía incómoda por el silencio.
—Lo siento, Dory... —empezó a decir Beryl.
—Entiendo que esta situación es un tanto, uhm, única —deslizó él haciéndole a Beryl un ademán para que guardara silencio. Estaba mirando a Daina abiertamente—. Quizá le tome algún tiempo a la señorita Whitney aceptarme y, sin duda, conocerme. —Sus manos se elevaron, cayeron y regresaron a su espalda—. Eso está perfectamente bien. —Se movió hacia un lado de la piscina—. Podemos hablar mientras nada. ¿Está bien?
Daina le lanzó una mirada apreciativa antes de brincar dos escalones cruzando los ladrillos. Golpeó el agua con un clavado plano. Spengler esperó a que hubiera completado seis vueltas antes de decir algo.
—¿Qué dijo? —preguntó ella. Levantó la cabeza, agitándola de un lado a otro para sacudirse el agua de los ojos.
—Dije que acabo de regresar del Pacífico Sur —informó Spengler acuclillándose junto a ella—. Tuve una reunión con Brando.
—¿Brando? —repitió ella poniendo los codos en la orilla de la piscina. Se apartó el pelo de la cara. Las gotas de agua rodaron por sus hombros dorados—. Pensé que no tenía agente.
—No tiene. No en forma oficial, de todos modos. No se necesita realmente. Sólo voy allá cuando hay lago específico que discutir.
—Dory le mostró a Brando un bosquejo de lo que tenemos hasta ahora de Heather Duell —aseveró Beryl sin poder contenerse ya más.
—¿Qué? Ni siquiera yo he visto eso.
—Lo sé —sonrió Beryl—. Y si el estudio se entera de esto, nos desollarán vivos. Tampoco lo han visto.
—También le llevé una copia de Regina Red —confesó Spengler.
—¿Por qué? No, espere —demandó Daina sintiendo el corazón en la garganta. Salió de la piscina usando sus brazos para impulsarse y quedar sentada junto a Spengler—. Bien, ahora quiero saberlo todo. ¿Qué pensó de ella?
—La odió. Pero... convino que usted era grande —lisonjeó él. Puso los antebrazos sobre las rodillas para mantener el equilibrio—. Por cierto, tengo que decirle que Heather Duell es sensacional, juzgando por lo que vimos.
—¿Eso dijo Brando?
—Bueno, él es un poco más... excéntrico. Le gustó.
—Eso es grandioso; pero ¿cuál fue el propósito?
—Dory está organizando un proyecto para Rubens —aclaró Beryl jalando una silla y dejando caer su cuerpo—. Algo que, si sucede, no puede dejar de ser bastante especial. ¿Correcto, Dory?
—Sí. —Sus ojos se iluminaron—. Coppola está loco por un guión que tenemos de Robert Towne. De hecho, está tan enloquecido que aceptó dirigirlo y coproducirlo con Rubens. Pero había un problema.
"Ya sabe cómo es Francis. Todo tiene que estar perfecto, a la letra, antes de que empiece. Insistió en dos elementos. Brando para el estelar masculino.
"Brando y yo nos conocemos hace mucho y le llevé el guión. Le gustó, le gustó mucho... quiso algunos cambios —alzó los hombros filosóficamente—, pero siempre es así. Será su primer papel estelar desde El Padrino. Está en la pantalla durante nueve décimas partes de la película.
Daina vio de reojo que María salía de la casa con una charola enorme llena de emparedados y piñas coladas. Entrecerró los ojos por el sol.
—Dijo que había dos cosas que Coppola quería. La primera era Brando.
—Y la segunda eres tú —concluyó BeryL
*
—¡Tú! ¡Emoleur! —gritó Fessi—. Deja de hablar y ven a sacar de aquí a este hombre. Está empezando a apestar el lugar.
Heather todavía estaba sosteniendo a James. Emoleur atravesó el cuarto y le dio unos golpecitos en el hombro.
—Lo siento, señora. Cumplo órdenes.
Heather no se movió.
—Señora —repitió Emoleur un poco más fuerte—, su esposo está muerto. No hay ninguna duda sobre eso. Debe dejarlo ir ahora —sus dedos se movieron por sus hombros.
—¡Sáquenlo de aquí, demonios! —bramó Fessi. Emoleur empezó a tirar de su brazo.
—¡Aléjese de mí! —chilló Heather.
—Señora, por favor...
—¡Dije que se fuera! —apretó a James contra ella.
—¡Ahora! —exigió Fessi. Avanzó hacia el joven francés.
El miedo se registró en la cara de Emoleur. Arrancó a Heather de James. Ella se puso en pie, pareciendo bastante dispuesta, y diciendo: —Muy bien, ahora... Giró y golpeó al ayudante sólidamente en la cara. Levantó una mano y se tambaleó.
—¡Es suficiente! —explotó Fessi—. Pensé que eras lo suficientemente hombre para manejar esto. Ahora tendré que hacerlo yo. —Una pequeña sonrisa jugó en las comisuras de su boca de gruesos labios—. He estado esperando esto. —Se dirigió a Heather—. Solamente he esperado que hagas algo como...
Heather lo golpeó ciegamente, estrellando su puño contra un lado del cuello de Fessi. El se tambaleó, sorprendido, y cayó de rodillas. Parpadeó y tragó. Su cabeza se balanceaba de un lado a otro. Se limpió los ojos.
—El no es carne muerta para que se la coma a su gusto —bramó Heather mirándolo hacia abajo.
Sin levantar la vista, Fessi asió su pistola de repetición. Un gran ruido sordo provenía de él y Heather vio que el cañón del arma apuntaba contra ella. No se movió.
El-Kalaam se puso entre ellos de una zancada. Levantó la punta de su bota. El AIRM salió disparado, rociando sus balas sin hacer daño, contra la pared más alejada. Los pedazos de yeso volaron silbando y el polvo llenó el aire.
—No le harás a ésta lo que le hiciste a la otra —sentenció El-Kalaam, fríamente—. Quítate esa idea. No puedes tenerla. Tenemos negocios que atender. Eso es lo único que debes pensar. —Cerró los ojos. Pateó el costado de Fessi—. Ahora levántate y asegúrate de que Hadelam ha hecho su trabajo. Infórmame cuando los israelíes hayan recogido el cadáver de Bock.
—Deberías matarla ahora —aconsejó Fessi. Se levantó y no miraba a El-Kalaam, sino a Heather—. Todos estaríamos mucho mejor. —Fue a la puerta principal y la cerró tras de sí.
—Quizá Fessi tenga razón acerca de ti —caviló El-Kalaam acercándose a donde estaba parada Heather y mirándola a los ojos—. Eres una aficionada, pero una aficionada peligrosa para todo eso. Quiza debería matarte.
—Adelante, adelante, dispáreme —retó Heather—. Le mostrará a todos de una vez por todas lo que es usted. —Ella escupió a sus pies.
230
—Fue a su hombre a quien Fessi le disparó —intervino Rita—. ¿Qué otra cosa esperas que haga?
El-Kalaam retiró la mano de la cacha de su .45 automática y desdeñó:
—Sé lo que eres, pero tú no sabes nada de mí.
—Sé lo suficiente. Ambos venimos de los mismos trasfondos de experiencia. Ambos somos cazadores, ¿correcto? Usted ha seguido su camino y yo el mío. Pero todavía tiene curiosidad acerca del elemento que nos ata.
—No hay nada que nos ate —profirió El-Kalaam un poco acalorado.
—Tenía razón sobre mi esposo —prosiguió Heather con una sonrisita—. Ambos eran profesionales. Dos caras de la misma moneda. La luz y la oscuridad, y tan diferentes como lo pueden ser dos hombres. Pero él lo conocía, El-Kalaam. El sabía lo que era. Sabía que tenía que ser detenido.
—Bueno, ahora ya no tendrá la oportunidad, ¿o sí? La desperdició cuando se puso frente a la pistola de Fessi. Cualquier oportunidad, por débil que haya sido, ha terminado. El se fue y tú estás aquí.
—Sí —aceptó Heather—. Estoy aquí.
*
—Ahora no quiero que te preocupes, Daina —aconsejó la doctora. Era una gran mujer formada al estilo de Birgit Nilsson y quizá con una voz tan buena como la de ella—. Es sólo que has estado haciendo demasiadas cosas, demasiado rápido. —Ojeó a Daina por encima del armazón de sus anteojos de lunetas. Usaba una enorme bata corta sobre un suéter de angora y una falda de lana. Era una neoyorquina desplazada que todavía se rebelaba contra su medio ambiente, a pesar de haber estado aquí durante más de seis años. Debe sudar balas al ir de su oficina con aire acondicionado hasta su Mercedes también con aire acondicionado, pensó Daina. No se sentía con humor para sermones y era obvio que Mar—jorie estaba a punto de pronunciar uno.
—¿Sabes?, lo mejor para ti serían dos semanas en el Caribe. Ahora mismo. —Jugó con su pluma Mark Cross, rodándola entre sus dedos como si fuera una bastonera con su bastón—. Lo he visto suceder antes.
—Ya sé todo esto —gruñó Daina.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Puedo manejarlo.
Marjorie asintió y se pasó una mano por el cabello castaño cuidadosamente teñido, diciendo:
—Todos piensan que lo pueden manejar. Que no hay problema. Mientras tanto, alguien está escondido detrás de ellos como un martillo de bola, y cuando está mirando al otro lado, ¡bam!
—El problema es que debo terminar la película y luego tengo otro proyecto. Toda la organización del tiempo está mal —se quejó Daina inclinándose hacia adelante en la silla.
—Eso será lo que digas cuando te desplomes y tenga que internarte en Cedros del Líbano: "La organización del tiempo está mal".
—Probablemente no diría absolutamente nada.
Marjorie golpeó la punta de la pluma contra el cuadrado de papel secante que estaba en el centro de su escritorio cubierto con un tapete verde.
—Mira, todos tus comentarios inteligentes son muy tiernos, pero el meollo del asunto es...
—¡Oh, Cristo! —la interrumpió Daina.
—El meollo del asunto es que has estado descuidando tu cuerpo —repitió la doctora inclinándose hacia adelante mientras enfatizaba cada palabra—. Sabes que el cuerpo humano es un mecanismo maravilloso, casi infinitamente adaptable, que puede soportar un castigo tremendo. Pero no sin ciertas consecuencias. Algunas son a largo plazo, dependiendo de la severidad del abuso, y se pueden volver crónicas. —La pluma detuvo su tamborileo y Marjorie se quitó los anteojos y los colocó cuidadosamente junto a la pluma de oro depositada sobre el secante. Tras ella estaba un pequeño reloj digital, justamente abajo de un pequeño Dalí firmado, que marcaba los segundos y los minutos—. ¿Comprendes las implicaciones de lo que estoy diciendo? —Súbitamente se suavizó su voz—: Sólo tómalo con calma, eso es todo. Trata de descansar un poco más. Tu nivel de minerales es muy bajo y estás al borde de la anemia.
—Tomo mucho hierro —recalcó Daina pensando en la conferencia de prensa.
—Los complementos están bien, pero eso es todo lo que son: complementos. Lo que necesitas es un par de semanas en el sol y en las olas, y alrededor de seis meses de dormir por lo menos ocho horas cada noche.
—Tan pronto como acabe la película... —comenzó Daina poniéndose en pie.
—Yo no esperaría tanto. Realmente no lo haría —interrumpió Marjorie y empezó a escribir en la libreta de prescripciones.
—¿Qué es eso?
—Sólo un poco de hidrato de cloral. Es un sedante leve para...
—¡Sé para lo que sirve y no lo quiero! —rechazó Daina, ardientemente.
—Necesitas algo para salir adelante...
—¡Yo me sacaré adelante las próximas seis semanas, doctora! Muchas gracias.
Afuera, en la sala de espera, Monty esperaba desamparado, en medio de la florida selva de Beverly Hills con los minks enroñados en unos cuellos delgados y bronceados.
—¡Daina! —la llamó ansiosamente—. ¿Estás bien? He estado tratando de ponerme en contacto contigo desde que oí sobre esa conferencia de prensa. —La tensión había marcado su cara agotada y se veía pálido debajo de su bronceado—. ¿Por qué no me informaron sobre eso? Ya sé cómo la prensa distorsiona las cosas y tú estabas molesta con ese hombre dejando caer la muerte prácticamente en tu regazo. —Comenzó a seguirla por la puerta—. Pero sabes que debiste decirme a dónde ibas. Te hubiera aconsejado en contra. Nunca me ha gustado esa gente de la música...
—Monty...
—¡Muy bien! ¡Muy bien! Ya sé que odias que saque el tema. Está bien. Sólo estoy viendo por ti. —Levantó las manos—. A veces lo olvido. De cualquier forma... no te he visto hace tanto... —se quejó alzando los hombros—, que casi olvido qué es lo que te gusta y qué no. —Se volvió hacia ella, súbitamente—. No me gusta lo que está pasando en el set. Primero, Beillman está demasiado ocupado en reuniones como para contestar mis llamadas. Ahora, esta mañana, cuando traté de ir al set, para verte, me dijeron que mi nombre estaba fuera de la lista. Daina, ¿qué está pasando?
—Siento no haberte llamado, Monty. Yo... —Ella tomó sus brazos con los suyos y lo guió a través de la puerta. Miró sus ojos bordeados de rojo.
—¡Ah, olvida eso! —rebatió él. Sus manos se elevaron levemente y luego cayeron—. ¿A quién le importa eso entre amigos? Dime, ¿qué dijo la doctora?
Se detuvieron en la acera. Del otro lado del hirviente Beverly Drive, el fuerte sol iluminaba el frente de vidrio de The Breadwonner, en cuyo interior esbeltas bellezas en abrigos de mink se formaban con sus charolas para recibir enormes porciones de queso de soya y ensalada de frijoles, platicando entre ellas sobre su matutino merodeador Neiman-Marcus.
—Estoy bien, Monty, realmente. Es sólo que Marion nos está haciendo trabajar como demonios —concluyó Daina sonriéndole a su rostro marcado.
—¿Y Beryl? ¿También te está haciendo trabajar duro?
—Lo suficiente.
—Alguien debió advertirme sobre eso —opinó Monty después de que hubo silencio durante un momento.
—Le dije a Rubens que debía haber...
—Al demonio con Rubens. Tú debiste decírmelo.
Ella volvió la cara, pero él se movió de modo que todavía estaba mirándola. Le levantó la barbilla.
—¿Qué te ha pasado, Daina? —preguntó.
Ella levantó la vista y vio una extraña expresión de desafío en sus ojos y un algo que no pudo descifrar del todo. Aun así, llenó de hielo su corazón y su mente de repugnancia hacia sí misma. ¿Por qué?
—Quiero oírlo de tus propios labios —pidió Monty. Su cara se veía tan roja que bien podía estar brillando con energía y ella pensó: Rubens se equivoca, todos ellos se equivocan. El no está viejo, no está cansado. Es sólo su forma de ser cuando me levantó de las aceras, sin perdón de esta ciudad, hace cinco años—. Quiero oírte decir lo que todos los demás me han estado murmurando en el oído durante una semana.
—¿Qué es? —inquirió. Pero su estómago ya estaba acobardándose y su voz era débil.
—Que estoy fuera y que Dory Spengler está dentro.
Y ahora ella reconoció la mirada que le lanzó por lo que era. Su propia traición hacia él. Oh, Dios, pensó, no. Eso es contra lo que he luchado.
—Monty, no es de ningún modo lo que estás pensando.
—¡Entonces está adentro! —exclamó. Sonó una extraña nota de triunfo que lo alejó de ella, aunque eso no era lo que Daina quería.
—Yo no dejaría que nadie se interpusiera... —empezó dando un paso hacia él y estirando la mano para tocar su brazo.
Pero la cara de Monty ya se había manchado mientras la sangre se retiraba de ella. Trató de gritarle al tiempo que se apretaba el pecho.
—¡Daina, tú...! ¡Tú...!
Pero ella nunca supo lo que estuvo a punto de decirle.
En la ambulancia que avanzaba por Little Santa Mónica hacia el Beverly Boulevard y el Cedars Sinai Medical Center, Marjorie tocó la piel gris del pecho de Monty donde había desgarrado la camisa. Escuchó de nuevo con su estetoscopio. Levantó la cabeza e hizo un corto gesto al paramédico que iba con ellos. Este levantó la mascarilla de oxígeno de la cara inmóvil de Monty.
—Su corazón se detuvo —le comunicó a Daina. Su estetoscopio sonó cuando lo guardó—. No hay nada más que podamos hacer por él.