Doce

—Mmm —musitó Lara cuando Carson liberó su boca lentamente de otro de sus besos—. Pensaba que había conseguido sobornarte para que me trajeras los papeles que necesito para la investigación, pero ahora mismo me pregunto quién ha sobornado a quién.

Una sonrisa al mismo tiempo cálida y angustiada transformó el semblante de Carson. Aunque Lara llevaba ya en pie una semana, a Carson todavía se le encogía el corazón al recordar en qué condiciones la había encontrado en la biblioteca.

—Soy yo el que está sobornándote —admitió con voz ronca, bajando la mirada hacia Lara mientras ésta permanecía sentada en la cama, con las piernas cruzadas y completamente vestida—. Quiero que te tomes las cosas tranquilamente, aunque el doctor Scott haya dicho que puedes salir e incluso ponerte a marcar ganado si quieres. Yo prefiero que estés aquí, que estés aquí para recibirme cuando vuelva a casa.

La urgencia que reflejaban las palabras de Carson conmovió profundamente a Lara.

—No te preocupes por mí —le dijo, tomándole la mano y llevándosela a los labios—. Estoy bien.

Absolutamente bien —añadió, sonriendo y llevándole la mano hasta su redondeado vientre—. De hecho, estoy doblemente bien. Así que sal a hacerte cargo del rancho. Odio pensar en todas las tareas que has tenido que dejar de hacer durante las últimas dos semanas.

—Desde que desapareció la fiebre, he disfrutado de cada uno de los segundos de esas dos semanas —Carson se interrumpió y miró a Lara con ojos intensos, luminosos... y extrañamente angustiados—. Me has dado mucho, Lara —dijo con sencillez—. Mucho más de lo que soy capaz de expresar con palabras. Y me encantaría poder saber que he sido capaz de devolverte aunque sólo sea una mínima parte de lo que tú me has entregado.

Y sin más, cerró lentamente la puerta tras él, dejando a Lara sola, pero sintiéndose cálidamente acompañada. El eco de la voz profunda de Carson y el recuerdo del calor de sus ojos cuando la miraba hacía imposible que se sintiera sola. Sonriendo, alargó la mano hacia el montón de documentos relacionados con los aspectos legales de la historia de Rocking B fechados entre mil novecientos cuarenta y mil novecientos sesenta.

Sintiéndose más enérgica y viva de lo que había estado en muchos años, Lara revisó las dos décadas de la historia del rancho que necesitaba para su investigación. Había muchos papeles relacionados con pequeños créditos para semillas y fertilizantes, créditos que debían ser pagados en el corto plazo de nueve meses. Otras eran notas en las que alguien había apuntado a mano salidas y entradas de ingresos. Pero había también documentos más formales.

Había un documento en particular que intrigaba especialmente a Lara. Llevaba la fecha del diecisiete de marzo de mil novecientos cuarenta y nueve, y estaba firmado por Larry Blackridge, pero no había sido redactado por ninguno de los abogados de la firma de Donovan. Si la primera página carecía de importancia, en la segunda se detallaban las circunstancias en las que Larry Blackridge recibiría prestada una enorme suma de dinero de Monroe White sin ningún interés a cambio.

—White —murmuró Lara para sí—. White. ¿Dónde he oído yo antes ese nombre relacionado con Rocking B? ¿Sería el pariente de alguien? Sí, tiene que haber alguna relación familiar. ¿Porque quién si no podría conceder un préstamo sin pedir nada a cambio?

Lara sacó su libreta y comenzó a leer y tomar notas sobre aquel documento. Pero cuanto más lo leía, menos sentido le encontraba. Agotada, se recordó a sí misma que aquella jerga impenetrable era un problema común a todos los documentos legales. Con un suspiro, volvió a comenzar por la primera página.

Poco a poco, Lara fue dándose cuenta de que lo que estaba leyendo era un acuerdo prenupcial entre Sharon Harrington y Lawrence Blackridge. Monroe White era el abuelo materno de Sharon, un hombre inmensamente rico. Una vez desentrañada la jerga, los detalles fueron emergiendo en toda su impasible austeridad. Sharon, una mujer de treinta y cuatro años, iba a convertirse en esposa, en el pleno sentido de la palabra, de Larry, un hombre de veinticuatro. A cambio de dicho matrimonio, ella aportaría una dote de quince mil dólares que le sería entregada inmediatamente a su marido. Además, la familia White se mostraba de acuerdo en garantizar préstamos para el futuro desarrollo de Rocking B sin cobrar ningún interés a cambio. Siempre y cuando, por supuesto, el matrimonio se mantuviera intacto.

El documento continuaba página tras página con unas letras tan diminutas que apenas se leían, pero su significado básico era obvio. Monroe White había conseguido atrapar a un ranchero en ruinas para que se casara con su adorada pero poco atractiva nieta. Larry se había casado con Sharon no por amor, sino por pura desesperación. Debía de estar a punto de perder un rancho que para él significaba más que cualquier otra cosa en el mundo. White había sido un negociador muy astuto. El documento impedía que Larry se divorciara de Sharon sin que eso significara la pérdida inmediata del rancho. Si Sharon quería divorciarse, perdería a cambio todos sus derechos sobre Rocking B para reparar los gastos de los préstamos, al igual que la custodia de cualquier niño procedente de esa unión.

Lara suspiró inconscientemente mientras apartaba aquel documento que narraba las tristes circunstancias del matrimonio de Larry. Ese documento contestaba además a una pregunta sobre la propia infancia de Lara. Acaba de conocer las razones por las que Larry no se había casado con la madre de su hija ilegítima. Él amaba a Becky, pero quería más a su rancho. En cuanto a Sharon... Si los rumores que Lara había oído a lo largo de toda su vida eran ciertos, al principio, se había enamorado de Larry Blackridge con toda la pasión que era capaz de desplegar una mujer de su edad hacia un hombre demasiado joven y atractivo para que hubiera podido seducirlo si no hubiera sido por dinero.

Y al final, Sharon había odiado a Larry con toda la furia de una mujer despreciada.

Frunciendo el ceño, Lara volvió a los documentos. No volvió a aparecer nada inesperado hasta cerca de seis años después. Era una lacónica nota firmada por un médico de la clínica Mayo en la que informaba de que Sharon Blackridge era estéril y la ciencia médica no tenía ninguna posibilidad de curarla. Tres semanas después, aparecía otro documento legal. Aquel tampoco llevaba la firma de las oficinas de Donovan & Donovan. A cambio de una cantidad de dinero «no especificada», una menor, cuyo nombre tampoco aparecía en el documento, se mostraba de acuerdo en entregar a su hijo en adopción a los Blackridge. Dos meses después, un bebé llamado John Doe transformaba legalmente su nombre para adoptar el de Carson Harrington Blackridge, hijo y heredero de Lawrence y Sharon Blackridge. El mismo día en el que quedaba registrada la adopción, White Monroe hacía una transferencia de diez mil dólares al rancho Rocking B.

A Lara se le llenaron los ojos de lágrimas. Detrás de aquellas escuetas transacciones, había vidas que hablaban a gritos de dolor. Lara sabía, por lo que había investigado, que los tres años previos a la adopción de Carson habían sido devastadores para Rocking B. La bajada de los precios de la carne, las ventiscas, las enfermedades... toda la mala suerte que podía caerle a un ranchero parecía haberse cernido simultáneamente sobre el rancho. Larry había ido endeudándose cada vez más. Al final, se había visto obligado a elegir entre su sueño de concebir un heredero que llevara su propia sangre o la propiedad del Rocking B.

En ninguno de aquellos documentos legales había nada que indicara la disposición de Larry para querer a aquel niño que había comprado y posteriormente adoptado. Pero, de hecho, en ningún documento de la historia de los Blackridge, Lara había encontrado nada que pudiera indicar que el amor había sido importante para Larry. Lo era la tierra. La tierra y las relaciones de parentesco. Al final, la tierra se había convertido en su mayor obsesión.

Sin ser consciente de ello, Lara posó la mano en) su vientre, como si quisiera asegurarle a aquel bebé que todavía no había nacido que era un hijo deseado, amado, y que sería educado con toda la comprensión que Carson y ella pudieran brindarle. Aquel bebé nunca se convertiría en un títere que sus padres pudieran utilizar para pelearse, como lo había sido Carson para Sharon y Larry. Aquel bebé nunca tendría que mirarse al espejo y saber que no había sido deseado, que en realidad no era un niño amado. Sharon había querido tener hijos. Y había comprado tanto al niño como la voluntad de Larry en un proceso de adopción que, obviamente, el padre de Carson nunca había deseado. El precio de Larry habían sido diez mil dólares.

Lara intentó no pensar en cómo habría sido la vida de Carson, en lo que habría sido para él crecer sabiendo que no era querido por el único padre al que conocía. Se obligó a controlarse. Si pensaba en Carson, perdería la distancia emocional que todo investigador necesitaba para abordar un tema. Ya tendría tiempo de pensar en aquella tristeza más adelante, en aquel dolor irreversible. En otro momento lloraría por aquel niño solitario que con los años se había convertido en el hombre al que ella amaba.

Con tristeza, Lara volvió a los documentos. Y estuvo a punto de no fijarse en un documento que, indirectamente, concernía a su propia infancia. Era otro préstamo, otra transferencia de dinero hecha por Monroe a las arcas vacías del rancho. Era el préstamo que había hecho posible duplicar la extensión de Rocking B, creando el imperio que Larry siempre había soñado. Lo que le llamó la atención de aquel documento fue que estaba fechado seis meses antes de su propio nacimiento.

El documento contenía una cláusula en la que indicaban que Larry jamás, ni directa ni indirectamente, reconocería a aquel hijo ilegítimo. Si moría antes que Sharon, el rancho lo heredarían en su totalidad Sharon y Carson. Y en el caso de que muriera ella antes, su mitad pasaría directamente a manos de su hijo y Larry actuaría como administrador. Si Larry intentaba en cualquier momento vender, ceder, regalar o utilizar como aval cualquier parte del rancho para cualquiera que no fueran Sharon o Carson Blackridge, todas las deudas que había contraído con White deberían ser inmediatamente saldadas.

De hecho, si Larry reconocía a Lara como su hija ilegítima, podría perder Rocking B, porque no tendría ninguna manera de devolver los préstamos que White había hecho al rancho a lo largo de los años, como no fuera vendiendo el propio rancho.

—Dios mío —susurró Lara para sí. La mano le temblaba mientras apartaba aquel documento—. Cuánto debía de odiarnos Sharon a Larry, a mi madre y a mí. Sharon manejó el rancho como una espada que pendió de la cabeza de Larry durante casi cuarenta años. Y él debía de odiarla tanto a ella como al hijo que Sharon le había obligado a aceptar como heredero, cuando una de las cosas que más había deseado a lo largo de su vida había sido tener un hijo de su propia sangre que pudiera heredar un rancho que había sido propiedad de los Blackridge desde la Guerra Civil.

De alguna manera, saber que Larry no se había negado a reconocerla porque se avergonzara de ella aliviaba un antiguo dolor de Lara. El hombre que tan indulgentemente había sonreído a la cámara cuando Becky lo había fotografiado no se avergonzaba de aquella hija nacida de una relación ilícita. Había sido un hombre atrapado en una cruel encrucijada. Y el hecho de que hubiera sido una encrucijada que él mismo había creado no hacía que la situación resultara menos dolorosa, ni convertía el resultado en una tortura menor.

Y se le ocurrió entonces pensar en lo mucho que Carson debía de haber odiado a Becky, en lo mucho que debía de haberla odiado a ella. Porque ambas tenían algo con lo que a él le resultaba imposible contar: la aprobación de Larry.

—Oh, Carson —dijo Lara suavemente, mirando sin ver los documentos que tenía diseminados encima de la cama—. Debe de haber sido terrible para ti. Y qué ironía que a partir de tanto odio hayamos sido capaces de crear una situación tan bella. Si no hubieras intentando vengarte de Larry hace cuatro años, nunca te habrías acercado lo suficiente a mí como para conocerme y dejar de verme como un símbolo viviente de tanta infelicidad.

A Lara se le llenaron los ojos de lágrimas al recordar aquella lejana noche. Pero las lágrimas eran de un tipo diferente, eran lágrimas de comprensión, más que de humillación, de dolor compartido, más que de vergüenza.

—El milagro, mi amor —susurró—, es que no me destrozaras hace cuatro años, cuando tuviste oportunidad de hacerlo. Qué duro debe de haber sido para ti evitar la venganza que habías deseado durante toda tu vida.

Lara cerró los ojos e intentó no llorar mientras se daba cuenta de lo cerca que había estado de no conocer nunca a Carson como amigo y amante, como marido y padre de su hijo. Toda aquella tristeza continuaba enredándose en sus vidas, aquel pasado había sido tan cruel que Carson continuaba negándose a hablar de él, de la misma forma que se negaba a creer en el amor. Lara no podía culparlo por ello. Si ella hubiera sido educada como lo había sido Carson, siendo testigo de lo que el amor les había hecho a Sharon a Becky y a Larry, dudaba de que hubiera sido suficientemente fuerte como para arriesgarse por amor.

—Algún día lo comprenderás, Carson —susurró, deslizando lentamente los dedos por la superficie del papel que tenía en el regazo—. El pasado está detrás, no delante de nosotros. El odio y la tristeza del pasado ya no son nuestros. Hemos ido más allá de todo eso. Hemos librado nuestras propias batallas. Y los dos hemos ganado.

Pero mientras susurraba aquellas palabras, las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas. Los documentos que había leído le habían ayudado a girar una nueva página de la historia, ayudándola a comprender tanto el pasado como el presente. Comprendía mucho mejor por qué Carson la observaba tantas veces con la mirada Henal de angustia. Él nunca había sido amado. Incluso en aquel momento, le resultaba del todo imposible creer en el amor, y por tanto temía que pudiera serle arrebatado sin previa advertencia.

«Dejemos que el pasado entierre a los muertos y la vida y los vivos continuemos viviendo. El pasado no puede hacer nada por el presente, excepto destrozarlo».

¿Cuántas veces habría dicho Carson aquellas palabras de una u otra forma?

¿Y cuántas veces había intentado ella hacerle comprender su amor por todos los pequeños actos y las grandes emociones del pasado que conformaban el presente?

La hostilidad de Carson hacia el pasado estaba tan arraigada en él como la fascinación de Lara por la historia. No, quizá eso no fuera cierto. La hostilidad de Carson era mayor. Carson temía y odiaba el pasado porque había estado a punto de destrozarlo. Y todavía estaba luchando, todavía estaba intentando liberarse del pesado y frío fardo del pasado y vivir con seguridad las más reconfortantes posibilidades del presente.

Lara sabía que no era un proceso fácil para Carson. La noche anterior, se había despertado y lo había encontrado sentado en la cama, muy tenso. Tenía la piel empapada en sudor y por un momento, Lara había temido que estuviera sufriendo una recaída de la gripe que a tantos trabajadores del rancho había atacado. Pero cuando le había preguntado si se encontraba bien, lo único que le había contestado era que había soñado que ella se iba. Después, había hecho el amor con ella con un anhelo tan intenso como si quisiera encerrarla en lo más profundo de su alma. E incluso cuando había vuelto a dormirse, lo había hecho abrazado a ella con fuerza, como si temiera despertarse y que hubiera desaparecido.

¿Y qué le había dicho aquella mañana, cuando la había dejado en la cama, rodeada de documentos del pasado? Que se quedara allí, que estuviera en casa para cuando él regresara.

Lara se secó inútilmente las lágrimas que continuaban fluyendo por su rostro. El haber comprendido la profundidad de la herida que el pasado había dejado en Carson le estaba haciendo sufrir tanto como si hubiera sido ella la que había crecido sin amor. Quería ir a buscar a Carson, decirle que lo amaba y que jamás lo dejaría, abrazarlo y dejar que él la abrazara. Pero sabía que en realidad, aquel impulso nacía de la necesidad de buscar su propio consuelo más que el de Carson. Aquél era un dolor nuevo para ella, no para él. De hecho, formaba una parte tan indisociable de la vida de Carson como el propio Rocking B.

—Utiliza la cabeza, no el corazón —se dijo a sí misma, secándose los últimos restos de las lágrimas—. No puedes cambiar en un solo día algo que Carson ha tardado toda una vida en aprender y sería tan cruel como estúpido por tu parte intentarlo. Para ti es muy fácil creer en el amor porque siempre te has sentido querida. Carson sólo se ha permitido a sí mismo ser amado desde hace unos meses Tienes que darle tiempo suficiente para que el amor llegue a conformar parte de su pasado, no sólo de su presente. Entonces será capaz de mirar hacia el futuro sin miedo. Ésa es la única manera de tratar su problema: abrazarlo en medio de la noche y continuar a su lado cuando se despierte. Amarlo, en definitiva.

Poco a poco, se fueron secando las lágrimas mientras Lara se obligaba a dejar de pensar en Carson y continuaba revisando y colocando dos décadas enteras de documentos de Rocking B. Cuando terminó, etiquetó los diferentes montones con un sentimiento de alivio. La labor de investigación siempre le había resultado agradable, pero revisar aquellos veinte años del pasado del rancho había sido demasiado doloroso como para permitirle disfrutar del proceso. Pero lo peor había terminado. Ya no tendría que buscar más documentos y podría empezar a organizar sus papeles.

Como recompensa al duro y escrupuloso trabajo que había completado, Lara giró la caja de los diarios de Cheyenne que Carson le había llevado desde la granja. Lara adoraba las ingeniosas y sentidas descripciones en las que su abuelo recogía sus observaciones sobre la gente y la vida del rancho. Había leído ya todos los diarios de Cheyenne, excepto los que tenían que ver con su propia vida, porque no necesitaba aquella información para su investigación. Además, no se había sentido suficientemente fuerte como para enfrentarse a su pasado hasta entonces. Pero después de haber conocido las circunstancias que habían conformado la vida de Carson, se volvió hacia su propia historia como si fuera un bálsamo sanador.

Lara levantó el pesado cuaderno de cuero en su regazo y leyó apoyada contra el cabecero de la cama. Una de las imágenes que recordaba de su infancia era la de Cheyenne sacando uno de esos enormes cuadernos de un armario cerrado con llave y yendo con él a la cocina. Durante las noches, Cheyenne pasaba horas y horas escribiendo a la luz de la lámpara o fijando en sus diarios fotografías, cartas u otros pequeños recuerdos que Lara observaba fascinada.

Cuando le pedía a su abuelo que le dejara alguno de sus cuadernos, éste siempre se había negado. Le explicaba que estaba escribiendo su historia y que no debería ser leída hasta que él no hubiera dicho su última palabra. Al fin y al cabo, no tenía ningún sentido leer un libro sin final, ¿no?

Lara nunca había sido capaz de refutar aquella lógica, y, al cabo de los años, Cheyenne había escrito su última palabra.

En cuanto Lara abrió el cuaderno, descubrió su propia historia mirándola desde el pasado. Había una fotografía de su madre a los catorce años, en medio de dos hombres muy altos. Uno de ellos era Cheyenne. El otro era Larry. Becky se agarraba a ambos con los brazos e inclinaba la cabeza mientras reía. Miraba a Larry de reojo, con una expresión traviesa que al mismo tiempo mostraba su admiración por su atractivo. Larry la miraba a su vez con una expresión extraña, como si acabara de descubrir a una desconocida ocupando el lugar de la niña que él pensaba encontrar. Aquella fotografía había sido tomada dos años antes del nacimiento de Lara. Bajo ella había una frase escrita por Cheyenne y fechada el día del nacimiento de Lara:

A veces pienso que todo comenzó aquel día.

Por un momento, Lara estuvo a punto de cerrar el diario. Se sentía como si estuviera escuchando una conversación de su abuelo a escondidas. Aquella idea llevó una sonrisa agridulce a sus labios. Al fin y al cabo, cualquier historiador era una persona indiscreta. Y si ella era capaz de remover los rescoldos de otras vidas, seguramente tendría valor para remover también los de la suya.

Estoy preocupado por Becky.

Seguía una larga página en la que se reflejaban las preocupaciones de un padre por una hija demasiado atractiva para que pudiera estar tranquilo. Larry Blackridge no era mencionado en ningún momento.

Durante algunos meses, no volvía a haber ninguna referencia personal; se hablaba del ganado, de la tierra, de las pequeñas crisis y los éxitos de un rancho que había permanecido inalterable a lo largo de la historia. Al final, Lara llegó hasta una frase que había sido escrita y subrayada tiempo después, con una nota añadida al margen que marcaba la fecha del subrayado.

La mujer de Larry debería mandarlo al infierno. Larry pasa más tiempo aquí que en su propia casa. Becky va a terminar de patitas en la calle por llevarse a su hombre. Y supongo que también Larry. Aunque la verdad es que nunca le había oído a Larry reírse tanto.

En el margen, aparecía una fecha del año anterior al nacimiento de Lara. I

Durante las páginas siguientes, continuaban las explicaciones sobre el rancho, después, habían sido arrancadas algunas páginas. En el resto que quedaba de una de ellas, Cheyenne había escrito:

Hay cosas que es preferible no contar.

Intuitivamente, Lara supo que las páginas que faltaban reflejaban los sentimientos de Cheyenne cuando había descubierto que Larry Blackridge había dejado embarazada a su hija. Lara cerró los ojos un instante, deseando que su propio nacimiento no hubiera causado tanto dolor a la gente a la que amaba.

Giró la página y vio una fotografía de una recién nacida, con el rostro arrugado y mirando sin ver hacia la cámara. La fotografía había sido pegada sobre una página en la que Cheyenne hacía algunas observaciones sobre las características de la cría de ganado en un región fría. Evidentemente, la fotografía había sido añadida más tarde. En el cartón que enmarcaba la fotografía, había algunas frases escritas por una letra que no le resultaba conocida. Al leerlas, Lara se dio cuenta de que era la letra de su madre.

Tú naciste hoy, hija mía. Naciste para mí, sólo para mí. Eres mía como nadie lo ha sido nunca. Te llamaré Lara, que significa «luminoso», porque tú eres la luz que envía mi amor por Larry. Hola, Lara Chandler, tienes las mejillas sonrosadas y los dedos diminutos. Y te quiero.

Lara sintió el escozor de las lágrimas. Deslizó las yemas de los dedos sobre aquellas líneas, como si a través de ellas pudiera acariciar a aquella mujer que había muerto antes de que su hija pudiera llegar a conocerla realmente. De pronto, Lara deseaba poder decirle a su madre tantas cosas, poder decirle al menos cuánto la había querido.

Bajo la fotografía, había otras líneas escritas por Cheyenne.

Encontré esto después de la muerte de Becky. Supongo que es una manera mejor de darle la bienvenida a un niño al mundo que el veneno que salió de mí mano cuando descubrí que Becky se había quedado embarazada.

Lara acarició también aquellas letras. Cómo había llegado Cheyenne a superar su amarga desilusión hasta convertirla en amor. Durante toda su vida, había hecho que Lara se sintiera amada y parte de aquella familia. Ni una sola vez a lo largo de su vida había insinuado que el nacimiento de su nieta no le hubiera causado tanta alegría como el nacimiento de su propia hija.

—Fuiste un hombre excepcional, abuelo —susurró Lara—. Me diste muchas cosas. Y me alegro de que vivieras lo suficiente como para permitirme amarte a cambio.

Las páginas iban pasando una tras otra bajo los dedos de Lara. En ellas se revelaban detalles de los sentimientos de Becky hacia Larry y de la estoica aceptación de Cheyenne de algo que no era capaz de cambiar. Muy de vez en cuando, salía el enfado de Cheyenne a la superficie, y era cuando percibía que se estaba cometiendo una injusticia contra la única parte verdaderamente inocente de todo aquel drama: Lara.

La Reina Bruja ha vuelto a venir hasta aquí montada a caballo. Me ha dicho que no podía llevar a «esa bastarda» a la fiesta de Navidad. Yo le he contestado que la vería en el infierno antes de hacerle algo así a mi nieta. De modo que si no quiere que vayamos a la fiesta, será mejor que nos espere con un fusil en la puerta.

Y añadía días después:

Larry se ha disculpado por el comportamiento de su esposa. Ha dicho que Lora estaba invitada a la fiesta de Navidad. Yo le he dicho a Larry que si no le ponía un bozal a esa bruja para que dejara de decir ciertas cosas, tendría que vérselas él mismo conmigo. No culpo a su esposa por odiar a Becky, pero no entiendo por qué motivo tiene que despreciar a Lora, la criatura más dulce creada por Dios.

Lara continuó leyendo. Los recuerdos se arremolinaban en su cabeza, su visión de su propia vida cambiaba con cada párrafo, con cada nueva fotografía. Su madre había muerto durante una tormenta, dejando a una hija que no comprendía por qué estaba sola. La amante de Larry había muerto en una tormenta, dejando tras de sí a un hombre que había ido haciéndose más cruel a medida que tenía que enfrentarse a una existencia sin amor. La hija de Cheyenne había muerto en una tormenta, dejando tras de sí a un padre que era el único que sabía que Becky había amado plenamente, aunque no de la manera más sensata. Había muerto una adúltera durante la tormenta, dejando tras de sí a la mujer de su amante, una mujer que había sufrido tanto que el único sentimiento que al final le quedaba era el deseo de venganza de un hombre que nunca la había amado.

Y durante todos esos años, había crecido un niño adoptado que había buscado y deseado sin ningún resultado el amor, hasta que al final, había llegado al convencimiento de que la venganza, y no el amor, era el único sentimiento que realmente perduraba.

De alguna manera, la muerte de Becky había unido a los dos hombres con los que había compartido su vida. Cuando a alguno de ellos le surgía algún problema, buscaba al otro, a veces para hablar, y otras simplemente para compartir el silencio, sin pedir ni preguntar nada, porque los dos sabían que había demasiadas cosas entre ellos que no podían ser expresadas con palabras.

Cuando Lara había cumplido nueve años, Sharon Blackridge había sido operada de un tumor cancerígeno. Cuando el cáncer se había reproducido, Larry había ido a buscar a Cheyenne en medio de una ventisca.

Larry quiere que me asegure de que Lara no se case con nadie hasta que Sharon muera. Yo le he dicho que, teniendo en cuenta que Lara tiene catorce años, todavía no necesita preocuparse por su vida amorosa. Él no me ha dicho una sola palabra, se ha limitado a mirarme. Y entonces he recordado que Becky y él estuvieron juntos antes de que ella cumpliera quince años.

Pasaba mucho tiempo hasta que Larry volvía a ser mencionado en el diario. Lara leyó noticias sobre el rancho, los orgullosos comentarios de su abuelo por su graduación y sus lamentaciones por no tener dinero suficiente para enviarla a la universidad. Las páginas iban pasando, y con ellas los años, hasta que Lara se reencontró trabajando en un café del pueblo.

Estoy preocupado por Lara.

Aquellas palabras penetraron en Lara como un viento frío, eran un eco de las preocupaciones de Cheyenne por Becky cuando ésta todavía era una adolescente.

He oído que Carson está haciéndole la corte. Es un buen hombre y un estupendo ganadero, pero le falta ternura. Y Lara es tan delicada. He pensado en advertirle, pero al final he decidido no hacerlo. Todo el mundo tiene derecho a calibrar sus propios sueños. Lara tiene dieciocho años y está enamorada de él desde los trece.

Diablos, debería ponerme de rodillas y darle gracias a Dios porque Carson no se haya dado cuenta antes, como le ocurrió a Larry con Becky. O, en el caso de que se haya dado cuenta, ha sido demasiado decente como para seducirla.

Y es una suerte que la Reina Bruja esté demasiado enferma como para que lleguen hasta ella esos rumores. Porque sería capaz de convertir la vida de Lara y Carson en un infierno.

Las anotaciones iban espaciándose a medida que la salud de Cheyenne comenzaba a declinar. La primera trombosis de Larry quedaba reflejada en el diario, y también el primer infarto de Cheyenne. La lenta y larga enfermedad de Sharon Blackridge también era recordada, y terminaba el día de su entierro.

Lara volvió la página, comenzó a leer y sintió de pronto que el mundo se movía bajo sus pies. Leyó las frases y volvió a leerlas una y otra vez, incapaz de creer, negándose a creer. Pero por mucho que luchara contra la verdad, la historia era inexorable y le estaba revelando una parte desconocida de su propio pasado, una nueva pista sobre una verdad que le desgarraba despiadadamente el alma.

Lara quería tirar el diario, negar lo que estaba leyendo, arrancar aquella página y quemarla hasta convertirla en unas cenizas tan amargas como el final de su sueños; pero lo único que hizo fue continuar leyendo como atontada aquellas páginas una y otra vez, esperando, contra toda esperanza, estar equivocada.

Primer día de vuelta en casa. Me alegro de estar aquí otra vez, pero sé que he vuelto para morir. Me ha llegado la hora. Lo único que me retiene en el mundo es la pequeña Lara. Es tan buena. Rezo a Dios para que encuentre a un hombre que se la merezca, pero dudo que llegue a vivir para verlo. No ha vuelto a mirar a ningún hombre desde que dejó de ver a Carson hace unos años. Me pregunto si...

Se interrumpía la frase, como si algo hubiera interrumpido de pronto a Cheyenne. Sus siguientes palabras le indicaron a Lara a qué se había debido aquella interrupción.

Ha llegado Larry. Me ha dicho que al final ha sido más listo que su mujer. Ella pensaba que había arreglado las cosas de tal manera que ningún descendiente sanguíneo de Larry pudiera llegar a heredar el rancho. Pero en cuanto ella ha muerto, Larry ha hecho redactar un nuevo testamento. Así, cuando Larry muera, Carson tendrá un año para casarse con Lara. Si no se casa con ella, no habrá herencia. Y tendrá que ser un verdadero matrimonio. Carson tiene dos años para tener un hijo o para demostrar que Lara es estéril.

Al cabo de un buen rato, Lara se obligó a sí misma a dejar de leer y releer aquellas frases como si pudiera cambiar las palabras que las conformaban con un simple esfuerzo de voluntad. Giró la página con una mano tan fría que ni siquiera sentía la textura del papel. Y allí terminaba el diario de Cheyenne.

Lara volvió a la página anterior, deseando irracionalmente que desapareciera. Pero no lo hizo. Cerró los ojos, incapaz de soportar el cálido rayo de luz que se filtraba por la ventana de la habitación y bañaba su cama. Intentó pensar de forma constructiva, aplicar la inteligencia a aquel descubrimiento, pero todos sus pensamientos concluían en el cruel engaño de Carson.

Todo había sido una actuación. Carson nunca la había querido. Ni cuatro años atrás ni en aquel momento. Todo era mentira. Carson jamás la había deseado.

Lara deseó que las lágrimas pudieran borrar el dolor de su alma y el escozor de sus ojos. Pero las lágrimas no llegaron. Se sentía como si la hubieran abandonado las fuerzas en un instante terrible, dejándola agotada, vieja, incapaz de llorar o de gritar su enfado, su desesperación. Era como una extraña en su propio cuerpo, una extraña en su propia vida.

Ella había estado tan segura de sí misma y del amor, tan segura de que era su visión de la realidad la única válida, y no la de Carson.

Pero estaba equivocada.

Había una razón por la que Carson nunca le había dicho que la amaba. No la quería. Nunca la querría. Cuatro años atrás, la había buscado para vengarse de Larry Blackridge, pero Carson no había sido suficientemente cruel como para llevarla adelante. Y cuatro meses antes, la había buscado porque ella era la llave para obtener la propiedad de Rocking B. Ese era el «error» al que Carson se había referido cuando Lara le había preguntado que por qué quería que volviera con él. Había dejado que se fuera cuatro años atrás, pero entonces no sabía que llegaría un momento en el que Sharon moriría y Larry podría cambiar las condiciones para que pudiera heredar el rancho.

También había una sola razón por la que Carson no había intentado protegerla de un posible embarazo. No era porque estuviera demasiado cegado por la pasión del momento como para acordarse de utilizar un preservativo. Ni siquiera había sido porque en lo más profundo de su ser deseara tener un hijo al que amar y educar. Era porque cuanto antes se quedara embarazada, antes se aseguraría la propiedad de Rocking B.

Al igual que Larry, lo único que Carson quería era su tierra. Y al igual que él, se había casado con una mujer a la que no amaba para poder conservar Rocking B.

Lara oyó que se cerraba la puerta de la casa y deseó haber tenido la sensatez de huir cuanto todavía estaba en condiciones de hacerlo. Pero en cuanto lo pensó, supo que ya era demasiado tarde. Las páginas de la historia la habían aprisionado en un mundo que había llegado a comprender cuando ya era demasiado tarde. Estaba casada. Estaba embarazada.

Y estaba enamorada de un hombre que sólo amaba a su tierra.

¿Habría sido así como se habría sentido su madre? ¿Atrapada en su propia trampa? Embarazada. Enamorada del hombre equivocado. Sin poder huir a ninguna parte porque a donde quiera que fuera, continuaría arrastrando las pesadas cadenas del amor, unas cadenas que la ataban a un hombre que amaba más a su tierra que a su mujer o a su propio hijo.

La historia se repetía generación tras generación. Un legado de ambición y poder, carente por completo de amor, pasaba de padre a hijo, por los siglos de los siglos. Lara pensó con amargura que quizá tuvieran razón los historiadores tradicionales. Quizá los hombres habían preferido siempre la tierra y la gloria al amor de las mujeres que habían hecho posibles sus malditas dinastías.